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2. Aparente normalidad


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APARENTE NORMALIDAD


Saludó alegre a sus colegas de trabajo y se dirigió apurada a la oficina de Salvador para empezar su día laboral llena de energía. Valentina era la persona más inteligente, astuta y directa, que alguien podría conocer en su vida. Trataba a todos con mucho respeto y su sentido del humor la hacía agradable a la mirada de propios y extraños, sus ojos expresivos y cálidos la hacían merecedora de un sinfín de elogios, su delicada silueta era símbolo de elegancia y feminidad, el cabello castaño que presumía era su mayor orgullo a lo que atractivo físico se refería, a veces pecaba de vanidosa, pero a nadie le importaba porque era sencillamente hermosa. De fácil sonrisa y gráciles movimientos, tenía a todos bajo sus pies. Considerada por sus colegas como la mujer más atractiva e inteligente de la editorial, Valentina no se dejaba engañar por nadie y eran esas mismas características la que la hacían inalcanzable.

Con el café en la mano, llegó sonriente a la oficina de su mejor amigo, pero la sonrisa se borró de su rostro al no encontrarlo en el lugar, no le gustaba la impuntualidad, no era para nada tolerante con los tardones y quizás, ese era su mayor defecto. Le parecía extraño que Salvador no hubiera llegado a tiempo, pues algo que compartían en común y que no había cambiado con los años, era ser madrugadores natos. Marcó el número de su celular por primera vez en el día, pero el buzón de voz le contestó; estaba desconcertada, seguro debía estar enfermo o en el baño para no poder contestar. Trató de no incomodarlo y lo esperó. Avanzó sus labores pues tenía que escribir muchas columnas para el artículo del día siguiente. Cuando la hora del almuerzo llegó, Valentina no se fijó que sus colegas salían en grupo hacia el comedor. El jefe del área de "Noticias Internacionales", intrigado, se aproximó a ella temeroso.

—Es hora del almuerzo Valentina ¿No piensas comer?

—¿Y crees que podría hacerlo con todo lo que tengo que escribir? Salvador me ha dejado sola en esto.

—No creo que se ausente demasiado, justo te iba a preguntar por él.

—Pensé que sabías donde estaba —lo observó alerta, todo le parecía muy extraño. Salvador era un hombre muy responsable, jamás faltaba a su trabajo.

—Seguro le pidió permiso al director de sección porque a mí no me ha comunicado nada.

—Lo he llamado a su celular y no responde. —le confesó con un extraño sabor en la boca. La joven no se percataba de la desilusión que sentía su jefe al verla tan preocupada por su amigo.

—Deberías salir a comer —zanjó el tema para no presenciar más la preocupación de ella por él. En algunas ocasiones, le molestaba no ser Salvador —. Estoy seguro que solo se ha retrasado un poco —después de eso, abandonó la oficina en un segundo, y cerrando la puerta despacio, se marchó frustrado.

Valentina se rehusó a salir y terminó todo lo que tenía que hacer hasta altas horas de la noche. No habló con nadie, no salió para descansar o tomar café. Cuando tenía que ser responsable con su profesión se tomaba en serio sus investigaciones, columnas y blogs. Era imparable. Por esa razón compenetraba tan bien con Salvador, la perseverancia de ambos y sus elocuentes ideas, los hacían los más cotizados del medio.

Ya cansada, apagó la computadora que tenía al frente y tomando su taza de café—la misma que había traído consigo en la mañana—cerró sus ojos agotada. Le dolía demasiado la cabeza, estaba consciente del sobreesfuerzo que realizaba, pero no le importó porque le satisfacía llevarse al límite cuando podía. Era una adicta al trabajo, le gustaba serlo, y no se avergonzaba por ello.

Agarró las llaves de su auto y ordenó un poco el desorden del escritorio. Salió del despacho y caminó por los cubículos vacíos del piso, algunos de sus colegas tecleaban por el lugar, pero no eran muchos. Su vista se posó sobre su jefe quien también se despedía de los pocos compañeros que quedaban laborando esa noche. Ambos se sonrieron y acompañaron en silencio hacia el estacionamiento. Valentina solo le hablaba lo necesario, no porque fuera amargada, sino porque tenía su mente ocupada en otras cosas. Sabía que era un buen hombre, siempre se portaba amablemente con las personas y además, tenía ese algo que lo hacía atractivo. Sospechaba que sentía algo por ella, no era tonta, las numerosas consideraciones lo delataban, sin embargo prefería estar sola, por lo que deseaba que él no albergara falsas esperanzas.

