38. Me siento y sale mal
Martes 21 de abril de 2020
Calor
Segundo día de viento caliente y seco con temperaturas que más me hacen creer que estamos en junio que acabando abril. Y me da miedito, muy mucho. Además, no sé hasta qué punto tiene relación, estoy cómicamente torpe hoy. He perdido la cuenta de los golpes que me he ido pegando con todo lo que me rodea, yo mismo incluido (sí, ese es el nivel). Espero que no se me acaben haciendo un nudo los dedos de los pies y me parta el cuello bajando las escaleras, que aún estoy a tiempo.
Por lo pronto, me he caído de la silla mientras corregía la ida de olla en que se convirtió el capítulo de ayer. Y la silla es de esas con ruedas y reposabrazos. Técnicamente nos hemos caído los dos, porque he volcado como una ballena varada. Ha sido un espectáculo tan lamentable como gracioso, porque me he estado partiendo de risa un buen rato. Y, ¿cómo ha sido? Pues tengo una picadura de mosquito en la nalga izquierda y fui a rascarme... Creo que no hace falta que añada mucho más, así os recreáis con tan obscena imagen.
Esa es otra. Por favor, mosquitos del mundo, ¿pueden dejar de venir a mi casa a chuparme la sangre? Ya no es que seáis una fuente de transmisión de enfermedades y las picaduras se me inflamen como pelotas de tenis, es que me siento cosificado. ¿Eso soy para vosotros, un saco más o menos amorfo de comida que succionar? No sé, invitadme a cenar antes, o al cine como todo el mundo, ¿no os parece? Es que vais a saco, cojones. Si ya estamos así a finales de abril, no me quiero imaginar cuando llegue el verano. Calor y picaduras de mosquitos. Qué guay, qué divertido, qué emoción, qué ganas de lanzarme por la ventana. Mira, si me pongo a tender la ropa, con el historial que llevo hoy, seguro que lo consigo. Así que tengo puesto el aparato antimosquitos enchufado, a ver si se les quitan las ganas.
¿Sabéis lo mejor? Que tengo mosquiteras en todas las ventanas de la casa. «Entonces, ¿cómo es que entran?», os preguntaréis. Pues bueno, se debe a los dos correcaminos con esquizofrenia que tengo por padres. Ya no contentos con haber hecho un surco en el salón después de un mes dando vueltas como pollo sin cabeza, ahora abren de par en par las puertas de la casa y la atraviesan de lado a lado. Y, claro, a las siete de la tarde, con el calor que está haciendo, es una invitación para que los putos chupópteros se peguen un festín en mi cuerpo. Se me cae la boca ya de pedirles que pasen la mosquitera, que me comen los bichos, pero ni caso, chica. Luego que no me lloriqueen cuando descubran que les he puesto líquido anticongelante en la comida...
En fin, que el día ha sido de todo menos aburrido. Hacer ejercicio también fue «gracioso». Verás cuando me empiecen a pasar factura los golpes con las mancuernas. Voy a parecer un cuadro de Picasso. La mujer que llora, croquetamente. También estuve un rato en el jardín con las plantas, a la sombra, obviamente. Ellas al menos no quieren matarme, y aunque quisieran, su estado vegetativo se lo impide. Aguanté poco, pues enseguida se me empezaron a rizar las pestañas por el puto calor. Aun así, fue agradable escuchar el lamento de los pinos siendo mecidos por el viento. En la merienda se me antojó un bizcocho de chocolate, conque es probable que sea mi próxima meta culinaria tras el fiasco de las monas de pascua. Ya solo falta reunir la fuerza de voluntad necesaria para ello.
Ojalá poder levantar los brazos como Goku y absorber la energía vital de la gente, como el parásito que soy. No sé, me parece un pensamiento la mar de positivo. Sinceramente, creo que sería un final más que digno para la especie humana. Porque sí, la posibilidad del meteorito destructor que nos hará una amigable visita en unos días está ahí, y a pesar de que me parecería una fantasía, creo que no es el mejor final que podríamos ofrecer. Qué menos que un último acto de resignación, ¿no? Claro que, para ello, es necesario que aflore el sentimiento de culpabilidad. Y eso, por lo general, está más marchito que los potos de mi vecina.
En este sentido, escuché en el programa de Jordi Évole a un nombre hablar sobre el futuro después del coronavirus. Bueno, no trataba exactamente del futuro, sino más bien del famoso punto de inflexión del que todos hablamos. Y afirmaba algo crucial: para que esta situación que nos está afectando a todos, sin importar etnia, género o ideología política, de verdad suponga un antes y un después en nuestro modo vida, debemos crearlo nosotros. No se van a rasgar los cielos y va a descender entre coros celestiales la solución a nuestros problemas; hemos de crearla con nuestros actos. De lo contrario, todo esto no servirá de nada y habremos desaprovechado la que quizá sea nuestra última oportunidad. Y añadía, como dato curioso, que las reservas de cruceros por el Mediterráneo para el año 2021 se habían disparado. Es decir, ni mucho menos se producirá un cambio de paradigma a menos que así lo queramos. Y con querer no es suficiente, hemos de actuar.
No sé, igual es mejor que todo siga como hasta ahora. De este modo y con un poco de suerte, cuando sobrevenga la próxima pandemia o la siguiente gran crisis económica, será la última.
Voy a ver si me duermo pronto que con tanto golpe las dos neuronas que tengo están pegando calambrazos.
Cuidaos mucho, no descuidéis la higiene personal, aunque no salgáis de casa, y stay hydrated.
Bonne nuit.
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