3. Angustia
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ANGUSTIA
Jugó nerviosa con sus manos porque no sabía que decir, todos querían respuestas, pero nadie las tenía. El edificio estaba hecho un alboroto y por más que quería ordenar sus ideas, el miedo y la angustia la paralizaron, esas emociones tan poderosas y devastadoras la mantuvieron de pie en medio de la oficina escuchando los murmullos de sus colegas.
La mañana anterior se había levantado con la esperanza de encontrar a su mejor amigo sano y a salvo. No lo llamó, tampoco le envió un mensaje, ya que una parte de ella no quería comprobar lo que ya sabía. El comportamiento de Salvador era inusual, él siempre devolvía las llamadas, jamás se separaba de su celular, para él era indispensable estar comunicado todos los días, le pareció raro no haber sabido nada de él desde esa noche, solo suplicaba por su salud y bienestar.
Trató de restarle importancia a sus miedos y aquella mañana se alistó rápido para llegar puntual a su trabajo; de alguna manera, quería tranquilizar esa ansiedad que no la dejaba respirar. Manejó rozando el límite de velocidad permitido y se hizo paso entre los numerosos automóviles que iban y venían. La lluvia cubría su parabrisas y la neblina dificultaba el camino por recorrer, apenas podía ver las tres luces del semáforo cuando se detenía; la ciudad se había sumergido en una nube gris, sin embargo Valentina seguía manejando, lo único que quería era llegar a trabajar.
Entró al edificio sin saludar a nadie y abrió de golpe la puerta de su oficina. Creyó verlo sentado, pero solo había sido un engaño de sus ojos. Miró a ambos lados y se permitió soltar un grito de frustración. Dejó caer sus cosas al suelo y se secó el sudor de las manos ¿Por qué se sentía tan preocupada?
Salió y encontró cerca de la oficina a la empleada de limpieza de turno, Valentina conocía a todo el personal de la editorial, por lo que se le hizo fácil acercarse a ella con total confianza.
—Disculpe, no la quiero incomodar, pero por casualidad ¿Ha visto llegar a un hombre joven, alto, trigueño y de cabello negro? Siempre usa un abrigo verde oscuro.
—No, lo siento.
—¿Soy la primera en llegar?
Valentina le preguntó dudosa, mirando a su alrededor y observando discretamente la oficina principal del piso.
—No, algunos directivos llegaron antes que usted. Están en una reunión. — le contestó la desconocida.
La joven asintió poco convencida y se dio media vuelta, pero antes de dar un paso se volvió a la mujer con una sonrisa cálida.
—Nunca la había visto ¿es usted nueva?
La mujer se mostró reacia a darle su nombre, Valentina creyó que su comportamiento era porque desconfiaba de ella y no porque ocultaba algo, así que dejó pasar la reacción de la mujer y prefirió no molestarla más.
—Mi nombre es Valentina Molina y si necesita algo sabe donde encontrarme —le señaló discretamente la oficina donde trabajaba.
—Por supuesto, señorita, gracias.
Otra vez, Valentina notó el nerviosismo de la señora, la joven regresó a su oficina pensativa, llevando consigo un mal presentimiento, de repente se sobresaltó cuando alguien tocó la puerta, Samuel entró con muchos papeles para ella, Valentina al verlo trató de sonreírle, pero no funcionó, la desilusión que la embargaba era más fuerte que su alegría por ver a su jefe.
—¿Te sientes bien? —le preguntó Samuel al ver su rostro demacrado.
—Sí, no he dormido bien, eso es todo —se alejó de él incomoda, no quería tener contacto visual con nadie, solo quería estar sola.
—¿Estás segura? Puedes decirle a Salvador que se encargue de todo.
—No sería justo. —lo corrigió cansada.
—¿Todavía no llega? —le preguntó Samuel vislumbrando su cara.
—No, seguro debe tener licencia. Hoy saldré temprano e iré a su casa, debe estar enfermo u ocupado con otro proyecto. No encuentro otra explicación, difícilmente falta.
—Valentina... —se acercó a ella dejando lo papeles sobre el escritorio —... el director también está preguntando por él.
—¿Qué? ¡¿Entonces por qué me preguntas por él?!
—Porque pensé que ya se había comunicado contigo. No sabemos nada de Salvador desde hace dos días.
—¡Yo tampoco! Tu eres el jefe del área ¡Deberías saberlo!
—Lo he llamado tantas veces como tú, hoy me preguntaron por él y no supe qué decir.
A Valentina le empezaron a temblar las manos, su mente empezó a trabajar mil por hora para encontrar una respuesta coherente a lo que estaba pasando. El edificio se fue llenando así como su piso y las impresoras de los diferentes cubículos pronto estuvieron sonando sin descanso. La niebla había dejado de cubrir la ciudad y los rayos del sol irradiaban un incómodo calor sobre todos. Valentina observó cómo todo cobraba vida, se movía y seguía su curso; sintió sin querer el poder del tiempo sobre sus hombros y se derrumbó ahí mismo con los ojos llorosos.
—Sé que algo malo le ha pasado, Samuel, lo presiento —le dijo abatida.
—Las intuiciones no son buenas. —le respondió desinteresado.
—¿Tú crees?
—Tú sabes muy bien que no creo en esas cosas.
El celular de Samuel sonó distrayéndolo, no quería alejarse de ella ahora que la tenía tan cerca, pero irremediablemente tuvo que contestar esa llamada. Cuando acabó, la observó pensativa mirando la ventana que daba a los pequeños cubículos. Como las cortinas era enrollables, nadie podía ver lo que pasaba adentro, aquello les garantizaba más privacidad y tranquilidad.
—El director nos quiere ver, Valentina —los ojos de la mujer ya no estaban hinchados ni llorosos, solo preocupados. Su seriedad lo lastimaba, no soportaba verla taciturna. Valentina, la criatura más bella que había conocido en su vida, era alguien diferente sin la alegría que la caracterizaba —. Entiendo que te parezca difícil, pero yo quiero creer que Salvador está bien, supongo que tú también piensas igual que yo.
—Sí, solo que...
—Solo dile al director lo que sabes, él sabrá si llamar a la policía o esperar más tiempo.
—¿Llamar a la policía? —la voz de Valentina se quebró en un vago intento de sonar sarcástica.
—Solo vamos, Valentina, por favor.
Valentina corrió y abrió la puerta decidida, salió tan rápido que Samuel tuvo que pensarlo dos veces antes de ir tras ella. Cuando ambos se presentaron ante el director, éste les preguntó por Salvador, a lo que Valentina negó conocer su ubicación.
—Solo sé que no contesta mis llamadas, ni ha venido a trabajar. Hoy quería ir a su casa porque puede que esté enfermo...
—Valentina, escucha —el director quien era el hombre de más edad en la sección, la tranquilizó para hacerle entender que si Salvador no estaba en su casa ni había asistido al trabajo, era porque estaba desaparecido —, intenta comunicarte con él hasta mañana, si no hay respuesta, daremos parte a la policía, nosotros también trataremos de comunicarnos con él.
Valentina tragó sus lágrimas y aceptó la condición, ya estando fuera del despacho del director, cuando corrió hacia el estacionamiento sin dar explicación. Samuel quiso ir tras ella, pero se detuvo a medio camino, sintiéndose miserable de repente por su consciencia.
A los minutos, Valentina ya estaba saliendo de la editorial en su automóvil blanco. No pensó en otra cosa que llegar a la casa de Salvador y encontrarlo ahí, sonriente. Lloró de miedo durante el trayecto, nunca había pasado por algo similar, jamás había sentido tanto miedo por alguien. Estacionó apenas llegó al conjunto de departamentos donde vivía su mejor amigo y subió las escaleras de emergencias despavorida porque el ascensor estaba malogrado. No escatimó en esfuerzo, todo lo hacía por encontrarlo ahí, por lo que cuando tocó por más de cuatro horas la puerta de la vivienda de Salvador, salió desconcertada del edificio y ya en su auto, recurrió a la única opción que le quedaba...
—¿Señora Kapoor? —habló temblorosa cogiendo fuertemente su celular —. Soy Valentina, es un gusto escuchar su voz de nuevo —mantuvo su llanto y se concentró en preguntarle lo que debía.
—¿Valentina? Hace tiempo que no escucho tu voz, el gusto es mío ¿te encuentras bien? —le preguntó la mamá de Salvador.
—No lo sé —de inmediato se recriminó por decirle eso —debe ser el clima, estoy un poco agripada, eso es todo. —le dijo rectificándose.
—¡Oh, ya entiendo! ¿Te acuerdas cuando te hacía ese jarabe casero, entonces? Te mandaré uno este fin de semana para que te mejores.
—Gracias, señora, pero no la llamaba para eso... —Valentina sonrió débilmente detrás de la línea —... yo... yo quería saber si Salvador estaba con ustedes.
—No, no lo está —el tono de la señora Kapoor se elevó en señal de alerta —¿Tú no sabes dónde está mi hijo?
—Sí, solo que... pensaba que había viajado. Él me dijo que esta semana los iba a visitar.
—¡Qué bueno! No sabíamos eso, cuando venga le haremos su comida favorita y le contaremos...
—Señora, tengo que cortar, me están llamado de la oficina —la voz de la madre de Salvador se fue apagando apenas la escuchó, la señora sin decir nada más se despidió amorosamente, sin saber los verdaderos motivos de Valentina.
La castaña aventó su celular y rompió en llanto, su pecho se sentía tan oprimido que le costaba respirar, la desesperación, esa maldita sensación la estaba enloqueciendo cada vez más. Salvador no daba muestra de que estuviera vivo, él había desaparecido, se había esfumado y su mejor amiga, su casi hermana, no sabía que le había pasado. Se dejó caer sobre el asiento y se negó a aceptar la realidad.
No supo cuánto tiempo pasó, pero ya era de mañana. Pronto los dueños de esos carros estacionados a su alrededor se irían a trabajar, no era necesario esperar mucho para darse cuenta que ya casi todos estaban desayunando y ella seguía aun ahí, con los manos sobre el timón y con la cara desfigurada por el dolor. Decidió irse antes de que alguien la viera y se dirigió de frente a la editorial. Su mente y su cuerpo nunca se habían sentido tan exhaustos hasta ese momento.
Al llegar, el director la mandó a llamar. Sentada frene a él, le explicó y suplicó, usando todos los medios posibles, esperar más días, sin embargo el director no entendió de razones y optando por lo más sensato, decidió darle parte a las autoridades ignorando las suplicas de la joven.
—Quizás haya viajado, debe estar cubriendo un evento muy importante... —Valentina, en su vehemencia, trató de detener lo que ya no podía.
—Valentina, mírame —le pidió el director —si lo estuviera haciendo, yo lo sabría.
—¡Él no está desaparecido! ¡No lo está!
—Nosotros sabemos que si lo está, Valentina. —le habló Samuel —. Acordamos que si no nos comunicábamos con él hasta hoy, tendríamos que hacer esto.
—Es verdad, pero... —Valentina resopló para no llorar más —... todavía no puedo creer que esto esté pasando.
Ambos hombres la miraron impacientes y negaron tristes por la decisión que iban a tomar.
—Samuel, llama a los directivos y jefes de área, yo llamaré a la policía. —le ordenó el director.
Valentina aguantó las inmensas ganas de salir corriendo de ahí. Parada en medio de la oficina, juró mentalmente encontrar a su mejor amigo. Las voces que escuchaba no provenían de su cabeza, sino del exterior, todos sus colegas se habían enterado de la desaparición de Salvador. Caos fue lo que prosiguió. El tiempo se detuvo y una vez más, se vio afectada por la presión y la ausencia.
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