Endoscopía
La palabra endoscopía podría desatar huracanes.
Bueno, resulta que puede haber cosas peores que sacarte sangre. Onda, pongámosle que ya es traumático tener una aguja en tu vena extrayendo tu sustancia vital en ese pliegue tan dulcecito de tu brazo. Sumémosle, entonces, que la aguja puede estar en tu manito tierna y tersa.
«Dale, y vos crees que yo voy a ir voluntariamente, ¿no?».
Mamá me obligó. Bueno, casi que me obligó. De alguna forma uno sabe que tiene que ser responsable.
¿Qué sería peor que tener una anestesia intravenosa? Obviamente sería peor no tenerla y ver como esa manguera con pincita entra en tu boca y, ¡CARAJO!, te recorta un pedacito de tu cuerpo, ¡DE ADENTRO DE TU CUERPO! Solo para llevarse un recuerdo. Es algo así como una visita guiada y la tienda de recuerditos y chucherías está en el duodeno.
Ah, no. Mi primera reacción fue: «Ni en pedo».
Mi segunda reacción fue: «Fumámela».
Mi tercera reacción fue lloriquear y suplicar.
Para una endoscopía es necesario hacer un ayuno de cómo doce horas. Para mí no es gran problema, digamos que no desayuno casi nunca. Mi gran y única preocupación era la porquería esa que me iban a clavar en la mano.
Esperé una eternidad, mirando cómo la gente que se iba a hacer el mismo proceso entraba por unas puertecitas de vidrio en el centro de la obra social más copado que vi. Estaba todo tan moderno que daban ganas de vomitar de los nervios. Los nervios no eran por eso. Y aunque hubiese vomitado supongo que lo único que hubiese logrado son gárgaras.
Cuando tocó mi turno, mamá se quedó en la sala. Sola me enfrente a los enfermeros en un cubículo con cortinas y a sus órdenes.
—Sácate los zapatos, el suéter, los anteojos y acóstate en la camilla; ya te vengo a buscar.
Fueron los peores cinco minutos de mi vida. Quería gritar y llamar a mi mami. La verdad es que todo hubiera sido más fácil si estuviera mi mami. Pero como uno es una persona adulta, a todo el mundo le chupa un pepino que le tengas miedo a las agujas y que realmente sientas ganas de vomitar y de revolcarte por el piso encima de tu vomito antes de desmayarte.
En serio, las fobias son horribles y a veces uno experimenta una...¿especie de ataque de pánico? Pulsaciones cada vez más rápidas, dificultad para respirar, incapacidad de hablar y expresarse, malestares varios. Creo que yo ya comenté que puede pasar.
«Vomito, desmayo. Si»
Digamos que el doctor se me cagó de risa.
—¿Tanto miedo tenés por una endoscopía con anestesia? ¡No vas a sentir nada!
Ah, no. Es que no se trata de lo que sienta, doctor. ¿Sabe usted lo que es para mi saber que están metiendo cosas adentro mío y que en realidad, VAN A LLEVARSE ALGO MÍO?
Oh, por favor, solo piénsenlo un segundo: Tijeritas, chiquitas, cortando, adentro, de, tu, cuerpo.
No, no, no, no.
¿Cómo no voy a tener miedo? ¿Y si me desangro? ¿Y si me muero? Así que solamente contesté lo obvio y que también tenía razón de ser:
—Me dan miedo las agujas, la anestesia.
Se armó un circo inmediato. Los enfermeros también se me cagaron de risa, pero me hicieron reír a mí, como una foca histérica, y me hablaron de cualquier cosa para distraerme. Resulta que el enfermero una vez bailó con tacos por una apuesta y me recomendó que cuando hiciera zapatos no los hiciera apretados.
Entonces, llegó el puto momento de la verdad: el sonido del papelito ese de plástico que envuelve la aguja esterilizada. Y el enfermero la cagó diciéndome:
—Respirá profundo.
«No quiero respirar profundo, quiero rajarme de acá».
El pinchazo dolió. ¡Y que me expulsen de mi casa si digo que no! No le creo a la gente que dice que estas cosas no duelen y me cago en sus malditas sonrisitas de nada. No, no y no. Dolió y dolió.
Apreté los dientes, traté de no pensar en que había un objeto de metal filoso en mi vena.
—Bueno, ya está, listo. Ya te lo saqué. —¿Qué clase de mentira era esa? Miré al enfermero y a mi mano. Eso era un catéter, más vale que no me había sacado nada. ¡Estaba ahí, lo veía! ¡Lo sentía!—. Ah, no —me dijo entonces—. La aguja ya la saqué, lo único que queda ahí es un plastiquito que lo que hace es mantener la vena abierta para el suero y...
Okey, este tipo no entendió que detesto, DETESTO, imaginar cosas adentro de mi vena, ¿no? ¿Qué pasó con todo eso de objetos extraños profanando mi templo de carnecita?
De todas formas, no tuve tiempo de desmayarme o vomitar. Me dormí y lo próximo que supe fue que esa fue la mejor siesta de toda mi vida.
TODA MI VIDA.
La anestesia es copaaaaaada.
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ESPECIO RESERVADO PARA....
Momentos de gorda~
A prueba de que todo el mundo se haya olvidado de este apartado, vengo con otra ideota de comida así rica.
HOY LES TRAIGO GALLETITAS DE LIMÓN Y PEPITAS DE COCHOLATE.
Teóricamente la receta define estas galletitas como Galletitas de manteca, pero BLEH. La onda es ponerle onda para que sea más genial. Y es más fácil de hacer que... que... más fácil que un puré instantáneo. O casi.
250 g de manteca; 200 g de azúcar; 3 huevos; 400 g de harina sin TACC (premezcla); 1 cucharadita de leudante; 1 cucharadita de esencia de vainilla.
A TODO ESTO, nosotros le vamos a agregar jugo de limón a gusto y ralladura —amarilla chicos, no la parte blanca—. Y SOBRE TODO, las pepitas de cocholate. A GUSTO. Yo le meto hasta hartarme.
La idea es que esa receta básica puede hacerte con cacao, naranja o lo que se les cante.
PUNTO NUMBER ONE. UNO) Mezclar en un bol la manteca (que yo la pongo derretida), el azúcar, los huevos, la esencia, la ralladura y el juego de limón y el chocolate.
NUMBER TWO) Agregar de a poco la harina hasta obtener una masita suavecita que puedas agarrar con los dedos; es decir, tenés que poder picotear la masa sin necesidad de amasarla tanto. Ni siquiera es necesario que la estires y la cortes con formita, por lo que yo te diría que realmente agregues de a poco la harina para no pasarte. PODÉS ponerle más, amasar y estirar, pero así no sería tan fácil, no?
NUMBER THREE) Hacer bolitas con la mano —y puede que se te pegotee, pero no te hagas drama— y poné las bolitas en una placa aceitada.
NUMBER FOUR) Cocinar en fuego medio hasta que hayan inflado un cachín y que abajo ya esté algo doradito. Ahí también entra el gusto personal. Yo, por ejemplo, odio que se doren y se tuesten mucho por debajo. Prefiero que la masa quede tiernita.
AHORA, lo principal de lo principal y el chiste de toda esta cosa, es que hay que agarra una caliente y abrirla para ver la delicia del chocolate derretido adentro.
No tiene comparación. Es como...como un manjarcito divino y hermoso sajsahsakshashahska Mueran.
Mueran comiendo chocolate.
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