Cap. 7: Un dibujo sin sentido
Esa tarde el cielo se había vestido de gris. Viena avanzaba a través de un bosque poco profundo que se levantaba en un rincón del cuartel, un campo de simulación en el que los soldados practicaron en sus días de instrucción cómo matar a un titán. Había perdido la noción del tiempo, llevaba un buen rato deambulando con el equipo de maniobras sin perder la concentración, buscando el último señuelo que le quedaba por echar abajo. Cada músculo de su cuerpo ardía ante la tensión constante de mantenerse en equilibrio con el EMT mientras se movía de rama en rama. El comandante había sido claro: el ejercicio terminaba una vez que todos los señuelos hubieran caído.
Viena había sido impulsiva al solicitar unirse a la Legión sin meditar primero lo que eso conllevaba, y soportaba ese ardor repartido por todo su cuerpo a modo de castigo. El capitán le había informado el día siguiente a la reunión que el comandante Erwin la incluiría en un escuadrón en cuanto revisara su ficha de recluta, la cual Viena no tenía. En esa ficha, que supuestamente habría sido redactada por el instructor poco antes de la graduación de los reclutas meses atrás, se detallaban sus aptitudes físicas y mentales, lo que ayudaría al superior a ubicar su perfil en uno de los tres escuadrones principales. Ella no pudo hacer otra cosa que ingeniárselas para persuadir al comandante y convencerle de examinarla una vez más, como si todavía estuviese en el ciclo de instrucción.
Con el pretexto de querer aplicar sus nuevos conocimientos, su petición de repetir los entrenamientos fue aceptada, y allí se encontraba, tratando de toparse con el último titán de madera. El señuelo no tardó en emerger de súbito de entre unas ramas, a pocos metros de ella. Viena apretó los mangos de las espadas y se apresuró en clavar los ganchos de su equipo en la madera y propulsarse hacia delante. Era consciente de que los altos mandos de la Legión la observaban desde distintos puntos, estudiando cada movimiento que hiciera la que podría ser su próxima subordinada. Con un corte limpio y preciso, siguiendo los entrenamientos a los que se sometió en Marley, hizo un tajo hondo en la parte blanda que conformaba la nuca. Aterrizó en el suelo, jadeante, y aguantó el impulso de sentarse. Tenía las extremidades totalmente entumecidas por el esfuerzo.
— ¡Veinte señuelos, Astrid! ¡Sí que tienes aguante! — exclamó la segunda comandante a la vez que descendía desde una rama cercana hasta donde ella estaba, seguida del oficial Mike.
— Dos horas y treinta y cinco minutos . No está mal — informó él, consultando un reloj de bolsillo.
Viena hizo el saludo militar, pero no pudo evitar presentarse ante ellos con las mejillas ruborizadas y el sudor perlando su rostro y pecho, sacándole una sonrisa divertida a la mujer.
— Descansa y bebe un poco de agua, que casi no te aguantas en pie — le dijo, tendiéndole una cantimplora.
La marleyana la aceptó, cayendo rendida al suelo y tomando un largo trago.
— Por muy bien que se le dé matar titanes — habló el capitán detrás de ella — las expediciones no duran dos tristes horas. ¿Qué vas a hacer ahí fuera si ya no puedes ni levantarte? O mejoras la resistencia o serás devorada. Tus compañeros no podrán ayudarte siempre.
— No seas tan duro. No ha perdido práctica — le discutió Mike.
— Ha malgastado cuatro hojas, por lo que sólo le quedan dos. Ha utilizado demasiado gas. No medita sus posibilidades, se limita a atacar sin pensar. Y, por si fuera poco, se cansa rápido. Con esas características no te van a querer ni para los trabajos forzados de los desertores. Parece mentira que quedaras entre los diez mejores con fallos tan graves.
— Tú siempre tan positivo, ¿verdad, Levi? — comentó Hange rodeándole con un brazo, a lo que él se zafó de inmediato con disgusto.
Viena se puso en pie, haciendo acopio de sus últimas fuerzas, al mismo tiempo que el comandante Erwin llegaba. Lejos de enfadarse, tomó nota de sus errores. El capitán tenía una mejor percepción y una mayor exigencia a la hora de elegir un subordinado, por lo que Viena decidió esforzarse más con tal de no levantar sospechas.
— Felicidades, Astrid. Has completado las tres pruebas con éxito — anunció el comandante —. Los demás líderes de escuadrón ya han visto tus resultados, así que es momento de elegir. Ve a cambiarte y preséntate en mi despacho.
— Sí, señor...
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Hacía rato que Viena había terminado de ducharse, pero prefirió permanecer un poco más bajo el chorro de agua fría, aclarando sus ideas. En caso de que terminara siendo elegida para otro escuadrón que no fuese el del capitán, tenía que pensar en cómo ganarse la confianza del soldado que portaba despreocupadamente la llave de la salvación. Ahora que se había quedado sola en mitad de la misión, era su deber actuar con precaución y despejar los inconvenientes de aquella complicada ecuación, inconvenientes como los que Reiner y Bertholdt representaban. Si llegaban a capturar a Eren antes que ella, no descartaba que la delataran para poder regresar a Marley.
Revisó su cuerpo en busca de alguna marca que eliminar, pero no la encontró. Se enrolló una toalla alrededor del cuerpo y salió de la ducha, conforme, aunque una vaga sensación de malestar le hizo mirar hacia la puerta. Por unos segundos creyó que la escena de su amiga arrastrándose mal herida se repetiría, que volvería a oír el eco de las voces de los policías-militares siguiendo el rastro de sangre con armas en las manos, y que ella se encerraría en los cubículos sin poder hacer nada. Tragó en seco y espantó el amargo recuerdo para vestirse cuanto antes.
En su mochila encontró su diario. Quiso aprovechar esos pocos minutos que le quedaban para escribir cómo se sentía, las emociones eran tan confusas y contradictorias que necesitaba desahogarse de alguna forma. En su lugar trazó líneas, líneas que aparentemente no seguían un orden, sin embargo, a medida que las iba uniendo y dándoles forma, descubrió en el papel un retrato. No era ni demasiado profesional ni un garabato mal hecho. Era un punto medio que dejaba entrever lo que había creado sin ser consciente.
En él había dos ojos oscuros, misteriosos y apagados, que le recordaban al color de un lago al anochecer y en los que deseaba sumergirse para descubrir sus secretos. Dibujó una media sonrisa serena de la que todavía no había sido testigo, pero, de alguna manera, estaba segura de que sería así. Había calcado ese rostro de rasgos rectos lo mejor que su memoria le permitió reproducir, y el lacio cabello negro como el azabache que mantenía perfectamente rapado desde la nuca a las sienes. El capitán había calado en ella desde el momento en que su puñal rasgó su mejilla. Su corazón le decía que quería saber más de aquel al que llamaban "el soldado más fuerte de la humanidad", no obstante su mente le veía como un obstáculo potencial al que tendría que eliminar pronto. Al fin y al cabo Eren estaba bajo su mando y, por consiguiente, bajo su protección.
Peinó su melena hacia atrás y dejó que se secara al aire, encaminándose una vez vestida con un uniforme limpio y libre de correas de sujeción al despacho de la puerta con las alas de la libertad. La lluvia había comenzado a arremeter con furia contra los cristales de la sede y el cuartel fue envuelto en la penumbra de la tormenta. Incluso la llama de las lámparas tiritaba en contacto con las corrientes de aire que de vez en cuando se colaban. Viena observó que el terreno de entrenamiento se había convertido en un lodazal, agradeciendo su suerte al no contar con esa pega a la hora de llevar a cabo su prueba.
Llamó un par de veces y el reconfortante calor del interior la recibió al entrar. Los altos mandos se encontraban sentados en los dos sofás que precedían a la mesa del comandante, entre los que había una mesita rectangular con tres tazas de té con miel y una de té negro. El comandante Erwin le ofreció asiento junto a la mujer de gafas y ella obedeció, tomando la taza que le habían preparado.
— Tus notas en la prueba escrita, el combate cuerpo a cuerpo y la prueba del bosque han sido sobresalientes, tal y como esperaba — comenzó el hombre —, aunque mi decisión no estará del todo tomada hasta que escuche la opinión de tus superiores.
El oficial Mike fue el primero en levantarse y Viena enlazó sus manos sobre su regazo, disimulando sus nervios. Tenía que entrar en el escuadrón del capitán sí o sí.
— Mi escuadrón está especializado en el apoyo. Eres alguien fuerte y posees iniciativa propia. Algo en lo que concuerdo con el capitán Levi es que, a la hora de la acción, tiendes a no pensar cuando crees que el objetivo es fácil de derribar. Esa confianza no siempre estará de tu parte, pero mejorarás con el tiempo. Considero que tener a alguien como tú en mi equipo será de gran utilidad, tu perfil encaja bien con el de mis subordinados.
— Hange — siguió el comandante.
— Mike no se ha equivocado a la hora de describirte, pero siento decirte que no puedo contar contigo. Mi escuadrón no se basa fundamentalmente en la fuerza física. Aunque destacaras en todas las pruebas, tus respuestas en los ejercicios de análisis del examen escrito no llegaron a convencerme, busco buenos estrategas, así que lo dejo entre Mike y Levi. ¡Eso sí! Tienes permitido participar junto a mí en misiones orientadas a la captura de titanes para su estudio cuando quieras.
Viena le dedicó una sonrisa fugaz y asintió con alivio. Quedaba el capitán, de quien no tenía muchas esperanzas, pero sólo el comandante tenía la respuesta final.
— Levi, adelante.
— Como ya te dije, eres el prototipo de soldado que quiero tener en mi equipo, especializado en las maniobras tridimensionales. Tu desastrosa actuación en el bosque no ha cambiado nada, sin embargo, si eres incluida en mi escuadrón, me aseguraré de que eso no vuelva a ocurrir. No tienes problemas para trabajar en grupo y tienes fortaleza física y mental. Tu único contra es que careces de correcta disciplina, cosa que en la Policía-Militar te dejaron pasar, pero aquí te adelanto que no será así. En definitiva, nada que no se pueda enmendar.
El silencio se instaló en el despacho. Viena ahogó su expectación en el té mientras el comandante meditaba su decisión. Los altos mandos aguardaron sentados.
— Astrid Mitre, has sido asignada al escuadrón del oficial Mike Zacharius — se pronunció.
«Mierda...», pensó Viena, compartiendo la misma incredulidad e inconformismo que el capitán, sólo que él no dudó en manifestarlos. Se esforzó en asentir obediente y darle la mano a su nuevo superior, aceptando la sentencia.
— En breve comenzarás los entrenamientos — le dijo Mike —. Compartes barracón con dos de tus compañeros de equipo, así que ellas se encargarán de presentarte al resto.
Ella volvió a asentir, maldiciendo en su mente el no haber estudiado antes al capitán Levi para conseguir llegar a sus expectativas. La vida le había puesto un obstáculo de nuevo: tener a Eren fuera de su alcance.
Con el permiso del comandante, el despacho se fue quedando vacío a medida que la noche empezaba a caer. Viena le dio un último vistazo a la estancia momentos antes de que las puertas se cerraran. El capitán y el comandante se habían quedado a solas, quiso permanecer junto a la puerta y escuchar, pero se vio obligada a marcharse cuando las campanas que anunciaban la hora de la cena sonaron.
Levi esperó a que el eco de los pasos se perdiese en la distancia, respaldado en la puerta que se mantenía cerrada. Erwin le miró sin un ápice de duda, conociendo los motivos por los que se había quedado. Estaba listo para rebatir cualquier queja.
— Conque Mike. Tienes que estar de broma — comenzó a hablar con un tono particularmente resentido.
— Obviando lo poco habilidoso que eres con las palabras, tus motivos no me convencen. Mucho menos tras escuchar tu veredicto en el bosque.
— Puede que fuese así, pero Mitre merecía estar en mi equipo.
— ¿Por qué? — inquirió.
El capitán calló. Creyó haber tenido sus razones más que claras, sin embargo se veía en un repentino jaque que no le permitió argumentarse. Fue como si su mente se hubiera quedado en blanco. Haberse obcecado en la idea de tenerla en su escuadrón por su posición entre los diez mejores le hizo olvidar los verdaderos motivos por los que consideraba conveniente incluirla en su ya numeroso escuadrón de operaciones especiales.
— Horas antes de que Mitre se presentara en el bosque para su última prueba ordené que endurecieran más las nucas de los señuelos — reveló el comandante —. Quería comprobar qué tan buena podía llegar a ser. Un soldado normal se habría quedado sin cuchillas antes de terminar el ejercicio, ella lo superó con éxito y aún contaba con dos hojas. En ese momento supe que sería una candidata para tu escuadrón, pero, ¿cómo iba a asignártela si ni siquiera crees en sus capacidades desde el principio?
Él se mantuvo en silencio. Su semblante ocultó la rabia que sentía por dentro.
— No sé si esa desconfianza que le tienes es para fomentar su espíritu de lucha o porque le sigues guardando rencor debido a ese insulso incidente. Sea el motivo que sea, has perdido tu oportunidad. Que te sirva de lección, Levi.
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— Astrid Mitre.
El bullicio del comedor era camuflado tras la puerta cerrada de la cabaña. Sentados bajo los soportales y a la luz de la luna, Viena se presentó formalmente ante sus cuatro nuevos compañeros de equipo.
— Sí, la novata que viene de Stohess — resumió el chico más joven del grupo —. Nanaba ya nos ha hablado de ti. ¿Volverás a darle la manita para poder dormir hoy?
— Anda que empezamos bien... — resopló Nanaba, dándole un codazo, lo que le sacó una leve sonrisa a Viena.
— A nosotras ya nos conoces, pero quedaba por presentarte a Henning y al imbécil de Gelgar — comentó Lynne.
Los dos hombres la saludaron, uno más interesado que el otro. Viena se respaldó en la pared de madera y abrazó sus piernas, incapaz de despegarse del mal humor que arrastraba desde la reunión. Lo único que podía servirle de consuelo era que el capitán hubiera conseguido hacer cambiar de opinión al comandante, que al día siguiente recibiera la noticia de que había sido transferida a su escuadrón.
— Por cierto, ¿qué te llevó a cambiarte de rama? Cuesta creer que una policía-militar abandonara la seguridad de Sina sin más — preguntó Henning con el propósito de hacerla sentirse incluida.
— ¿Fue por ese chico del escuadrón del capitán Levi? Ya sabes, el más alto. Mucho te mira — insinuó Gelgar, a lo que recibió como respuesta otro codazo —. Joder, rubia, ¿quieres partirme una costilla o qué?
— Si eso hace que te calles y dejes de incomodar a Astrid entonces sí.
— Me uní a la Legión porque me sentía inútil — contestó Viena, haciendo uso de las pocas conversaciones que compartió con Annie antes de que los soldados se la llevasen —. Estaba harta de servir a una rama en la que los superiores abusaban de su autoridad continuamente; bebiendo, usando a los de bajo rango para el trabajo sucio, aceptando sobornos de los traficantes... Me indignaba todo aquello. Quería aportar mi grano de arena para ayudar de verdad, y el Cuerpo de Exploración es la solución.
La hora de la cena estaba llegando a su fin, pero la marleyana aún tenía cosas que resolver y sus compañeros podrían servirle de algo.
— ¿Estuvisteis en la última expedición? Oí que el Titán Hembra resultó ser una humana capaz de transformarse en esos monstruos, y que la Policía-Militar la tiene bajo su custodia. Me gustaría saber qué ocurrió ahí fuera.
— Una verdadera masacre, eso fue lo que pasó — dijo Nanaba, recordando con amargura tantas muertes —. Si no hubiera sido por el capitán Levi habrían muerto muchos más.
— ¿El capitán?
— Tendrías que haberle visto. Tumbó a esa cosa sin apenas esfuerzo — añadió Gelgar —. Algún día quiero ser tan bueno como él.
A Viena se le tensó la mandíbula a causa de la rabia e impotencia. Sin lugar a dudas, el capitán era una amenaza para su plan, un demonio que había mostrado su verdadero ser hiriendo a su amiga. Se levantó de golpe y sus compañeros la miraron interrogativos.
— Estaré encantada de ser vuestra compañera. Buenas noches.
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