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Cap. 8: Enemiga y distante

Bajo un cielo nuboso Viena rodeó a su yegua, pendiente de que ningún detalle se le pasase desapercibido. A ambos lados de su cintura pendían las dos espadas enfundadas, aguardando a ser desenvainadas una vez que las praderas del exterior se abrieran a su paso.

Viena no podía estar cuanto menos nerviosa, su primera expedición se acercaba y sus ánimos eran compartidos con el resto de los soldados, pero había pasado las últimas noches hilando una estrategia para actuar. Repasó mentalmente los entrenamientos que el Jefe de Guerra le había enseñado acerca del uso de las espadas, y el complicado mecanismo que llamaban equipo de maniobras tridimensionales, o EMT, para abreviar. El instrumento les facilitaba llegar a la nuca de los titanes para dar la estocada mortal o como posible medio de escape en la ausencia de un caballo disponible.

Había pasado los últimos años imitando los entrenamientos a los que se sometían los cadetes antes de graduarse. Tardes enteras con un cinturón alrededor de su cintura, sustentada por dos resistentes cuerdas unidas a dos postes para que, al ser elevada a centímetros del suelo, aprendiera a mantener el equilibrio. Fueron tardes llenas de tambaleos, caídas y dolor. Cada músculo se tensaba al máximo y el sudor corría por la frente. A veces se añadía peso al cinturón.

Furia pudo percibir sus sentimientos y le lamió la mano cuando la marleyana se distraía acariciándole la cabeza.

— Hoy tendré que separarme de ti por un tiempo, pero te prometo que no te pasará nada.

Se subió a la montura y dirigió la yegua hacia la salida del cuartel, donde el comandante empezaba a organizar la formación a viva voz. Los habitantes del distrito se congregaban en las aceras blanquecinas, unos para animar a los soldados y otros para lanzar abucheos, los cuales las tropas estacionarias que operaban a las puertas de cada muro se encargaban de acallar de malas maneras. Viena se colocó a un lado del gran grupo dividido en tres hileras y observó desinteresada al líder que montaba un caballo blanco, resaltando entre sus subordinados. Los superiores se distinguían con purasangres negros delante de la formación.

— Bonita yegua — comentó Gelgar, situándose junto a ella —. Aunque más lo es la morena que la monta.
— Te diré una cosa, imbécil, porque no me apetece gastar saliva contigo: vuelve a coquetear conmigo y te hundiré la cabeza en los váteres del vestuario.
— Serás zorra...

Viena bajó las mangas de su camiseta hasta cubrir parte de las palmas de sus manos. Sentía el ardor de las quemaduras en todo el brazo, lo que la despegó del breve momento de diversión que le había ofrecido su compañero. El tintineo metálico de las cadenas acalló de golpe a los soldados e intensificó los murmullos del público, a sabiendas que de aquel desfile hacia la muerte no regresaría ni la mitad.

— Astrid, ¿verdad? — preguntó la inconfundible voz de Eren tras ella.

Viena asió las riendas con fuerza y asintió, fingiendo una sonrisa. Al otro lado de la calle unos niños subidos a un par de cajas les observaban con admiración.

— Tu gesto de unirte a la Legión ha sido muy valiente. No puedo esperar a trabajar contigo.
— Lo mismo puedo decir.

El comandante elevó el brazo y dio la orden de salida al grito de "Entregad vuestros corazones". Entonces, tras minutos atravesando entre las ruinas de los distritos abandonados del muro María, la llanura que tanto había echado de menos se presentó ante ella al cruzar la última puerta. Los rayos de sol le cegaron la vista antes de interponer la mano. El cabalgar de los resistentes caballos fue amortiguado por las briznas verdes y un aire puro y fresco llenó los pulmones de los exploradores.

Viena esperó paciente hasta que llegaran a una zona con titanes activos, próximos a un frondoso bosque que le brindó la oportunidad perfecta. El comandante Erwin indicó que la formación se dividiera en tres: dos hacia los lados y la del centro seguiría hacia el frente. Titanes de menos de cuatro metros emergieron del bosque y Viena se desvió del grupo aprovechando la distracción de sus compañeros.

Cabalgó hasta adentrarse lo suficiente como para no ser vista y se apresuró a dejar a su yegua amarrada a una raíz saliente, con un charco de agua cercano del que pudiera beber. Los titanes ignoraban por completo la presencia de otro ser vivo que no fuese un ser humano. Se bajó de su montura y le acarició el cuello.

— Pronto estaremos en casa. Aguanta aquí, chica. No tardaré.

Se armó con un puñal y se alejó unos cuantos metros. Las quemaduras habían llegado hasta las palmas de sus manos. Respiró profundamente y exhaló. Sonaba el eco de los pájaros cantando en lo alto de las copas de los árboles. Era hora de que el Titán Fiera entrase en acción de una vez por todas.
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...Seis años antes...

— Estimados señores, he aquí el Titán Fiera — comenzó a explicar el Jefe de Guerra encendiendo un viejo proyector.

Las cintas giraron rápidamente tras unos segundos y en la pantalla en blanco se reflejó una estremecedora imagen que tiritaba como la llama de una vela. En ella se mostraba a un amenazante titán cuadrúpedo que dejó a más de un espectador con la boca abierta. Los murmullos de los hombres sentados en los banquillos de aquel patio interior no tardaron en venir; unos parecían asombrados, otros temían a la bestia encerrada en la grabación.

— Cinco metros de altura cuando está erguido, lo que lo hace versátil y veloz — continuó enlazando las manos tras la espalda —. Que su apariencia no les engañe. A pesar de su cuerpo aparentemente delgado y frágil, posee una gran fuerza física y aguante en batalla. Le es más cómodo desplazarse sobre sus cuatro patas, llegando a la impresionante velocidad de setenta kilómetros por hora, superando a la de los caballos utilizados por la Legión de Reconocimiento. Las garras de sus manos son capaces de sesgar la carne más dura. Y a su mandíbula similar a la de los cánidos no se le resiste absolutamente nada.

Lejos del retablo de madera improvisado Viena escuchaba las palabras del joven rubio, oculta tras una columna de mármol. Jugueteaba con uno de sus rizos sin que su mente se distrajera ni un sólo segundo, sin levantarse del suelo, sintiendo los nervios atacándole el estómago con breves punzadas. Detrás del escenario se levantaban dos grandes puertas que permanecían casi siempre cerradas, pero que en dos días se abrirían para ella. En su interior la aguardaría el anterior poseedor del Titán Fiera.

— En definitiva, una verdadera máquina de matar. Dicho esto, y si no hay dudas de por medio, yo, el actual poseedor del Titán Bestia, tengo la dicha de presentarles a Viena Áster.

Una ronda de aplausos la recibió aunque todavía no se hubiera asomado de entre los soportales poblados de enredaderas frescas. Haciendo gala de su mejor vestido y un impecable peinado adornado con una rosa blanca, la niña de trece años anduvo hasta el chico que le sonreía orgulloso. Entre el público no vio a sus padres. Le indicó que se subiera al pequeño escenario y posó sus manos sobre los hombros de Viena, calmando sus inquietudes. Ella le miró y él asintió con un leve movimiento de cabeza.

— Mi nombre es Viena Áster. Se me concederá el honor de heredar el poder del Titán Fiera, por el que me he esforzado en estos últimos años. Juro utilizarlo para llevar la victoria a Marley, juro incluso dar mi vida por la salvación de esta ciudad. ¡Aniquilaré a los demonios que nos condenaron!

A todos.

A cada uno de ellos.

Hasta que no quede ninguno.
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Las voces de los jóvenes soldados se oían más y más cerca, moviéndose rápidos y ágiles con su EMT en torno a un titán pequeño que inútilmente trataba de atraparlos. Éste paró de moverse de súbito, como si una fuerza invisible le hubiera inmovilizado, cosa que un chico rapado aprovechó y seccionó la nuca del titán, matándolo al intante.

— ¡Toma ya! Mirad y aprended — se jactó con una sonrisa orgullosa, pero uno de sus compañeros se congeló en su sitio.

Eren aterrizó en el suelo con la misma confusión que el otro chico. Desde el interior del bosque dos ojos negros le escrutaban.

— Jean, ¿se puede saber qué te ocurre? — quiso saber Eren.
— ¿Qué cojones es eso...? — acertó a decir, retrocediendo.

Viena se aproximó relamiéndose los dientes y alimentándose de su miedo, caminando erguida. De su mandíbula abierta pendían hilos de saliva que le daban un aspecto hambriento, más amenazante aun de lo que ya era de por sí. Su cabello, mucho más lacio y oscuro que el de su forma humana, fue mecido por la brisa, algunos largos mechones le caían a ambos lados del rostro desencajado. Bajo su piel se notaba el rastro azulado de alguna que otra vena. Las costillas se le marcaban en el cuerpo demacrado de su titán. Guardaba más semejanzas con un macabro animal que con lo que podría considerarse parecido a un humano.

