Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cap. 3: El capitán

El frío tacto del algodón empapado en alcohol le provocó un escalofrío al entrar en contacto con la herida. Ella se encontraba sentada sobre la tapa del inodoro mientras el hombre tanteaba el corte con un cuidado extremo que contrastaba significativamente con la dureza de su expresión de perpetuo ceño fruncido. Desvió su mirada hacia él, tragándose la bilis que ascendía por su garganta y amenazaba con escapar de sus labios carnosos cual negro veneno.

Era joven para ocupar un rango de semejante calibre, mas su rostro de tez tersa y pálida imposibilitaba calcular su edad exacta. Bien diría que su aspecto oscilaba entre el de un joven adulto y alguien entrado en sus treintas. Poseía unos ojos de intenso color azul grisáceo que expelían de todo menos felicidad, marcados por las que una vez fueron profundas ojeras debido a una posible racha de insomnio. Su baja estatura para tratarse de un soldado no le restaba importancia ni a su cuerpo visiblemente tonificado bajo la camisa blanca que llevaba puesta ni a su intimidante carácter.

— Ya casi he terminado — anunció con molestia.

El silencio fue la respuesta de la marleyana. Su fingida posición como policía era la delgada barrera que le separaba de haberla herido de gravedad y no hacer nada más al respecto que dejar su sangre correr. Se deshizo del algodón ensangrentado y colocó el bote de alcohol en su lugar mientras ella se ajustaba correctamente la chaqueta para disimular la vergüenza de dejarse cuidar por un simple habitante de los muros.

— Ni diez minutos llevo aquí y parece que ya me odias — comentó ella.
— No te equivoques, te odio desde el mismo instante en que te vi entrar. Los prepotentes de la Policía Militar nunca me habéis caído muy bien.
— Vaya, ¿quién diría que un enano tuviera tanto carácter? — escupió con malicia —. En fin, venía a causa de un encargo de mi comandante. Hasta nunca.

Se dio la vuelta sin más intención que la de salir del ambiente tenso y pesado que se respiraba en la habitación pobremente decorada, hasta que la fría mano del capitán se cernió sobre su muñeca, deteniéndola en seco. Su tacto helado le hacía parecer enfermo. La brisa traviesa se coló por la ventana abierta de par en par, meciendo sus cabellos.

— Suéltame — le ordenó sin moverse de su posición.
— Creo que aún no te has dado cuenta de con quién te estás metiendo.
— Permíteme adivinar... ¿Con un gnomo que se escapó de su jardín o con el ratoncito que perdió su madriguera?

Para cuando se dispuso a contestar, ella ya se había zafado de su agarre y rehecho el camino hacia la salida. A la luz de los candelabros dorados que iluminaban los agobiantes pasillos vacíos apuró el paso, buscando cómo regresar a los establos en los que dejó a Furia. Quiso imaginar que al menos Annie la estaría esperando paciente en la habitación, contemplando el paisaje urbano de Stohess a través de la ventana con una reconfortante calma presente en el aire, dispuesta a llenar el tiempo perdido con lo que les había ocurrido mediante conversaciones eternas envueltas en la calidez de las sábanas. Sonrió para sus adentros, agradeciendo su suerte al tener la dicha de contar con una fiel amiga junto a ella.

En un abrir y cerrar de ojos, dos manos le privaron del más mínimo ápice de visión. Creyendo que aquel hombre se había decantado por hacerla escarmentar, golpeó con el codo directamente al estómago para alejar a su oponente de ella sin importar las consecuencias y le desestabilizó de una patada que le hizo perder el equilibrio. Sus quejidos de dolor resonaron en un eco que podrían haber alertado a quienes se encontrasen cerca de allí, pero nadie apareció. Grande fue su sorpresa al descubrir a un chico alto y fornido tendido en el suelo, frotándose la zona dolorida con una mano y forzando una sonrisa.

— Yo también me alegro de verte, Ena... — musitó en un quejumbroso tono de humor.
— ¿Reiner? ¡Reiner, maldita sea, podría haberte hecho mucho daño! — le reprendió con un débil golpe en el brazo que le hizo reír.
— Tranquila, ya sabes que soy duro como una roca.
— Idiota...

Los fuertes brazos de su amigo la alzaron en el aire y giraron sobre ellos mismos, riendo como niños y quitándole de encima la excesiva pesadumbre que su cansado corazón había estado soportando en un lapsus de tiempo demasiado corto. Bertholdt también acudió apresurado hasta ellos con el susto inicial grabado en sus ojos oscuros, viendo que la sorpresa que habían preparado para sorprender a su amiga no terminó saliendo precisamente bien. Su encantadora sonrisa le iluminó el rostro y olvidó momentáneamente la incómoda situación para llenar a la chica de besos, invadido por la felicidad. Pese a los años, seguía conservando su timidez y cariño.

— Cielos, cómo has cambiado... — comentó asombrado.
— ¿Yo? Vosotros sí que habéis cambiado. No os recordaba tan altos.

Era visible lo que la pubertad había esculpido en ellos desde la última vez que se vieron. A ambos se les había embellecido el rostro, en especial a Berth, de quien solían burlarse con cariño debido a su exceso de acné, y sus cuerpos también exhibían la madurez propia. Ninguno de los dos eran ya los enclenques a los que Viena solía superar en todo.

— Parece que al final todos hemos sido llamados a la misión de la Coordenada — apuntó Reiner bajando la voz.
— Así es. Annie y yo comenzaremos en breve la búsqueda. ¿Hay alguna noticia en la Legión con relación a nuestro objetivo?
— Lamentablemente no. Ni después del desastre del muro María conseguimos nada.

Los labios de ella dibujaron una pequeña sonrisa al rememorar con deleite cómo en todos los periódicos de la ciudad se anunciaba el pequeño paso que conduciría a Marley hacia la victoria, cómo una rotura fatal en la parte de unos de los distritos más expuestos originó el principio del fin para la gente de las murallas.

Había sucedido durante un atardecer del verano del 845, cuando los niños correteaban por las calles aprovechando los últimos rayos de sol, las mujeres preparaban la cena y los hombres volvían a casa tras una jornada de duro trabajo. La actividad se fue deteniendo en una de las vías principales del distrito de Shiganshina, ubicado en el extremo sur del muro María, al contemplar con horror una mano que exhalaba vapor aferrada a la parte superior del muro de cincuenta metros de alto. El titán más alto jamás registrado abrió una gran grieta de una poderosa patada para desaparecer tan rápido como había aparecido entre una nube de escombros y gritos, cediéndole a las otras criaturas la posibilidad de rematar la labor y ocuparse de convertir al muro María en un desierto de desolación y muerte. "Una tarde carmín", así la describieron los noticieros marleyanos. Todo un suceso digno de recordar.

— No hay ninguna prisa. A veces es mejor dejar a la presa agonizar.

La mano de Berth acarició el cabello rizo de Viena afectuosamente. El pasillo seguía desértico gracias a los entrenamientos que mantenían ocupados a los soldados, pero no podía permitirse el permanecer en Trost por más tiempo. Abrazó a sus amigos casi teniendo que ponerse de puntillas y se contagió del calor que irradiaban sus cuerpos. Tuvo que aguantar las lágrimas aun sabiendo que se echaría a llorar en cuanto los perdiese de vista. Nunca le había gustado mostrarse vulnerable ni ante sus seres queridos.

— Te echábamos de menos, pequeña fiera — le dijo con su cándida voz.
— Como sigáis así acabaréis sonsacándome el lado empalagoso que tanto odio — se quejó ella haciéndoles reír —. Debo irme, o mi superior se impacientará. Más os vale permanecer sanos y salvos para cuando volvamos a vernos.
— A sus órdenes, su majestad — bromeó Reiner.

Sus sonrisas desaparecieron al doblar una esquina y apretó sus labios, conteniendo las lágrimas de felicidad que amenazaban con asomarse. Fueron años ocultando la añoranza y verlos le había hecho incapaz de seguir haciéndolo.
.
.
.
.
Cayó rendida sobre el blando colchón y juró no levantarse en lo que restaba de día. Las últimas luces teñían la habitación de un relajante dorado y apenas se escuchaba el ruido de la gente y los caballos cruzar las pedregosas calles. La figura del muro lejano se oscurecía y cubría la posible vista de un bello atardecer como si fuera un telón de piedra, sólo entonces se dio cuenta de que aquella gente nunca tuvo el privilegio de presenciar algo tan común como lo era la salida y la puesta del sol. Alcanzó la mochila, ocultó en ella el diario y cerró los ojos con el fin de que el sosiego le hiciese caer en los brazos del adorado dios Morfeo.

— ¡Al fin te encuentro! — exclamó Hitch, irrumpiendo de golpe en la habitación que Viena se había decantado por compartir con Annie y ella —. Annie y yo casi empezamos a poner carteles de Desaparecida en todas las farolas. ¿Aún no te has cambiado para bajar a cenar?
— Un encargo de Dok se alargó más de lo esperado. Concédeme cinco minutos de sueño y te lo agradeceré...

La chica chasqueó la lengua y tiró de su mano, obligándola a ponerse en pie. Hacía gala de un vestido amarillo de pequeños estampados florales y sandalias, lo que le dijo a Viena que había estado disfrutando de una relajada tarde en su ausencia.

— Me quejaba de Annie, pero si es que sois tal para cual, chica... No importa, tú también interrumpiste mi amada siesta, así que aguántate. Quizás tenga unos conjuntos monísimos que te podría prestar... — continuó hablando al mismo tiempo que abría el armario y acariciaba las distintas prendas con las yemas de sus dedos.
— ¿Qué tiene de malo mi ropa?
— Demasiado básica, nena, y ya no estamos en el ciclo de instrucción. ¡Un poco de alegría!

Su elección fue un bello vestido blanco de hombros descubiertos y un par de bailarinas. La joven dobló cuidadosamente el uniforme antes de devolverlo al armario y vistió las prendas preguntándose por qué estaba accediendo a compartir su tiempo con alguien como la enérgica chica de los ojos verde oliva. Alrededor de su cuello enganchó un collar dorado con una pluma, estiló sus rizos con sus manos para darle un poco de volumen y sonrió viendo su trabajo culminado.

— Deja que te vea bien... ¡Guapísima! Ahora vámonos, que llegamos tarde — le exigió arrastrándola fuera de la habitación.
— ¿Llegar tarde a dónde? Todavía falta media hora para cenar.
— Un buen amigo mío ha reservado una mesa en uno de los mejores restaurantes de Stohess. En algún momento habría que celebrar tu admisión, ¿no crees?
— Pero si no me conoces de nada... — le recordó sin poder aflojar su agarre.
— Astrid, cariño, te diré una cosa: los amigos de Annie también son los míos. Acostúmbrate a ello cuanto antes.

Dicho aquello, salieron a la calle coincidiendo con el calor del crepúsculo y la aparición de las primeras estrellas en el firmamento. Miró al cielo y lanzó un suspiro portando su mayor deseo: libertad.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro