La Casa del Tren
Recuerdo una anécdota muy curiosa de aquellas épocas cuando tenía que tomarme el tren para ir a trabajar. En uno de aquellos viajes matutinos me llamó la atención una casa que antes era una antigua estación de tren, hoy abandonada, grafiteada y convertida en no sé qué delegación municipal. Siempre pasaba por allí, pero no sé qué clase de grito mudo llegó a mis oídos que me provoco mirar por la ventana del tren hacia aquellos cristales antiguos.
Las siguientes palabras son el resultado de una voz con puertas y maderas viejas que me susurró durante todo el viaje:
"Y otra vez la fría mañana cala en los huesos más duros. Suena el murmullo tan cerca y pero tan lejano como ecos al fondo de un pasillo. La estación está repleta de gente madrugadora que abandonan sus casas antes de ver el sol, y el invierno hace más oscuros los rincones de las calles y más grueso el viento frío cortante, cual ladrón con navaja que les ha robado los sueños.
Pronto llegará el tren, pronto, mientras esta tortura llamada alba sigue su curso. Espero esta vez no atrasarme con el trafico en el centro. Si llego a subir en el colectivo que sale en media hora desde la estación terminal y bajo justo en la esquina del almacén donde las flores adornan una pequeña virgen, podré alcanzar la puerta del trabajo antes que lo haga mi gerente, ¡y esta vez espero que no me vea llegar tarde! Creo que ya no entran más sanciones en mi expediente. Por algo sufro, al igual que todas estas personas, el peso de la responsabilidad, que parece exhumarse en los bostezos y en los humos de frío que salen por las bocas secas.
Emponchados todos con bufandas y gorros, mochilas y carteras, auriculares y miradas casi impacientes, escuchan el sonido eléctrico que recorre los rieles y en la estación matutina ingresa la formación al anden.
Agolpados, el frío parece dar latigazos fatídicos a las personas que entran con pereza al tren. Se sientan con sus sueños bien despiertos, si es que tienen alguno, y no ven más que gotas de rocío pegadas en las ventanas.
Y otra vez, una mañana fría cala las esperanzas más profundas.
Se ven entre los edificios efímeros tras las avenidas el horizonte rojo del amanecer. Parece tan cálido. Y hace tanto frío adentro y fuera del tren, que es imposible saber si el sol existe realmente hasta que no esté en su magnifico centro azul. Solo un hombre sentado en un solitario asiento, más allá de la puerta, parece dormitar sonriente. ¿Qué estará soñando? ¿Qué sueña a veces la gente cuando viaja?
Estoy despeinado. Mi pelo no terminó de secar, y todavía siento la sensación de la ducha caliente en mi cuerpo. Mi nariz absorbe todo el invierno que existe, cual termómetro que mide la grave enfermedad que nos rodea a todos. Acomodo mi saco, intento acurrucarme con mis propias inseguridades, y no pensar más mientras el tren avance.
Pronto llegará ese momento. Pronto podré volver a verla. Otra vez, como todos los días.
Las puertas se abren. La gente ingresa más de la que sale y el tren vuelve a moverse. Las estaciones pasan como la vida. En cada anden, una historia distinta en donde nada se dice mientras todo pasa. Que triste es llegar a la terminal, como si la vida del tren se terminara. Sin embargo ahí comienza su camino otra vez, y otra vez, y otra vez. De terminal a terminal, de vida en vida.
¿Qué pensará la gente sobre los trenes? Toda mi vida, desde pequeño, viajé en este tren, y nunca me puse a pensar en él. Pisé los andenes con temor y asombro al ver las nuevas máquinas que se olvidaron en el tiempo; entré en los vagones con amores que nunca volví a ver, y en los asientos se gritaron grandes verdades; bajé de los trenes con triunfos y derrotas, y llegué a casa con risas y llantos.
Máquinas impregnadas de recuerdos; humanización del tiempo, en un pedazo de metal rodante.
Nos movemos, y a veces parece ser que no somos nosotros quienes caminamos.
Pronto llegará ese momento. Pronto podré volver a verla. Y ahí está, como todos los días.
La casa de las ventanas que miran hacia adentro. Tan elegante y misteriosa, antigua y capciosa. Añeja de maderas mal pintadas y el enigma en sus postigones. Una casa que dicen que es bar, y nunca tuve tiempo de bajar a averiguar.
De alguna manera logra seducirme con su sombra y la intriga que produce su historia. El anden de esta estación la conoce bien, ya que después del atardecer varios borrachos salen de su escondite y se dirigen a ella, para terminar durmiendo en un banquito al lado de estos rieles. Pero pasa desapercibida para la mayoría de la gente, pues a nadie le interesan los antros donde las historias se cruzan, donde algún héroe vagabundo se esconde tras una puerta, o un alma perdida duerme en alguna abandonada habitación de tan imponente casa.
No sé qué hay dentro. Nunca me bajé aquí para verla más de cerca porque no tengo tiempo. Y el tren cierra sus puertas, y comienza a andar alejándose de la estación.
Y ahí la casa se aleja por la ventana, de mi ventana que mira hacia afuera, con la curiosidad de encontrar alguna vez un anden que lleve hacia allí. Que las ruedas dejen de girar, que los rieles se doblen como goma, y que pueda ver qué hay dentro de esas ventanas que no dejan escapar la luz. Quiero escucharla hablar, y sentir la sonrisa en sus copas, y el llanto en sus vinos.
Y otra vez, la fría mañana cala los relatos más ocultos bajo la neblina urbana.
El viaje al trabajo siempre es tan intrigante cuando miro ese lugar. Espero que la señora del almacén haya decorado con nuevas flores la virgen.
Tal vez algún día traiga una flor a la Casa del Tren."
Buenos Aires 2021
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro