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capítulo | 03

—¡BUENOS DÍAS, MAESTRO LIBERIO! ¡La cantina!

—Enseguida voy, Chuchito. Perdóneme un momento, Diego —dijo Liberio.

Diego ladeo la cabeza y miro al cantinero.

Chuchito era un muchacho de doce o trece años. De cara simpática y ojos luminosos de mirada inteligente y buena cara. Era trigueño bastante quemado por el sol. Tenía mal puesto en la cabeza algo que fue un sombrerito y del que ya solo quedaban de el unos yareyes destejidos en el borde y un hueco en la parte alta. Andaba sin camisa; y los pantalones, cortos, a la rodilla, estaban deshilachados en los bajos. Sus pies descalzos mostraban los dedos abiertos, con las palabras anchas por andar descalzo siempre.

Diego lo miro con lastima y pensó <<Chuchito es la viva estampa de la miseria y la injusticia humana. ¡Que, en nuestro Mundo, un Mundo como este, haya criaturas viviendo de modo tan lastimoso! Un mundo de panoramas bellísimos, esplendidos en el ar, las montañas, los bosques y los llanos. Rico en las aguas y en la Tierra ¡y que existan niños desamparados como este! Que haya hombres esclavizados por otros hombres y gentes que mueran de hambre o de frio por falta de calor o de abrigo, es una injusticia demoniaca que algún día tendrá, tiene que tener su fin. ¡Fin glorioso para orgullo y alegría de todos aquellos habitantes de nuestra Tierra que tengan corazón humano!>>

Diego se puso de pie, reloj en mano, y exclamo— ¡Caramba las doce y cuarto!

—No se vaya mi amigo y almorzaremos juntos. La comida es buena y abundante.

—Le agradezco su invitación, amigo Liberio, pero tengo que irme ahora mismo. Es casi seguro que un campesino este ya en "La Ferrolana" esperando por mi llegada. Él quiere venderme algunas reses y yo tendré que indicarle como se puede ir a "Los Corojos." Y que allá trate con Agustín, el administrador de la finca. ¿Cuándo podrá usted, amigo Liberio, continuar narrándome la triste y apasionante historia que tanto me interesa seguir oyendo?

Uste puede venir, si tiene tiempo, amigo Diego, hoy mismo. Y no le dé pena por mi trabajo ¡ya le contare después porque no me hace falta ganar dinero y que si trabajo es por la costumbre y para entretenerme.

Diego volvió a visitar a Liberio el mismo día por la tarde.

—¿Dónde quedamos, Liberio, por donde íbamos cuando llago el cantinero?

—Me parece, Diego, que dejamos a Tomas roncando debajo de un matojo...

Alla, en "La Hacienda" el Mayoral anduvo de un lugar para otra pendiente del trabajo de los esclavos en lo que empleo mucho más de dos horas desde que dejo entrar a Tomas a la Oficina. Y ahora, que ya salió de esos trajines, despreocupadamente se dirigió a ella. Le extraño mucho ver en el suelo la tranca de Tomas.

Entonces se dijo con sonrisa— Sinvergüenza y mentiroso negro. No estaba cojo. ¡Vamos a ver que cara pone cuando se la enseñe! —dijo hablando solo y se inclinó para cogerla. Ni siquiera la toco, porque quedo horrorizado al ver que el palo estaba manchado de sangre.

Allí mismo dejo la tranca y se fue, presa de terrible sospecha, para el caserón donde en una parte de él estaba la Oficina. La puerta de ella estaba cerrada. Pino dio tres golpecitos por no molestar al amo y espero. Volvió a tocar con más fuerza. Nadie respondió a sus toques.

Dio manotazos con los dos manos ¡nada! Entonces se alejó un poco de la puerta, levanto la pierna derecha y, con el pie calzado por su pesada bota, dio un fuerte golpe. Las dos hojas de la puerta se abrieron con estrepito al chocar en la pared. Cuando vio a don Valeriano tendido en el piso corrió hacia él. Con la boca abierta, aturdido y espantado quedo mirando el cadáver. La cabeza rota, la cara rota, la nariz rota, la boca sin labios ni dientes.

—¡Fue el, fue el, fue Toma! "El Negro" ¡Maldito negro! —dijo a gritos.

Corrió azorando y ya fuera de la Oficina se detuvo al pie del horcón que sostenía la campana y, seguida y nerviosamente comenzó a golpearla moviendo a tirones el cordelito del badajo. Los esclavos, alarmados al oirá el seguido repiqueteo, corrieron para donde estaba la campana creyendo que había fuego. Todos, hombres, mujeres y niños quedaron parados frente a ella. Pino, el Mayoral, seguida tirando y aflojando el cordelito. Hilario Fonseca, el Segundo del Mayoral, se le acerco.

—¿Qué sucede, Jefe? —le pregunto.

—Cosa mala, Hilario, muy mala. Un crimen, un asesinato. ¡Han matado al amo!

—¿Cómo, Mayoral? ¿Quién fue?

—Tomas "El Negro" —respondió Pino— Ve, Hilario, y trae para acá al "Gato Echevarría" y a "La Dama." Que cada uno traiga su escopeta de dos cañones y unos cuantos cartuchos. Que traigan también a los dos perros. "Nerón" y "Verdugo." Y te das prisa, Hilario. El asesino debe de estar cerca todavía.

Hilario fue a cumplir la orden del Jefe. Entonces este hablo a los esclavos— Si Tomas está ahí, entre ustedes, que se acerque aquí enseguida. ¡Vamos, Tomas, ven! Bueno ¿está entre ustedes o no? ¿Qué carijo pasa? ¿No van a contestarme> Tu, Juan Francisco, ¿no has visto a Tomas?

—¡No señor, mi Mayoral, aquí no esta el!

—Y entonces —dijo furioso Pino— ¿Dónde carijo está?

—No lo sé, mi Mayoral. Yo lo vi trabajando con nosotros todo el día. Por la tarde fue al barracón a buscar una soga que necesitábamos para el trabajo y no volvió. Y no se mas, mi señor.

Hilario volvió con el "Gato Echevarría," "La Dama," las dos escopetas y con los dos perros. Pino, hablando bajito con Hilario, le dijo— Ahora mismo iré yo con estos —y señalo a los dos esclavos y a los perros— a buscar al asesino hasta encontrarlo. Tú, Hilario iras enseguida a Manzanillo para que des parte a las autoridades y vengan el Juez y el médico. Y que vengan también algunos soldados que, con nosotros, nos ayuden a buscarlo. Dale la orden al negro Juan Francisco para que se siente a la puerta de la Oficina y que no deje pasar a nadie. A Juan Francisco lo respetan los demás esclavos porque es grande y fuerte y tiene cara de pocos amigos. Y tú, Hilario, parte enseguida para el pueblo.

Hilario, montado en una mula, partió al galope a cumplir la orden. El Mayoral, dirigiéndose a los esclavos, les dijo— Ustedes váyanse a comer y a descansar. Mañana no habrá trabajo, ¡pero óiganlo bien! Todos estén tranquillos y callados.

Pino, el Mayoral, dijo a los dos negros perreros— Esperen aquí in momento.

—Si señor —afirmo "El Gato."

A pasos largos se dirigió Pino a la Casa de Vivienda de la viuda toco en la puerta. La abrió Blasa, negra gorda, vieja y de torpe caminar, llevaba puesto un vestido de medio luto y un pañuelo blanco y negro amarrado en la cabeza.

—¿Qué desea el señor?

—Vengo para hablar con tu ama. ¡Déjame pasar!

—Un momentico, señor Mayoral, un momentico na ma. Deje ver si mi ama quiere oírlo.

Blasa cerró la puerta, dejo fuera a Pino y fue a la alcoba de Manuelica. Esta estaba sentada delante del peinador mirándose en el espejo. Su hija Aurora, la mayor, de pie detrás de su madre pasaba de arriba hasta abajo de la cabellera suelta de Manuelica un ancho peine de plata que tenía en la mano izquierda, en la otra mano sonaba una tijera con las que iba cortando las puntas para cortarle las hoquetillas. Su hermana, sentada en lujosa silla junto a una mesa, encertaba en un cordelito varias cuentas parecidas a perlas.

—Con el permiso de mi señora ama.

—¿Qué quieres, Blasa?

—Yo, mi ama, no quiero na. El que si quiere está a la puerta de esta casa. Dice el Mayoral que vino para hablar con su merce.

—Anda, Blasa, y pregúntale que quiere.

—Si, mi amita, enseguida.

Pino esperaba inquieto y disgustado por la espera y porque Blasa lo dejo afuera.

—Dice mi ama que ¿qué quiere uste?

—Mira, negra, dile a la señora que le traigo una noticia.

Cuando Blasa dijo eso a su ama, esta, con una simpática sonrisa, dijo a la esclava— Ve, Blasa, y que te diga que noticia es esa.

—Dice mi ama, señor Pino, que me diga que noticia es esa.

El Mayoral se puso furioso y grito— Dile que se trata de una mala, ¡muy mala noticia! y que yo estoy de prisa. No he venido aquí para hablar contigo, negra. ¡Anda, rápidamente! El asunto es serio, muy serio.

El recado de Pino, que llevo ahora Blasa, no altero en nada la paciente tranquilidad de la señora. Porque tenía junto a ella lo que más amaba en su vida.

—Bueno, Blasa, dile que pase y espere en la sala.

Manuelica se puso de pie y dijo— Vamos, hijas, para enterarnos de la tal noticia.

Cuando las tres llegaron a la sala Pino se levantó de la silla y dijo— Los siento, señora, siento mucho tener que venir aquí con tan mala noticia. cosa muy grave, señora, ha sucedido esta tarde.

—Bien, "señor" Mayoral, entéreme de esa noticia y de gravedad.

—Su esposo, señora Larrea, ha muerto.

—¿Cómo que ha muerto? ¿ha sido del corazón? —pregunto ella.

—No, señora. Lo mato a trancazos "Tomas el Negro."

—¿Está usted seguro de lo que ha dicho, Pino?

—Si, señora. Él está tendido y muerto en el piso de la Oficina.

—¡Gracias a Dios, hijitas mías! Ahora podremos vivir tranquilas —exclamo la viuda levantando los brazos y la mirada y abrazando a las dos muchachas.

—Con su permiso, señora —dijo Pino, asombrado por la reacción alegre que produjo en la viuda la mala noticia— ahora debo irme para perseguir al asesino.

—Dijo usted, Pino que ira en persecución de Tomas ¿quiénes irán con usted?

—Irán conmigo "El Gato Echavarría" y "La Dama."

—Esos son dos asesinos y usted lo sabe mejor que yo. Y le voy a decir esto: usted es responsable de la vida de Tomas y de que no le den golpes. Yo conozco bien la triste historia de Tomas. Se todo cuanto ha sufrido el infeliz esclavo aquí, bajo el mando y el largo de Valeriano. Se que, hace siete años, entre mi esposo y ese "Gato" que acaba usted de mencionar, mataron a latigazos al único hijo de Tomas, sin causa ni motivo alguno y entonces, el fugitivo de hoy, no tomo ninguna determinación para vengar la bárbara e injusta muerte que le dieron a su hijo, por lo que pienso que algo muy grave tiene que haber sucedido ahora para que Tomas haya hecho lo que hizo.

—Mi difunto esposo cometió, y usted lo sabe bien, mejor que yo, toda clase de abusos y crímenes con los esclavos y con las pobres muchachas esclavas. Él no era un hombre, sino un demonio sobre la Tierra. ¡Un maldito, maldecido interiormente por todos cuantos lo conocieron! ¡Que Dios lo perdone, como lo perdono yo! Y si digo eso, porque después de todo, era el padre de mis queridas hijas. Pienso escribir un informe o denuncia, o declaración para mandarla al Tribunal que habrá de juzgar a Tomas, aclarando bien todas estas cosas y estos casos y pedir clemencia para delincuente.

Cuando Pino salió de la casa, grandemente confundido y asombrado, exclamo— ¡Quien podrá creerlo! ¡Cada día uno aprende más!

Ahora Pino se dirigió al lugar donde estaba la campana. Iba pensando y caminando despacio <<Desde la primera vez que le vi, no he hecho más que pensar en ella. Esta andaluza me tiene fastidiado desde hace años. Una mujer como ella, linda de cara y de cuerpo, cara de virgen, ojos de ora y cuerpo de sultana ¡casada con don Valeriano, rechoncho, barrigón, barbudo, antipático, feo y, además, malo hasta con su mujer y las hijas! Bueno... el ya murió...Yo sé que con diplomacia, constancia y astucia se puede conseguir todo ¡hasta "eso" de una mujer! Desde ahora seré atento, muy atento y obsequioso con ella. Y veremos...si, como no, quizás, tal vez...Todo es posible en este Mundo>>. Pensando en eso llego al grupito de los dos esclavos y los perros.

—Señor Mayoral —le pregunto "El Gato"— ¿pasa algo malo?

—Si, muy malo —respondió Pino— Han matado a tu amo y ahora vamos a buscar al matador.

—Bueno, i señor —dijo "El Gato"— si su merceno se pone bravo ¿quién fue?

—¿Qué quien fue? Pues Tomas "El Negro." Vengan conmigo los dos con los perros. ¡Vamos, estoy seguro de que lo encontraremos!

—Si señor, mi Mayoral. Con estos perros no se juega. Aunque Tomas se oculte bajo tierra, o se encarame en una ata las narices de "Nerón" y de "Verdugo" lo encontraran.

Los dos negros, traidores a su raza y a su propia condición de esclavos, comenzaron a caminar detrás del Mayoral. Un niño negro retinto, de unos ocho o diez años, descalzo y casi desnudo, con unos pantaloncitos cortos y sucios mal puestos paso cerca de ellos y Pino lo llamo.

—Ven acá, muchacho.

—Diga mi señor y ordene lo que sea, mi amo.

—¡Todavía yo no soy tu amo —le dijo el al esclavo, sonriéndole y pensando en Manuelica— Dime, muchacho, ¿ha visto hoy por la tarde a Tomas "El Negro."

—Si, mi señor, yo lo vide

—¿Cuándo y dónde?

—Hace rato ya. Yo lo vide que salió del barracón grande.

—Dime ¿salió del barracón y fue para dónde?

—Yo lo vide que fue para el pozo. Y de allí ¡zas! desapareció.

­—¿Cómo que desapareció?

—Si, mi señor, mi amo. Él se puso pegaito al brocal y ¡zas! no lo vide ma. Se lo trago la tierra o el pozo.

—Entonces vayamos a ver en el pozo si él se suicidó tirándose de cabezas. Tú, "Dama" serás bajado con un pie en una gaza que haremos en uno de los extremos de la soga. Echevarría sujetara la soga para ir aflojando poco a poco. ¡Vamos para el pozo!

En esa búsqueda perdieron cuarenta minutos o más.

—Alla abajo —dijo "La Dama" con más de medio cuerpo chorreando agua— no está el ni vivo ni muerto.

El cruel Pino se detuvo y miro en redondo. Después se paró junto a la parte trasera del barracón.

—Por aquí por esa llanura de Llana Pelado —dijo a los perros— no debe de haber ido ese negro es muy inteligente para ir por un lugar como este que lo pueden ver desde muchos sitios. ¿Qué te parece, Echavarría?

—Su merce, mi señor, tiene razón —le contesto el perrero y asesino "Gato."

—Vayamos mejor —dijo Pino— a buscarlo allá, mirón para la derecha, en ese bosque de haberse escondido. Y, otra cosa "Gato" ¿qué pasa que los perros no están oliendo el suelo?

—¡Ahí! Mi señor, porque nosotros no los hemos mandado que lo hagan. Todos estos lugares del barracón del batey están con huellas de los pies descalzos de muchos negros. Primero tendremos que alejarnos un poco.

—Está bien —dijo Pino— ¡Vamos!

Ya había oscurecido cuando entraron al bosque.

Güele, "Nerón." Güele, "Verdugo" —gritaban los dos negros perreros. Los canes ladeaban el hocico y volvían a levantarlos. Caminaron bastante los tres hombres sin que los animales rastreadores dieran señal de haber encontrado el rastro de nadie.

—¡Esta bueno ya! —grito Pino incomodo por haber perdido más de una hora sin que los perros hubieran encontrado el rastro.— Vamos a salirnos de este oscura bosque y a comenzar de nuevo por donde empezaos.

—Si señor —dijeron al mismo tiempo los dos que lo ayudaban en la búsqueda del fugitivo.

Llegaron de nuevo al fondo del barracón y emprendieron la marcha hacia la izquierda. Les sucedió igual que el otro lado. ¡Casi otra hora caminando! sudados y fríos, sin que los perros encontraran rastro alguno.

—Vamos otra vez para el mismo lugar —dijo Pino, muy sofocado y molesto.

Otra vez en el mismo sitio. El "Gato Echavarría" se paró a mirar con mucho interés al Llano Pelado.

­—Me parece, mi señor Mayoral, que, si su merce lo encuentra bien, debemos coger por ahí y cuando haigamos caminado un poco quizás si los perros guelan el rastro.

—Está bien, "Gato," vamos.

Cuando habían caminado menos de doscientos metros los perros empezaron a tirar de las cadenas.

—¡Ya mi señor! Ya encontraron el rastro —grito con alegría el "Gato."

Los perros llevaron a los tres hombres casi corriendo. Así anduvieron más de dos horas hasta que llegaron al arroyo. Allí los perros perdieron el rastro y se pusieron a gruñir.

—Ya perdieron el rastro. Parece que Tomas paso el arroyo —dijo el "Gato."

—Es posible. Si, debe de ser así. Paseaos nosotros también del lado de allá el arroyo —dijo Pino.

Los perros se pusieron a beber el agua fresca moviendo la cola y Pino se arrimó a un árbol para orinar. "La Dama" le dijo al "Gato"—El Mayoral mea como los perros que buscan un palo pa hacerlo.

—Bueno —dijo el otro negro— yo también echare mi mia —y se orino en el agua.

Después que pasaron el arroyo, los perros no encontraron el perdido rastro y empezaron de nuevo a gruñir.

—El rastro, i señor, tampoco está en este lugar —dijo "El Gato Echavarría."

—Si, si, lo comprendo —dijo Pino— Seguro que Tomas se alejó de aquí caminando metido en el arroyo. busquemos a la derecha el tendrá que salir por algún lado. ¡Vamos!

Les sucedió a los hombres y a los perros como en las dos veces anteriores. Caminaron bastante y ¡nada! los perros no encontraron el rastro. Entonces regresaron al mismo sitio y emprendieron la caminata ahora por la izquierda, bordeando el arroyo. después de caminar como veinte minutos "Nerón" y "Verdugo" atesaron las cadenas.

—¡Ya, i señor, ya volvieron a encontrar el rastro perdido! ¿No se lo dije a mi señor? ¡Con estos perros no se juega! —exclamo sonriendo y satisfecho el maldito "Gato."

Dejémoslos a ellos siguiendo la pista de Tomas y veamos ahora que sucede y sucedió en "La Hacienda."

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