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Capítulo 4

Dia 35

-¿No piensas decirme tu nombre? Si no lo haces te pondré uno. Tal vez, Lila.

Él se rió y agitó su cabello que chorreaba agua. Llovía a cantaros esa noche, el pantanal rojizo en el que estaba de pie parecía querer devorárselo, hundiéndolo una y otra vez. Su rostro que veía limpio por primera vez formaba un ovalo perfecto, su boca risueña y llena decía cosas que me hacían sonrojar.

-¿No le produce nada ver tantos cuerpos desnudos, Padre?-me preguntó, aguijoneando mi tranquilidad. Él siempre hablaba de sexo, abiertamente a veces, otras lo dejaba insinuar.

-Si-contesté y él levantó una ceja en señal de pregunta.

-Me producen pena. Me entristecen su estado y los flagelos que no puedo ver pero que sé que sufren.

El chico suspiró.

-Lee, me llamo Lee.

-Te ves como un Lee. Te queda-dije-Sabes que mi nombre es Christopher, lo has escuchado. Ahora, ya presentados formalmente, te pido déjame ayudarte. Vienes tantas veces, siempre tan cerca pero...

-No avanzo más allá.

-No. Y, sé que si no hay un completo arrepentimiento es imposible que entres a la iglesia pero, ¿qué te detiene? ¿Qué no sueltas? ¿Qué arrastras?

Lee sonrío y sus ojos brillaron en la noche, la húmedad en sus pestañas negras los enmarcaba de una forma peculiar.

-Le toca a usted responder a esas preguntas. Es su trabajo. Quizá no al que lo enviaron pero evidentemente sí el que se ha impuesto.

Su respuesta me descolocó.

-Estás en lo cierto pero, ¿no piensas ayudarme a comprender? ¿No quieres salir de aquí?

Él se puso serio al fin. Apretó los puños y arrugó el ceño. Llevó sus ojos al cielo tormentoso y se quedó en silencio por un par de minutos.

Su expresión era compungida y triste, perdida en recuerdos. Tal vez lloraba pero la lluvia que corría por su rostro me negaba la certeza.

Lamenté la crudeza de mi pregunta. Decidí serenarme y solo atiné a quedarme como él mirando el cielo, sintiendo las salpicaduras que se estrellaban contra mis zapatos, orando en silencio.

-El infierno es todo lo que conocí en mi vida y en mi muerte. No conozco nada más.

-Pero lo hay, Lee. Y quiero que lo veas.

Él comenzó a caminar hacia mí y yo me esperancé. Se detuvo tan cerca que si estiraba mi mano podia tomar la suya. Me recordé que esto no se trataba de distancias físicas sino de caminos espirituales, y estos no podía acortarlos nadie. Solo él mismo.

-¿Sabes lo que nos hacen allí?

Lo que dijo y cómo me turbó.

-Yo no... No creo que hablar de eso te ayudé a...

-Es de lo que quiero hablar. Si no quiere escucharme digalo y me iré.

Jamás le negaría el oido, el hombro o la mano a nadie. Aunque escuchar doliera, soportar pesara, y asir me pondría en peligro de ser arrastrado.

-Habla. Te escucho.

-Qué seriedad-comentó y se sentó en el barro frente a mí, con las manos en su regazo.

-No hay orden-dijo luego de pensar un rato-No está el dia de los azotes, el del hervor en aceite, el de desollar.

Tragué saliva.

-Es caótico y brutal. Los demonios, acabada la noche y con ella la restauración de nuestros cuerpos, solo se lanzan a atraparnos y a hacernos lo que han sido enviados a hacer por el Dios al que sirves. Y no lo defiendas-me atajó al ver que iba a interrumpir- Esto lo creó él y lo gobierna. Los demonios solo son instrumento suyos. Si los viera, Padre. Tienen tanto temor de él. Son seres grotescos, deformados, destruidos, horribles. Son repulsivos de ver. Sin embargo si estas tan cerca para ver sus ojos solo ves en ellos vacío y pérdida, una agonía sin nombre y una profunda aflicción.

<No es como en las películas, ellos claramente no disfrutan lo que nos hacen. Es para ellos una pesadilla que no acaba, ni acabará, lo mismo que para nosotros. Somos todos victimas.

No supe como procesar lo que Lee decía. Era un punto de vista tan alejado del mío. Solo callé y seguí escuchando.

-Me han desmembrado. He sido cosido a otros cuerpos o a sus pedazos. Caminé sobre clavos de ida en un puente larguísimo; y de vuelta lo hice en cuatro patas. Fui empalado, y desollado, lo que duele tanto que no hay palabras para describirlo. Y muchas torturas más. Pero sabe, Padre. Todo eso junto no duele tanto como saber esto el destino final. La desesperanza es un tormento silencioso y afilado que corta sin cesar.

-Pero hay esperanza. Si te arrepientes puedes hallar la redención.

-¿Sabe a qué me aferro en medio del suplicio?- continúo, ignorando mis palabras- A una ilusión, ¡Qué patetico soy!

Esta vez ni la lluvia pudo evitar que viera sus lágrimas cayendo en lenta cascada. Sus ojos dejaron de mirar afuera y se enfocaron en su tormentoso interior, viendo sus anhelos, poniendoles nombre.

-¿ Qué ilusión te consuela, Lee?

Apenas se oyó mi voz. Lo pregunté sutil y silenciosamente, me acerqué a él, a quién era en verdad, como si fuera un pajarillo herido que inquieto se movía en una de mis manos. Un ave de plumas coloridas aunque fracturadas.

Lee me miró como nadie me ha visto jamás, de alma a alma. Sonrío con timidez.

- Mi ilusión es tan absurda que me avergüenza, tan imposible que duele-me confesó-Es nada, menos que nada y aun así es todo lo que tengo y lo único que me queda.

Estiré mi mano y tomé la suya.

Habia parado de llover abruptamente. Ninguno lloraba ya, ni el cielo ni Lee, solo esperaban.

-Que alguien me ame de tal manera que venga en mi busca. Que se arrodille allí entre carne y visceras, sin importarle nada, sin ver a los lados. Y que me tome en sus brazos y en ellos me lleve adónde aún hay esperanza.

Pedía mucho. Pero yo también. Los dos deciamos "ven"
Un salto de fe o los diez mil pasos de Wendy.

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