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Capítulo VII


-No podemos encerrar a nadie sin ninguna razón. No tenemos motivos para hacerlo.

-¿Quieres olvidarte de una vez de la maldita moral? –Soltó la gata– No tenemos idea de quién es, TK. No podemos arriesgarnos. Aparentemente es una simple humana, pero todos aquí sabemos perfectamente que es imposible que una simple humana haya nacido y se haya criado en el mundo digital. Así que, ¿qué prefieres? ¿Quieres que le creamos y nos fiemos de ella para arriesgarnos a que nos la clave por la espalda cuando menos lo esperemos? Porque yo prefiero prevenir a curar, y creo que deberíamos tener mucha precaución. Además, no conocemos de nada a ese Wizardmon, y no sabemos lo que esperar de él.

-Bueno, Gatomon, tampoco te conocíamos a ti cuando decidimos que fueras una de los nuestros –TK la miraba a los ojos–, que no se te olvide. ¿Y nos has fallado? No todo el mundo tiene por qué ser malo.

-¿Quieres confiar en ellos? –Le retó– Adelante, confía en ellos. Pero no nos metas a los demás en el mismo berenjenal. Vamos a tenerlos encerrados hasta que yo lo diga, y no hay más que hablar.

TK dio un paso para acercarse a ella.

-Olvídalo –sentenció–. No los vamos a encerrar. No somos como ellos.

-¿Quieres morir de nuevo? –Le preguntó, sin pestañear– Te repito que adelante. Corre hacia El Gran Bando y grítales a todos que eres TK, el antiguo elegido de la Esperanza, y que estás vivo. Vamos, suicídate, no pienso impedírtelo. Lo que no te voy a permitir es que nos arrastres a los demás contigo. Te has perdido muchas cosas, por suerte para ti. Entiendo que quieras civilizar un poco la situación y volverlo más llevadero para todos. Pero créeme, la experiencia en estos 30 años me ha llevado a la conclusión de que toda precaución es poca. Me da igual ser más o menos civilizada; me da igual tener principios éticos o no. Lo que me importa es sobrevivir. Y en este mundo solo sobreviven los más fuertes e inteligentes. Los valientes y nobles no sobreviven. No, TK. Por eso casi ninguno de nosotros consiguió salir con vida. Porque fuimos tan nobles y valientes que no nos dimos cuenta de lo ciegos que estábamos. Por eso te repito que allá tú; me da igual lo que quieras hacer con tu vida. Después de todo no deberías estar vivo. Pero a los demás no nos involucres.

Todos se habían quedado callados observando la escena. La tensión que se había creado entre TK y Gatomon era más que palpable, y ninguno se había atrevido a abrir la boca. La mujer, Hana, y Wizardmon tenían ambas manos atadas y estaban custodiados por Turuiemon, que no les quitaba la vista de encima. Chika se había sentado en el suelo y se había llevado las manos a la cabeza. Estaba cansada de las discusiones de los mayores, que muchas veces no llevaban a ninguna parte. Además, llevaba meses sin descansar bien y le dolía la cabeza con facilidad. No entendía por qué no podían llevarse todos bien y hablar las cosas sin necesidad de llegar adonde habían llegado Gatomon y TK.

Izzy escuchaba la conversación pensativo, sin quitar la vista de sus propias manos, que las tenía unidas, tapándose la boca mientras apoyaba los codos en la gran mesa redonda que había en medio de la sala. Llevaba doliéndole la espalda durante varias horas y no conseguía aliviarse de ninguna manera, así que simplemente se resignó a aguantar el dolor mientras escuchaba a sus amigos discutir. Katia miraba la escena con el ceño fruncido y los labios apretados. Quería meterse para defender a Hana y a Wizardmon, pero prefirió dejárselo a TK, que tenía mucha más confianza con Gatomon que ella.

TK había bajado la mirada. Suspirando, dio media vuelta y se marchó de la cueva sin decir nada más, bajo la atenta mirada de Katia, Hana y Wizardmon.

-Pero Gatom... –Katia interrumpió su propia réplica en cuanto Gatomon le puso los ojos encima.

-No sé por qué estás aquí, Katia –Gatomon habló tranquila–, pero no hables de cosas de las que no tienes la más remota idea.

Katia cerró la boca, esta vez sin atreverse a decir nada. Gatomon imponía demasiado, y ella ya estaba aprendiendo a manejarse con toda esa gente –y "no gente"– extraña que había conocido en ese mundo, también extraño.

---*---

Tami cayó de bruces contra el suelo. El duro piso de piedra le provocó una herida en la cabeza de la que comenzó a caer sangre. Gimió.

-Paren ya, por favor... –Suplicó Jake.

El muchacho tenía la cabeza gacha y los ojos cerrados. No pudo soportar ver cómo le hacían eso a Tami, pero, a su vez, tampoco podía contar dónde se ocultaban los demás. Era una situación muy frustrante. Tanto la vida de Tami como la vida de todos los demás estaban en juego.

-Ya te hemos comentado las normas, Jake –habló Shin, con los brazos cruzados y una pequeña sonrisa dibujada en la cara–. Si quieres seguir jugando, adelante. Pero si por un casual decides rendirte antes de que la matemos, estás en todo tu derecho. Venga, solo tienes que decirnos dónde están los demás. Te prometo que no les pasará nada.

Tami tragó saliva, aún sin levantar la cabeza de su propio charco de sangre. No quería que Jake lo dijera y era probable que no lo hiciera, pero viendo la situación en la que lo estaba poniendo, la chica empezaba a pensar que en algún momento flaquearía y lo contaría todo. El rubio, por su parte, había abierto los ojos, pero no miraba a nadie ni nada en particular. Su vista estaba clavada en el suelo porque no se atrevía a levantarla. Quería pensar. Quería idear un plan y sacarlos a todos de allí, pero lo único en lo que podía pensar era en Tami y las decenas de recuerdos que El Gran Bando estaba dejando grabados en su piel. No sabía lo que hacer. Su mente estaba en blanco, no era capaz de pensar con claridad. Entonces, algo se agitó a su espalda. Era Nana. La niña intentaba no temblar. En más de una ocasión llegó a pensar que se asfixiaba porque le faltaba el aire. La situación le superaba demasiado. No estaba acostumbrada a ese tipo de cosas, y que de repente se viera obligada a vivir una situación así era demasiado. Le daba miedo. Le daba mucho miedo. Pero no podía temblar más. Tenía que dejar de tener miedo para no ser solo un estorbo y para no llamar la atención del bando contrario.

-No puedo dec...

Antes de que Jake terminara la frase, Beelzemon estaba arrastrando a Tami por el suelo, cogiéndole de una pierna. Sin esfuerzo alguno, la lanzó contra Jake y ambos, junto a Nana, fueron arrastrados por el suelo casi dos metros. La increíble fuerza de Beelzemon contrastaba con la ligereza propia de los niños humanos. La cabeza de Tami quedó reposando sobre Jake y este intentó separar las manos para ayudarla, pero, una vez más, fue inútil.

-Tami, lo siento...

---*---

-Niños elegidos –dijo Gennai, haciendo acto de presencia–. Tienen que ver algo.

Todos los presentes se giraron hacia el holograma salvo Turuiemon, que continuó custodiando a Hana y Wizardmon.

-¿Qué ocurre, Gennai? –Habló Izzy, desvelando su cansancio por primera vez desde que habían llegado al mundo digital.

El holograma con la imagen del hombre desapareció para dejar espacio a lo que parecía ser un informativo.

>>Las fuerzas más poderosas de El Gran Bando ya se han puesto en marcha para lograr descubrir el paradero de Chika, la única de los elegidos que sigue libre y que solo resulta una amenaza para la seguridad de todos los digimons y de nuestro mundo. Queremos pedir que, por favor, si algún digimon la encuentra, que se ponga de inmediato en contacto con nosotros. Puede resultar muy peligrosa, así que, pedimos de nuevo por favor, tengan mucho cuidado y n...

Gennai interrumpió la transmisión apareciendo ante todos. Había sido más que suficiente lo que habían escuchado como para entender la gravedad del asunto.

-¿De qué hablan? –Soltó Katia– Pero si los peligrosos son ellos.

-Lo retransmitieron hará cosa de una hora en el cielo –aclaró el holograma–. Todo el mundo está como loco. Han prometido comida y seguridad para aquel que encuentre a Chika y a Lopmon. La gente matará por encontrarlas y no dudarán en llevárselas a El Gran Bando.

-¿Y si me entrego? –Habló Chika, sin quitar la vista de sus propias rodillas.

Todos la miraron como si hubiera dicho una locura.

-Quiero decir –aclaró, alzando la cabeza–, no de verdad. Podríamos trazar un plan y que yo me infiltrara. Así podríamos luchar desde dentro y desde fuera.

-¿Y tener a los tres elegidos en sus manos? –Preguntó Gatomon– Sigue pensando.

-Bueno, no necesariamente... –La niña meditó durante un momento– No si tenemos un cebo que sirva para distraerles.

Nadie parecía comprender adónde quería llegar, así que se levantó del suelo y continuó explicándose.

-¿Qué pasaría si piensan que me he rendido y que me quiero encontrar con ellos en otro lugar? Podemos lanzar un mensaje de encuentro con ellos a una hora y en un lugar determinado para que se distraigan y envíen allí a sus mejores luchadores y que así dejen el camino un poco más despejado. Yo seré el cebo. Los entretendré el tiempo suficiente para que ustedes consigan sacar a Tami y a los demás de allí. Estoy segura de que querrán hablar conmigo. Les interesará saber lo que digo, aunque no diga nada.

Turuiemon se giró para mirarla.

-Eso es una completa locura –habló Izzy, sin despegar la vista de la mesa. Parecía que hablara para sí mismo.

-Te matarán, Chika –dijo Gatomon–. Y a nosotros también.

-Tú se lo dijiste a TK, Gatomon –la niña se llevó las manos a la cadera–. Ellos ya han movido ficha, y ahora nos toca a nosotros. No podemos esperar a que actúen de nuevo porque lo próximo será que alguien me capture.

-¿Y qué hacemos cuando hayamos rescatado a los demás y tú estés sola rodeada de digimons que no dudarán en matarte en cuanto se lo ordenen?

-Qué va, no querrán matarme.

-En eso tiene razón –habló el anciano–. Ahora que saben que hay más humanos con los elegidos, querrán saber más, así que no creo que la maten.

-Aún así –la gata suspiró–. Si se la llevan volveremos a estar en las mismas condiciones.

Todos bajaron la cabeza, pensativos.

-O puede que no –a Izzy se le iluminó la cara mientras hablaba–. ¿Qué van a contar? ¿Van a decir acaso que ya capturaron a Chika, pero que los otros dos elegidos vuelven a estar sueltos por ahí? Su prestigio caería en picado. Venga ya, no serían capaces de contar que dos elegidos se han escapado. Nunca cuentan la verdad. Y tienen poder sobre todos los digimons del mundo, pero no tanto como para desmentir algo que los propios niños elegidos han dicho. Quiero decir que, si secuestran a Chika y los otros elegidos cuentan la verdad, corren el riesgo de que el mundo entero empiece a dudar del poder de resistencia de El Gran Bando. Y eso no les gustaría nada, porque la gente empezaría a perderles un poco, aunque sea un mínimo, el respeto. Así que, ¿y si secuestran a Chika y amenazamos con contarlo? La soltarán y se inventarán otra historia, como que los dejaron escapar para divertirse un poco más o alguna chorrada de esas que cuentan siempre. Viven del miedo que provocan. No pueden dejar que ese miedo disminuya lo más mínimo.

Tras el discurso de Izzy hubo casi un minuto de silencio. No porque no tuvieran nada que decir, sino porque en las cabezas de todos estaban rondando mil pensamientos a la vez y nadie era capaz de ordenar sus propias ideas. Nadie salvo Katia.

-Me he perdido –confesó.

Wizardmon y Hana llevaban un rato mirándose, como si fueran cómplices de algo que nadie más podía saber.

-Creo... –Habló el digimon– Creo que deberían saber algo.

---*---

Una brisa suave acarició el pelo de TK, despeinándolo un poco más de lo que ya lo estaba. En silencio, se miraba las manos, que las tenía juntas justo en frente de él. Con las rodillas aún flexionadas, separó las manos y apoyó la espalda en el césped. Quería mirar un cielo azul y despejado, tal vez con alguna que otra nube. Quizás un poco grisáceo a causa de la advertencia de lluvia. Pero no. El cielo era rojo. Rojo como el color de su sangre cuando le clavaron aquella espada. Rojo, como si alguien hubiera inyectado el cielo en sangre. Se imaginó todo por lo que había tenido que pasar el mundo digital desde que ellos se fueron. Recordó los momentos que habían tenido que vivir ellos cuando La Guerra estalló. Recordó a su familia, a Patamon, a sus amigos. Recordó lo mucho que se perdió desde que estalló La Guerra. Y entonces lloró. Se dio cuenta de ello cuando una lágrima empezó a hacerle cosquillas en el costado derecho de la cara. Lloró como si fuera un niño pequeño, como si sus padres le hubieran prohibido salir a jugar con sus amigos. Se llevó las manos a la cara y se quedó ahí, sollozando y aguantando ese llanto incontrolable que hacía que el corazón se le encogiera. Se le hacía extraño ese sentimiento de desahogo. Lo conocía, como lo conocen todos los seres, pero se le había olvidado. Simplemente había olvidado lo que era descargar energía. Antes de morir, había estado años aguantando sin derramar una sola lágrima. No lloró en ninguna de las ocasiones en las que perdieron a un amigo. Y no se dio cuenta. No se había dado cuenta hasta ese entonces de que había estado soportando durante años el peso de grandes desgracias sin siquiera pensar en el daño que todo eso podía causarle. No había sido consciente hasta entonces de lo doloroso que podía llegar a ser.

Respiró hondo y, poco a poco, fue tranquilizándose. Sin duda, eso había sido lo mejor que le había pasado desde que había regresado al mundo. Se quitó las manos de la cara y, de nuevo, miró el cielo. Pero entonces escuchó un ruido. Sobresaltado, se levantó y se escondió entre algunos arbustos. Se quedó ahí callado, procurando no respirar demasiado fuerte. Era una tarea difícil, sobre todo debido a los efectos secundarios de la resurrección, que, aunque menos, todavía perduraban. Intentó escuchar algo, lo que fuera. El más mínimo ruido podía ayudarle a descifrar, al menos, de dónde venía lo que quisiera que estuviera viniendo. Una gota de sudor comenzó a caer por su nuca. La adrenalina impedía que su cuerpo se enfriase, a pesar de que empezaba a oscurecer y la temperatura del ambiente fuera algo baja. Pero Izzy apareció en su campo de visión y todos sus músculos dejaron de tensarse.

---*---

-Me estoy cansando de esto –soltó Mika. La chica estaba sentada sobre una mesa de madera que había en la sala. Con los brazos cruzados y los pies colgando a causa de la altura de la mesa, la niña suspiró y puso los ojos en blanco.

Un Labramon le acarició los pies con la cabeza.

-Estate quieto –soltó.

Labramon, al instante, se volvió a separar de ella con las orejas encogidas. En silencio, se tumbó en el suelo debajo de la mesa y miró los pies de Mika desde esa posición. A ella no solía gustarle que se le acercara, y Labramon creía saber el motivo por el que no le gustaba estar con él, a pesar de que fuera, probablemente, el único que quería estar a su lado. De repente, una de las dos puertas de madera que había en la sala se abrió.

-¿Han dicho algo? –Preguntó Mika, enredándose un mechón rubio en el dedo índice.

Shin cerró la puerta.

-Aún no –respondió–. Ni lo van a decir.

-¿No van a decir nada?

-Lo dudo –Shin se detuvo frente a Mika y miró el suelo, pensativo–. Saben que no les vamos a matar.

-A no ser que nos lo ordenen.

La rubia dio un salto y cayó al suelo. Tenía la sensación desde hacía varios días de que algo no iba bien, de que las cosas estaban a punto de cambiar. Cuando encontraron a Tami y Coronamon y después a Jake, Monodramon y Nana, se dio cuenta de que su instinto no le había fallado. Había algo en toda esa historia que se les escapaba de las manos. La noticia de la llegada al mundo digital de uno de los antiguos elegidos les había cogido por sorpresa. ¿Qué podía significar? ¿Por qué el mundo digital querría traer de repente a un hombre que llevaba más de veinte años sin pisarlo? Y algo también importante: ¿Había más elegidos como él con vida?

Mika caminó por la sala, pensando.

-¿Crees que nos lo ordenarán? –Preguntó, dándole la espalda.

El chico la miró de reojo. El pelo ondulado le llegaba por debajo de la cintura, terminando en punta. La falda, que empezaba por la cintura, le llegaba por encima de las rodillas, dejando al descubierto sus piernas. Era bajita e increíblemente coqueta. Por ello no había querido, siquiera, ponerse el uniforme que les facilitaron a los dos al llegar a El Gran Bando. Aunque Shin sospechaba que el querer vestir bien no era el único motivo por el que la chica no quería ponerse el uniforme. Creía que no quería estar nunca del todo atada a El Gran Bando.

-Probablemente –respondió.

Mika no se giró en un principio. Simplemente se quedaron ambos quietos, sin decir nada. Labramon miraba las piernas de los chicos desde debajo de la mesa. No quería hablar para no molestar a Mika, así que, por lo general, se dedicaba a estar ahí y nada más, esperando que en algún momento su compañera mostrara algo de afecto hacia él.

-¿Y qué haremos entonces? –Mika se giró poco a poco para dejar de darle la espalda, pero no le miró a la cara en ningún momento.

Shin tardó en contestar.

-Matarlos, supongo.

Mika tragó saliva, cerró los puños y se acercó a la puerta por la que había entrado el chico. Con la mano en el pomo, antes de abrirla, se detuvo.

-No entiendo cómo pueden ser tan estúpidos –dijo, dándole la espalda de nuevo. Shin esta vez miraba hacia delante–. Van a matarles y no hacen nada para impedirlo. ¿Es que no se dan cuenta de lo peligroso que es? ¿Por qué no hablan y punto? Luego vendrán los arrepentimientos cuando alguno de ellos muera, ¿y qué va a pasar? Se enfadarán más y querrán venganza. Y después habrá de nuevo otra pelea y morirá alguien más... Y será de nuevo culpa nuestra.

Shin se giró para mirarla. Estaba más tensa desde que habían secuestrado a los elegidos, y él imaginaba que era porque no quería luchar. Se hacía la dura, pero el chico sabía perfectamente que era la que peor lo estaba pasando. Ella y Labramon, que era quien aguantaba su mal humor.

-¿Vas tú? –Le preguntó.

-Qué remedio –soltó–. Si tú no eres capaz de hacerles hablar tendré que hacerlo yo.

Dicho lo dicho, salió de la sala sin cerrar la puerta. Shin se quedó mirando el lugar por el que había salido. No sabía lo que le estaba pasando por la cabeza a Mika, pero imaginaba que nada bueno. De repente notó movimiento debajo de la mesa y miró. Labramon salió en silencio y se acercó al chico, que se agachó despacio y le acarició la cabeza. Tenía el pelo largo e increíblemente suave, y expresión triste, como siempre desde que lo conocía.

-¿Tú tampoco entiendes nada, verdad?

