2005 | Capítulo 1
Apoyé la cabeza sobre el respaldo del sofá y me llevé las manos a la cara. Me dolían las cuencas de los ojos, la cabeza, los pómulos y las piernas, pero frotarme los párpados no estaba sirviendo de nada. Las luces del techo no ayudaban. Las quejas de mi madre no ayudaban. Yo mismo no me estaba ayudando.
—Tienes que obedecerles, Jake. No puedes arriesgarte a que te sigan apaleando cada vez que algo no les guste. Obedece y calla, por lo que más quieras. No te expongas más.
La cantaleta de mi madre retumbó por todos los huecos de mi cerebro, y el olor a estofado que llegaba desde la cocina me revolvió las tripas. Dejé caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo y abrí los ojos. La luz intensificó el dolor, pero no volví a cerrarlos ni separé la vista del techo blanco en un buen rato. Estaba convencido de que, poco a poco, mis ojos se acostumbrarían de nuevo a mantenerse abiertos, y que pronto dejarían de doler con tanta intensidad.
Ese día Régar había sido bastante suave con su mensaje, seguramente porque tenía otras cosas en las que pensar. Aún no lo sabía, pero esas cosas estaban relacionadas con los niños elegidos y, en especial, con Takeru Takaishi.
—¿Puedes, por favor, obedecer sin hacerlos enfadar?
—No lo creo, mamá —murmuré—. Se enfadan con muchísima facilidad.
—Los enfadas con facilidad. Tienes que cuidarte todo lo posible y no arriesgarte tanto. Es un peligro, ¿es que no lo entiendes?
¿Era yo el que no lo entendía? ¿Hasta qué punto era mi madre capaz de comprender a lo que nos estábamos enfrentando? Sabía que su relación con mi padre había durado el tiempo justo como para concebirme a mí, que no tenía demasiada idea de lo que era Ofiuco o de lo que eran los sombra y que nunca había tenido la ocasión de ver a uno de ellos en verdadera acción. También sabía que se había visto obligada a criar sola a un niño medio sombra y que conocía todas mis particularidades físicas y potenciales, pero que eso no la eximía de no saber lo que era realmente un sombra, con todas las letras. Porque yo no era un sombra al uso. Yo era su hijo humano y tenía ciertas características que compartía con los demás sombra.
—No puedo quedarme callado con algunas cosas.
—Pues vas a tener que hacerlo, Jake, o te acabarán matando.
Me mordí el labio. Solía hacerlo cuando tenía algo que decir y no sabía cómo, o cuando prefería callarme para no compartir con el mundo todo lo que se me ocurría. Era justo eso lo que mi madre me estaba pidiendo que hiciera con Régar y sus hombres, y sin embargo había veces en las que me hervía tanto la sangre que no era capaz de mantener mi orgullo a raya.
Estiré el cuello para mirarla y mis cervicales se unieron a esa lista de partes del cuerpo que me dolían. Se había sentado en la mesa donde comíamos cada día, con las ondas de su pelo leonado escapándose de la coleta precaria que se había hecho para cocinar, y la ropa vieja con la que había llegado del trabajo esa tarde. Había apoyado los codos sobre la madera y había juntado las manos blancas frente a su boca. Movía los dedos con nerviosismo mientras mantenía la mirada perdida en algún punto del salón y agitaba la pierna derecha sobre el suelo, como si quisiera alejarlo de su cuerpo.
—Matarnos es ilegal, aquí y en Ofiuco —dije.
Una pequeña risa amarga, casi como un suspiro, le hizo llevar las palmas de las manos a la mesa y balancear la cabeza de un lado al otro. Intenté mantener el cuello erguido y el valor entero.
—¿Y te crees que a esos hombres les importan mucho las leyes de nuestro mundo o del suyo? ¿Quién irá hasta Ofiuco a denunciarlos?
—Iré yo.
—No vas a ir a ninguna parte. Odian a los humanos, y tú eres uno de ellos. Como pongas un pie allí, y encima con intención de denunciar a su propia gente, te matarán sin pensarlo.
—No me van a matar, mamá.
—¿Y cómo lo sabes? Son capaces de todo. Si mataron a tu padre, que había estado trabajando con ellos durante años y estaba por completo de su parte, ¿qué te hace pensar que a ti no van a hacerte nada? No les importa nuestra vida. A ningún sombra le importa nuestra vida, sean los de Ofiuco o sean para los que trabajas.
Eso ya lo sabía.
—No me van a matar porque les interesa que trabaje para ellos.
—No eres imprescindible. No eres insustituible. Cualquier otro sombra podría hacer el mismo trabajo que tú haces. Solo tendrían que matarte, hacerte desaparecer de este mundo para que no haya pruebas y atrapar a otro sombra que pueda trabajar para ellos.
Inspiré hondo. La cabeza me bombeaba cada vez con más fuerza.
—Sí soy insustituible, al menos de momento. Soy el único mestizo. Soy el único que no tiene un nombre en Ofiuco y que se puede mover entre dimensiones sin que le encuentren con facilidad. No van a matarme por ahora.
Hice una pausa. Mi madre se frotó los ojos para no echarse a llorar y se marchó a la cocina. Esperé, en silencio, mientras le daba vueltas a lo próximo que iba a decir. Cuando volvió con dos platos de estofado caliente, añadí:
—Además, tienen un nuevo plan y me necesitan.
Apoyó las manos sobre el respaldo de la silla de la que se acababa de levantar.
