Martes 24 de marzo de 2020

Hakuna matata

Hoy iba a comenzar con lo agradecida que es la naturaleza cuando se la deja en paz, cuando se reduce la contaminación, y cuando confluyen arbitrariamente tres borrascas que dejan varias jornadas de lluvia. La atmósfera está más limpia y se respira mejor, pese a los continuos bukakes de polen por cortesía de las plantas, que están más salidas que el pico de una plancha. La vegetación, como respuesta, luce más verde y hermosa, y ha comenzado a crecer musgo entre las baldosas del suelo y las tejas de los tejados. La vida siempre se abre camino, como decían en Jurassic Park. Al menos hasta que se recupere la anormalidad, volvamos a salir a las calles como pollos sin cabeza y sigamos acelerando los efectos del cambio climático, claro. Porque si hay algo sobre lo que no albergo la menor duda es que el ser humano va a aprender poco o nada de esta situación. Y ojalá me equivoque.

Esa era mi intención para el día de hoy. Y parece que al final no lo ha sido, porque intentar no dejarme llevar por las voces de mi cabeza y estructurar mis pensamientos de manera coherente es mi archienemigo. Y un animal mitológico.

«¿Y por qué no ibas a empezar así?», puede que os preguntéis. Pues porque hoy es el primer día que he tenido ganas de salir a la calle a despejarme, y me ha dado muchísima rabia. No por haber flaqueado, sé que la fuerza de voluntad no es una de mis escasas virtudes, sino porque no ha sido «culpa» mía.

A ver, por resumir: digamos que mis padres llevan regular lo de estar encerrados, y digo regular por no decir como el puto culo. Están super estresados por no poder salir y el continuo bombardeo de noticias no ayuda una mierda a pasarlo mejor. Y eso se traduce en más ruido, más tensión y mayor invasión de mi necesario «sosiego mental» (que no deja de ser un eufemismo para referirme al estado natural de agitación de mis pensamientos que no tiene nada de sosegado). A eso hay que sumarle mi escasa tolerancia a la gente, y menos cuando esa gente habla mucho y pulula a mi alrededor como una mosca en una mierda. O cuando parpadea demasiado rápido. O respira muy fuerte. O respira, en general. Total, que me metí en la cocina a hacer ni me acuerdo el qué, y a punto estuve de cometer un doble homicidio con la batidora.

Joder, cómo echo de menos el silencio, sin el coronavirus y la paranoia como el pilar central de la humanidad. Como dice un señor que vi por Twitter: a ver si nos contagiamos tos', nos morimos tos', y to' mejor. Ojalá le pusieran su nombre a un parque infantil.

Y hablando de morirse, cuando mi madre volvió de comprar el pan (antes del casi incidente con la batidora), nos contó el cotilleo del día. Según le dijo el dueño, que es chismoso para darle de comer aparte, ayer por la tarde hubo una trifulca entre dos vecinos que sacaban a pasear a sus perros. Al parecer, el chucho de uno de ellos, que todos sabemos quién porque estamos hasta los huevos de que saque al animal sin correa, mordió una mujer en el brazo y se la tuvieron que llevar al hospital. Creo que también mordió a su perro, aunque mi madre no se ha enterado bien de eso, así que ni lo afirmo ni lo desmiento. Ya le he dicho que la próxima vez esté más atenta y que vuelva a casa con todos los detalles escabrosos. Para algo emocionante que pasa y que no está relacionado con el maldito coronavirus...

En fin, que cuando sepa algo al más ya os informaré. Eso si no acabo antes electrocutado con el secador, claro, porque lo he usado hace un rato y me iba bien, sin tener que hacer el pino puente ni nada. Sorprendido me hallo, no te digo más. Y no es que desconfié de mis dotes innatas para el bricolaje casero (corred, insensatos), pero a mí estos cambios de humor por parte de un pequeño electrodoméstico me generan una ansiedad muy tonta e innecesaria. O te uso, o te lanzo por la ventana, pero no juegues así con mis sentimientos porque me desequilibras los chakras, coño ya.

Así que hoy poca cosa más. A ver cómo se presenta el día mañana.

Cuidaos y todo eso que se suele decir.