002
ᴱˡ ᵛⁱᵃʲᵉ ᵉⁿ ᵉˡ ᵗʳᵉⁿ ᵉˢᶜᵃʳˡᵃᵗᵃ
Para Noa, el mes de agosto pasó volando. El día uno de septiembre llegó. El campamento se encontraba algo ajetreado, debido a la cantidad de semidioses que se irían a Hogwarts a disfrutar del año escolar.
Era temprano, pero Noa ya estaba despierta por culpa de los nervios. Miró un rato el techo hasta que decidió despertar a Mike.
— ¡Mike! — habló emocionada tirándose encima del castaño.
Con una leve sonrisa se levantó. Miró a la rubia que estaba sobre él y empezó a atacarla con cosquillas. La risa de Noa empezó a sonar y algunos semidioses también despertaron con una sonrisa.
Las cabañas estaban llenas de maletas, se encontraban vacías y con un aire triste pero a la vez feliz.
— ¡Es hoy! — consiguió decir Noa tras las cosquillas.
Se quitó de la cama de Mike y decidió vestirse. Al entrar en el baño, se quedó un rato mirándose en el espejo. Su cabello rubio estaba bastante enredado así que empezó a peinarselo. Agarró la plancha que tenían y decidió alizarse el cabello. Cuando acabó, se colocó la blusa blanca y la falda negra con unos calcetines del mismo color. Agarró sus botas vans negras y salió del baño.
Caminó por el campamento algo nostálgica. Sabía que iba a extrañar el lugar, pero tenía ilusión de entrar en Hogwarts y volver a ver a Harry Potter.
Este muchacho se encontraba a una larga distancia del campamento. En la casa de sus abusivos tíos, estaba el impaciente Harry Potter.
Ese día, Harry se despertó a las cinco, tan emocionado e ilusionado que no pudo volver a dormir. Se levantó y se puso los tejanos: no quería andar por la estación con su túnica de mago, ya se cambiaría en el tren. Miró otra vez su lista de Hogwarts para estar seguro de que tenía todo lo necesario, se ocupó de meter a Hedwig en su jaula y luego se paseó por la habitación, esperando que los Dursley se levantaran. Durante las dos horas que estuvo esperando, su mente estaba en la chica de pecas y ojos eléctricos que conoció aquel día en el callejón Diagon. Pasadas las dos horas, el pesado baúl de Harry estaba cargado en el coche de los Dursley y tía Petunia había hecho que Dudley se sentara con Harry, para poder marchar.
Llegaron a King's Cross a las diez y media. Tío Vernon cargó el baúl de Harry en un carrito y lo llevó por la estación. Harry pensó que era una rara amabilidad, hasta que tío Vernon se detuvo, mirando los andenes con una sonrisa perversa.
— Bueno, aquí estás, muchacho. Andén nueve, andén diez... Tu andén debería estar en el medio, pero parece que aún no lo han construido, ¿no?
Tenía razón, por supuesto. Había un gran número nueve, de plástico, sobre un andén, un número diez sobre el otro y, en el medio, nada.
— Que tengas un buen curso — dijo tío Vernon con una sonrisa aún más torva.
Se marchó sin decir una palabra más. Harry se volvió y vio que los Dursley se alejaban. Los tres se reían. Harry sintió la boca seca. ¿Qué haría? Estaba llamando la atención, a causa de Hedwig. Tendría que preguntarle a alguien. Detuvo a un guarda que pasaba, pero no se atrevió a mencionar el andén nueve y tres cuartos. El guarda nunca había oído hablar de Hogwarts, y cuando Harry no pudo decirle en qué parte del país quedaba, comenzó a molestarse, como si pensara que Harry se hacía el tonto a propósito. Sin saber qué hacer, Harry le preguntó por el tren que salía a las once, pero el guarda le dijo que no había ninguno. Al final, el guarda se alejó, murmurando algo sobre la gente que hacía perder el tiempo. Según el gran reloj que había sobre la tabla de horarios de llegada, tenía diez minutos para coger el tren a Hogwarts y no tenía idea de qué podía hacer. Estaba en medio de la estación con un baúl que casi no podía transportar, un bolsillo lleno de monedas de mago y una jaula con una lechuza. Hagrid debió de olvidar decirle algo que tenía que hacer, como dar un golpe al tercer ladrillo de la izquierda para entrar en el callejón Diagon. Se preguntó si debería sacar su varita y comenzar a golpear la taquilla, entre los andenes nueve y diez.
En aquel momento, un grupo de gente pasó por su lado y captó unas pocas palabras.
