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Cap. 3: El capitán

El roce de su fría mano contra mi mentón para elevarlo me provocó un escalofrío; su piel estaba helada, era como si estuviese enfermo. Estaba sentada sobre la tapa del inodoro mientras que el capitán, cuyo nombre no conocía aún, me aplicaba una bolsita de hielo sobre la frente con gesto de preocupación. Hice una pequeña mueca al sentir el contacto del hielo con el golpe de mi frente antes de acostumbrarme por completo.

Mientras que el hombre de no más de treinta años curaba mi moratón, yo me limité a analizarle de pies a cabeza intentando callar cualquier queja producto de mi enfado. Odiaba a la gente de los muros con todas mis fuerzas.

Físicamente podría describirle como un adulto de baja estatura, cabello negro azabache liso que mantenía rapado en la nuca y en las sienes, ojos finos y profundos de color azul grisáceo, labios delgados y rosados, un rostro perfilado de piel pálida, cuello esbelto, hombros anchos, pecho tonificado, cintura estrecha y piernas definidas. Psíquicamente no era quien de juzgarle, pero mi impresión era la de un hombre solitario, serio y con aspecto de ser impaciente y estricto.

— Ya casi está — dijo con una voz caracterizada por lo endulzada que sonaba.
— Vale — me limité a contestar sin esconder mi molestia por el constante contacto.
— Parece que no te caigo muy bien — afirmó como si me hubiese leído el pensamiento.

Rodé los ojos hacia otro lado para evitar su mirada a la vez que terminaba de sanar mi golpe. Se echó hacia atrás para que pudiera levantarme ofreciéndome su mano, pero acabé rechazándola.

— Qué mal genio tenéis los de la Policía Militar.
— Cállate, solo he venido a entregar unos documentos y no a ponerme de cháchara con usted.
— Desagradecida...

Cogí los documentos bien ordenados dentro de una carpeta de tapa negra y se la entregué reprimiendo cualquier salida de tono, solo quería salir de allí para buscar a Reiner y Bertholdt. Le informé acerca de que el comandante Dok los había enviado para posteriormente girarme sobre los talones y salir de la habitación, ese frío roce volvía a depositarse sobre mí; aquella vez, en la muñeca.

— Qué haces, suéltame.
— Deberías de ser más disciplinada, no sabes con quién te estás metiendo.
— ¿Con uno de los elfos de Santa Claus o con un gnomo que se escapó de su jardín?
— Cómo te atreves...

Su voz tornada siniestra no me intimidó, solo hizo que me encogiera de hombros y rehice mi camino hacia la puerta que daba al pasillo principal.

Llevaba un rato caminando por el corredor de paredes de piedra gris con falta de decoración, se veían apagadas y carentes de chispa. Buscaba con ansia la salida al patio exterior, el detalle de que los pasillos fueran exageradamente extensos resultaba agobiante.

En un abrir y cerrar de ojos, dos manos taparon mi visión, intenté girarme de manera sobresaltada como impulso al mismo tiempo que agarraba las muñecas de la persona y, de una patada en el estómago, la derribaba; grande fue mi sorpresa al ver que se trataba de Reiner.

— Yo también me alegro de volver a verte, reina... — dijo dolorido pero con humor en su tono.
— Re-Reiner, lo siento mucho, ¿te... encuentras bien?
— No es nada, tranquila, ya sabes que soy como una roca.
— No empieces.

Vi a Bertholdt acudir junto a nosotros tímidamente al ver que la supuesta sorpresa que habían preparado había salido mal, aún así me alegré mucho de ver a los dos mejores amigos que una chica como yo podía tener.

— ¡Astrid!
— ¡Berth!

Bertholdt y yo nos fundimos en un abrazo mientras que él depositaba varios besos sobre mi mejilla.

— Te hemos echado muchísimo de menos, has cambiado bastante — dijo Bertholdt con una sonrisa encantadora.
— ¿Yo? Vosotros sí que habéis cambiado, además de que pegasteis un buen estirón... — me fijé en la notoria diferencia de altura.
— Así que te seleccionaron para la parte más importante de la misión — susurró Reiner.
— Así es, Annie y yo nos esforzaremos mucho por conseguir esa preciada Coordenada.
— Me alegra ese positivismo que hay en ti.

Reí un poco y volví a abrazarles, esa vez a los dos juntos. No dudé en dejar salir algunas lágrimas de mis ojos cuando volví a percibir ese calor que ambos irradiaban, habían sido años tragándome la tristeza y no me sentía capaz de volver a hacerlo. Lloré como hacía tiempo que no lloraba.

— Aww, pobrecita.
— Os quiero mucho, chicos.
— Y nosotros también te queremos, pequeña fiera — habló Bertholdt esa vez acariciando mi pelo.
— Más de lo que te imaginas — añadió Reiner rodeándome con el brazo.
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Giré el pomo de mi nueva habitación para desplomarme sobre la cómoda cama y no volver a mover ni un solo músculo en lo que quedaba de tarde. El sol ya empezaba a ponerse y el reflejo dorado de sus rayos iluminaron el cuarto, se sentía bastante bien, era relajante. Ese sosiego no duró mucho cuando Hitch irrumpió en la habitación de golpe.

— ¡Compi, al fin te encuentro! — exclamó tomando mi mano — Tienes que venir sí o sí al comedor, tengo que presentarte a un amigo igualito a ti; serio y aburrido.
— Gracias por el cumplido — la sonrisa que traía desde el encuentro con mis amigos se borró.
— De nada, jeje, pero sin mal que me caes súper bien.

Doblé cuidadosamente la chaqueta preguntándome el motivo de porqué había aceptado esa invitación, me extrañó que Annie no estuviese en la habitación o en compañía de la chica. Guardé la prenda en el armario junto al juego de cinturones de sujeción, quedando así más cómoda, y me dirigí a la puerta para seguir a Hitch.

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