Jueves 9 de abril de 2020

Que alguien me detenga

A ver, creo que ya tengo claro lo que ha pasado con la dichosa señora y su perro asesino. Mi madre ha vuelto hace un rato de comprar esa maldita bazofia a la que osan llamar pan y me ha confirmado lo que creí entender la vez pasada. No es que sea excesivamente complicado de explicar, pero se me antoja imposible sin repetir cuatrocientas veces los mismos conceptos, al menos para mí, que tengo las conexiones neuronales fritas... Y, oiga, aquí se ofrece un mínimo de calidad, o se intenta al menos. Así que, en un alarde de ingenio sin precedentes, y sin querer yo llamaros cortos de entendimiento ni nada por el estilo (Ostara me libre) he decidido elaborar un pequeño esquema a fin de esclarecer los hechos.

Seguro que conocéis el meme ese que reza:

*Nadie: ...

*Absolutamente nadie: ...

*Yo: Bueeeno, veeeenga, vaaaale, si insistís...

Pues esto es lo mismo pero en esquema. Dicho lo cual, he aquí el engendro:

Espero que os guste el sofisticadísimo diseño y la inigualable combinación de colores que he diseñado solo para vosotros. Luego diréis que no me lo curro... Masticadito y en la boca, como se suele decir. Si así no lo entendéis, mira, yo en vuestra cabeza no me puedo meter, y creedme que tampoco queréis que eso llegue a pasar.

Bien visto, la verdad es que no me hace ni puta gracia que un perro psicópata ande por la urbanización, aunque imagino que la hermana de la mujer lo habrá dejado encerrado en casa, encadenado a poder ser. Ya lo siento por el animalillo y la mosca asesina que le haya picado. Sin embargo, actuar de otra manera me parecería del todo irresponsable. O sea, que lo más probable es que el chucho esté campando a sus anchas, porque otra cosa no, pero negligentes aquí, como los espárragos: a puñaos. A ver, tampoco estamos hablando de un velocirraptor superinteligente que sabe abrir puertas... ¿no?

Me parece tan absurdo que esté escribiendo esto, junto en mitad de una pandemia global que nos tiene recluidos en nuestras casas sin salir. Echando la vista atrás, si alguien me hubiera asegurado que esto iba a pasar, lo habría tildado de loco. O de visionario, no logro decidirme. Otra cosa no, pero es innegable que el 2020 ha empezado fuertecito. No albergo la menor duda de que dará mucho que hablar. Casi puedo imaginar a los niños del futuro cuando estudien la segunda década del siglo XXI, y cómo los humanos todopoderosos sucumbieron ante un ser literalmente minúsculo. Que, oye, aún estamos a tiempo de establecer un consenso a nivel mundial para que en los libros de historia se hable de un apocalipsis zombi en vez del coronavirus. Sería un vacile de los épicos. Aunque, siendo sincero, espero que en el futuro hayamos superado esa manía tan insana e insostenible de tener descendencia sin el menor control. Pero bueno, ese es otro jardín en el que no me apetece meterme ahora mismo.

Del jardín que no salgo es el Stardew Valley, que, para quien no lo sepa, es un videojuego indie de simulación de granja. Y, joder, no puede ser más adictivo. Aparte de cultivar unos ricos tomates y unas jugosas calabazas, también es parte del juego entablar amistad (y lo que surja) con el resto de los vecinos de Villa Pelícano. Que manda cojones lo poco que me gusta la gente y lo empeñado que estoy en sacar el nivel máximo de relación con cada personaje. Y aunque pudiera parecer un hecho aislado, me sucedía exactamente lo mismo con los Sims. Lo bueno es que en los Sims podías quemar viva a la gente sin que te miraran mal por ello...

Total, que tengo un vicio intenso y me queda muy poco para conseguir el 100% de los logros. Conque en esas estoy. Entre escribir, hacer ejercicio, jugar y dar rienda suelta a mi afición culinaria, los días se me hacen insultantemente cortos. Ya lo siento por los que lo estéis pasando regular.

En fin, voy a ver si meto la fruta milenaria a hacer vino antes de irme a dormir, que tengo que comprarme un reloj que para el tiempo y cuesta muchos dineros.

Bona nit.