— ... lleno de muggles, por supuesto...
Harry se volvió para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta, que se dirigía a cuatro muchachos, todos con pelo de llameante color rojo. Cada uno empujaba un baúl, como Harry, y llevaban una lechuza.
Con el corazón palpitante, Harry empujó el carrito detrás de ellos. Se detuvieron y los imitó, parándose lo bastante cerca para escuchar lo que decían.
— Y ahora, ¿cuál es el número del andén? — dijo la madre.
— ¡Nueve y tres cuartos! — dijo la voz aguda de una niña, también pelirroja, que iba de la mano de la madre —. Mamá, ¿no puedo ir...?
— No tienes edad suficiente, Ginny. Ahora estáte quieta. Muy bien, Percy, tú primero.
El que parecía el mayor de los chicos se dirigió hacia los andenes nueve y diez. Harry observaba, procurando no parpadear para no perderse nada. Pero justo cuando el muchacho llegó a la división de los dos andenes, una larga caravana de turistas pasó frente a él y, cuando se alejaron, el muchacho había desaparecido.
— Fred, eres el siguiente — dijo la mujer regordeta.
— No soy Fred, soy George — dijo el muchacho —. ¿De veras, mujer, puedes llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy George?
— Lo siento, George, cariño.
— Estaba bromeando, soy Fred — dijo el muchacho, y se alejó. Debió pasar, porque un segundo más tarde ya no estaba. Pero ¿cómo lo había hecho? Su hermano gemelo fue tras él: el tercer hermano iba rápidamente hacia la taquilla (estaba casi allí) y luego, súbitamente, no estaba en ninguna parte.
No había nadie más.
— Discúlpeme — dijo Harry a la mujer regordeta.
— Hola, querido — dijo —. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron también es nuevo.
Señaló al último y menor de sus hijos varones. Era alto, flacucho y pecoso, cosa que hizo que pensase en Noa, con manos y pies grandes y una larga nariz.
— Sí — dijo Harry —. Lo que pasa es que... es que no sé cómo...
— ¿Como entrar en el andén? — preguntó bondadosamente, y Harry asintió con la cabeza.
— No te preocupes — dijo —. Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Ve ahora, ve antes que Ron.
— Hum... De acuerdo — dijo Harry.
Empujó su carrito y se dirigió hacia la barrera. Parecía muy sólida. Comenzó a andar. La gente que andaba a su alrededor iba al andén nueve o al diez. Fue más rápido. Iba a chocar contra la taquilla y tendría problemas. Se inclinó sobre el carrito y comenzó a correr (la barrera se acercaba cada vez más). Ya no podía detenerse (el carrito estaba fuera de control), ya estaba allí... Cerró los ojos, preparado para el choque... Pero no llegó. Siguió rodando. Abrió los ojos.
Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Un rótulo decía: «Expreso de Hogwarts, 11 h.» Harry miró hacia atrás y vio una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras «Andén Nueve y Tres Cuartos». Lo había logrado.
El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud, mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las piernas de la gente. Las lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de las charlas y el movimiento de los pesados baúles. Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados por las ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban a ocupar. Harry empujó su carrito por el andén, buscando un asiento vacío. Pasó al lado de un chico de cara redonda que decía:
— Abuelita, he vuelto a perder mi sapo.
— Oh, Neville — oyó que suspiraba la anciana.
Un muchacho de pelos tiesos estaba rodeado por un grupo.
— Déjanos mirar, Lee, vamos.
El muchacho levantó la tapa de la caja que llevaba en los brazos, y los que lo rodeaban gritaron cuando del interior salió una larga cola peluda.
Harry se abrió paso hasta que encontró un compartimiento vacío, cerca del final del tren. Primero puso a Hedwig y luego comenzó a empujar el baúl hacia la puerta del vagón. Trató de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudo levantar un poco antes de que se cayera golpeándole un pie.
— ¿Quieres que te eche una mano? — Era uno de los gemelos pelirrojos, a los que había seguido a través de la barrera de los andenes.
— Sí, por favor — jadeó Harry.
— ¡Eh, Fred! ¡Ven a ayudar!
Con la ayuda de los gemelos, el baúl de Harry finalmente quedó en un rincón del compartimiento.
— Gracias — dijo Harry, quitándose de los ojos el pelo húmedo.
-—¿Qué es eso? — dijo de pronto uno de los gemelos, señalando la brillante cicatriz de Harry.
— Vaya — dijo el otro gemelo —. ¿Eres tú...?
— Es él — dijo el primero —. Eres tú, ¿no? — se dirigió a Harry.
— ¿Quién? — preguntó Harry.
-— Harry Potter — respondieron a coro.
— Oh, él — dijo Harry —. Quiero decir, sí, soy yo.
Los dos muchachos lo miraron boquiabiertos y Harry sintió que se ruborizaba. Entonces, para su alivio, una voz llegó a través de la puerta abierta del compartimiento.
— ¿Fred? ¿George? ¿Estáis ahí?
— Ya vamos, mamá.
Con una última mirada a Harry, los gemelos saltaron del vagón.
Harry se sentó al lado de la ventanilla. Desde allí, medio oculto, podía observar a la familia de pelirrojos en el andén y oír lo que decían.
Detrás de la familia, reconoció al dios Apolo junto a la chica de esos ojos eléctricos, Noa. La joven iba algo nerviosa, cosa que Apolo trataba de evitar.
— Todo irá bien peque — dijo Apolo.
Noa sonrió levemente y fue en busca de algún compartimiento. Harry lo notó y fue en busca de ella.
— !Noa! — dijo al verla. El pequeño corrió hasta ella y le dió un fuerte abrazo. Noa sonrió y ante la sorpresa, devolvió el abrazo —. Vente a mí compartimiento.
Noa asintió y se separó de Harry para despedirse de Apolo. Harry se encargó de llevar las cosas de Noa y dejarlas junto a las suyas. Por el camino, el joven pelirrojo, Ron Weasley, estaba buscando donde ponerse.
— Oye — dijo Harry cómo pudo —, ¿te pones con nosotros? — habló sonriente.
El pelirrojo asintió bastante feliz. Ayudó a Harry con las cosas de Noa y fueron en silencio hasta el compartimiento. Una vez allí, Noa llegó y se sentó al lado de Harry. Ron se dedicó a mirar a través de la ventana al notar el silencio que había en el ambiente.
— Eh, Ron.
Los gemelos habían vuelto. Noa miró a ambos sonriente. Los famosos hijos de Hermes que no temían a Dionisio ni a Quirón.
— Mira, nosotros nos vamos a la mitad del tren, porque Lee Jordan tiene una tarántula gigante y vamos a verla.
— De acuerdo — murmuró Ron.
— Harry — dijo el otro gemelo —, ¿te hemos dicho quiénes somos? Fred y George Weasley. Y él es Ron, nuestro hermano. Nos veremos después, entonces. Por cierto — dijo notando la presencia de la rubia —, hola Solecito.
Noa saludó bastante feliz.
— Hasta luego — dijeron Noa, Harry y Ron. Los gemelos salieron y cerraron la puerta.
—¿Eres realmente Harry Potter? —dejó escapar Ron.
Harry asintió. Noa prestó atención a la conversación ya que sentía que sería interesante.
— Oh… bien, pensé que podía ser una de las bromas de Fred y George — dijo Ron—. ¿Y realmente te hiciste eso… ya sabes…?
Señaló la frente de Harry.
Harry se levantó el flequillo para enseñarle la luminosa cicatriz. Ron la miró con atención.
— ¿Así que eso es lo que Quien-tú-sabes…?
— Sí — dijo Harry —, pero no puedo recordarlo.
— ¿Nada? — dijo Ron en tono anhelante.
— Bueno… recuerdo una luz verde muy intensa, pero nada más.
— Vaya — dijo Ron. Contempló a Harry durante unos instantes y luego, como si se diera cuenta de lo que estaba haciendo, con rapidez volvió a mirar por la ventanilla.
— ¿Sois una familia de magos? —preguntó Harry, ya que encontraba a Ron tan interesante como Ron lo encontraba a él.
— Oh, sí, eso creo — respondió Ron —. Me parece que mamá tiene un primo segundo que es contable, pero nunca hablamos de él.
— No creo que eso os afecte mucho — comentó Noa mirando al pelirrojo, quien simplemente se encogió de hombros.
— Entonces ya debes de saber mucho sobre magia.
La curiosidad de Harry era algo que no sé podía negar. Noa veía como Harry tenía ganas de saberlo todo.
— Oí que te habías ido a vivir con muggles — dijo Ron —. ¿Cómo son?
— Horribles… Bueno, no todos ellos. Mi tía, mi tío y mi primo sí lo son. Me hubiera gustado tener tres hermanos magos.
— Cinco — corrigió Ron. Por alguna razón parecía deprimido —. Soy el sexto en nuestra familia que va a asistir a Hogwarts. Podrías decir que tengo el listón muy alto. Bill y Charlie ya han terminado. Bill era delegado de clase y Charlie era capitán de quidditch. Ahora Percy es prefecto. Fred y George son muy revoltosos, pero a pesar de eso sacan muy buenas notas y todos los consideran muy divertidos. Todos esperan que me vaya tan bien como a los otros, pero si lo hago tampoco será gran cosa, porque ellos ya lo hicieron primero. Además, nunca tienes nada nuevo, con cinco hermanos. Me dieron la túnica vieja de Bill, la varita vieja de Charles y la vieja rata de Percy.
— ¿Pero no necesitas una varita propia para poder realizar bien lo hechizos? — cuestionó Noa. Eso fue lo que entendió de todo el discurso que le dió Ollivanders en su momento.
— Bueno, depende de la varita, pero aún así no nos daba el dinero — dijo algo bajo, como si se avergonzara.
Ron buscó en su chaqueta y sacó una gorda rata gris, que estaba dormida.
— Se llama Scabbers y no sirve para nada, casi nunca se despierta. A Percy, papá le regaló una lechuza, porque lo hicieron prefecto, pero no podían comp… Quiero decir, por eso me dieron a Scabbers.
Las orejas de Ron enrojecieron. Parecía pensar que había hablado demasiado, porque otra vez miró por la ventanilla. Harry no creía que hubiera nada malo en no poder comprar una lechuza. Después de todo, él nunca había tenido dinero en toda su vida, hasta un mes atrás, así que le contó a Ron que había tenido que llevar la ropa vieja de Dudley y que nunca le hacían regalos de cumpleaños. Eso pareció animar a Ron.
— … y hasta que Hagrid me lo contó, yo no tenía idea de que era mago, ni sabía nada de mis padres o Voldemort…
Ron bufó.
— ¿Qué? — dijo Harry.
— Has pronunciado el nombre de Quien-tú-sabes — dijo Ron, tan conmocionado como impresionado —. Yo creí que tú, entre todas las personas…
— No hay que temer a un nombre, hay que temer al dueño del nombre — dijo Noa tranquilamente.
Ron miró a Noa, pero ella no sabía que expresaba en la mirada, si sorpresa, temor, molestia... Sin embargo, eso no le importaba a Noa.
— No estoy tratando de hacerme el valiente, ni nada por el estilo, al decir el nombre — dijo Harry —. Es que no sabía que no debía decirlo. ¿Ves lo que te decía? Tengo muchísimas cosas que aprender… Seguro — añadió, diciendo por primera vez en voz alta algo que últimamente lo preocupaba mucho —,
seguro que seré el peor de la clase.
— No será así. Hay mucha gente que viene de familias muggles y aprende muy deprisa.
Noa no habló, simplemente se acercó a Harry y acarició el brazo derecho, ya que ella estaba a la izquierda de Harry.
Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas y ovejas. Se quedaron mirando un rato, en silencio, el paisaje.
A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo:
— ¿Queréis algo del carrito, guapos?
Harry, que no había desayunado, se levantó de un salto, pero las orejas de Ron se pusieron otra vez coloradas y murmuró que había llevado bocadillos. Noa simplemente negó. Harry salió al pasillo.
Cuando vivía con los Dursley nunca había tenido dinero para comprarse golosinas y, puesto que tenía los bolsillos repletos de monedas de oro, plata y bronce, estaba listo para comprarse todas las barras de chocolate que pudiera llevar. Pero la mujer no tenía Mars. En cambio, tenía Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores, chicle, ranas de chocolate, empanada de calabaza, pasteles en forma de caldero, varitas de regaliz y otra cantidad de cosas extrañas que Harry no había visto en su vida. Como no deseaba perderse nada, compró un poco de todo y pagó a la mujer once sickles de plata y siete knuts de
bronce. Ron lo miraba asombrado, mientras Harry depositaba sus compras sobre un asiento vacío.
— Tenías hambre, ¿verdad? — murmuró Noa flipando ante la cantidad de cosas que había comprado.
— Muchísima — dijo Harry, dando un mordisco a una empanada de calabaza.
Ron había sacado un arrugado paquete, con cuatro bocadillos. Separó uno y dijo:
— Mi madre siempre se olvida de que no me gusta la carne en conserva.
— Te la cambio por uno de éstos — dijo Harry, alcanzándole un pastel —. Sírvete… Servios.
— No te va a gustar, está seca — dijo Ron—. Ella no tiene mucho tiempo — añadió rápidamente —… Ya sabes, con nosotros cinco.
— Vamos, sírvete un pastel — dijo Harry, que nunca había tenido nada que compartir o, en realidad, nadie con quien compartir nada. Era una agradable sensación, estar sentado allí con Noa y Ron, comiendo pasteles y dulces (los bocadillos habían quedado olvidados).
— ¿Qué son éstos? — preguntó Harry a ambos, cogiendo un envase de ranas de chocolate —. No son ranas de verdad, ¿no? — Comenzaba a sentir que nada podía sorprenderlo.
— No — dijo Ron —. Pero mira qué cromo tiene. A mí me falta Agripa.
— ¿Qué?
— Oh, por supuesto, no debes saber… Las ranas de chocolate llevan cromos, ya sabes, para coleccionar, de brujas y magos famosos. Yo tengo como quinientos, pero no consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo.
— Pues a mí simplemente me falta Morgana — dijo Noa —. Tengo un par de Agripa, si tienes repetida a Morgana te doy un cromo al regresar al campamento — Ron sonrió al oír la propuesta de Noa. Ella tendió la mano y Ron la estrechó para marcar el trato.
— ¿Campamento? — preguntó Harry mientras desenvolvía su rana de chocolate y sacó el cromo. En él estaba impreso el rostro de un hombre. Llevaba gafas de media luna, tenía una nariz larga y encorvada, cabello plateado suelto, barba y bigotes. Debajo de la foto estaba el nombre: Albus Dumbledore —¡Así que éste es Dumbledore! — dijo Harry emocionado —. Pero, ¿qué es el campamento?
— ¿Te acuerdas de lo que dije mientras hablábamos con el rubio chulito y él dijo Atenea y yo Apolo? — preguntó Noa. Harry asintió dando a entender que se acordaba —. Vale. Pues hay un lugar llamado campamento mestizo donde los hijos de los dioses suelen ir. De allí conozco a Ron, de allí me suena la cara de ese rubio — explicó Noa —. En el campamento los semidioses estamos a salvo de los monstruos que tratan de acabar con nosotros.
Harry miró sorprendido a ambos. Las preguntas llegaron a su cabeza, una tras otra.
— Entonces, ¿por qué no he ido? — preguntó.
Ron miró a Harry intentando adivinar a su padre o madre divino.
— ¿Tú eres hijo de algún dios?
— Zeus — respondieron a la vez Noa y Harry.
— Sobreviviente a Quien-no-de-ser-nombrado e hijo de Zeus, lo tienes todo — dijo sorprendido Ron.
Noa rió levemente ante su comentario. Miró a Harry quién se sonrojo un poco debido al comentario de Ron.
— Bueno, volviendo al otro tema, ¡no me digas que nunca has oído hablar de Dumbledore! — dijo Ron —. ¿Puedo servirme una rana? Podría encontrar a Ptolomeo… Gracias…
Harry dio la vuelta a la tarjeta y leyó:
Albus Dumbledore, actualmente director de Hogwarts. Considerado por casi todo el mundo como el más grande mago del tiempo presente, Dumbledore es particularmente famoso por derrotar al mago tenebroso Grindelwald en 1945, por el descubrimiento de las doce aplicaciones de la sangre de dragón, y por su trabajo en alquimia con su compañero Nicolás Flamel. El profesor Dumbledore es aficionado a la música de cámara y a los bolos.
Harry dio la vuelta otra vez al cromo y vio, para su asombro, que el rostro de Dumbledore había desaparecido.
— ¡Ya no está! — Noa no pudo evitar reír ante las palabras de Harry.
—Bueno, no iba a estar ahí todo el día —dijo Ron—. Ya volverá. Vaya, me ha salido otra vez Morgana y ya la tengo seis veces repetida… ¿No la quieres? Puedes empezar a coleccionarlos.
Noa miró a Ron, él simplemente sonrió. Los ojos de Ron se perdieron en las ranas de chocolate, que esperaban que las desenvolvieran.
— Sírvete, y tú también Noa — dijo Harry —. Pero oye, en el mundo de los muggles la gente se queda en las fotos.
— ¿Eso hacen? Cómo, ¿no se mueven? —Ron estaba atónito —. ¡Qué raro!
Harry miró asombrado, mientras Dumbledore regresaba al cromo y le dedicaba una sonrisita. Ron estaba más interesado en comer las ranas de chocolate que en buscar magos y brujas famosos, pero Harry no podía apartar la vista de ellos. Muy pronto tuvo no sólo a Dumbledore y Morgana, sino también a Ramón Llull, al rey Salomón, Circe, Paracelso y Merlín. Hasta que finalmente apartó la vista de la druida Cliodna, que se rascaba la nariz, para abrir una bolsa de grageas de todos los sabores.
— Tienes que tener cuidado con ésas — lo previno Noa —. Cuando dice «todos los sabores», es eso lo que quiere decir.
— Ya sabes, tienes todos los comunes, como chocolate, menta y naranja, pero también puedes encontrar espinacas, hígado y callos. George dice que una vez encontró una con sabor a duende.
Ron eligió una verde, la observó con cuidado y mordió un pedacito.
— Puaj… ¿Ves? Coles.
Pasaron un buen rato comiendo las grageas de todos los sabores. Harry encontró tostadas, coco, judías cocidas, fresa, curry, hierbas, café, sardinas y fue lo bastante valiente para morder la punta de una gris, que Ron no quiso tocar y resultó ser pimienta.
En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste. Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y colinas de color verde oscuro. Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró el muchacho de cara redonda que Harry había visto al pasar por el andén nueve y tres cuartos. Parecía muy afligido.
— Perdón — dijo —. ¿Por casualidad no habréis visto un sapo?
Cuando los tres negaron con la cabeza, gimió.
— ¡Lo he perdido! ¡Se me escapa todo el tiempo!
— Ya aparecerá — dijo Harry.
— Seguro que lo encuentras pronto Nev — me dedicó una sonrisa Noa al chico.
— Sí — dijo el muchacho apesadumbrado—. Bueno, si lo veis…
Se fue.
— ¿De qué lo conoces? — preguntó Harry.
— Del campamento, es hijo de Demeter.
— No sé por qué está tan triste —comentó Ron —. Si yo hubiera traído un sapo, lo habría perdido lo más rápidamente posible. Aunque en realidad he traído a Scabbers, así que no puedo hablar.
La rata seguía durmiendo en las rodillas de Ron.
— Podría estar muerta y no notarías la diferencia — dijo Ron con disgusto —. Ayer traté de volverla amarilla para hacerla más interesante, pero el hechizo no funcionó. Os lo voy a enseñar, mirad…
Revolvió en su baúl y sacó una varita muy gastada. En algunas partes estaba astillada y, en la punta, brillaba algo blanco.
— Los pelos de unicornio casi se salen. De todos modos…
Acababa de coger la varita cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez. Había regresado el chico del sapo, pero llevaba a una niña con él. La muchacha ya llevaba la túnica de Hogwarts.
— Hermione — habló feliz Noa. Se levantó y abrazó a la chica, quién correspondió al abrazo. Al separarse habló.
— ¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno — dijo. Tenía voz de mandona, mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos.
— Ya le hemos dicho que no — dijo Ron, pero la niña no lo escuchaba. Estaba mirando la varita que tenía en la mano.
— Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo.
Se sentó. Ron pareció desconcertado.
— Eh… de acuerdo. — Se aclaró la garganta —. «Rayo de sol, margaritas, volved amarilla a esta tonta ratita.»
Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabbers siguió durmiendo, tan gris como siempre. Noa miró confundida
— ¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? — preguntó la niña —. Bueno, no es muy efectivo, ¿no? Yo probé unos pocos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron. Nadie en mi familia es mago, Hécate me dió el don, fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia, por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que eso sea suficiente… Yo soy Hermione Granger. ¿Y vosotros quiénes sois? — Noa sabía que Hermione había visto a Ron por el campamento, pero nunca hablaron.
Dijo todo aquello muy rápidamente.
Harry miró a Ron y se calmó al ver en su rostro aturdido que él tampoco se había aprendido todos los libros de memoria. Noa miraba a ambos con ganas de reír por sus cara, aunque estaba en la misma situación, salvo que leyó uno: Animales fantásticos y dónde encontrarlos.
— Yo soy Ron Weasley — murmuró Ron.
— Harry Potter — dijo Harry.
— ¿Eres tú realmente? — dijo Hermione—. Lo sé todo sobre ti, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo XX.
— ¿Estoy yo? — dijo Harry, sintiéndose mareado.
— Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiera — dijo Hermione —. ¿Sabéis a qué casa vais a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que Ravenclaw no será tan mala… De todos modos, es mejor que sigamos buscando el sapo de Neville. Y vosotros dos deberíais cambiaros ya, vamos a llegar pronto. Adiós Noa — se despidió con un abrazo de la rubia.
Y se marchó, llevándose al chico sin sapo.
— Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que ella no esté — dijo Ron. Arrojó su varita al baúl—. Qué hechizo más estúpido, me lo dijo George. Seguro que era falso.
— Hermione es buena chica, ya verás como al final hasta te enamoras de ella — dijo Noa molesta por lo que dijo Ron.
— No creo que eso pase — dijo el pelirrojo.
— ¿En qué casa están tus hermanos? —preguntó Harry.
— Gryffindor — dijo Ron. Otra vez parecía deprimido —. Mamá y papá también estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Ravenclaw sea tan mala, pero imagina si me ponen en Slytherin.
— ¿Ésa es la casa en la que Vol… quiero decir Quien-tú-sabes… estaba?
— Ajá — dijo Noa.
Ron se echó hacia atrás en el asiento, con aspecto abrumado.
— ¿Sabes? Me parece que las puntas de los bigotes de Scabbers están un poco más claras — dijo Harry, tratando de apartar la mente de Ron del tema de las casas —. Y, a propósito, ¿qué hacen ahora tus hermanos mayores?
Noa se acordó de Charlie Weasley y como había sido tan amable con ella cuando volvía de Rumanía y estaba en el campamento. Era un gran luchador con la espada y su puntería nunca fallaba. De Bill apenas sabía algo porque cuando estaba en el campamento era muy reservado.
— Charlie está en Rumania, estudiando dragones, y Bill está en África, ocupándose de asuntos para Gringotts — explicó Ron —. ¿Te enteraste de lo que pasó en Gringotts? Salió en El Profeta, pero no creo que las casas de los muggles lo reciban: trataron de robar en una cámara de alta seguridad.
Harry se sorprendió.
— ¿De verdad? ¿Y qué les ha sucedido?
— Nada, por eso son noticias tan importantes. No los han atrapado — respondió Noa.
— Mi padre dice que tiene que haber un poderoso mago tenebroso para entrar en Gringotts, pero lo que es raro es que parece que no se llevaron nada. Por supuesto, todos se asustan cuando sucede algo así, ante la posibilidad de que Quien-tú-sabes esté detrás de ello.
Harry repasó las noticias en su cabeza. Había comenzado a sentir una punzada de miedo cada vez que mencionaban a Quien-tú-sabes. Suponía que aquello era una parte de entrar en el mundo mágico, pero era mucho más agradable poder decir «Voldemort» sin preocuparse.
— ¿Cuál es vuestro equipo de quidditch? — preguntó Ron.
— Eh… no conozco ninguno — confesó Harry.
— ¿Cómo? — Ron pareció atónito—. Oh, ya verás, es el mejor juego del mundo… — Y se dedicó a explicarle todo sobre las cuatro pelotas y las posiciones de los siete jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus hermanos y la escoba que le gustaría comprar si tuviera el dinero. Le estaba explicando los mejores puntos del juego, cuando otra vez se abrió la puerta del compartimiento, pero esta vez no era Neville, el chico sin sapo, ni Hermione Granger.
Entraron tres muchachos, y Noa reconoció de inmediato al del medio: era el chico pálido de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Harry con mucho más interés que el que había demostrado en el callejón Diagon.
— ¿Es verdad? — preguntó —. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter está en este compartimento. Así que eres tú, ¿no?
— Sí — respondió Harry. Observó a los otros muchachos. Ambos eran corpulentos y parecían muy vulgares. Situados a ambos lados del chico pálido, parecían guardaespaldas.
— Oh, éste es Crabbe y éste Goyle — dijo el muchacho pálido con despreocupación, al darse cuenta de que Harry los miraba —. Y mi nombre es Malfoy, Draco Malfoy.
— Sabía que me sonabas de algún lado — susurró Noa al oír el nombre —. Por cierto, rubito, ¿me dejas terminar de cambiarme? — preguntó Noa con la ropa que necesitaba ponerse en la mano.
Draco asintió. Se echó para un lado dejando a Noa salir.
— Muchas gracias — agradeció Noa.
Al salir del compartimiento empezó a andar en busca de los baños para cambiarse. Miraba por las ventanas de los demás compartimientos por si encontraba a alguien conocido, como Mike. El largo tren estaba repleto de estudiantes que Noa quería conocer.
Por fin llegó a los baños y se colocó la capa y lo demás que necesitaba. Salió sin antes mirar si estaba bien su pelo. Tras dejar el baño atrás, pudo ver a Luke. La mirada del chico mayor se posó en ella dejando de mirar al chico con el que hablaba. Notó que tenía un cabello rubio y rizado, bastante hermoso.
— Mini pecas — sonrió Luke.
El slytherin hizo una seña para que se acercase a él y a su amigo. La diferencia de altura entre los dos era bastante obvia. Su amigo de sexto año se acercó a abrazarla elevándola del suelo. Con una enorme sonrisa bajó a Noa.
— ¿Te acuerdas del chico del minotauro? — preguntó Luke. Noa asintió.
Durante la última semana de agosto, un chico se había enfrentado al minotauro tras que esté matase a su madre, o eso fue lo que contó Grover a la joven semidiosa.
Miró al chico y los ojos azules océano de él estaban posados en los suyos eléctricos. La sonrisa se hizo presente en el rostro del semidios que no había sido reclamado. Era aproximadamente de la altura de Noa, o incluso un pelín más bajo.
— Pues es él — continuó Luke —. Percy Jackson.
El chico de nombre Percy extendió la mano para estrecharla con la mano de Noa. En el momento de hacerlo, otra imagen acudió a la cabeza de Noa. Era él. Estaba Percy en un lugar bastante oscuro mirando una estatua de oro junto al dios Hades. Vió como lanzó una perla al suelo desapareciendo.
— ¿Noa? — escuchaba en la lejanía. Notó como si estuvieran agitándola —, ¿estás bien?
Miró y averiguó que se trataba de Percy, quién habló, y Luke, quién la agitó. Los dos estaban con una mirada de preocupación.
— Estoy bien — respondí Noa —. Sólo me quedé pensando... — dió como excusa.
— ¿Segura? — preguntaron los dos chicos a la vez.
Noa asintió. Trató de relajar a Percy quién se notaba realmente preocupado. No se habían conocido antes, pero la preocupación de Percy ante la hija de Apolo era mayor a la de Luke.
Una voz retumbó en el tren.
— Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio.
Percy alzó la mirada buscando el origen de la voz. Noa sonrió al notar como el rubio estaba un poco perdido.
— Percy, Noa, me voy yendo — dijo Luke.
Él abrazó a Noa y dió un besito en la cabeza de la rubia. Con Percy únicamente agitó la mano diciendo adiós.
El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todos se empujaban para salir al pequeño
y oscuro andén. Noa se estremeció bajo el frío aire de la noche. Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de los alumnos, y Noa oyó una voz conocida:
— ¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! ¿Todo bien por ahí, Harry?
La gran cara peluda de Hagrid rebosaba alegría sobre el mar de cabezas. Noa al oír la pregunta tiró de Percy agarrando su mano para buscar a su amigo azabache.
— Harry — susurró Noa al ponerse a su lado.
El chico sonrió y abrazó a Noa. Miró a Percy y saludó tímidamente, cosa que imitó Percy.
— Venid, seguidme… ¿Hay más de primer año? Mirad bien dónde pisáis. ¡Los de primer año, seguidme!
Resbalando y a tientas, siguieron a Hagrid por lo que parecía un estrecho sendero. Estaba tan oscuro que Noa pensó que debía de haber árboles muy tupidos a ambos lados. Nadie hablaba mucho. Neville, el chico que había perdido su sapo, lloriqueaba de vez en cuando, haciendo que Noa sintiera pena y tratase de buscar al sapo.
— En un segundo, tendréis la primera visión de Hogwarts — exclamó Hagrid por encima del hombro —, justo al doblar esta curva.
Se produjo un fuerte: ¡ooooooh!
El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. En la punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas.
— ¡No más de cuatro por bote! — gritó Hagrid, señalando a una flota de botecitos alineados en el agua, al lado de la orilla. Harry y Ron subieron a uno, seguidos por Noa y Percy — ¿Todos habéis subido? — continuó Hagrid, que tenía un bote para él solo —. ¡Venga! ¡ADELANTE!
Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago, que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco donde se erigía.
— ¡Bajad las cabezas! — exclamó Hagrid, mientras los primeros botes alcanzaban el peñasco.
Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a través de una cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y los guijarros.
— ¡Eh, tú, el de allí! ¿Es éste tu sapo? — dijo Hagrid, mientras vigilaba los botes y la gente que bajaba de ellos.
— ¡Trevor! — gritó Neville, muy contento, extendiendo las manos. Noa sintió un alivio al saber qué Neville tenía su sapo.
Luego subieron por un pasadizo en
la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo finalmente a un césped suave y húmedo, a la sombra del castillo. Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.
— ¿Estáis todos aquí? Tú, ¿todavía tienes tu sapo?
Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo.
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