Capítulo 9. Nuestra boda: Amanda de Awertton.
https://youtu.be/7f2ANEBvjng
Mi nombre es Timothy Awertton, y lo que vieron mis ojos el día de la boda, jamás será olvidado. Para serte sincero, nunca sentí tantos nervios como el momento en el que llegué a la Catedral Central, donde desposaría a mi musa por fin. Leo trataba de bromear un poco, diciéndome que sería un logro por fin desbloqueado de mi vida, que había llegado al nivel donde rescataba a la princesa y cualquier pavada que pudiera compararse con un videojuego. Pero yo estaba seguro de que ni Mario sintió tantos nervios al rescatar a la princesa Peach, como yo al esperar por dos largas horas de retraso, a mi bella futura esposa. Cada vez que se escuchaba un coche en el exterior, mis ojos buscaban con desespero, e incluso maldecía internamente al ver un rostro que no fuera el que buscaba. El único momento en el que salí de mi estrés, fue cuando vi a mis padres ingresar al complejo, junto con otros familiares, y detrás de ellos, la Reina en persona.
Todos los presentes en la Catedral se inclinaron con respeto, puesto que la Reina tenía un lugar reservado en el sitio donde debería ir mi madre, pero la soberana sonrió indicando a todos que al menos por ese día, ella era un invitado más y quería que así se le tratara. A decir verdad, no pude evitar reír un poco, puesto que pedía imposibles (sobre todo si tenía a un equipo de agentes de seguridad desplegados por lo menos a tres cuadras a la redonda, y el techo). Pero le seguiríamos el juego, desde luego. En un momento que no esperaba, la anciana mujer empujó a mi madre y a mi padre al sitio reservado para ella, y se sentó en otro lugar, después de un breve regaño para aquellos que me dieron la vida. Mi padre por fin me dirigió la mirada, y pude notar que sus ojos estaban llenos no sólo de arrepentimiento, si no de lágrimas que no tardarían en rodar. Esa simple mirada me confirmaba una y otra vez que por fin estaba haciendo algo bien y me llenó de gozo el corazón, aunque las sorpresas apenas comenzaban.
—Ella está aquí, Timothy. Respira profundo, ni creas que voy a levantarte si te desmayas—
Apenas si logré escuchar la voz de mi amigo Des como advertencia, pues el coro sinfónico dispuesto en la Catedral comenzó a cantar de inmediato, anunciando la llegada de la novia. El sacerdote no tenía una pizca de fastidio, cosa que agradecí internamente, y se colocó apenas un paso detrás de mí, dirigiendo su vista al pasillo central. Al final del largo encarpetado de terciopelo rojo, vi como llegaba un coche de lujo, blanco como las rosas que decoraban nuestra graduación, y en cuanto vi a William acercarse al coche para ofrecer su mano y ayudar a Amanda a bajar del mismo, mi corazón se detuvo. En el momento que mi musa estuvo en pie por fin, pude contemplar el amor en persona, caminando suavemente con la gracia de un cisne, directo a donde yo estaba. Su vestido era sencillo, de un blanco nacarado y no muy largo, por lo que no necesitó pajecillo que sostuviera una larga cola. Su ramo, espectacular, una selección exquisita de rosas y flores silvestres de temporada, que moteaban el arreglo con tonos rosa pastel por todas partes. La ausencia de velo se compensaba con su largo cabello de plata, naturalmente rizado, mismo que permanecía sometido por una tiara de perlas y flores con un toque de swarovski en el centro. Su labios solo necesitaron un ligero toque de brillo, y sus párpados apenas si destellaban la huella de una sombra muy sutil; todo en conjunto la hacía más perfecta que nunca. Porque así era Amanda Borbón, natural, integra, única, fresca como el rocío matutino.
Vaya que me volví cursi desde que la conocí, y no me arrepentía. Me emocioné aún más al ver que llevaba en su muñeca la pulsera de perlas que un día antes sirvió en la graduación, pero me contuve de dejar correr las lágrimas, pues mi padre y William ya se me adelantaban. En el momento que mi querido amigo la tomó de la mano y la dirigió al altar a mi lado, no pude negarle un abrazo breve y un "gracias, papá, cuidaré de ella por siempre" que se ganó a pulso. William ya era parte de la vida de mi pareja, y como tal, también la aconsejaba, la escuchaba, estaba para ella. Y yo tenía la certeza de que Amanda lo apreciaba tanto como yo, al igual que a Marshall, que era como un hermano menor para mí. Para Amanda, todos esos detalles eran imprescindibles, y por eso mismo las fotografías de sus padres estaban también presentes, en marcos dorados, frente al altar como ella lo pidió días atrás.
—¡Ya dile que si Amanda!— gritó Leo desde la entrada, y fue necesario que Des le diera un golpe moderado con el puño en la cabeza, para que se callara. No se hicieron esperar las risas, y por supuesto, yo me moría de vergüenza ante la idiotez de mi mejor amigo. Me giré como lo solicitó el sacerdote y tomé las manos de Amanda suavemente, tan solo sosteniéndolas, sin apretar.
—No me iré corriendo, ¿sabes?— susurró antes de empezar, pues mis manos temblaban tanto que parecían maracas.
—L-lo siento... lo sé...yo...tú me entiendes— balbucee torpemente, sin soltarla un instante. Para ser sincero, no puse atención en lo más mínimo a lo que decía nuestro celebrante. Mis sentidos completos estaban perdidos en la hermosa dama de chocolate que se encontraba al frente, y me quedé sordo largo rato. Era como si el universo completo estuviera encapsulado en su mirada, y estoy seguro de que la hice ruborizar, hasta que por fin escuché la parte donde yo tenía que hablar.
—Cada segundo de mi vida— interrumpí al párroco, quien apenas pronunciaba la forma en la que debía pronunciar mis votos— cada instante que respiro, cada célula de mi cuerpo será dedicado a esta mujer, que hoy cambiará de apellido. Porque desde que nací, se bien que en libro de Ithis estaba escrito su nombre, junto al mío, y juro ante todos ustedes, y sobre todo, ante ti, Amanda Borbón, que no descansaré ni un solo día de mi vida tan solo por verte sonreír como hasta ahora. En la salud y en la enfermedad, en lo próspero, en lo adverso, en todo lo que implique ser tu esposo y protector, y si es posible, después de que la muerte nos separe, alcanzarte en el más allá y nuevamente conquistar tu corazón inmortal—
—Sí, acepto— respondió Amanda, provocando que el celebrante suspirara y se encogiera de hombros, ante las risillas que aumentaban entre nuestros invitados.
—En vista de que este par de tórtolos rebeldes ya tienen bien fijo lo que significa el matrimonio, y que no pueden estar un segundo más dentro de la soltería, los declaro marido y mujer, y ahora, puede besar a la novia— comentó en voz alta el anciano, dando un paso atrás nuevamente, para permitir que me acercara y tomara a mi esposa entre brazos, a fin de inclinarla un poco y probar sus labios, cual película hollywoodense. Los aplausos fueron el marco de despedida ante los dioses, para desfilar como dos estrellas por el estrecho pasillo que nos esperaba. La mayor parte de los invitados eran nuestras amistades escolares, unos pocos tíos de ella, venidos desde muy lejos, y por supuesto, mis mejores amigos.
El primer recorrido era obligatorio: las fotografías del recuerdo. Hicimos una sesión de fotos bastante divertida, un acuerdo al que llegamos en los pocos días de preparativos, y visitamos varios puntos de la ciudad donde encontráramos grupos de desconocidos que quisieran posar con nosotros, a modo de selfies. Pero la segunda parada era la más importante. Un familiar de Amanda viajó desde París, trayendo consigo las cenizas de los padres de mi esposa. Fueron reubicadas en una capilla de nuestra ciudad, para que pudiera tenerlos más cerca y más presentes, y en el momento que entramos al mausoleo en donde se encontraban, me arrodillé ante ellos, siempre de la mano de mi musa.
—Sé que he dicho esto muchas veces, señor y señora Borbón, pero necesito reafirmarlo ante ustedes. Amanda está en buenas manos, y pase lo que pase, permaneceré a su lado, no solo por el compromiso que nos une, si no por el amor sincero que le profeso. Es mi palabra de hombre, no tengo nada más auténtico que eso— susurré casi como una oración, y pude percibir que mi esposa apretaba un poco más fuerte mis dedos. Permanecimos por lo menos una hora en el sitio, y luego de dejar algunas flores y despedirnos, nos preparamos para la fiesta.
Admito que no me esperaba tanto de la Reina y de todos mis compañeros de trabajo en Palacio.
En el momento que llegamos a los jardines que gentilmente nos prestaron para la recepción, la cantidad de invitados triplicaba los que estaban en la Catedral. Una serie de arcos llenos de flores en tonos pastel (en su mayoría en color rosa) estaban distribuidas por doquier, pero se concentraban en el pasillo que nos recibía, y por donde forzosamente tuvimos que desfilar. Amanda sonreía tanto, que imaginé que a la hora de dormir le dolería el rostro, pues todo era el cuento de hadas que siempre soñó. La iluminación en la mayor parte del sitio, se debía a velas reales y a lámparas de baja intensidad, que le daban una calidez impresionante a nuestra recepción. Que felicidad podía saborear a cada paso que daba. Incluso me aventuré a cargarla en brazos, provocando que todos se pusieran de pie y ovacionaran ruidosamente hasta que llegamos a la parte central de los jardines. También teníamos presentador, quien se ocupaba de animar el evento en todo momento.
Y justo se disponía a invitar a todos a ponerse de pie, para abrir el evento con el primer baile de parte de nosotros, cuando le palpé el hombro y le pedí que me prestara el micrófono unos instantes. Las luces se apagaron hasta sólo dejar las velas, y un reflector se ocupó de iluminarnos a Amanda y a mí, mientras traían una silla para que mi desconcertada esposa se sentara.
—Primeramente, muy buenas noches a todos— inicié la charla, girándome para observar a todos los presentes lo mejor que podía— agradezco que hicieran un espacio en sus vidas para este día tan especial para nosotros, y tengan por seguro que lo recordaremos con mucho cariño. Pero esta noche está llena de sorpresas, y esta es una de ellas. Hoy quiero contarles cómo conocí a Amanda Borbón— comenté con una amplia sonrisa, provocando que Amanda se llevara las manos a los labios y moviera sus pequeños pies con emoción. —Damas y caballeros, esta hermosa mujer me dio la oportunidad de convertirme en un héroe anónimo, aunque claro, ella no salía a la calle con la intención de que la asaltaran y que Timothy Awertton apareciera en escena para medio matar al perpetrador —algunas carcajadas ayudaron, puesto que mi musa estaba muy nerviosa y continué cuando la vi reír también. Me acerqué hasta poderme hincar a su lado, tomando su mano y besándola una y otra vez. Pude escuchar el solo de una guitarra, y sabía bien que era Marshall, en la acústica, en dueto con William, en la guitarra eléctrica.
—Y por eso, queridos amigos y familiares, es que esta noche voy a cantarle al amor que tengo ante mí, porque ella es realmente hermosa, y yo de verdad pensaba que no volvería a verla jamás. Mucho menos imaginar que se convertiría en la mujer de mi vida. A veces crees que perdiste el camino y que no encontrarás de nuevo un rumbo fijo, pero Amanda Borbón rompió cualquier barrera que existiera en mi vida, la moldeó y le dio un color nuevo, una forma aceptable, un significado. Definitivamente no conocía nada de la vida ni de lo valioso que es todo lo que me rodea, necesitaba encontrarla para poder comprender lo que les estoy diciendo—sonreí al ver como mi esposa se ruborizaba, y coloque el micrófono cerca de mis labios, poco antes de comenza a cantar—Si querida, yo también puedo sorprenderte— me dejé llevar por las notas que mis amigos amablemente ofrecieron para todos nosotros. Cualquiera que haya escuchado "You are beautiful" de James Blunt, entendió en ese momento lo que deseaba expresar, respecto del día que conocí a mi inspiración parisina. Después de eso la fiesta continuó de la forma tradicional, pero con un toque de diversión de parte de los novios. Un show montado en apenas cuatro días fue lo que presentamos, bailando desde tango hasta hip-hop, pasando por todas las décadas populares de la música retro, y terminando en el esperado vals.
El banquete fue la carta de presentación de Aeva, y el primer paso para una carrera en ascenso que se dispararía gracias a su exquisita selección. Desde la crema de entrada, hasta el postre al final, todo era delicioso y más de uno repitió ración. Por un momento, me senté a tratar de saca cuentas mentales del costo de todo lo que veían mis ojos, pero Will ya me había adelantado que la corona se estaba haciendo cargo de los gastos, así que dejé un momento a mi esposa, para ir a la biblioteca de Palacio, donde sabía esperaba la Reina. Y así fue, aunque algunos de sus invitados personales comían con ella en una pequeña mesita improvisada, así que me vi en la necesidad de disculparme por interrumpir. Sin embargo, la anciana se dio tiempo de salir y alcanzarme en uno de los pasillos, para darme un fuerte abrazo antes de dejarme volver.
—Recuerda siempre escuchar y ser comprensivo, jovencito cabeza hueca. La verdadera prueba de amor y fe comienza ahora—dijo con seriedad, luego de darme una palmada en el hombro —y cuenta siempre conmigo, joven Awertton. Yo espero que todo lo que estas cosechando, sirva de ejemplo no solo para el resto de los royals, si no para la sociedad en conjunto a la que representamos. De esto he hablado desde que comencé a gobernar, y me alegra saber que por lo menos uno ha demostrado que no me equivocaba—.
Las palabras de la Reina me llenaron de entusiasmo, y le agradecí veinte mil veces poco antes de volver a la fiesta a toda prisa. Me dediqué a agradecer mesa por mesa a los invitados, era importante hacerles sentir en casa y parte de la familia, pero justo cuando me acercaba a la mesa de mis padres, caí en cuenta que había pasado largo rato que no veía a mi esposa. Necesitaba hablar con ellos, saber que pensaban y que clase de posición tenían ahora para conmigo, pero el no encontrar a Amanda por ninguna parte me provocó escalofríos. Crucé miradas con mi madre, y con un simple movimiento de cabeza, supe que me disculpaba. Comencé a preguntar a todo el que se cruzaba en mi camino, pero todos me decían algo distinto e inútil. La vieron en todas partes de la recepción, así que era como buscar una aguja en un pajar, llegando a sentir un estrés insoportable. En un momento de iluminación mental, recordé que Amanda acudía constantemente al sanitario, por lo que me apresuré a buscarla. Naturalmente de necesitar un baño, Amanda iría a mi recámara en Palacio, tal como le había indicado días atrás, así que corrí de nuevo en los pasillos vacíos del complejo, hasta llegar a mi pieza, misma que tenía la puerta abierta.
Entre con cuidado y en silencio, puesto que al inicio pensé que tenía un intruso, pero al escuchar la voz de Casiragui en el baño, supe que ambas estaban ahí.
—Amanda, creo que es tiempo de que se lo digas, es tu esposo, por todos los dioses, ¿cuánto más vas a aplazar lo inevitable? No merece que le mientas más— escuché a Vanessa, quien parecía inconforme en medio de esa charla que al principio no fui capaz de entender.
—No le estoy mintiendo... ¿tú también vas a juzgarme?—
—No te estoy juzgando Amanda, pero ese hombre te ama, tienes que confiar más en las personas que te amamos, ¿entiendes?—
Y pretendía interrumpir, cuando escuché una vibración. Al mirar hacia una silla cercana, descubrí que el teléfono móvil de mi esposa tenía una llamada en curso, y al momento de tomarlo entre mis manos, vi con temor que era el número del médico que operó a Amanda. No respondí, pero nuevamente la llamada ingresó, y justo cuando ambas salían del baño y me vieron atónitas, oprimí la pantalla del teléfono, activando no solo la función de respuesta, sino también el altavoz.
—"¡Señorita Borbón! ¡Hasta que por fin se digna responder mis llamadas! La próxima intervención está programada para el viernes, es la fecha que pude conseguirle. Quiero recodarle que si su esposo no asiste, no me será posible autorizar su nueva operación. Tiene que entender que es necesario que tengamos un responsable, ya que una nueva cirugía es algo de cuidado y usted no puede asistir sola. Por favor considérelo, es poco el tiempo que tenemos por delante y si usted no se atiende pronto, perderá su vista completamente. ¿He sido claro?"—
—Muy claro, doctor— susurré con dolor— tenga por seguro que ahí estaremos, le agradezco tanto su apoyo incondicional, buenas noches...— Colgué la llamada y respiré profundo, bajando la mirada. Vanessa apretaba los labios, mirando a otra parte, mientras Amanda oprimía ambas manos contra su vestido, muy avergonzada.
—Incluso la Reina lo sabe, ¿no es así?... ahora entiendo cuando dicen que las mujeres son peligrosas una vez que se reúnen...—
—¿Puedes dejarnos a solas, Vanessa?— preguntó Amanda, a lo que Casiragui asintió en silencio, retirándose de inmediato. Una vez que su amiga salió de la habitación, yo quería exigir una explicación clara del por qué se me había negado semejante información, pero al ver que mi esposa caminaba hacia una de las ventanas, para abrirla y mirar hacia donde se encontraban nuestros invitados, me contuve. Ella sonreía con aire triste, y luego elevó su mirada hacia la luna y las estrellas, para después darle la espalda a todo y mirarme a mí. Siempre que Amanda me regalaba una expresión nueva, yo disfrutaba con emoción el memorizar su rostro, pero esta vez era distinto. El dolor que me expresaba en esa sonrisa carente de felicidad era algo que no podía manejar con un enfado de por medio, por lo que me senté en el borde de la cama para escucharla.
—Sé que no debí dejarte de lado en mis decisiones— aclaró con la culpa bien marcada en cada palabra— y es por eso que te pregunté esa noche... ¿Incluso si te mintiera, confiarías en mí?—
—No creo que la omisión de información se pueda considerar como una mentira...— susurré algo confundido, frotándome un poco el rostro con ambas manos.
—Pero el decirte que me encontraba bien si lo era— espetó, suspirando levemente — no, no estuve bien desde la operación. He padecido dolores tremendos, escozor, vista borrosa y cansada gran parte del día. Pero no podía posponer todo esto—
—¡Tu salud es más importante!—
—¡Mirarte en el altar era aún más importante!— me respondió con desespero, apretando ambas manos— No te pido que lo entiendas, Timothy. Incluso si ahora mismo quieres irte, me lo merecería. No sé cómo explicarte el inmenso miedo que sentía de no poderte mirar como lo hago ahora mismo, el no poder retener en mi memoria la viva imagen del hombre que me enseñó a amar de nuevo, aquel que me recordó que la perseverancia tiene frutos y que incluso si no vuelve a salir el sol para mí, el camino hasta ahora habría valido toda la maldita pena— Lo último que deseaba ver era a mi esposa llorando en su día de boda, por lo que me anticipé a ese momento y me puse en pie a toda prisa, para envolverla en mis brazos y acurrucarla con todas mis fuerzas.
—Cálmate, por favor... hablaremos de esto cuando la fiesta termine. Si te dejas llevar por tus emociones ahora, te harás más daño... por favor Amanda...—
—Dime que no me perdonas... dime que estas enfadado conmigo, tengo que escucharlo—
—Claro que estoy enfadado— comenté con una leve sonrisa, frotando un poco su espalda— ¿cómo no estarlo? ¿Acaso no te dije apenas una noche atrás que quería ser el hombre en el que pudieras confiar toda tu existencia? Ahora mismo me doy cuenta que me falta mucho para llegar a ser ese hombre ideal, algo de haber hecho mal para que no tuvieras la confianza de decirme lo que te pasaba... lo lamento en verdad, mi princesa, te he fallado...—
—¡C-claro que no es así, Tim, yo...!— pero no le permití seguir hablando. La amaba con todas mis fuerzas, las suficientes como para perdonarla de inmediato e inclinarme a callar esa boca llena de amargura, endulzándola con mis labios. Por un momento mi esposa forcejeó, pero poco a poco la calma llegó a ambos, hasta que nuestros corazones volvieron a latir al mismo ritmo. No podía culparla, ni exigirle nada. Después de todo, ya me imaginaba que algo grave sucedía, y era cuestión de tiempo para que la verdad saltara a la luz, aunque no fuera de mi agrado. Sabía bien que Amanda era una caja de Pandora, que mucho dolor le respaldaba y que yo tenía que ser no solo paciente, si no también inteligente a la hora de tratarla. No, Amanda no tenía la culpa de desconfiar de sí misma y del mundo, uno que estuvo sumido en las tinieblas durante años.
Fue así como logré que por fin me hablara de los detalles. Sus ojos estaban acumulando células debajo del implante, debido a que el disco corneal que recibió en cada ojo tenía pliegues. Eran riesgos que teníamos presentes antes de la cirugía, aunque no esperábamos que fuera Amanda el 1 de cada millón al que le pasaba eso. Nadie acepta una cirugía ocular pensando que el donante del que se obtuvieron las córneas fuera ineficiente. Aunado a eso, el estrés o la presión en conjunto, provocaban que Amanda tuviera ardor casi todo el día, viéndose obligada a correr al sanitario para colocarse las gotas recomendadas por el galeno, a fin de refrescar sus ojos y evitar así el tener que frotárselos y agravar más el problema. Ella decidió que podía sacar adelante el asunto por su cuenta, sin preocuparme, aunque fue todo lo contrario. Y la abracé con más fuerzas.
¿Cuántas veces no tomó esa misma decisión en la soledad de la oscuridad a la que estaba atada? ¿Cuántas noches Amanda lloró aterrada, creyendo que tenía que ser autónoma para no volverse una carga para nadie? Me habló de la cirugía realizada poco después del incendio en el que perdió a sus padres, y de que fue un fracaso rotundo ya que nadie le explicó los cuidados necesarios para que sus ojos se rehabilitaron. Pero le aseguré que a mi lado, todo sería distinto.
—No estás sola, Amanda... jamás lo has estado. Solo, prométeme que vas a tomarnos más en cuenta. No solo a mí, a Vanessa, a los chicos. A todo aquel que te extienda su mano. Con o sin luz en tus ojos, te amo, señora de Awertton—
Ella se lanzó a mis brazos y lloró largo rato, hasta estar satisfecha. Liberó la carga de cuatro años de incertidumbre, y supe que las cosas mejorarían también para mi esposa, lo que me reconfortaba. Fue necesario llamar de nuevo a su amiga, porque el poco maquillaje que el quedaba se perdió entre lágrimas y aún teníamos mucha noche pendiente por delante. Una vez que recuperó la calma, los tres volvimos a la fiesta, y nos quedamos boquiabiertos al ver que Vanessa corría donde Angus, para ser recibida con un beso y un abrazo cordial, propio de una pareja de enamorados. Vaya que Angus no perdía el tiempo, y Casiragui por fin caía en las redes del amor verdadero.
Nuevamente fuimos recibidos con aplausos, y mi amigo Spindler ya tenía preparados algunos juegos para divertirnos el resto de la velada. Incluso la Reina esperaba ansiosa nuestro regreso, y al cruzar miradas, su sonrisa hacía evidente la confianza que me tenía. Miré de reojo a mi esposa, besé su frente y la invité a ingresar a la pista como horas antes. Ninguno de los dos tuvimos tiempo de probar bocado antes de eso, pero no era comida lo que necesitábamos, sino construir recuerdos visuales lo más pronto posible. Apreté fuerte su mano y continuamos, no le negaría a mi esposa el derecho de memorizar su boda y todo lo que sucediera antes de viajar a Barcelona y entrar al quirófano nuevamente.
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¡Muchas gracias por seguir leyendo! Y una disculpa por la gran demora, no he tenido días buenos, pero tengo presente mis pendientes y procuraré ponerme al día lo más pronto posible. Estamos a un episodio de terminar este proyecto y les agradezco infinitamente que sigan aquí dedicando su tiempo a estas lineas simples. :) El pensar que algo que comenzó como un imposible (después de todo soy yaoista de hueso colorado) y que venga tomando una forma tan aceptable, es un reto que me viene emocionando desde que lo comencé. Espero que esten disfrutando de esta historia tanto como yo *3*, el fanart es un regalo para ustedes, ¡gracias nuevamente!
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