Oportunidad 8
—¿Eres feliz?
En la última semana las cosas habían cambiado demasiado, tanto que a veces ni llegaba a reconocer mi propia vida.
Seguía siendo parte del colectivo escolar y los arreglos del concierto que iba a realizarse en dos meses estaban casi terminados. Me sorprendía todo lo que habíamos logrado hasta ahora.
A parte de eso, todo había cambiado. Me despertaba cada mañana y al pasar por la cocina veía a mi hermano desayunando con su familia, existía ese amor y esa felicidad que tanto Elisa buscaba de nuevo; ella sentía que lo había perdido por completo.
Cuando no estaba realizando mis tareas del colectivo, me encontraba con Nate charlando de cualquier tema que se nos ocurría, y es que ya no me imaginaba pasar un día sin él.
Todo estaba tranquilo, en paz, feliz....como deseaba desde hace un tiempo.
Así que cuando Elisa se sentó a mi lado en la cama de mi habitación, aunque me haya tomado por sorpresa dicha pregunta, le respondí sin pensarlo.
—Sí, soy feliz.
Ambas sonreímos, porque las dos nos sentíamos así. Pero también ambas teníamos miedo en nuestra mirada al sonreír. Nos asustaba el hecho de que todo iba bien, de que nuestros sueños se estaban cumpliendo y teníamos personas que nos querían a nuestro lado. Nos asustaba que de pronto todo haya sido un sueño y que ya sea hora de despertar.
Y yo quería olvidarme de ese miedo, sabía que si en algún momento todo lo que estaba viviendo últimamente era falso, tan solo iría en busca de esa felicidad. Pero Elisa necesitaba un ancla, alguien que le dijera que todo estaba bien y que lo que estaba viviendo era muy real; así que la tomo de las manos y le digo:
—Somos felices y nadie nos va a arrebatar esa felicidad.
La sonrisa de Elisa se hace más grande, resplandeciente; lo cual me hace más feliz a mí. Ella era como una hermana mayor para mí, y verla así no tenía precio.
—¿Como conociste a mi hermano?— de repente tengo esa curiosidad y no dudo en preguntarle.
Elisa comienza a reír sin control como si mis palabras le hicieran gracia, y yo arrugo el rostro con total confusión sin entender el porqué de su reacción.
—Nos conocimos en una fiesta hace seis años. Era nuestro primer año de universidad y habían fiestas en las fraternidades todos los sábados; las personas que no iban eran obligadas a participar, así que esas fiestas siempre estaban llenas— se encoge de hombros con mirada nostálgica—. Supongo que de un modo u otro estábamos destinados a conocernos, por muy cliché que suene.
—¿Entonces el comienzo de ustedes fue una noche loca de una fiesta? ¿Quién lo iba a pensar?— río de tan solo imaginar a la buena estudiante que ella era siendo una chica que no pensara en las consecuencias, simplemente no encajaba.
—¡No, no fue de ese modo tampoco!— le siguen más carcajadas—. Unas amigas me obligaron a ir una vez a esas fiestas y jugamos a ese estúpido juego de Verdad o reto, Daniel se encontraba ahí y jugamos juntos; así fue como nos conocimos.
— Debió hacer sido épico.— le digo sin saber qué responderle.
—Lo fue. ¿Quién iba a pensar que fue el inicio de algo tan duradero?— dice para sí misma, por lo que no me molesto en responder a esa pregunta.
—Tal vez deberías de agradecer a esas amigas. Si no hubiera sido por ellas no estuvieras con Daniel y mucho menos, a Emilio. — le digo con intenciones de cerrar el tema.
—Ya les di las gracias, son las madrinas de mi hijo así que no encuentro mejor modo de agradecerles.
Seguimos riendo. Puede que sin razón, pero nos sentíamos felices y eso ya era razón suficiente. Las cosas iban a mejor y reír era algo que no hicimos durante mucho tiempo, necesitábamos esa sensación de felicidad.
