Cap. 9: Miedo irracional
Ajena a las páginas de mi diario, una noche despejada y tranquila había tomado protagonismo mientras escribía a la luz de las velas en el silencioso barracón. No tenía estómago para ir a cenar con los demás así que había decidido quedarme en la litera con la excusa de tener fiebre, Mikasa se ofreció para acompañarme a la enfermería pero me negué con amabilidad; quería estar completamente sola.
Cerré los ojos cristalizados por nuevas lágrimas y recordé momentos antes de marcharme de casa; la mirada triste y a la vez orgullosa de mi abuela, los ruegos de mi hermana pequeña por que me quedase... Alguien tocó la puerta antes de abrirla haciendo que las bisagras viejas chirriasen un poco, me incorporé manteniendo el paño de agua fría que me habían dado sobre la frente y saludé al recién llegado.
— ¿Eren? — pregunté confundida.
— ¿Qué tal te va la fiebre? Pensé que tendrías hambre y te traje tu ración de cena, así de paso comprobaba tu estado.
— No hacía falta que me trajeras nada, pero gracias de todos modos.
— No me digas eso ahora, casi muero intentando evitar a Sasha.
Sonreí un poco y tomé la bandeja por ambas asas; había un cuenco de sopa, dos patatas asadas y un trozo de pan.
— Qué tal... Jean y Conny, ¿están ya recuperados?
— Sí, no fue grave, por suerte, y estuvieron con los demás durante la cena.
— ¿Y el capitán?
— Pues... creo que tenía el cuerpo algo dolorido pero no pisó la enfermería en ningún momento, habló con Hanji en su habitación y no sé más.
— Vale, gracias por informarme.
Terminaba mi cena cuando veía que las luces del comedor se apagaban y los soldados volvían a los barracones para descansar. Me levanté de la cama y me dirigí a devolver la bandeja, pero los cocineros ya no estaban en las despensas. Miré a mi alrededor y coloqué yo misma la vajilla sucia en el fregadero además de limpiar de migas la bandeja de latón.
Rebusqué una taza por las alacenas cuidándome de no hacer ruido, también saqué de los cajones unas galletas de avena en buen estado que conseguí encontrar. Calenté el agua en un cazo sobre el casi extinto fuego de la chimenea, trituré unas hojas aromáticas de camelia para después revolver dentro de la taza y añadí unas cucharadas de leche y miel para endulzarlo. Puse dos galletas sobre un platillo y las dejé junto a la taza en la bandeja limpia que Eren me trajo.
De camino al edificio, me detuve en los jardines buscando flores de amapola; mi abuela me había enseñado remedios naturales con flores y conocía el uso de la savia de esas flores para aliviar el dolor muscular. Corté los tallos de unas cuantas y las dejé en bajo el borde del platillo para seguir mi camino hasta llegar a la habitación de Levi, llamé con suavidad y entré.
— Hola, soy Astrid... ¿se puede? — le pregunté en la puerta.
Él estaba trabajando en su escritorio a pesar de las horas que eran, me miró con una expresión algo áspera y asintió con la cabeza.
— Te hice un té, y tienes galletas... si quieres — señalé dejando la bandeja a un lado de su mesa.
— Ah.
— Me dijeron que tenías el cuerpo dolorido después de lo que pasó... ¿te ha disminuido el dolor?
— No.
Había tensión, mucha tensión, pero no quería darme por vencida. Un haz de esperanza recorrió mi mirada cuando Levi cogió la taza y dio un pequeño sorbo.
— Está bueno — dijo con voz más relajada.
Sonreí brevemente, estaba allí de pie con las manos detrás de la espalda como una niña pequeña esperando a que diese el visto bueno a las galletas también.
— ¿A qué vienen las flores?
— Conozco un remedio casero para el dolor, si me permites...
— No tenías por qué preocuparte de esa manera por mí, pero tampoco seré un desconsiderado contigo así que adelante.
Con una aguja que tenía cerca, hice unos cortes en los tallos para dejar la savia salir, saqué del bolsillo de los pantalones holgados unos parches de lana blancos y le pedí que se sentase en el borde de la cama con las zonas doloridas expuestas. Él accedió y se desabrochó la camisa gris claro para dejarla en el respaldo de la silla.
Me guardé el sonrojo para mis adentros e impregné los parches de la savia de amapola, media hora con el remedio puesto y sería suficiente. Me senté a su lado e intuí las zonas por los marcados moretones que tenía, no podía sentirme peor por lo que le hice.
— Lo notarás un poco frío al principio — hablé presionando un poco la lana con savia en su brazo izquierdo.
Repetí el proceso en su otro brazo, pecho y abdomen antes de terminar con la espalda. Alguna que otra cicatriz salpicaba la blanca piel de su espalda, parecían haber sido profundas en su momento así que fui cuidadosa de no hacerle daño. Me situé tras él de rodillas en el colchón y coloqué el parche en medio de ésta.
— Nadie se había preocupado tanto por mí — comentó Levi tras un largo silencio.
— Es lo menos que puedo hacer — me justifiqué.
— Te juzgué mal, Astrid, ahora veo que en realidad eres una persona muy amable y preocupada.
Tosí un poco para disimular mi rubor.
— Ya está — anuncié para cambiar de tema — puedes darte una ducha con agua tibia por la mañana para eliminar los restos de savia seca.
— Gracias por ayudarme, espero que el dolor se pase pronto.
— No ha sido nada.
Tiré a la papelera los parches usados y me despedí para regresar a las cabañas, pero Levi me detuvo antes de que llegase siquiera a rozar el pomo. Volví mi vista hacia él, había cogido mi mano con suavidad pidiéndome si podía quedarme para hablar aunque fuera un poco.
Suspiré sin saber qué decirle, algo en mí deseaba con todas su fuerzas quedarme con él... pero sabía que no debía. Me estaba ablandando demasiado, si seguía así no iba a triunfar; desde que conocí a Levi y desde la pelea con mis antiguos amigos no había dejado de alejarme más y más de lo que una vez fui: una chica dispuesta a cumplir todo lo que me ordenasen sin excepciones.
Una lágrima resbaló por mi mejilla mientras tenía la vista fija en la ventana de la habitación. La luz de la luna hacía brillar el color verdoso claro de mis ojos mientras permanecía parada.
— No puedo — contesté triste.
— Astrid, qué-
— Aléjate de mí, no me toques — seguí hablando cada vez con la voz más quebrada por las lágrimas.
— Tranquila, dime qué te ocurre — habló extrañado cogiendo mi otra mano.
Un miedo irracional apareció en mí, si seguía teniendo tanto contacto con él acabaría descubriendo quién era realmente.
— ¡NO ME TOQUES! — grité fuera de mí.
Levi se apartó incrédulo, había confusión en sus ojos. Me marché de la habitación lo más deprisa que pude y desaparecí entre los oscuros pasillos.
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