---*---

Mika caminó con paso firme por los pasillos del castillo. Al igual que Shin, conocía casi a la perfección ese lugar, pues habían estado meses habitándolo. Mientras caminaba iba pasando cerca de decenas de digimons de toda clase. Digimons que, de haberlo querido, podían haberle matado en un abrir y cerrar de ojos, sin ninguna clase de esfuerzo. Pero ninguno lo hacía. Es más, la gran mayoría obedecía las órdenes que tanto ella como Shin les daban. Sabían que se podían rebelar y luchar en su contra. Y algo que, desde luego, no interesaba a El Gran Bando, era tener a los cinco niños elegidos luchando juntos.

La rubia entró en la sala donde se encontraban Tami, Jake y Nana. La primera reposaba en el suelo con las manos atadas a la espalda y el pelo tapándole la cara. Era la única de los tres que se había podido acostar, pero a costa de un precio demasiado grande. Durante varias horas, había estado recibiendo golpes de distintos digimons, con el objetivo único de que Jake confesara el paradero de Chika y el resto de personas que estuvieran con ella. Pero el plan hasta el momento no había funcionado. Una mirada tranquilizadora de Tami era suficiente para que Jake no dijera nada. Era como una especie de código que le aseguraba a Jake que Tami seguía bien, que todavía podía aguantar, que podía soportarlo un poco más. Por ello, Mika había llegado a la conclusión de que, hasta que Tami no estuviera en verdadero peligro de muerte, Jake no iba a hablar. Nana, por otro lado, se esforzaba por no ver ni escuchar lo que ocurría a su alrededor. Mika pensaba que, si fuera por ella, ya lo habría contado todo desde que la secuestraron, pero probablemente Jake estaba interfiriendo de algún modo en todo aquello. Tenía claro que era él quien mantenía a Nana estable para que no confesara.

Jake levantó la vista del suelo y se encontró con la mirada de Mika. Esta caminó despacio, rodeando a los dos chicos. Nana le miró los pies cuando pasó a su lado. Siempre procuraba no mirar a ninguno a la cara, probablemente para no asustarse más y no correr el riesgo de contarlo todo. Mika se detuvo en un punto intermedio entre ambos. El único que la miraba era Jake.

-¿Qué quieres ahora? –Le preguntó el chico– ¿No crees que han hecho suficiente por hoy? Déjenla descansar.

Mika miró de reojo a Tami, que seguía en la misma posición. Era posible que estuviera inconsciente, pero también pudiera ser que solo estuviera durmiendo.

-¿Quieres que le dejemos en paz? –Inquirió– Pues habla. Es así de simple.

Jake suspiró.

-No pienso hablar.

-Allá tú con tu conciencia, entonces. Si Tami muere será culpa tuya y de nadie más. Nosotros te hemos avisado y nos estamos cansando de insistir. No nos gusta tener que estar detrás de alguien para conseguir lo que queremos, ya sabes que solemos trabajar a la fuerza. Estamos haciendo una excepción porque son niños elegidos y punto. Pero tenemos un límite. No nos importa matarla si así conseguimos lo que queremos. Puedes llamarlo ambición, si quieres.

-¿Ambición? –Jake se sorprendió por el uso de ese término– ¿Ambición, dices? ¿Me estás diciendo que lo que ustedes hacen es tener "ambición"?

El rubio hizo una pausa, mirándola directamente a la cara con los ojos bien abiertos. Sin poder evitarlo, le salió una risa irónica y amarga. Mika se humedeció los labios.

-Venga ya –continuó–. No me hagas reír. ¿Llamas ambición a matar a alguien para conseguir algo? Puedes llamarlo asesinato, dictadura... es horrible, cobarde, espantoso, cruel, brutal, atroz, sanguinario, monstruoso, inhumano...

Con cada palabra, Jake se enfadaba más. Empezaba a sentir cómo su sangre hervía de furia. Utilizar una palabra tan simple para describir una brutalidad tan cruel le parecía el colmo. No podían llamar "ambición" a lo que le estaban haciendo a Tami. No podían. A Mika, por su parte, cada palabra le dolía más. Sentía como si Jake le clavara una aguja en el corazón cada vez que abría la boca. Cada palabra que había utilizado Jake era un adjetivo de lo que estaban haciendo. Ella era todo lo que había dicho Jake. Todas esas palabras, que no podían tener una connotación peor, describían a la perfección lo que ellos estaban haciendo, y ella lo sabía. Pero que se lo dijeran lo hacía más real y dolía más.

-Puedes llamarlo de mil maneras distintas –continuaba Jake–, pero nunca podrás llamarlo ambición.

-Cállate –le ordenó Mika.

-Malditos desalmados...

-He dicho que te calles.

Jake expiró el aire que había retenido mientras hablaba.

-¿Qué te pasa, Mika? –Le preguntó, de nuevo irónico– ¿Te duele que te digan la verdad? Vaya, así que ahora resulta que tienes sentimientos. Te da igual matar digimons a diestro y siniestro, no te importa torturar a quien sea para conseguir lo que quieres, pero cuando te recuerdan lo horrible que es todo lo que estás haciendo, te molesta.

-¡Que te calles! –Le gritó Mika.

Nana se sobresaltó por el grito. Estaba alerta. Sabía que lo que había hecho Jake iba a tener consecuencias y lo único que esperaba era que él fuera consciente de ello y que todo formara parte de algún plan del que ella no tenía constancia.

-IceDevimon –fue lo único que pronunció Mika justo antes de que el frío inundara la sala.

Nana le dio la mano a Jake. Justo delante de ella había aparecido un digimon con forma de diablo blanco, delgado y con piernas infinitas. No se dio cuenta del frío que hacía hasta que dejó de contener la respiración y salió vaho de su boca. De repente, IceDevimon extendió las alas y voló por encima de los dos muchachos para posicionarse entre estos y Tami. Mika se quedó a su lado, sin pestañear siquiera cuando el digimon le rozó.

-No quieren confesar –explicó Mika.

Esto fue suficiente para que IceDevimon se diera la vuelta y rodeara el tobillo de Tami con su enorme mano. Sin esfuerzo alguno, la levantó del suelo y quedó colgando, dejando una gotera de sangre que caía lentamente.

-Para, para –pidió Jake–. Mika, dile que pare.

Mika no se inmutó. IceDevimon sonrió justo antes de abrir la mano y dejar caer a Tami, que se golpeó la cabeza contra el suelo. Un gemido de dolor fue lo único que aseguró a los chicos que Tami estaba consciente.

-Tami... –Susurró el rubio.

El digimon cogió a la chica y la rodeó con ambos brazos. Tami estaba débil. Le costaba respirar con normalidad, mantenerse consciente y le pesaba todo el cuerpo, incluida la cabeza. Así, la apoyó en su hombro porque no le quedaba otro remedio. A pesar de estar abrazada al digimon, tenía frío y había empezado a tiritar. Sus labios se fueron tiñendo de morado poco a poco, y su piel comenzó a perder su color natural.

-¡Para ya! –Gritó Jake, revolviéndose en el suelo– Por favor, Mika, dile que le deje.

-Adelante, haz que pare–respondió Mika.

IceDevimon posó la mano derecha en la cara de Tami. Sus largos dedos rodeaban la cabeza de la niña, que no había abierto los ojos en todo ese tiempo. El digimon levitó varios centímetros en el aire, todo lo que el techo de la sala le permitía volar. Asimismo, bajó el brazo, aún con la mano en la cara de Tami, y, de nuevo, golpeó esta contra el suelo. Esta vez Tami no gimió, probablemente porque la mano de IceDevimon no se lo permitía. Lentamente, la chica alzó los brazos y apoyó las manos en el brazo del digimon.

Antes de que la chica pudiera relajarse, IceDevimon la deslizó por el suelo, impulsándola contra la pared y golpeándola de nuevo. Aún sonriendo, se acercó a ella y comenzó a darle golpes que tal vez para él no fueran demasiado fuertes, pero que para cualquier humano eran una tortura. Así, fue sumándole cardenales y cicatrices a las muchas que ya tenía la chica a causa de todos los golpes recibidos.

Jake había agachado la cabeza. Tenía los ojos y los puños cerrados, y las piernas encogidas, con la planta de los pies pegada al suelo. Decía cosas en voz baja, lo suficientemente alto como para escucharlo él y Nana, quien seguía pegada a su espalda. Esta había empezado a llorar en silencio al escuchar de nuevo los innumerables golpes que Tami estaba recibiendo por su culpa. También notaba el nerviosismo y la mala energía de Jake. Había intentado cogerle de la mano para saber qué estaba pasando, para que le dijera sin palabras que todo iba según lo planeado, que todo estaba yendo bien. Pero Jake no abría las manos. No se relajaba, no intentaba tranquilizarla de ningún modo. Parecía como si se hubiera olvidado de ella. Después de todo era normal, teniendo en cuenta la situación por la que estaban pasando. Mika, por su parte, tenía la mirada fija en el frío suelo de piedra. La tozudez de Jake le había llevado a llegar al extremo más brutal para conseguir que hablara. Al fin y al cabo, era eso o matarlos.

-Deja a Tami en paz... –Susurraba el chico– Déjala en paz. Suéltala.

-¿Qué dices, Jake? –Le preguntó Mika, que no conseguía oír lo que decía– Si vas a contar algo cuéntalo en voz alta o, de lo contrario, no tendrá validez ninguna lo que confieses.

-Que la dejes en paz.

Mika se acercó un poco más, irónica.

-¿Que qué?

Jake levantó la cabeza lentamente para mirarle a la cara.

-HE DICHO QUE LA SUELTES.

Su grito vino acompañado de un brillo repentino de su bolsillo que después se expandió por todo su cuerpo, provocando que Mika se alejara de golpe, sorprendida. IceDevimon miró rápidamente a la luz y soltó a Tami. De la misma forma, se llevó los brazos a la cara para protegerse de la potente luz que irradiaba el chico de doce años e hizo el amago de marcharse de la sala, pero un estruendo fuera de la misma le obligó a detenerse.

-¿Qué esta pas..? –Comenzó a decir Mika, siendo interrumpida por un furioso Cyberdramon que había tirado la puerta abajo.

Este no paraba de lanzar ataques por doquier, esquivando hábilmente a los tres chicos. En más de una ocasión le llegó un ataque a IceDevimon, que los intentaba esquivar con cierta dificultad. Varios digimons, entre los cuales se encontraba Labramon, observaban la escena desde el pasillo sin saber exactamente qué hacer. Si intervenían ahora era bastante probable que acabasen muertos, así que era mejor esperar a que Cyberdramon se cansase o a que Jake dejase de brillar. Por alguna extraña razón, la potente luz que salía del muchacho lo único que hacía era arrebatarles la energía, al contrario de lo que le pasaba a Cyberdramon, que parecía ser más fuerte con cada segundo que pasaba. Mika se había pegado a una de las esquinas de la sala, la más alejada de la puerta. Desde esa perspectiva podía ver perfectamente a Shin observando la escena desde el pasillo, sin siquiera inmutarse ante lo que estaba pasando. Cyberdramon entonces separó por fin a Jake y a Nana y los cogió a ambos, seguidos por Tami, que llevaba un rato inconsciente. Parecía que el compañero de Jake se hubiera vuelto loco por algún motivo que todos desconocían o que ni siquiera se habían parado a pensar. Jake estaba también alterado, a un nivel claramente inferior que el de Cyberdramon. Respiraba a gran velocidad y se sentía algo mareado, pero al mismo tiempo se encontraba mejor de lo que lo había estado en varios meses.

Cyberdramon, con la potente fuerza y energía que estaba irradiando, destruyó una de las paredes de la sala, provocando que todos los digimon se esparcieran para dejarles paso. Así, voló con los tres chicos en brazos y se dirigió directamente a las celdas. Allí se encontraba un llameante Coronamon, al que se le pusieron los ojos como platos en cuanto vio aparecer a Cyberdramon con Tami en brazos.    

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