El chico de los ojos verde esmeralda, lejos de amedrentarse, desenvainó sus espadas. A Viena le sorprendió esa valentía.

—¡Jaeger, guárdate tus aires de héroe para luego! — le gritó Jean, listo para activar su EMT — ¡Esa cosa no es un titán normal!
— ¡Me importa una mierda! ¡Le voy a rebanar el cuello! — dijo con un profundo odio tiñendo su voz.

Antes de que su compañero le hiciese entrar en razón, la marleyana se abalanzó sobre los tres soldados a una velocidad envidiable, consiguiendo atrapar al más mayor entre sus garras y lanzándolo contra el grueso tronco de un árbol centenario. Un golpe seco y el chico quedó inconsciente. La adrenalina empezaba a fluir por su sangre cuando alcanzó uno de los caballos que se encontraban atados y relinchando alterados, lista para llevarse a Eren consigo, no sin antes acabar con las vidas de sus compañeros. Marley esperaba paciente a que ella trajese con vida a su esperanza.

El joven ya había trepado a la seguridad de las ramas altas para calcular su ataque. Intentando no cometer los mismos errores que Annie, se hizo la desinteresada y dirigió su lanzamiento al incauto que socorría a su amigo a duras penas.

— ¡Connie, detrás de ti! — gritó Eren intentando advertirle.

Connie quiso reaccionar, pero el cuerpo del caballo impactó contra él con una fuerza demoledora, atrapándolo bajo el animal que gemía malherido. Eren se dispuso a atacar. Ella le esperó más que preparada, no obstante un súbito dolor en la pierna la desconcertó. Al tratar de buscar lo que le había causado un profundo corte, un soldado veloz como el rayo se dispuso a cortar los ojos de su titán. La joven se protegió rápidamente con una mano y retrocedió esforzándose por comprender lo que estaba sucediendo, pero los cortes seguían abriéndose en su piel.

— ¡Capitán!

Viena maldijo en su mente a aquel hombre que no hacía más que entrometerse. Era bueno. Excepcionalmente bueno. Apenas se veía capaz de predecir sus movimientos y el control que poseía sobre el EMT era digno de admirar. Buscaba la forma de que Viena alejara sus manos de la nuca y ojos. El capitán se apoyó en el tronco de un árbol y señaló hacia el Este con la espada manchada de sangre.

— ¡Carga en los caballos a tus compañeros y huye a la pradera! — le ordenó.
— ¡No pienso dejarlo solo!

Con la oportunidad perfecta servida ante ella, lanzó un zarpazo seguido de un rugido de rabia con la intención de reducir al hombre, aunque él no había perdido ni un ápice de concentración y se propulsó hacia el siguiente tronco. Eren se llevó una mano a la boca, decidido a demostrar ser la esperanza que la humanidad había anhelado, sin embargo ninguna de las mordidas que se infligió surtieron efecto.

— ¡Jaeger, maldita sea, vete! — repitió esforzándose por esquivar los ataques del titán.
— Pero yo...
— ¡Es una jodida orden!

El chico no tuvo más remedio que obedecer. Sin prestarle atención a las mordeduras de las que brotaban hilos de sangre, reunió a los inquietos caballos restantes y se esforzó en subir a sus amigos. Viena no pudo evitar que su objetivo se perdiese cabalgando con los soldados heridos a través del frondoso bosque, abandonándola junto al hombre. Se había quedado estupefacta al ver cómo el joven soldado trató de provocarse una transformación.

«No puede ser verdad. ¿Acaso también él...?», pensó.

Miró brevemente a su nueva presa y analizó la situación hasta dar con lo que le aseguraría la ventaja y, por ende, la victoria: su EMT. Sin él no era nada. Sacrificando su vista para lograrlo, fingió un nuevo ataque a sabiendas de que iría a por sus ojos y así fue. En cuanto estiró el brazo que cubría su mirada, los fríos ganchos del equipo se anclaron en su cuerpo, Viena cortó las resistentes cuerdas con sus garras de su mano libre y atrapó al capitán segundos antes de que cortara sus ojos con el filo de las espadas. Arremetió su cuerpo contra el último árbol en el que se había aferrado, rompiendo el mecanismo y sacándole un grito ahogado. Le dejó caer desde una altura suficiente como para que el dolor no le permitiera levantarse de inmediato y se apoyó sobre sus cuatro extremidades, acercándose a él con precaución.

Los pulmones del capitán ardían mientras recuperaba el aire que le había arrebatado el impacto. La niebla comenzaba a descender desde lo alto y ya ocultaba las copas de los inmensos árboles. El titán, lejos de concederle un sólo instante para respirar, dirigió hacia él una de sus manos, cuyos dedos eran prácticamente garras afiladas como cuchillos. El ser le miró directamente a los ojos. Levi le devolvió la mirada, un profundo odio opacaba sus pupilas.

«¿Haciéndote el duro? Vas a desear no haberte cruzado en mi camino...»

Le clavó sus garras sin compasión y le arañó la espalda con una lentitud infernal que le hiciera sufrir. El hombre liberó un alarido de dolor y su semblante estoico se hizo pedazos. La sangre traspasó la capa y tiñó de carmesí las alas blancas y azules, en ese entonces ya raídas. Viena se sintió eufórica: iba a asesinar a uno de los soldados más letales que tenían esos tres muros.

Alzó su mano, decidida a acabar con el trabajo y aplastar a ese obstáculo que le había hecho perder su oportunidad de raptar a Eren.

«Dóse ti kardiá, kaptaan...»

Para su sorpresa, él reunió las pocas fuerzas que le quedaban y se arrodilló jadeante sobre la hierba. Viena ladeó la cabeza con curiosidad, él alzó la mirada al cielo.

— ¡Ahora! — gritó con su último aliento.

Tres figuras emergieron de la niebla en caída libre, asiendo las espadas desenvainadas. Tres pares de ganchos se clavaron en ella y los brazos de su titán fueron cortados en una fracción de segundo, así como también sus ojos.

«No...»

Se respaldó rápidamente en un árbol, desesperada por proteger su nuca. Apegó su cabeza al tronco todo lo que pudo y un soldado se ocupó de hacerle perder el control de la mandíbula con dos tajos a ambos lados de la boca.

«No...»

Los numerosos cortes producidos en sus piernas la llevaron a caer sentada. Apenas le quedaba energía suficiente como para regenerar siquiera las heridas. Sus extremidades flaquearon y no se vio capaz de volver a levantarse.

«¡No!»

Notó la presencia cercana de una persona que tampoco semejaba temerla. Ésta enganchó su EMT al árbol y se quedó colgada a escasos centímetros de su cabeza. Viena permaneció petrificada con los ojos casi saliéndoseles de sus cuencas. Había tocado la victoria con la punta de sus dedos y de repente se esfumaba. Todo era polvo. Iba a morir de la manera más patética a manos de esos insignificantes demonios. Se juró regresar a casa, todavía tenía que devolverle el lazo a su hermana, tenía que volver a abrazar a su abuela, tenía que seguir esperando a sus padres. Tenía cientos de cosas que hacer.

— Pero qué tenemos aquí... — murmuró para sí misma la subcomandante Hange — Qué fauces, qué rapidez, qué titán más único... ¡Menuda preciosidad!

Se dispuso a acariciar el cabello de la criatura con fascinación, pues nunca había visto un titán ni de esas características ni de temperamento tan violento. Tuvo el impulso de capturarlo allí mismo y llevárselo consigo a los muros, hacer miles de pruebas con él, estudiar a fondo cada parte del ser.

— ¡Hange, debemos irnos! — la interrumpió el comandante Erwin desde el suelo.

Viena exhaló un suspiro. Su labio inferior tembló. La mujer sonrió resignada y activó su equipo para alejarse del titán.

— ¿Ya? Al menos déjame ver este espécimen un ratito más...
— Levi está herido. Tenemos que volver ya.
— ¿No vamos a asesinar al titán? — preguntó Mike.
— No, no es un excéntrico cualquiera. La próxima vez nos aseguraremos de capturarlo — dijo guardando sus espadas en las fundas metálicas —. Mike, carga con Levi hasta que lleguemos al carro que espera fuera del bosque.

La segunda comandante se giró una última vez para contemplar al titán y se despidió de él con la mano.

— Volveremos a vernos, mi adorable criatura.

Viena cerró los ojos y deseó desaparecer. Había fallado miserablemente.


Nota de la autora:

Aprovecho para dejar aquí cómo me imagino al titán de Viena. Grotesco, lo sé, pero a la vez perfecto. Quería buscar algo distinto a lo que se suele ver.
(Espero no traumatizar a nadie)
La imagen pertenece a @deadlymelodic en Instagram.

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