En la habitación 305
En la habitación 305 de un hospital que pinta todo en blanco, las personas con peores situaciones habitan ahí.
Aquellas que no tienen esperanza, fueron abandonados por quienes eran su luz y ahora no son más que cuerpos vivientes sin capacidad de razonar tanto como antes.
En esa habitación, una mujer se levanta de su cama, su bata tan larga y blanca, todo el lugar irradiaba en ese asqueante tono.
Su pelo tan vivo en negro, lo único llamativo de allí.
Además de su vivo rojo, amarillo y verde.
La extensión de su capilar, estaba recogido en una simple liga, su peinado era una cola de caballo.
Se levantó de su comodidad estirándose, dejando ver sus dientes con aquella sonrisa adornando su rostro.
Soltó aire y abrió los ojos, no sabía la hora pero sabía que la comida no tardaba en llegar, al menos veía la noche, ansiaba el postre que traerían.
Se puso de pie mientras reía levemente, no tendría mucho que hacer más que el esperar sentada a un lado de la puerta metálica.
Caminó la poca distancia entre ella y la salida, y tomó asiento de nuevo en el suelo, sus ojos abiertos con curiosidad, sus pupilas se movían de lado a lado lentamente.
Suspiró, sin sentimiento alguno detrás, sin lamentos, solo sonriendo como si nada malo ocurriera como para estar ahí.
Siguiendo con su rutina, miró a todos lados, para ver si había algo nuevo.
Una telaraña nueva, en la esquina de otro lado, a su derecha.
Aplaudió dos veces, riendo.
Cerró ambos ojos, sonreía.
Aquella araña había recorrido toda su habitación.
¿Cómo sería ser un insecto de ese tamaño?
Tener la misma curiosidad y ambición de recorrer todo, y volverlo a recorrer porque todo sigue siendo grande.
A su tamaño, todo era un mundo por descubrir.
Cada rincón, incluso el techo, ¿cómo será poder colgar del techo?
Soltó una estruendosa carcajada cuando se lo preguntó, saboreando la ironía.
"Si estuviera colgada, sería feliz" pensó.
Una mosca pasó, por la ventana.
Revoloteó por su cara, casi riéndose de ella, con ella.
Llegó hasta posarce en uno de los barrotes negros, que daban vista al cielo.
El cielo se iluminó, aquel azul, casi negro, por un momento blanco, por una fracción de segundos gris, y luego volvió a su tono.
Al parecer llovía, como aquel estruendoso día.
Bostezó, ignorando lo que su mente repasaba diariamente, en automático.
Sonrió de nuevo al ver a algunas gotas filtrarse por ahí, mojando el mozaico blanco, solo llamativo por el reflejo de la luz externa en un lugar oscuro.
Ansiaba con algún día poder estar fuera de ahí, y cuidar sus lindas flores, teniendo su gran habilidad para la fertilidad en la tierra, y la fragilidad en la que cuidaba todo.
Su pelo seguía siendo lo más brillante.
Normalmente tendría ganas de hablar, su pecho era como un globo lleno de aire que necesitaba liberar para poder respirar.
Taradear y mantenerse ocupada por melodías melosas que ocupan su mente.
Está vacía, por dentro, no siente nada, todo el tiempo tiene esa continua sensación de estar incompleta.
Tomó una pastilla, la escupió, y volvió a estar vacía.
Aún cuando debe cuidarse, es su deber, porque más que cuidarse a ella, tendría que cuidar al bebé.
Aunque, ¿por qué debe preocuparse para empezar por un ser que ella no pidió?
Ignoró eso, casi como si fuera un objeto físico, y lo esquivara solo para no tener que lidiar con él.
Fue cuando el sonido de la rejilla la sacó de su mente, soltó una risita, y se levantó sin cuidado y con prisa.
No había nadie, lo sabía, pero en una pequeña escotilla plegable yacía un plato blanco, con un pastel rutinario del sabor de siempre, junto a un tenedor de metal.
Gustosa, lo tomó y volvió a recargarse de la puerta, en el suelo, moviendo levemente su cabeza de lado a lado, con una inocencia algo envidiable.
Su paladar se lleno de el dulce sabor a chocolate, era tan hermoso, incluso aunque lo comiera siempre, parecía que descubría cosas nuevas cada que lo comía.
O más bien, viajaba a alguna memoria que tuviese y que le hiciese feliz, tal vez eso mantenía la poca cordura que le quedaba.
Lamentable, tener que vivir felicidad a base de memorias.
Una lastima que los mayores deban vivir así, esperanzados a que aquellos días vuelvan de la nada y sea lo mismo que antes.
Jamás será lo mismo que antes, y tal vez eso en parte le reconforta.
Abrió una vez más su boca, como una puta, como alguien le dijo.
Y volvió a degustarlo.
Ahora era amargo, algo no estaba bien.
No lo estaba, porque incluso sus mejillas se llenaban de agua salada.
Aunque su sonrisa torcida se mantenía, daba miedo, pero se esforzaba por seguir sonriendo.
Apartó el plato, hacia un lado.
Alzó la mano, y sintió un gran alivio, momentáneo, solo psicológico, porque su estómago dolía inmensamente.
Las puntas del tenedor lograron su cometido, lograron atravesarla.
Lo mantuvo ahí, incluso lo encajó un poco más, para asegurarse de que su querido pequeño también pudiese probar un poco de su dolor.
Se recostó en el suelo, enojada y nerviosa de tener a tantos ojos sobre ella.
Salían de todas partes, el techo, las paredes, eran negras, y los ojos parecían ser dibujados en un contorno blanco, mirándola intensamente, juzgándola de puta, perra.
Todo eso cesó, no había nadie, aunque todo seguía oscuro.
Apareció él, frente a ella, con una sonrisa, y extendiendo su mano.
Bolivia estaba confundida, aún estaba en el suelo, pero no había sangre, y su estómago ya no tenía un gran volumen.
Lo miró a los ojos, más segura, y feliz de haberlo encontrado finalmente.
-- ¿Perú?
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