—¿Qué plan?
—No estoy seguro. No sé en qué lío se quieren meter, pero hasta ahora nunca habían actuado de esta forma.
—¿Y para qué te necesitan?
Se sentó en su silla y empezó a comer.
—Todavía no me han dicho nada, pero... supongo que querrán que haga de intermediario de alguna manera. Como siempre.
No le expliqué nada más, y ella tampoco me preguntó. Sus ojos cansados y ojerosos alternaron su atención entre su plato de estofado, el mío y la madera de la mesa. No dejó de agitar la pierna derecha en ningún momento. Su expresión preocupada la invadió tanto que creí que estaba contaminando toda la casa con su propio miedo.
No podía culparla.
—Se te va a enfriar el estofado —dijo.
—No tengo hambre —susurré.
—Pues date una ducha y vete a dormir. Te lo comerás mañana.
No objeté. Me puse en pie como pude y fui al baño.
—¿Necesitas que te cure las heridas? —la escuché decir.
—Son superficiales.
No añadimos nada más.
Al día siguiente salí del instituto con todo el sigilo que pude. Acababa de empezar el primer curso de secundaria y había decidido apuntarme al equipo de baloncesto. Tenía entendido que los sombra que no entrenaban o no se movían lo suficiente acababan muriendo mucho antes de lo que debían, y estaba convencido de que era cierto porque mi propio cuerpo fallaba cuando no hacía el deporte suficiente.
—¡Dagger!
Me paré en seco en mitad del instituto y me di la vuelta. Takeru Takaishi atravesaba el pasillo vacío de estudiantes con esa sonrisa tan habitual en él. Yo le mostré la mía. Hikari Yagami se encontraba a unos pasos por detrás de él, con la mochila sobre los hombros y el cabello castaño cubriendo una parte de sus facciones. Me sonrió al saludarme, con esa expresión amable rodeada por lo que siempre sentí como un aura especial.
Algunos papeles sobre el compañerismo, el respeto y la higiene nos acompañaban desde las paredes blancas.
—Te llamabas Jake, ¿verdad? —dijo Takaishi—. ¿Puedo llamarte por tu nombre?
—Sí, claro.
—Quería preguntarte cómo estás.
La sorpresa me hizo arquear las cejas. Sabía que se acercaba a mí por mis ausencias en los entrenamientos, así que esperaba otras palabras de él. Takaishi era más alto que yo, estaba en un curso superior y era el capitán del equipo de baloncesto, a cuyos entrenamientos yo ya había faltado más de una vez y más de dos. Era conocido por una gran parte del instituto, aunque no sabía si su pronta popularidad se debía a la fama que le precedía por ser el hermano de Yamato Ishida o si, por el contrario, la había logrado solo a base de encanto, miradas de grandes ojos azules y cocapitaneando el equipo de baloncesto. Probablemente fuese por un cúmulo de todo.
Un par de chicas de tercero pasaron a nuestro lado entre risas.
—Estoy bien, capitán —respondí—. Gracias por preguntar.
—Me alegro. Estaba preocupado porque has faltado a los dos últimos entrenamientos y no sabía si estarías pasando por un mal momento. —Hizo una pausa tan breve que no me dio tiempo a responder—. El entrenador nos ha preguntado por ti. El último día parecía algo molesto. ¿Mañana vendrás?
Me mordí el labio sin abandonar la sonrisa.
—No estoy seguro. Lo intentaré.
—Pero ¿te encuentras bien?
—Sí, sí. Es solo que este curso está siendo muy difícil. Me está costando estudiar Historia y Matemáticas, y mi madre es muy estricta con los estudios —mentí.
—¿Estás yendo a clases extras por las tardes?
Desvié la mirada de Takaishi un segundo cuando Daisuke Motomiya apareció para llevarse a Yagami con él. El capitán se giró e intercambió miradas con la chica mientras Motomiya la llevaba a desaparecer doblando la esquina.
—Algunas tardes, sí —dije, y me devolvió la mirada—. Sé que debe ser una molestia para el resto del equipo, así que entendería si quisieras que lo dejara.
—¿Dejarlo? —se sorprendió—. Eres el que más falta a los entrenamientos y aun así eres capaz de seguirnos el ritmo siempre que estás. Se te da muy bien jugar.
Los sombra son buenos en el uso del cuerpo, en cualquier actividad. Principalmente son buenos luchadores, pero casi siempre pueden hacerle frente a cualquier actividad que requiera del movimiento y la fuerza bruta. Por eso, en realidad, a mí como mestizo de sombra y humano no se me daba bien jugar a baloncesto; simplemente me salía de una forma mucho más natural que a cualquier otro chico de mi edad.
Agaché la cabeza.
—Gracias, pero... entiendo que los demás se pueden molestar conmigo si no voy a los entrenamientos.
Y esa frase sí fue sincera.
—No te preocupes. —Llevó una mano a mi hombro y me mostró una expresión comprensiva que continuaba siendo tan encantadora y carismática como su sonrisa amable—. Creo que ninguno de nosotros está enfadado porque estés faltando. Solo estábamos algo preocupados. Ahora que sé por qué no has estado viniendo, lo entiendo y estoy seguro de que los demás lo entenderán también. El único que me preocupa es el entrenador, pero hablaré con él.
—Yo también hablaré con él. Gracias. Eres un buen capitán.
Sombra&Luz
¡Hola! ¿Cómo están? Espero que bien.
En un rato publicaré el capítulo 2. :)
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