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005

ᴱˡ ᵈᵘᵉˡᵒ ᵃ ᵐᵉᵈⁱᵃⁿᵒᶜʰᵉ

Harry nunca había creído que pudiera existir un chico al que detestara más que a Dudley, pero eso era antes de haber conocido a Draco Malfoy. Sin embargo, los de primer año de Gryffindor sólo compartían con los de Slytherin la clase de Pociones, así que no tenía que encontrarse mucho con él. O, al menos, así era hasta que apareció una noticia en la sala común de Gryffindor, que los hizo protestar a todos. Las lecciones de vuelo comenzarían el jueves… y Gryffindor y Slytherin aprenderían juntos.

— Perfecto — dijo en tono sombrío Harry —. Justo lo que siempre he deseado. Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy.

— Mira el lado positivo, estamos con Annabeth — dijo Noa sonriendo.

Noa tenía ilusión de poder empezar las clases, pero sentía algo de nervios. La idea de volar en una escoba sobre metros de la tierra hacia que se pusiera nerviosa.

— No sabes aún si vas a hacer un papelón — dijo razonablemente Ron —. De todos modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno que es en quidditch, pero seguro que es pura palabrería.

La verdad es que Malfoy hablaba mucho sobre volar. Se quejaba en voz alta porque los de primer año nunca estaban en los equipos de quidditch y contaba largas y jactanciosas historias, que siempre acababan con él escapando de helicópteros pilotados por muggles. Pero no era el único: por la forma de hablar de Seamus Finnigan, parecía que había pasado toda la infancia volando por el campo con su escoba. Hasta Ron podía contar a quien quisiera oírlo que una vez casi había chocado contra un planeador con la vieja escoba de Charles. Todos los que procedían de familias de magos hablaban constantemente de quidditch. Ron ya había tenido una gran discusión con Dean Thomas, que compartía el dormitorio con ellos, sobre fútbol. Ron no podía ver qué tenía de excitante un juego con una sola pelota, donde nadie podía volar. Harry había descubierto a Ron tratando de animar un cartel de Dean en que aparecía el equipo de fútbol de West Ham, para hacer que los jugadores se movieran.

Neville no había tenido una escoba en toda su vida, porque su abuela no se lo permitía. Noa pensó que ella había actuado correctamente, dado que Neville se las ingeniaba para tener un número extraordinario de accidentes, incluso con los dos pies en tierra. Hermione Granger estaba casi tan nerviosa como Neville con el tema del vuelo. Eso era algo que no se podía aprender de memoria en los libros, aunque lo había intentado.

En el desayuno del jueves, aburrió a todos con estúpidas notas sobre el vuelo que había encontrado en un libro de la biblioteca, llamado Quidditch a través de los tiempos. Neville estaba pendiente de cada palabra, desesperado por encontrar algo que lo ayudara más tarde con su escoba, pero todos los demás se alegraron mucho cuando la lectura de Hermione fue interrumpida por la llegada del correo.

Harry no había recibido una sola carta desde la nota de Hagrid, algo que Malfoy ya había notado, por supuesto. La lechuza de Malfoy siempre le llevaba de su casa paquetes con golosinas, que el muchacho abría con perversa satisfacción en la mesa de Slytherin.

Un lechuzón entregó a Neville un paquetito de parte de su abuela. Lo abrió excitado y les enseñó una bola de cristal, del tamaño de una gran canica, que parecía llena de humo blanco.

— ¡Es una recordadora! — explicó —. La abuela sabe que olvido cosas y esto te dice si hay algo que te has olvidado de hacer. Mirad, uno la sujeta así, con fuerza, y si se vuelve roja… oh… — se puso pálido, porque la recordadora súbitamente se tiñó de un brillo escarlata —… es que has olvidado algo…

Neville estaba tratando de recordar qué era lo que había olvidado, cuando Draco Malfoy, que pasaba al lado de la mesa de Gryffindor, le quitó la recordadora de las manos.

Noa, Harry y Ron saltaron de sus asientos. En realidad, deseaban tener un motivo para pelearse con Malfoy, pero la profesora McGonagall, que detectaba problemas más rápido que ningún otro profesor del colegio, ya estaba allí.

— ¿Qué sucede?

— Malfoy me ha quitado mi recordadora, profesora.

Con aire ceñudo, Malfoy dejó rápidamente la recordadora sobre la mesa.

— Sólo la miraba — dijo, y se alejó, seguido por Crabbe y Goyle.

Aquella tarde, a las tres y media, Noa, Harry, Ron y los otros Gryffindors bajaron corriendo los escalones delanteros, hacia el parque, para asistir a su primera clase de vuelo. Era un día claro y ventoso. La hierba se agitaba bajo sus pies mientras marchaban por el terreno inclinado en dirección a un prado que estaba al otro lado del bosque prohibido, cuyos árboles se agitaban tenebrosamente en la distancia.

Los Slytherins ya estaban allí, y también las veinte escobas, cuidadosamente alineadas en el suelo.

Noa había oído a Fred y a George Weasley quejarse de las escobas del colegio, diciendo que algunas comenzaban a vibrar si uno volaba muy alto, o que siempre volaban ligeramente torcidas hacia la izquierda.

Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo canoso y ojos amarillos como los de un halcón.

— Bueno ¿qué estáis esperando? — bramó—. Cada uno al lado de una escoba. Vamos, rápido.

Noa miró su escoba. Era vieja y algunas de las ramitas de paja sobresalían formando ángulos extraños.

— Extended la mano derecha sobre la escoba — les indicó la señora Hooch — y decid «arriba».

— ¡ARRIBA! — gritaron todos.

La escoba de Harry saltó de inmediato en sus manos, pero fue uno de los pocos que lo consiguió. La escoba de Noa se alzó levemente pero volvió a caer. La de Hermione Granger no hizo más que rodar por el suelo y la de Neville no se movió en absoluto.

A lo mejor las escobas saben, como los caballos, cuándo tienes miedo ›, pensó Harry, ya que había un temblor en la voz de Neville que indicaba, demasiado claramente, que deseaba mantener sus pies en la tierra.

Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin deslizarse hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de sujetarla. Los tres se alegraron muchísimo cuando la profesora dijo a Malfoy que lo había estado haciendo mal durante todos esos años.

— Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una fuerte patada — dijo la señora Hooch—. Mantened las escobas firmes, elevaos un metro o dos y luego bajad inclinándoos suavemente. Preparados… tres… dos…

Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra, dio la patada antes de que sonara el silbato.

— ¡Vuelve, muchacho! — gritó, pero Neville subía en línea recta, como el corcho de una botella…

Cuatro metros… seis metros… Noa le vio la cara pálida y asustada, mirando hacia el terreno que se alejaba, lo vio jadear, deslizarse hacia un lado de la escoba y... BUM… Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba. Su escoba seguía subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el bosque prohibido y desapareció de la vista. La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el rostro tan blanco como el del chico.

— La muñeca fracturada — la oyó murmurar Noa —. Vamos, muchacho… Está bien… A levantarse.

Se volvió hacia el resto de la clase.

— No debéis moveros mientras llevo a este chico a la enfermería. Dejad las escobas donde están o estaréis fuera de Hogwarts más rápido de lo que tardéis en decir quidditch. Vamos, hijo.

Neville, con la cara surcada de lágrimas y agarrándose la muñeca, cojeaba al lado de la señora Hooch, que lo sostenía. Casi antes de que pudieran marcharse, Malfoy ya se estaba riendo a carcajadas.

— ¿Habéis visto la cara de ese gran zoquete?

Los otros Slytherins, menos Annabeth, le hicieron coro.

— ¡Cierra la boca, Malfoy! — dijo Parvati Patil en tono cortante.

— Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? — dijo Pansy Parkinson, una chica de Slytherin de rostro duro—. Nunca pensé que te podían gustar los gorditos llorones, Parvati.

— Cállate Parkinson — dijo Noa avanzando, aunque fue frenada por Hermione y Annabeth.

— ¡Mirad! — dijo Malfoy, agachándose y recogiendo algo de la hierba—. Es esa cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.

La recordadora brillaba al sol cuando la cogió.

— Trae eso aquí, Malfoy — dijo Noa mientras se soltaba del agarre de sus amigas con calma. Todos dejaron de hablar para observarlos.

Malfoy sonrió con malignidad.

— Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la busque… ¿Qué os parece… en la copa de un árbol?

— ¡Tráela aquí! — rugió Harry, pero Malfoy había subido a su escoba y se alejaba. No había mentido, sabía volar.

Desde las ramas más altas de un roble lo llamó:

— ¡Ven a buscarla, Potter!

Harry cogió su escoba.

— ¡No! — gritó Hermione Granger—. La señora Hooch dijo que no nos moviéramos. Nos vas a meter en un lío.

— ¿Prefieres que el rubito se salga con la suya? — preguntó Noa mirando a Hermione.

Harry no hizo caso a Hermione. Le ardían las orejas. Se montó en su escoba, pegó una fuerte patada y subió. El aire agitaba su pelo y su túnica, silbando tras él y, en un relámpago de feroz alegría, se dio cuenta de que había descubierto algo que podía hacer sin que se lo enseñaran.

Era fácil, era maravilloso. Empujó su
escoba un poquito más, para volar más alto, y oyó los gritos y gemidos de las chicas que lo miraban desde abajo, y una exclamación admirada de Ron junto con Noa.

Dirigió su escoba para enfrentarse a Malfoy en el aire. Éste lo miró asombrado.

— ¡Déjala — gritó Harry — o te bajaré de esa escoba!

— Ah, ¿sí? — dijo Malfoy, tratando de burlarse, pero con tono preocupado.

Harry sabía, de alguna manera, lo que tenía que hacer. Se inclinó hacia delante, cogió la escoba con las dos manos y se lanzó sobre Malfoy como una jabalina. Malfoy pudo apartarse justo a tiempo, Harry dio la vuelta y mantuvo firme la escoba. Abajo, algunos aplaudían.

— Aquí no están Crabbe y Goyle para salvarte, Malfoy — exclamó Harry.

Parecía que Malfoy también lo había pensado.

— ¡Atrápala si puedes, entonces! — gritó.

Tiró la bola de cristal hacia arriba y bajó a tierra con su escoba. Harry vio, como si fuera a cámara lenta, que la bola se elevaba en el aire y luego comenzaba a caer.

Se inclinó hacia delante y apuntó el mango de la escoba hacia abajo. Al momento siguiente, estaba ganando velocidad en la caída, persiguiendo a la bola, con el viento silbando en sus orejas mezclándose con los gritos de los que miraban. Extendió la mano y, a unos metros del suelo, la atrapó, justo a tiempo para enderezar su escoba y descender suavemente sobre la hierba, con la recordadora a salvo.

— ¡HARRY POTTER!

Su corazón latió más rápido que nunca. La profesora McGonagall corría hacia ellos. Se puso de pie, temblando.

— Nunca… en todo mis años en Hogwarts…

La profesora McGonagall estaba casi muda de la impresión, y sus gafas centelleaban de furia.

— ¿Cómo te has atrevido…? Podrías haberte roto el cuello…

— No fue culpa de él, profesora…

— Silencio, White.

— Pero Malfoy…

— Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter, ven conmigo.

En aquel momento, Harry pudo ver el aire triunfal de Malfoy, Crabbe y Goyle, mientras andaba inseguro tras la profesora McGonagall, de vuelta al castillo. Lo iban a expulsar, lo sabía. Quería decir algo para defenderse, pero no podía controlar su voz. La profesora McGonagall andaba muy rápido, sin siquiera mirarlo. Tenía que correr para alcanzarla. Esta vez sí que lo había hecho. No había durado ni dos semanas. En diez minutos estaría haciendo su maleta. ¿Qué dirían los Dursley cuando lo vieran llegar a la puerta de su casa?

Subieron por los peldaños delanteros y después por la escalera de mármol. La profesora McGonagall seguía sin hablar. Abría puertas y andaba por los pasillos, con Harry corriendo tristemente tras ella. Tal vez lo llevaba ante Dumbledore. Pensó en Hagrid, expulsado, pero con permiso para quedarse como guardabosque. Quizá podría ser el ayudante de Hagrid. Se le revolvió el estómago al imaginarse observando a Ron, Noa y los otros convirtiéndose en magos, mientras él andaba por ahí, llevando la bolsa de Hagrid. Incluso la imagen de ver a Noa lejos se él, estando con otro chico...

La profesora McGonagall se detuvo ante un aula. Abrió la puerta y asomó la cabeza.

— Discúlpeme, profesor Flitwick. ¿Puedo llevarme a Wood un momento?

¿Wood? › pensó Harry aterrado ‹ ¿Wood sería el encargado de aplicar los castigos físicos?

Pero Wood era sólo un muchacho corpulento de quinto año, que salió de la clase de Flitwick con aire confundido.

— Seguidme los dos — dijo la profesora McGonagall. Avanzaron por el pasillo, Wood mirando a Harry con curiosidad.

— Aquí.

La profesora McGonagall señaló un aula en la que sólo estaba Peeves, ocupado en escribir groserías en la pizarra.

— ¡Fuera, Peeves! — dijo con ira la profesora.

Peeves tiró la tiza en un cubo y se marchó maldiciendo. La profesora McGonagall cerró la puerta y se volvió para encararse con los muchachos.

— Potter, éste es Oliver Wood. Wood, te he encontrado un buscador.

La expresión de intriga de Wood se convirtió en deleite.

— ¿Está segura, profesora?

— Totalmente — dijo la profesora con vigor—. Este chico tiene un talento natural. Nunca vi nada parecido. ¿Ésta ha sido tu primera vez con la escoba, Potter?

Harry asintió con la cabeza en silencio. No tenía una explicación para lo que estaba sucediendo, pero le parecía que no lo iban a expulsar y comenzaba a sentirse más seguro. El pensamiento de poder seguir junto con sus amigos, junto con Noa hizo que se tranquilazase bastante.

— Atrapó esa cosa con la mano, después de un vuelo de quince metros — explicó la profesora a Wood —. Ni un rasguño. Charlie Weasley no lo habría hecho mejor.

Wood parecía pensar que todos sus sueños se habían hecho realidad.

— ¿Alguna vez has visto un partido de quidditch, Potter? —preguntó excitado.

— Wood es el capitán del equipo de Gryffindor — aclaró la profesora McGonagall.

— Y tiene el cuerpo indicado para ser buscador — dijo Wood, paseando alrededor de Harry y observándolo con atención —. Ligero, veloz… Vamos a tener que darle una escoba decente, profesora, una Nimbus 2000 o una Barredora 7.

— Hablaré con el profesor Dumbledore para ver si podemos suspender la regla del primer año. Los cielos saben que necesitamos un equipo mejor que el del año pasado. Fuimos aplastados por Slytherin en ese último partido. No pude mirar a la cara a Severus Snape en varias semanas…

La profesora McGonagall observó con severidad a Harry, por encima de sus gafas.

— Quiero oír que te entrenas mucho, Potter, o cambiaré de idea sobre tu castigo.

Luego, súbitamente, sonrió.

— Tu padre habría estado orgulloso —dijo—. Era un excelente jugador de quidditch.

— Es una broma.

Era la hora de la cena. Harry había terminado de contarle a Ron y a Noa todo lo sucedido cuando dejó el parque con la profesora McGonagall. Ron tenía un trozo de pastel de carne y riñones en el tenedor, pero se olvidó de llevárselo a la boca.

— ¿Buscador? — preguntó Noa

— Pero los de primer año nunca… Serías el jugador más joven en… — trató de hablar Ron.

— Un siglo — terminó Harry, metiéndose un trozo de pastel en la boca. Tenía muchísima hambre después de toda la excitación de la tarde —. Wood me lo dijo.

Ron estaba tan sorprendido e impresionado que se quedó mirándolo boquiabierto.

— Tengo que empezar a entrenarme la semana que viene — dijo Harry —. Pero no se lo digas a nadie, Wood quiere mantenerlo en secreto.

Fred y George Weasley aparecieron en el comedor, vieron a Harry y se acercaron rápidamente.

— Bien hecho — dijo George en voz baja —. Wood nos lo contó. Nosotros también estamos en el equipo. Somos golpeadores.

— Te lo aseguro, vamos a ganar la copa de quidditch este curso — dijo Fred —. No la ganamos desde que Charlie se fue, pero el equipo de este año será muy bueno. Tienes que hacerlo bien, Harry. Wood casi saltaba cuando nos lo contó.

—Bueno, tenemos que irnos. Lee Jordan cree que ha descubierto un nuevo pasadizo secreto, fuera del colegio.

— Seguro que es el que hay detrás de la estatua de Gregory el Pelota, que nosotros encontramos en nuestra primera semana.

— Adiós pequeña traviesa — se despidieron de Noa con un guiño de ojo.

Fred y George acababan de desaparecer, cuando se presentaron unos visitantes mucho menos agradables. Malfoy, flanqueado por Crabbe y Goyle.

— ¿Comiendo la última cena, Potter? ¿Cuándo coges el tren para volver con los muggles?

— Eres mucho más valiente ahora que has vuelto a tierra firme y tienes a tus «amiguitos» —dijo fríamente Harry.

Por supuesto que en Crabbe y Goyle no había nada que justificara el diminutivo, pero como la mesa de los profesores estaba llena, no podían hacer más que crujir los nudillos y mirarlo con el ceño fruncido.

— Nos veremos cuando quieras — dijo Malfoy —. Esta noche, si quieres. Un duelo de magos. Sólo varitas, nada de contacto. ¿Qué pasa? Nunca has oído hablar de duelos de magos, ¿verdad?

— Por supuesto que sí — dijo Ron, interviniendo —. Yo soy su padrino. ¿Cuál es el tuyo?

Malfoy miró a Crabbe y Goyle, valorándolos.

— Crabbe — respondió —. A medianoche, ¿de acuerdo? Nos encontraremos en el salón de los trofeos, nunca se cierra con llave.

Cuando Malfoy se fue, Ron y Harry se miraron.

— Sois idiotas — susurró Noa con un susurro mirando a ambos chicos con expresión seria.

— ¿Qué es un duelo de magos? —preguntó Harry —. ¿Y qué quiere decir que seas mi padrino?

— Bueno, un padrino es el que se hace cargo, si te matan — dijo Ron sin darle importancia. Al ver la expresión de Harry, añadió rápidamente —: Pero la gente sólo muere en los duelos reales, ya sabes, con magos de verdad. Lo máximo que podéis hacer Malfoy y tú es mandaros chispas uno al otro. Ninguno sabe suficiente magia para hacer verdadero daño. De todos modos, seguro que él esperaba que te negaras.

— ¿Y si levanto mi varita y no sucede nada?

— La tiras y le das un puñetazo en la nariz — le sugirió Ron.

— Disculpad.

Los tres miraron. Era Hermione Granger.

— ¿No se puede comer en paz en este lugar? — dijo Ron. Tras su comentario recibió una patada de Noa —. Auch — susurró Ron tocando el tobillo.

Hermione no le hizo caso y se dirigió a Harry.

— No pude dejar de oír lo que tú y Malfoy estabais diciendo…

— No esperaba otra cosa —murmuró Ron.

— No hagas que te vuelva a dar — susurró Noa advirtiéndole.

— … y no debes andar por el colegio de noche. Piensa en los puntos que perderás para Gryffindor si te atrapan, y lo harán. La verdad es que es muy egoísta de tu parte.

— Y la verdad es que no es asunto tuyo — respondió Harry.

— Adiós — añadió Ron.

Noa se encontraba en su habitación tumbada escuchando las respiraciones de sus compañeras de habitación. Dió medía vuelta tratando de dormir.

Al final logró cerrar los ojos.

“— Harry James Potter — oyó Noa —. Eres un chico muy... suicida — la voz que hablaba era fría, recordaba oírla de algún lado.

Noa caminó tratando de buscar el origen de la voz. Oía sonidos de ramas crujir, gritos de tortura, hechizos...

— ¡NOA NO! — oyó en alguna parte.

De la oscuridad salió una ráfaga dándole en el pecho. Empezó a sentir un dolor enorme, sentía como su corazón empezaba a ralentizarse.

— Al final descubrí tu punto débil Harry — escuchó antes de cerrar los ojos.”

Despertó sobresaltada. Oyó pasos fuera de la habitación y las voces de sus amigos. Agarró algo de abrigo y salió.

— Voy con vosotros — dijo al ver a sus amigos con expresión de sorpresa.

Bajaron la escalera de caracol y entraron en la sala común de Gryffindor. Todavía brillaban algunas brasas en la chimenea, haciendo que todos los sillones parecieran sombras negras. Ya casi habían llegado al retrato, cuando una voz habló desde un sillón cercano.

— No puedo creer que vayas a hacer esto, Harry.

Una luz brilló. Era Hermione Granger, con el rostro ceñudo y una bata rosada.

— ¡Tú! — dijo Ron furioso —. ¡Vuelve a la cama!

— Estuve a punto de decírselo a tu hermano — contestó enfadada Hermione —. Percy es el prefecto y puede deteneros.

Harry no podía creer que alguien fuera tan entrometido.

— Vamos — dijo a Ron y a Noa. Empujó el retrato de la Dama Gorda y se metió por el agujero.

Hermione no iba a rendirse tan fácilmente. Siguió a Ron a través del agujero, gruñendo como una gansa enfadada.

— No os importa Gryffindor, ¿verdad? Sólo os importa lo vuestro. Yo no quiero que Slytherin gane la copa de las casas y vosotros vais a perder todos los puntos que yo conseguí de la profesora McGonagall por conocer los encantamientos para cambios.

— Vete.

— Muy bien, pero os he avisado. Recordad todo lo que os he dicho cuando estéis en el tren volviendo a casa mañana. Sois tan…

Pero lo que eran no lo supieron. Hermione había retrocedido hasta el retrato de la Dama Gorda, para volver, y descubrió que la tela estaba vacía. La Dama Gorda se había ido a una visita nocturna y Hermione estaba encerrada, fuera de la torre de Gryffindor.

— ¿Y ahora qué voy a hacer? — preguntó con tono agudo.

—Ése es tu problema —dijo Ron—. Nosotros tenemos que irnos o llegaremos tarde.

Noa iba a hablar, sin embargo, al abrir la boca notó un dolor punzante en el pecho. Se agachó levemente mientras se tocaba la zona del corazón. Harry lo notó y se acercó a ella.

— ¿Estás bien? — susurró Harry estando al lado de Noa.

La rubia asintió levemente y se incorporó ignorando el dolor.

— Vayamos... — susurró como pudo.

No habían llegado al final del pasillo cuando Hermione los alcanzó.

— Voy con vosotros — dijo.

— No lo harás.

— ¿No creeréis que me voy a quedar aquí, esperando a que Filch me atrape? Si nos encuentra a los tres, yo le diré la verdad, que estaba tratando de deteneros, y vosotros me apoyaréis.

— Eres una caradura — dijo Ron en voz alta.

— Callaos los dos — dijo Harry en tono cortante mientras ayudaba a Noa —. He oído algo. Era una especie de respiración.

— ¿La Señora Norris? — resopló Ron, tratando de ver en la oscuridad.

No era la Señora Norris. Era Neville con Percy Jackson. Neville staba enroscado en el suelo, medio dormido, pero se despertó súbitamente al oírlos. Percy estaba a su lado cuidándolo.

— ¡Gracias a Dios que me habéis encontrado! Hace horas que estoy aquí. No podía recordar el nuevo santo y seña para irme a la cama. Suerte que Percy se encargó de cuidarme.

— No hables tan alto, Neville. El santo y seña es «hocico de cerdo», pero ahora no te servirá, porque la Dama Gorda se ha ido no sé dónde.

— ¿Cómo está tu muñeca? — preguntó Harry y Noa a la vez.

— Bien — contestó, enseñándosela —. La señora Pomfrey me la arregló en un minuto.

— Bueno, mira, Neville, tenemos que ir a otro sitio. Nos veremos más tarde…

— ¿El duelo que me contó Noa? — preguntó Percy poniéndose en pie.

— ¿Cómo se te ocurre decírselo? — preguntó Harry soltando a Noa por la sorpresa.

— Es nuestro amigo, puede saberlo — dijo como pudo Noa.

El dolor en el pecho era mayor. Percy junto con Harry ayudaron a Noa a incorporarse.

— No estás bien — susurró Harry.

— ¿Qué le ha pasado? — preguntó Percy a Harry, quien se encogió de hombros.

— ¡No me dejéis! — dijo Neville, tambaléandose—. No quiero quedarme aquí solo. El Barón Sanguinario ya ha pasado dos veces.

Ron miró su reloj y luego echó una mirada furiosa a Hermione y Neville.

— Si nos atrapan por vuestra culpa, no descansaré hasta aprender esa Maldición de los Demonios, de la que nos habló Quirrell, y la utilizaré contra vosotros.

Hermione abrió la boca, tal vez para decir a Ron cómo utilizar la Maldición de los Demonios, pero Harry susurró que se callara y les hizo señas para que avanzaran.

Se deslizaron por pasillos iluminados por el claro de luna, que entraba por los altos ventanales. En cada esquina, Noa esperaba chocar con Filch o la Señora Norris, pero tuvieron suerte. Subieron rápidamente por una escalera hasta el tercer piso y entraron de puntillas en el salón de los trofeos.

Malfoy y Crabbe todavía no habían llegado. Las vitrinas con trofeos brillaban cuando las iluminaba la luz de la luna. Copas, escudos, bandejas y estatuas, oro y plata reluciendo en la oscuridad. Fueron bordeando las paredes, vigilando las puertas en cada extremo del salón. Harry empuñó su varita, dejando a Noa en manos de Percy, por si Malfoy aparecía de golpe. Los minutos pasaban.

— Se está retrasando, tal vez se ha acobardado — susurró Ron.

Entonces un ruido en la habitación de al lado los hizo saltar. Harry ya había levantado su varita cuando oyeron unas voces. No era Malfoy.

— Olfatea por ahí, mi tesoro. Pueden estar escondidos en un rincón.

Era Filch, hablando con la Señora Norris. Aterrorizado, Harry gesticuló salvajemente para que los demás lo siguieran lo más rápido posible. Se escurrieron silenciosamente hacia la puerta más alejada de la voz de Filch. Neville acababa de pasar, cuando oyeron que Filch entraba en el salón de los trofeos.

— Tienen que estar en algún lado — lo oyeron murmurar —. Probablemente se han escondido.

— ¡Por aquí! — señaló Harry a los otros y, aterrados, comenzaron a atravesar una larga galería, llena de armaduras.

Podían oír los pasos de Filch, acercándose a ellos. Súbitamente, Neville dejó escapar un chillido de miedo y empezó a correr, tropezó, se aferró a la muñeca de Ron y se golpearon contra una armadura.

Los ruidos eran suficientes para despertar a todo el castillo.

— ¡CORRED! — exclamó Harry, y los seis se lanzaron por la galería, sin darse la vuelta para ver si Filch los seguía.

Pasaron por el quicio de la puerta y corrieron de un pasillo a otro, Harry delante, sin tener ni idea de dónde estaban o adónde iban. Se metieron a través de un tapiz y se encontraron en un pasadizo oculto, lo siguieron y llegaron cerca del aula de Encantamientos, que sabían que estaba a kilómetros del salón de trofeos.

— Creo que lo hemos despistado — dijo Percy, apoyándose contra la pared fría y secándose la frente.

Mantuvo a Noa entre sus brazos. El rubio notó como Noa estaba bastante pálida y sus ojos eléctricos estaban algo apagados.

Neville estaba doblado en dos, respirando con dificultad.

— Os… lo… dije — añadió Hermione, apretándose el pecho —. Te… lo… dije.

— Tenemos que regresar a la torre Gryffindor — dijo Ron — lo más rápido posible.

—Malfoy te engañó —dijo Hermione a Harry—. Te has dado cuenta, ¿no? No pensaba venir a encontrarse contigo. Filch sabía que iba a haber gente en el salón de los trofeos. Malfoy debió de
avisarle.

Harry pensó que probablemente tenía razón, pero no iba a decírselo.

— Vamos.

Percy decidió llevar a Noa en caballito. No sería tan sencillo. No habían dado más de una docena de pasos, cuando se movió un pestillo y alguien salió de un aula que estaba frente a ellos.

Era Peeves. Los vio y dejó escapar un grito de alegría.

— Cállate, Peeves, por favor… Nos vas a delatar.

Peeves cacareó.

— ¿Vagabundeando a medianoche, novatos? No, no, no. Malitos, malitos, os agarrarán del cuellecito.

— No, si no nos delatas, Peeves, por favor.

— Debo decírselo a Filch, debo hacerlo — dijo Peeves, con voz de santurrón, pero sus ojos brillaban malévolamente —. Es por vuestro bien, ya lo sabéis.

— Quítate de en medio — ordenó Ron, y le dio un golpe a Peeves. Aquello fue un gran error.

— ¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA! — gritó Peeves—. ¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA, EN EL PASILLO DE LOS ENCANTAMIENTOS!

Pasaron debajo de Peeves y corrieron como para salvar sus vidas, recto hasta el final del pasillo, donde chocaron contra una puerta… que estaba cerrada.

— ¡Estamos listos! — gimió Ron, mientras empujaban inútilmente la puerta —. ¡Esto es el final!

Podían oír las pisadas: Filch corría lo más rápido que podía hacia el lugar de donde procedían los gritos de Peeves.

— Oh, muévete — ordenó Hermione. Cogió la varita de Harry, golpeó la cerradura y susurró—: ¡Alohomora!

El pestillo hizo un clic y la puerta se abrió. Pasaron todos, la cerraron rápidamente y se quedaron
escuchando.

— ¿Adónde han ido, Peeves? — decía Filch—. Rápido, dímelo.

— Di «por favor».

— No me fastidies, Peeves. Dime adónde fueron.

— Te diré algo si me lo pides por favor — dijo Peeves, con su molesta vocecita.

— Muy bien…, por favor.

— ¡ALGO! Ja, ja. Te dije que te diría algo si me lo pedías por favor. ¡Ja, ja! — Y oyeron a Peeves alejándose y a Filch maldiciendo enfurecido.

— Él cree que esta puerta está cerrada — susurró Harry—. Creo que nos vamos a escapar. ¡Suéltame, Neville! —Porque Neville le tiraba de la manga desde hacia un minuto—. ¿Qué pasa?

— Por algo estaba cerrada — susurró Percy mirando fijamente mientras agarraba con más fuerza a Noa.

Harry se dio la vuelta y vio, claramente, lo que pasaba. Durante un momento, pensó que estaba en una pesadilla: aquello era demasiado, después de todo lo que había sucedido.

No estaban en una habitación, como él había pensado. Era un pasillo. El pasillo prohibido del tercer piso. Y ya sabían por qué estaba prohibido.

Estaban mirando directamente a los ojos de un perro monstruoso, un perro que llenaba todo el espacio entre el suelo y el techo. Tenía tres cabezas, seis ojos enloquecidos, tres narices que olfateaban en dirección a ellos y tres bocas chorreando saliva entre los amarillentos colmillos.

Estaba casi inmóvil, con los seis ojos fijos en ellos, y Harry supo que la única razón por la que no los había matado ya era porque la súbita aparición lo había cogido por sorpresa. Pero se recuperaba rápidamente: sus profundos gruñidos eran inconfundibles. Harry abrió la puerta. Entre Filch y la muerte, prefería a Filch.

Retrocedieron y Harry cerró la puerta tras ellos. Corrieron, casi volaron por el pasillo. Filch debía de haber ido a buscarlos a otro lado, porque no lo vieron. Pero no les importaba: lo único que querían era alejarse del monstruo.

Percy había dejado a Noa en recaudo de Harry dando un besito en la frente y se fue a su sala común. Los demás, no dejaron de correr hasta que alcanzaron el retrato de la Señora Gorda en el séptimo piso.

— ¿Dónde os habíais metido? — les preguntó, mirando sus rostros sudorosos y rojos y sus batas desabrochadas, colgando de sus hombros.

— No importa… «Hocico de cerdo, hocico de cerdo» —jadeó Harry, y el retrato se movió para dejarlos pasar.

Se atropellaron para entrar en la sala común y se desplomaron en los sillones. Pasó un rato antes de que nadie hablara. Neville, por otra parte, parecía que nunca más podría decir una palabra.

— ¿Qué pretenden, teniendo una cosa así encerrada en el colegio? — dijo finalmente Ron —. Si algún perro necesita ejercicio, es ése.

Hermione había recuperado el aliento y el mal carácter.

— ¿Es que no tenéis ojos en la cara? —dijo enfadada —. ¿No visteis lo que había debajo de él?

— ¿El suelo? — sugirió Harry —. No miré sus patas, estaba demasiado ocupado observando sus cabezas.

Noa miró la escena. El corazón había empezado a recuperar su ritmo normal. Aunque aún así sentía un dolor.

— Yo me fijé... había algo... — dijo como pudo.

— Estaba encima de una trampilla. Es evidente que está vigilando algo.

Se puso de pie, mirándolos indignada.

— Espero que estéis satisfechos. Nos podía haber matado. O peor, expulsado. Ahora, si no os importa, me voy a la cama. Y me llevo a Noa para que pueda intentar dormir.

Ron la contempló boquiabierto. Agarró como pudo a Noa y subió las escaleras. Noa notó como la dejaba sobre la cama y fue tapada por Hermione.

— Gracias... Mione... — susurró antes de cerrar los ojos.

“Al abrir los ojos vió algo que la sorprendió. Un enorme troll estaba tumbado en el suelo y los profesores estaban presentes. Les dijeron de irse y entonces reconoció a las otra cinco personas.

Allí estaban Harry, Ron, Hermione, Annabeth y Percy. Parecía que el pequeño grupo de estudiantes se llevaban bien. Giraron una esquina mientras hablaban hasta que una figura encapuchada apareció.

— Tú... — susurró Noa al recordar que ya había aparecido en sus sueños.

— Pequeña semidiosa, tu tiempo se acaba — en cuanto dijo aquellas palabras, apretó el puño.

Noa se paralizó notando un fuerte dolor en el corazón. Cayó al suelo y empezó a moverse por el dolor. Sentía como le ardía el pecho.

— Déjala viva — oyó una voz más fría, la misma del sueño anterior —. La vamos a necesitar para regresar.”

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