—El viernes es el aniversario de "Sociales", lo van a celebrar a lo grande.

—¿De verdad? No pensé lo contrario. Ellos siempre han sido muy pretenciosos con sus reuniones. —Valentina no quiso ser cortante con él, pero sus palabras no eran muy delicadas a la medianoche. Quería llegar a su automóvil y manejar directo a su departamento para descansar.

—Como verás me invitaron, otra vez...

—¿No se cansan, cierto? —le preguntó irónica.

—Nunca lo harán, piensan que por hablar de farándula son mejores. Aun así, no quiero ir solo y tú eres la compañía ideal para una fiesta así.

Valentina relamió sus labios y se sinceró con él. No quería comprometerse con alguien a quien apreciaba. Esa insinuación se podría traducir de mil y un formas y aun así, no dejaría de ser una invitación para salir.

—Me encantaría ir, pero tengo mucho trabajo por hacer. Salvador ya ha hecho su parte y me avergüenza no acabar con la mía. Todas las noches trabajo en esto. Es una pena, pero no te podré acompañar. —le dijo la verdad, cada palabra estaba cargada de pura sinceridad.

—Distráete esa noche conmigo, no es bueno ser tan obsesiva con el trabajo.

—¿Obsesiva? —le preguntó incómoda —. En lo absoluto, solo debo terminar con lo que he comenzado. Lo siento mucho, Samuel.

Se despidió con un leve asentimiento de cabeza y entró a su carro. Manejó sin remordimientos, curiosamente no se sentía mal por dejarlo plantando. Estaba haciendo lo correcto, Valentina apreciaba a Samuel como una colega aprecia a su jefe, pero no estaba interesada en comenzar una relación amorosa y luego, casarse; sus horizontes eran más amplios que eso.

Estacionó su carro en el espacio que le correspondía y tomó el ascensor para subir a su departamento. Caminó sola por el pasillo alfombrado hasta llegar a la puerta de su domicilio. Necesitaba una ducha, sentía cada parte de su cuerpo contraída, esperaba que sus músculos se relajaran en agua tibia y con un poco de música. Cuando revisó su celular, se acordó de Salvador. Marcó su número y lo llamó esperanzada de que le contestara, no obstante lo único que escuchó fue el buzón de voz. Revisó su última conexión en Messenger y fue inaudito lo que encontró: Salvador no se había conectado desde hacía un día. Valentina entendió que sería inútil escribirle, por lo que su ansiedad reprimida la llevó a llamar a los pocos amigos que tenían en común. Todo el mundo le decía que no habían visto a Salvador desde hacía días y que no tenían idea de donde estaba. Valentina se disculpaba con ellos poniendo de por medio alguna excusa y colgaba. No quería recurrir a los padres de él, seguramente se preocuparían si los fuera a llamar preguntándoles por el paradero de su hijo. Procuró calmarse, tanta tensión la tenía muy sensible, Salvador estaba bien, quizás enfermo, eso quiso creer.

—¿Por qué no contestas Salvador? —suspiró abatida. Tenía un mal presentimiento, el mismo que tuvo cuando se despidió de su mejor amigo la noche anterior — ¿Dónde estás?

Se dirigió a la cocina para tomar agua, haber estado trabajando sin reparo, la tenía deshidratada. Se fijó en un bulto escondido cerca de la refrigeradora, Valentina no sabía lo que era hasta que lo vio: era la mochila de Salvador. Extrañada, levantó el objeto con cariño y lo dejó encima del sofá de su sala. Se le ocurrió que estaría de viaje, tal vez cubriendo algún evento importante a pedido del director de sección. Desestimó que estuviera enfermo, para su bienestar mental, supuso que lo vería a la mañana siguiente.

Se duchó y se fue a dormir con ese pensamiento, apagó la luz un poco temerosa y se recostó con la intención de dormir; no obstante, su mente daba vueltas, sus manos sudaban y no podía detener el angustiante palpitar de su corazón. 


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