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13. Para hacer bien el amor...

Viernes 27 de marzo de 2020

...hay que venir al sur


¿Pues no aparece de repente la RAE y dice que el Covid-19 ya no es «él», sino «ella»? Porque, en una asombrosa aunque acertada demostración de lo aburridos que están, defienden que el Covid-19 alude a «la» enfermedad que causa el virus, y por tanto ha de ser tratado en femenino: la Covid-19. Desde ya os digo que, por mucha razón que tengan, no voy a cambiar los anteriores, para que cuando lleguéis aquí os explote el cerebro. Y si a la RAE no le parece bien, puede comprarse un billete de avión a la mierda. Solo ida.

Tengo varias preguntas al respecto, pero puede que la más apremiante de respuesta sea: ¿en serio habéis tardado casi quince días en decidir el género gramatical de una palabra? Quiero decir, hablar y escribir correctamente es algo que me parece crucial, aunque la normativa choque en algunos aspectos contra el lenguaje inclusivo que trato de utilizar lo más posible (según las circunstancias), pero, ¿casi dos semanas? Joder, ni que tuvierais otra cosa que hacer.

De todas formas, sobre todo de un tiempo a esta parte, las declaraciones de la RAE son, cuanto menos, controvertidas. Que no me extraña, la verdad. Con el aquelarre de machitos casposos que la conforman, me espero cualquier cosa. Supongo que solo a una institución tan arrogante que se cree poseedora de la verdad absoluta, en cuanto a la lengua española se refiere, podría insinuar tan abiertamente que la población está usando mal el término «Covid-19». Por mucho sentido que tenga su pronta deducción (ironía on).

De todos modos, no es lo más relevante que ha sucedido en el mundo. Es un día triste y vergonzoso para Europa, un día en el que ha quedado más claro que nunca que «la Unión Europea» es un proyecto demasiado ambicioso para que tenga éxito.

Nunca es fácil tratar con los que consideramos diferentes a nosotros, sobre todo cuando los viejos prejuicios nublan nuestra sensatez y creemos ser el ombligo del mundo. Tampoco ayuda que esa supuesta relación se centre (casi) exclusivamente en el dinero, pues nos hemos encargado muy concienzudamente a lo largo de las décadas de mantener la maldita dualidad: rico-pobre. Es la piedra triangular del liberal capitalismo y la única forma de mantener el status quo: para que nosotros seamos de la clase privilegiada (y mira que hay gente pasándolas putas en este «primer mundo»), hay otros muchos, muchísimos más, que han de ser pobres. Incluso morir de inanición por ello.

No es un secreto que yo os acabe de revelar. Más bien es algo que todos sabemos, un gran y perverso mal necesario que se nos ha enseñado a relegar de nuestra conciencia y con el que hemos aprendido a vivir. Y lo hacemos diariamente, sin reparar ni un segundo en ello.

Comparar siquiera la situación de crisis de España con la de cualquier país «subdesarrollado» es tan injusta y vergonzosa que ni siquiera me atrevo a plantearlo. Sin embargo, lo anterior me sirve de ejemplo para reflejar que la desigualdad y el pulso de poder no solo se da entre muy ricos y muy pobres, sino que entre nosotros, entre los «afortunados», se dan las mismas relaciones. E incluso peores.

Tampoco soy antieuropa, para nada. A pesar de que la gente me gusta menos que masticar cristales, y que mi fe en la humanidad cada día sube un escalón y desciende cinco, creo que la cooperación es indispensable si queremos tener alguna oportunidad de cara al futuro. Ayudarse cuando las cosas nos van mal es muy loable y queda de maravilla de cara a la opinión pública, pero aprender a respetarnos, a valorar y conservar nuestras diferencias, y a crecer con un objetivo común es el verdadero quid de la cuestión. Y no estamos ni remotamente cerca de aproximarnos a algo siquiera similar.

El caso es que, como ya sabréis, Italia y España son los países más castigados por el coronavirus. De ahí que, en una videoconferencia realizada ayer jueves 26 de marzo, se tratara de acordar las medidas que tendrá que implementar Europa una vez se dé por extinguida la pandemia. Porque será entonces cuando empiece lo verdaderamente difícil: recuperar tanto la normalidad social como la económica. Y bueno, en pocas palabras, Holanda y Alemania dieron a entender que nos buscáramos la vida y que cada uno cargara con sus muertos (nunca mejor dicho). Recordemos que el presidente Holandés de 2008, Jeroen Dijsselbloem, hizo especial énfasis en que «los países del Sur» (refiriéndose a España e Italia principalmente) derrochábamos el dinero en «mujeres y alcohol». Soberano gilipollas el tío.

Afortunadamente, no tardaron en salir defensores como Francia o Portugal, y parece ser que las presiones han hecho «recapacitar» a los que tienen el dinero en Europa y emplazaron a que los ministros de Finanzas estudien varias opciones para presentarlas dentro de dos semanas.

Más allá de lo anecdótico, y como decía antes, es un claro síntoma de que el prometido «Proyecto Europeo», tal como se concibe ahora, no es más que una pantomima en la que hay ciudadanos de primera y otros, los sureños (o como se decía antes, los del norte de África), de segunda o inferior.

Esto me entristece e indigna tanto que ni siquiera les deseo nada malo. Solo espero que, cuando todo acabe, esta crisis sirva de algo. Porque si el coronavirus nos está enseñando algo, aparte de que la Sanidad pública y universal es la única que sirve cuando las cosas se ponen jodidas de verdad, es que tenemos muchos más prejuicios, estereotipos negativos y complejos en nuestras mochilas personales de los que todos creíamos. Y eso es algo en lo que debemos trabajar, individualmente y como sociedad.

Dicho lo cual, y cambiando de tema, he de confesar que empieza a acojonarme el despliegue del ejército que se está dejando ver por distintas ciudades. Según se comenta, su presencia se debe a que están ayudando con la desinfección de calles y mercados, aunque no deja de resultarme un escenario insólito. Sin quererlo ni beberlo nos hemos visto inmersos en una de las tantas historias distópicas con las que tanto fantaseamos..

Eso sí, una cosa está clara: tanta (des) información nos está empezando a saturar. Bueno, empezando y terminando, porque yo estoy de todo el rato el coronavirus hasta el coño, y eso que no tengo. No sé, estamos llegando a un punto en el que cuesta mantener una mente despejada y crítica. Por favor, pensad un poco en los más pequeños y los más mayores. Digo yo que algo bueno estará pasando en el mundo, ¿no? ¿O de repente se ha paralizado todo y no hay más de lo que hablar?

En fin, habrá que ver cómo evoluciona todo esto.

Perdón por esta entrada más intensa y reflexiva. Se ve que hoy mis dos neuronas se han sentido inspiradas y se han negado a decir solo estupideces. O estupideces disfrazadas de pseudointelectualismo. Quién sabe.

Besis. Digitales e intangibles, eso sí.

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