Mi teléfono suena con la notificación de un mensaje y al ver de quién se trata una enorme sonrisa se dibuja en mi cara.
—Creo que eso es señal de que me tengo que ir, así que...nos vemos luego— dice Elisa dirigiéndose a la puerta—. Ah, ¿Sofía? Si nos arrebatan la felicidad, iremos en busca de ella— se detiene para decirme esto refiriéndose a mis últimas palabras sobre nuestra felicidad, y luego se marcha cerrando la puerta detrás de sí.
Mi octava oportunidad está en camino.
Tal vez no sea lo que esperes, pero quiero que conozcas otro pedacito de mí.
El chico de las oportunidades.
Definitivamente amaba la firma de Nate.
༺ॐ8ॐ༻
Cuando decía que estaba en camino, hablaba en serio.
Una hora después de haberme enviado aquel mensaje estacionó su auto en la entrada de mi casa. Yo no lo esperaba tan pronto, así que tuvo que jugar con Emilio mientras yo me arreglaba. Pero al parecer eso no era un sacrificio para él; al contrario, disfrutaba de los carritos de juguetes más que el propio Emilio.
Verlo con esa sonrisa inocente mientras jugaba a las carreras con el pequeño no tenía precio, me confirmaba que él era la razón de mi felicidad.
Ahora nos encontrábamos frente a un edificio alto, no tenía tantas plantas ya que en este pequeño pueblo no era tan necesario, pero cada uno de sus pisos tenía grandes ventanales y el color blanco predominaba en las paredes exteriores del sitio.
Me encontraba sin palabras, no entendía qué hacíamos aquí y mucho menos cuál era la intención de Nate. Aunque, siendo sincera, con lo nerd que es no me sorprendería que viniesemos a investigar o algo así.
Lo miraba con el ceño fruncido y los labios casi formaban una "O", mostrando confusión y asombro a la vez si fuera posible. No entendía qué hacíamos en "April Town Hospital".
—Te dije que quería que conocieras una parte de mí— me dice respondiendo todas las interrogantes que se estaban formando en mi cabeza—, y pues, aquí está una parte muy importante de mí.
Miro hacia el hospital con curiosidad, me quiere mostrar algo importante para mostrarle que confía en mí y eso lo valoro; pero también tengo miedo, o puede que sea dolor.
La última vez que estuve en este edificio fue cuando mi padre murió debido al cáncer. Fue encontrado en una etapa avanzada y los tratamientos no hacían ninguna mejora, llegó un punto en el que los médicos simplemente lo dejaban morir.
No sé si me sienta lista de nuevo para entrar a este lugar, pero con Nate agarrándome de la mano dándome fuerzas sin saber qué es lo que me sucede logro salir de auto y entrar a su lado.
Tal vez sea el hecho de que estoy con él sirviendo de ancla, pero cuando veo los largos pasillos y las batas de enfermeros no me hundo, solo sigo caminando como si eso no me afectara.
Caminamos varios pasillos hasta llegar a un área llena de diseños de época. Este hospital era conocido por los diseños que habían en cada salón; si estabas en el área infantil los colores pasteles y juguetes no iba a faltar, mientras que si estabas en el área de ancianos los dibujos de época siempre iban a estar presente en cada pared.
Esta área siempre ha estado al final del pasillo, por lo que en el tiempo que estuve visitando este lugar nunca llegué a ver el salón de los ancianos. Bandas de los ochenta y los modelos de esos tiempos estaban en las pancartas de las paredes y los radios de esa década se escuchaba de fondo con las espléndidas canciones de esos años. Lo más emocionante de todo, es que podías ver a los ancianos más estables bailando juntos esas canciones.
No les importaba la edad o la enfermedad por la que estén pasando, ellos bailaban y disfrutaban de la vida como si nada; si tan solo todos viviéramos de ese modo todo sería mejor.
Miro a Nate dejando que mi rostro refleje todas las interrogantes que tengo en mente. ¿Qué hacemos aquí? ¿A quien vinimos a ver? ¿Qué tan importante es lo que me quiere mostrar?
Mientras tanto Nate solo me sonríe y sigue viendo el espectáculo de aquellos viejitos bailando hasta que termina la canción y cada cual se dirige a su camilla. Luego él comienza a caminar, y yo lo sigo, hasta el final de ese salón que es a donde se está dirigiendo una de las señoras que bailaba.
La señora en cuestión es bastante bajita y su pelo, el cual es blanco por completo, está organizado en un moño algo sostificado. No sé cómo lo hace esta mujer, pero hasta con la bata del hospital se ve demasiado elegante.
—Abuela. — le llama Nate respondiendo mi pregunta mental de quién era ella.
Ella se da la vuelta y al ver a su nieto aparece en su rostro la sonrisa más resplandeciente que podrías ver. Ya veo de dónde saco Nate una sonrisa tan linda.
—Mi pequeño. — dice su abuela para luego acercarse y abrazarlo. Es algo gracioso que le diga pequeño cuando él es el doble de ella, pero me olvido de eso cuando los veo abrazarse con tanto amor.
Se siente como si ellos fueran el ancla del otro y con ese abrazo evitaran hundirse.
—Y ya, que si sigo abrazándote empezaré a llorar— cuando se separa de Nate es que nota mi presencia y me mira con total sorpresa en el rostro—. ¿Y quién es esta señorita tan bonita?
—Una amiga, abuela— le responde Nate. Y quisiera contradecirle, y responderle a la abuela que soy su novia y no pienso separarme de él nunca, pero me trago las palabras con un sabor amargo. No estoy lista aún.
—¡Con que una amiga!— exclama la anciana con burla—. Ven, vamos a sentarnos— me dice tomando mi mano y dirigiéndome hacia la silla que se encuentra al lado de su camilla—. ¿Como te llamas, querida?
—Mi nombre es Sofía, señora— le respondo bajo su atenta mirada.
—Bonito nombre, y llámame Estela; eso de señora me hace sentirme vieja.— dice tocándose el cabello.
—Abuela...— susurra Nate tapándose el rostro con las dos manos, avergonzado.
Las dos nos reímos de su reacción y ella me vuelve a mirar, la sonrisa que tiene en el rostro me hace pensar que ella sabe algo que nosotros no y eso me intriga.
—No le hagas caso a ese pequeñajo y háblame de ti— se olvida de Nate y me da toda su atención. Nos pasamos mucho rato hablando de datos entre nosotras, conociéndonos; y Nate se rinde de las locuras de su abuela y se sienta a mi lado en otra silla.
Su abuela es divertida y muy positiva teniendo en cuenta que el maldito cáncer se está robando su vitalidad cada día. Me cuenta sobre cómo fueron los años de infancia de Nate haciéndome reír con cada anécdota y le pide a su nieto que otro día traiga los álbumes de fotos para seguirme contando otras historias.
Ella me hace sentirme como parte de la familia y tiene ese tipo de personalidad que te hace querer volver a verla, por lo que al acabar la hora de visitas le prometo venir otro día.
— Aquí te estaré esperando, querida.— me respondió mientras se arreglaba el cabello y me miró por última vez con una sonrisa.
Al salir, nos dirigimos al auto y antes de entrar miro a Nate con la mejor de mis sonrisas. Él nota mi mirada y frunce el ceño.
—¿Sucede algo?— pregunta.
—Gracias.
—¿Por qué?— en su rostro se refleja una completa confusión.
—Por confiar en mí con algo tan importante— me encojo de hombros restándole importancia, y sin dudarlo le prometo:— Algún día confiaré en ti algo de este tipo.
Entramos al auto sin volver a decirnos algo más, dejando cerrado el tema. Y sé que ese tipo de promesa la cumpliré algún día, cuando sienta que podré contarle sobre mis sentimientos.
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