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Domingo, 4 de marzo

Totalmente exhausta después de haber pasado todo el fin de semana preparando la «no cita» con Paco de mañana. Sé que es solo una comida de trabajo de una compañera solidaria que se presta a ayudar a un compañero novato, pero no está de más dar una buena imagen. A veces, lo único que necesitamos para arrancar es un aliciente, y Paco se ha convertido en el mío. Así que ayer aproveché que los niños tenían el cumpleaños de unos amigos para ir de compras y a la peluquería, y así eliminar las dichosas canas que desde hace unos años han decidido poblar mis raíces. Estos son dos de los principales problemas a los que te enfrentas cuando eres una madre cuarentañera: el primero, que tus hijos pequeños tienen mucha más vida social que tú (si es que tienes alguna), y el segundo, que las visitas a la peluquería tienen que ser mucho más frecuentes y, sin embargo, lo tienes mucho más difícil para cuadrarlas.

Por eso, cuando consigo cuadrar la cita en la peluquería, cada dos o tres meses, necesito al menos de dos a tres horas para una buena puesta a punto: tinte para tapar las raíces blancas, mechas para intentar darle algo de vida al pelo, que con el paso de los años se vuelve más fino y apagado, eliminación de bigote o pelos situados en el labio superior (parece que suena como más femenino), depilación de cejas y, gracias a que estamos en invierno, solo toca hacer la manicura (la pedicura puede esperar a la siguiente cita), ya que si mañana voy a tener que explicarle a Paco las aplicaciones informáticas, mis uñas serán una de las partes del cuerpo más expuestas a esos preciosos ojos verdes. Y no me digas por qué, pero solo el hecho de tener las uñas arregladas y pintadas de rojo me hace sentir que puedo con cualquier cosa. Solo mirarlas me da una dosis de optimismo que creo que me como el mundo (o incluso a Paco en este caso).

Es increíble la cantidad de gente que se puede llegar a juntar un sábado por la tarde en los centros comerciales. Y si llueve, como era el caso, os podéis imaginar. Y como además necesito encontrar el modelo perfecto, esto iba a implicar tener que recorrer unas cuantas tiendas antes de lograrlo. El problema de no saber a dónde me va a llevar a comer es que necesito un look que me sirva para cualquiera de las opciones que pueda elegir: desde un restaurante de postín hasta, Dios no lo quiera, el Burger King.

Después de recorrer unas veinte tiendas diferentes y rebuscar como una posesa en el primer día de rebajas, me decanté por unos leggins de Zara de cuero negro, con un jersey de cuello alto negro ceñido de Stradivarius y unos zapatos muy monos con poco tacón y piedrecillas incrustadas de Bimba y Lola (Paco no es muy alto y prefiero no arriesgar). En Mango encontré una gabardina muy bonita en color mostaza para rematar el conjunto. Decidí también que era hora de hacer una limpieza en mi cajón de ropa interior. Como llevo tanto tiempo sin tener relaciones, es un tema que he dejado un poco de lado, por lo que se puede decir que desde que Sebas y yo terminamos no me he preocupado mucho de mis conjuntos de lencería. Sencillamente, suelo ponerme lo que me queda más a mano cuando abro el cajón, ya que en los últimos tiempos ninguna prenda difiere mucho de la otra: braguitas de algodón blancas o negras y sujetadores básicos en los mismos colores. Total, para que no los vea nadie, pues me decanto por lo cómodo.

Después de tres bodis de encaje con sujetador push up incorporado y un conjuntito con culotte en tonos morados muy sexi, puedo decir que me sentía mucho mejor. Es sorprendente la forma en que las mujeres ganamos confianza en nosotras mismas con un pintauñas y un poco de licra.

8:00 p. m. El día de hoy lo he dedicado a un repaso de la depilación corporal, masajes con crema hidratante en un intento de disolver la celulitis alojada en mis muslos, piedra pómez para las durezas de los talones y limpieza de la casa mientras los niños preparan los exámenes de esta semana. Miro el móvil unas cuantas veces porque aún no me ha llegado la notificación del Outlook con la programación de la «no cita». ¿Se habrá olvidado? ¿Y si no me lo manda? ¿Le mandaré yo un mensaje para que me diga hora? Mira que le dije que tenía que organizarme. ¿Qué se cree, que me puede avisar cinco minutos antes?
Me doy cuenta de que estoy empezando a impacientarme un poco. ¿Por qué le doy tanta importancia? Ni que me gustase Paco o me fuese la vida en quedar con él. Está claro que la novedad me hace gracia, pero nada más. La verdad es que después de lo de Sebas mis intentos por relacionarme con el sexo opuesto se pueden resumir a dos ocasiones esporádicas, las cuales no puedo considerar muy satisfactorias. Se puede decir que él me quitó las ganas de intentarlo, de creer que existiría alguien que realmente valiera la pena. Mentiría si dijese que me pilló por sorpresa el enterarme de su engaño, ya que nuestra relación, al final, era cada vez más distante. Con la excusa de que los fines de semana trabajaba de portero en la discoteca más de moda de la ciudad, se pasaba el resto de los días cansado por la acumulación de la falta de sueño y siempre había una u otra milonga que lo alejaba de mí y de mi cama.

Lo que más me dolió fue una de las personas con las que eligió hacerlo. No era mi amiga, pero sí habíamos salido a cenar unas cuantas veces juntos porque trabajaba con él y nunca me lo hubiese imaginado. Incluso ella me había ayudado a organizar su fiesta de cumpleaños. Nos habíamos mandado mensajes. Me había aconsejado con los detalles. Habíamos reído juntas e incluso siempre se encargaba de airear la buena pareja que hacíamos juntos. Más tarde me enteré de que de aquellas ya estaban liados. En aquellos momentos estaba claro que a ninguno de los dos le importaba una mierda cómo me pudiese sentir. No puedo decir nada contra ella. El único culpable fue él. Sebas era mi pareja, mi amigo. Él era el que tenía el compromiso conmigo. Y encima lo negó una y otra vez, cuando yo tenía decenas de pruebas de ello. Pero no era la primera vez. Después de nuestro primer año de relación tuvimos una ruptura que duró 6 meses. En aquella ocasión fue más lamentable aún. No fue necesario ni pillarlo en un renuncio, ni siquiera un mensaje. Simplemente, un día, fue él quien me dijo que necesitaba dejarlo un tiempo porque no sabía si seguía enamorado de su exmujer... y que necesitaba confirmarlo. 

Cuando empezamos a salir me enteré de que había estado casado y que llevaba menos de un año separado. No tenían hijos, por lo que yo misma supuse que no había razones para que siguiesen manteniendo contacto, ya que ella, cuando se separaron, se fue a trabajar fuera. Pero justo cuando estábamos en lo mejor de nuestra relación, decidió volver e intentarlo de nuevo con Sebas. Y yo, como buena amiga y teniendo en cuenta que después de un divorcio complicado y con dos niños pequeños no quería sufrir más ni perderlo como amigo, pues accedí a romper temporalmente nuestra relación hasta que él se aclarase. Eso le llevó medio año, que fue cuando decidió volver llorando y diciendo que había sido el mayor error de su vida porque estaba locamente enamorado de mí. Y, cómo no, yo lo recibí con los brazos abiertos de nuevo.

11:53 p. m. Ahora que estaba ya consiguiendo quedarme dormida, suena el móvil:

Remitente: Francisco Montero

Asunto: Convocatoria de reunión

Lugar: La Consentida

Día: 05/03/2018

Hora: 14:30 

Confirmar                         Confirmar con mensaje                       Rechazar

¡Bueno! Una grata sorpresa. No es sushi, pero sí es un local que me encanta. No va mal. De momento cumple las expectativas. Al final mereció la pena la espera. Voy a esperar hasta mañana para darle a «confirmar». Por supuesto, sin mensaje...


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