20. Tengo sueño
Viernes 3 de abril de 2020
Tenemos encierro para rato
Pues llevo unos días durmiendo regular. Me despierto constantemente y me muevo más que el rabo de una lagartija. Luego, claro, por la mañana me cuesta la vida levantarme porque más que descansar parece que me he pasado la noche entera bailando salsa. Lo que más me sorprende es que no me duela la cabeza. Porque a mí me duele la cabeza por todo. Es como una jodida maldición por... no sé. Igual en otra vida cazaba gatitos y me comía sus corazones (como en Kafka en la orilla). Eso, o fui abogado defensor de asesinos confesos, una de dos.
El caso es que las migrañas son mi martirio particular; la forma inequívoca que tiene mi cuerpo de castigarme por los excesos, o porque sencillamente le sale de las pelotas y decide dejarme postrado todo el día en la cama como la ameba procrastinadora e inútil que soy. Que bebo más de la cuenta, dolor de cabeza (y con dos cervezas ya estoy, no os creáis que vacío el minibar). Que duermo poco, dolor de cabeza. Que duermo mucho..., efectivamente: dolor de cabeza. Y así con todo. De toda la puta vida.
Ignoro si sabéis lo que es sufrir una migraña de tres pares de narices. De esas en las que tienes que bajar la persiana y apagar la luz porque hasta el menor rayo de luz parece mutilarte la retina como si fuera un clavo incandescente. Si nunca os ha pasado, os envidio con todo mi ser. Y si sois asiduos a los analgésicos: you are not alone... De verdad que no se me ocurre otro malestar más incapacitante que el dolor de cabeza. Y es que, para más inri, aparte de la fotosensibilidad, me provoca mareos y nauseas. Vamos, el kit completo de «dame veneno que quiero morir».
Así que no puedo dejar de sorprenderme por este impasse que me está dando mi autodestructiva genética. Sí, lo de las cefaleas son una preciosa herencia por parte materna, regalazo, ¿verdad? Ya me podrían haber dejado diez millones de euros y una casa en los Alpes...
Por mi parte, volviendo al tema del sueño, trato de cansarme con mis rutinas de ejercicios, que además van genial para mantener la omnipresente y voraz ansiedad a raya. A ver, genial lo que se dice genial..., ayuda que ya es algo. Y tampoco es que me sienta especialmente ocioso. Como ya os he dicho varias veces, estoy llevando la cuarentena con dignidad y aplomo suficiente, sobre todo porque no ha trastocado mucho (por no decir nada) la monotonía de mi día a día. Además, si me canso de escribir, tengo con qué divertirme.
En conclusión: no tengo ni puta idea de qué le pasa a mi cuerpo y por qué se ha empeñado en no dejarme dormir. Bueno, ni puta idea tampoco. Barajo un par de hipótesis que, si no certeras, debo aproximarme bastante. Imagino que es lo que tiene convivir conmigo mismo todos estos años: aunque me ignore la mayoría del tiempo, he acabado aprendiendo lo básico para seguir tirando. Os las voy a contar (las teorías), aunque no os importen un mojón. ¡Ja!, se siente. Es mi diario y aquí hemos venido a jugar.
—¿A jugar? ¿Cómo que a jugar? ¿Qué dices?
—Ay, mira, yo qué sé. No le pidas peras al olmo que no soy ni medio persona. Y ya no digamos peral, qué ordinariez. Si fuera planta sería un cactus, o un helecho, pero no un árbol frutal. Demasiado que puedo escribir sin que se me caiga la baba... mucho.
Cabeza, por favor. Céntrate. ¿Ya? ¿Seguro? Venga, guapa, a ver si es verdad...
¿Por dónde iba? Ah, sí, las hipótesis:
a. Puede ser el cambio estacional, que, para variar, me llega con retraso. No sería la primera vez que me pasa, y me temo que la última tampoco.
b. La ansiedad llamando a mi puerta, con un picahielos bajo el brazo para clavármelo en los riñones.
c. También podría ser que, aunque crea que no, mi cuerpo va pidiendo asomar el hocico a la calle. Desconozco cómo encaja exactamente en todo esto, pero ahí queda.
d. Todas las anteriores son correctas.
e. Me pica mucho el ojo izquierdo. Pero por dentro, como si tuviera una hormiga bailando claqué con tacones de aguja. ¿Alguien tiene una cuchara? Es... para una cosa.
*Cof, cof*
Mejor corramos un estúpido velo. Tan estúpido como el hombre que casi le pega un perdigonazo a mi padre esta tarde cuando volvía de tirar la basura. Sí, habéis leído bien: había un hombre medio escondido en su garaje con una escopeta de perdigones, disparándole al seto que estaba al otro lado de la carretera, a unos cinco o seis metros de donde estaba él. Su campo de visión era tan escaso como su inteligencia, de ahí que fuera cuestión de suerte que ahora mi padre no luzca un bonito parche pirata.
Yo, os lo juro por las braguitas de Mafalda, no sé qué clase de gen recesivo tienen las personas que deciden comprar una casa en esta urbanización. Ojo, que eso va por mí también, ¿eh? Que estaré medio trastornado (o trastornado del todo), pero al menos mi pasatiempo no es tocarle los ovarios al vecino de al lado, ni practicar tiro al arbusto en medio de la calle y sin visibilidad, por mucha cuarentena que hayamos de guardar.
Lo cierto es que, a estas alturas, no debería ni sorprenderme. Sin embargo, las gentes que habitan por estos lares parecen empeñadas en superarse día tras día, como si compitieran por el pódium al más gilipollas. Y no creáis que me lo invento. Nada me gustaría más que estar paranoico y que las voces de mi cabeza se esfumaran con una pastillita. Eso sí, no puedo negar que son un filón de anécdotas, a cual más absurda que la anterior, para compartir con vosotros. Que, oye, si al menos os echáis unas risas, ya no es en balde el estrés que me genera el mero hecho de saber que coexistimos en el mismo plano espacio-temporal.
Espero que vuestros vecinos sean menos insufribles. O que vuestra tolerancia a los gilipollas sea más alta que la mía, lo cual tampoco es muy difícil.
Boas noites.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro