Cap. 13: Verdad o mentira
— ¡Annie Leonhart ha escapado! ¡Todos los escuadrones en posición para la salida inminente!
Aquella voz de alarma para muchos fue una buena noticia recién caída del mismísimo cielo para Viena. Era temprano en la mañana cuando un grupo de soldados de las tropas estacionarias patrullaban la zona más despejada del muro María, evaluando el estado del distrito abandonado. Uno de ellos no tardó en divisar en la distancia un rayo anaranjado caer en el bosque, seguido de una creciente nube de vapor. El avistamiento junto a la noticia de la fuga de Annie por parte de la Policía Militar había puesto en alerta a las tres ramas.
El corazón se le encogió en el pecho con una mezcla de alegría e incertidumbre mientras corría en dirección a los establos, terminando de ajustarse el equipo de maniobras. No podía negar que la noticia casi le arrancó una sonrisa de felicidad, porque su amiga estaba viva y quizá podrían reunirse para así recurrir al último refugio que le quedaba. Por otra parte, le preocupaba esa forma de actuar. Annie siempre había sido una persona meditabunda que odiaba actuar sin haber trazado un plan sólido. Aquella súbita aparición que buscaba provocar una expedición no era propio de ella, mucho menos sabiendo que estaba actuando sola y era vulnerable. Viena lo comprobó por sí misma cuando vio que en unos carros se cargaban unos barriles que contenían metros y metros de cuerdas unidas a ganchos punzantes. En esa ocasión iban más preparados, sabiendo a qué se enfrentaban.
A la cabeza de la formación estaba el comandante sobre su purasangre blanco como la nieve. Los habitantes de Trost apenas tuvieron tiempo para acudir a presenciar la salida, en especial aquellos que tenían hijos dentro de la Legión. La gran puerta levadiza ya estaba abriéndose ante ellos y los soldados no tardaban en ordenarse, siguiendo la meticulosa colocación. Viena buscó brevemente al capitán con la mirada y se encontró directamente con sus ojos observándola desde el frente. Sin palabras le ordenó que sobreviviera y ella asintió, fingiendo una determinación que se tambaleaba en la balanza al pensar que, si la vida de Annie llegaba a correr peligro, tendría que matarlo.
La puerta no se había abierto en su totalidad cuando la formación salió al galope lo más pronto posible. Habían pasado unas pocas horas desde el avistamiento y diferentes grupos de soldados deberían cubrir la mayor cantidad de territorio conocido, según decía el plan que se iba tejiendo de camino al exterior. Viena se mantuvo cerca de sus compañeros de equipo.
— Astrid, Nanaba irá contigo al interior del bosque, pero no dudéis en reuniros con nosotros si las cosas se tuercen — le dijo el oficial Mike antes de alejarse con sus subordinados.
— Ya lo has oído, Rizos — le siguió Gelgar —. Más te vale volver con vida, porque, si no, no tendré a nadie de quien burlarme. El asedio de Trost al lado de esto te va a parecer un juego de niños.
— Os juro que no moriré — sentenció Viena sin perder de vista el horizonte.
Sus compañeros asintieron y se dirigieron hacia el Este. Viena se quedó con Nanaba a medida que se internaban en el bosque. Extendió la mano, casi queriendo tocar el sol, y cerró el puño sin saber con certeza cuál sería el desenlace. Dentro del bosque se abrían paso caminos que habían sido trazados debido a las incontables veces que el Cuerpo atravesó esa zona. Recorrieron una ruta en línea recta durante media hora hasta desembocar en un claro donde la luz del sol de mediodía caía como una cascada dorada sobre el pasto.
Nanaba ralentizó el cabalgar de su purasangre, extrañada ante la ausencia de titanes vagando por los alrededores, aunque fueran de clase inferior a los cuatro metros. Viena la imitó y su compañera se bajó de su caballo con las espadas desenvainadas.
— ¿Estaremos teniendo un buen día? — comentó Viena poco convencida. A ella también le llamaba la atención no haber visto ni un rastro de titanes o señales de humo.
— No lo creo. Esto me recuerda a la última vez que nos encontramos con Leonhart, tampoco había titanes hasta que ella los llamó. Quizás vuelva a hacer lo mismo.
La guerrera supo que Annie había trazado un plan, que esa expedición tenía como objetivo capturar a Eren de una vez por todas. Lo único que no le encajaba era no haber visto a Reiner presente en la formación. Estaba casi segura de que los cuatro tendrían que actuar, porque dejar a Annie sola sería un fracaso inminente. Lo que la mantenía intranquila era que no tenía ni idea de qué plan había que seguir, y el miedo de creer que sería necesario matar a sus compañeros cruzó su mente en una fracción de segundo.
Cuando Nanaba terminó de asegurar el perímetro, le hizo una señal a Viena para que bajase la guardia y disparó una bengala, mandando un rastro de humo verde que escalaba hacia el cielo en forma de una fina columna.
— Busquemos algún rastro entonces — propuso la marleyana —. Separémonos y volvamos a este claro en una hora, si no hemos encontrado nada.
Ella la miró preocupada.
— No quiero dejarte sola. Todavía no tienes la experiencia suficiente... ¿Y si te encuentras con Annie? También mató en su forma humana al hacerse pasar por uno de los nuestros — se opuso.
— Puede que así sea, pero tendrás que confiar en mí.
— Confío en ti, es sólo que...
Viena posó una mano sobre su hombro y la convenció con una mirada insistente. Nanaba le dio su lanza bengalas a pesar de que la morena tuviera el suyo propio y le hizo prometer que al cabo de una hora estaría de vuelta en el claro. Algo dentro de Viena le dijo de antemano que no sería así. Ambas tomaron sus propios caminos entre los altísimos árboles con el equipo de maniobras, dejando los caballos amarrados a un tronco.
Una vez que perdió de vista a Nanaba, Viena se camufló entre las copas con la capucha de la capa puesta y trató de buscar a Annie. Ni una sola nube de vapor emergente que le pudiese indicar que, al menos, había estado ahí en su forma titán. Imaginó que a esas alturas ya estaría atravesando el bosque de la misma forma que ella, escondida, hacia donde fuera que se le hubiera ocurrido. Pensó que en aquel plan que había hilado Annie ya habría cumplido su parte, la de provocar aquella repentina expedición, y así no arriesgarse a caer presa de la Legión de nuevo. Lo que seguía sin encontrarle el sentido era si le tocaba a ella actuar, aunque lo dudaba, pues nadie le había comunicado nada y no se expondría sin necesidad.
Se detuvo en una rama a una altura considerable del suelo y se tomó unos segundos para meditar. Al no contar con Reiner, quien podría utilizar su titán a modo de escudo contra cualquier posible ataque de los soldados o demás titanes puros, sólo quedaba Bertholdt. Que él entrara en acción era lo más temerario que se les podría ocurrir. Una sola transformación era lo suficientemente devastadora como para borrar del mapa a la formación entera, pero se podía usar una vez cada cierto tiempo. Suponiendo que quedaran supervivientes para rescatar a Eren, no les permitirían huir lejos, muchos menos al saber que nadie les esperaría al otro lado de la cordillera para brindarles apoyo. Los cuatro estaban solos.
«Égo varetheí tósa mikrá mystiká...»
Decidió seguir avanzando cuando, en la espesura, divisó a un grupo de soldados liderados por un oficial de bajo rango entre los que estaba Bertholdt. Ancló los ganchos al tronco y se mantuvo alejada por precaución mientras el pequeño escuadrón descendía al suelo, comprobando que la zona se hallaba libre de amenazas. El líder ordenó que los soldados se dividieran, señalando con la espada y quedándose a solas con Bertholdt. Viena tuvo el impulso de acercarse, el cual se hizo más fuerte al darse cuenta de que su antiguo amigo había notado su presencia y la observaba con disimulo. Ella dudó, la idea de reunirse con Nanaba pesaba tanto como la de acudir junto a él, sin embargo bastó con pensar en Enis para decidirse.
Descendió ante el oficial y Bertholdt, y realizó el saludo militar, fingiendo traer información.
— Astrid Mitre, señor, del escuadrón del oficial Zacharius. Vengo de la zona Oeste del bosque, ningún titán avistado y ni rastro de Leonhart — dijo ella, manteniéndose firme —. ¿Hay alguna noticia proveniente de esta zona?
— Descansa, soldado. No, mis hombres tampoco han visto nada. Hoover, entrégale el informe para que se lo lleve a su superior.
Bertholdt se aproximó a Viena cuando el líder les dio la espalda y en su lugar le cedió una empuñadura de madera que desplegó la reluciente hoja de una navaja. Ella creyó que tendría que transformarse, sin embargo él le dijo con un gesto que se limitara a asesinar al hombre con el arma. A Viena le sorprendió el breve temblor de pulso que tuvo cuando tomó la navaja, el cual disimuló de inmediato frotándose la muñeca. Anduvo hasta el líder bajo la mirada expectante de su compañero, teniendo la convicción de que aquella acción la acercaría un poco más a su hermana.
Viena apretó el mango, pensando en Nanaba. Si tardaba demasiado en volver al claro, iría en su busca. En un abrir y cerrar de ojos su mano le tapó la boca al soldado y con la otra se dispuso a deslizar el filo de la hoja sobre su garganta de forma limpia y con precisión quirúrgica, pero el hombre reaccionó demasiado rápido. Para sorpresa de los dos jóvenes, le inmovilizó la mano que sostenía la navaja a escasos centímetros de clavarse en su cuello y, haciendo uso de su experiencia y conocimiento, derribó a Viena al impulsarla hacia delante. Ella cayó de espaldas, aún con la mano atrapada, y la adrenalina empezó a fluir por sus venas. Una punzada de dolor al intentar liberarse le hizo ver que esa defensa le había torcido la muñeca. Dejó caer la navaja con la esperanza de trazar un ataque en esos escasos segundos de margen, no obstante Bertholdt desenvainó su espada y la sangre llovió sobre su rostro en el instante en que la hoja brillante atravesó al hombre.
Éste retrocedió lentamente, se llevó las manos a la herida mortal y cayó de rodillas, en un intento inútil de pedir auxilio a gritos cuando de su boca sólo brotaban jadeos. Viena se puso en pie mientras regeneraba el daño y le arrebató la espada a Bertholdt. Apenas le dio tiempo al soldado de procesar lo que acababa de ocurrir, de tratar de preguntarles quiénes eran ellos en realidad. Pronto se vio a sí mismo tirado en el suelo al mismo tiempo que la guerrera le apuñalaba hasta que exhaló su último aliento. Bertholdt tuvo que forzarla a separarse del cadáver, ligeramente preocupado por la rabia que destilaba su antigua amiga, quien se empeñaba en seguir clavando la espada, gruñendo como una fiera.
— ¡Viena, ya basta, está muerto! — exclamó rodeándola por detrás — Está muerto...
Viena se zafó de su abrazo, pero él la retuvo y le quitó la espada con suavidad. Ella entonces volvió a la dura realidad de golpe. Un torbellino de sentimientos contradictorios le encogió el pecho. De repente no se vio capaz de diferenciar entre si lo que había hecho estaba bien o no. Se preguntó si esa acción supondría un avance en su lucha propia.
— Ayúdame a esconderlo... — le mandó sin levantar la vista del cadáver, con un hilo de voz.
Él dudó durante unos breves instantes. Los ojos de la chica carecían de ese brillo al que se acostumbró a ver por muchos años. Se sirvieron de unos arbustos cercanos para ocultar el cuerpo lo mejor posible, pues los titanes no solían fijarse en los muertos. Ambos subieron a la seguridad de las ramas con el equipo. Bertholdt comprobó que el grupo de soldados más próximo seguía su camino, ignorantes de lo que acababa de suceder.
— ¿Qué te ha pasado ahí abajo? — preguntó cauteloso, acariciándole el brazo y mostrándole una tímida sonrisa para calmarla — Sé que no te has ganado el apodo de la pequeña fiera por ser dulce precisamente, pero nunca te había visto ser...
— ¿Ser qué? ¿Un auténtico animal? — habló ella. Su mirada era vacía.
— No... Diría que has demostrado ser la gran guerrera que eres, es sólo que noto que algo en ti no está bien. Con la sanción que recibiste no tuve la oportunidad de acercarme antes a ti.
Viena alzó la mano, pidiéndole en silencio que callase. Se sentó contra el tronco del árbol y se limpió la salpicadura de sangre con el borde de la capa, asqueada.
— Creí que te alegrarías al saber que Annie...
— ¿De qué va todo esto? — preguntó Viena al borde de una crisis interna —. A medida que la expedición avanzaba, me di cuenta de que nada es una casualidad, que algo os traéis entre manos. ¿Queréis capturar a Jaeger? Hagámoslo de una vez.
Él negó con la cabeza. A lo lejos se veían filas de columnas de hilo rojo ascender en el flanco derecho de la formación, que cabalgaba a través de campo abierto. Los titanes habían sido conducidos por Annie y la matanza comenzaba desde allí.
— No te he dicho nada porque tú no debes actuar aún. Hace semanas que no te veo en condiciones — admitió sin camuflar su preocupación.
Era innegable que su amiga había perdido peso y la sombra de las ojeras llevaba marcada en su rostro demasiado tiempo. Tampoco la había visto sonreír. Presenciar aquella muestra de una ira de la que no recordaba haber sido testigo jamás fue la gota que colmó el vaso.
— Un corte y me transformaré — siguió Viena, quien parecía no haberle escuchado —. Atraparé a ese chico y nos iremos. ¿Tanto os cuesta confiar en mí?
— No has vuelto a ser la misma desde que te encontré la noche en que...
— Me besaste y te olvidaste de mí — terminó ella.
Se puso en pie, había perdido la noción del tiempo, pero intuyó que no faltaba mucho para cumplirse la hora acordada. Tenía que regresar.
— Si quieres saber el plan, aunque te mantengas al margen, te lo diré — continuó él, dolido por esas últimas palabras que no eran ciertas.
— Dime una cosa primero.
— ¿Lo qué?
Bertholdt también sentía el peso del tiempo sobre sus hombros. Annie podría llegar hasta aquel punto en cualquier momento y, en lugar de estar preparado para hacer un pequeño sacrificio por el bien de la misión, se entregaba a la distracción que le creaba la chica de la que estaba dolorosamente enamorado. No se había olvidado de ella, nunca sería capaz de hacerlo por mucho que se lo propusiera. No quería compartir una relación tan estrecha dentro de los límites del cuartel, porque, si un día él caía, Viena también lo haría.
Ella anduvo hasta él, cada vez menos segura de que hubiera sido quien escribió las cartas, pero sin llegar a confiar del todo.
— ¿Qué soy para ti, Bertholdt? ¿Tu amiga o tu enemiga?
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