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Capitulo 2. Sobre Navidad y otro puño de cosas innecesarias.

¡Hola mi querido lector! Te recuerdo que mi nombre es Timothy Awertton y en el episodio anterior reafirmé mi estupidez poco después de conocer a la dulce estudiante Amanda Borbón, musa inspiradora de mis días de universidad.


Después de mi charla con la Srita. Casiragui (y de mi evidente incapacidad para manejar a semejante mujer) mi mundo se desmoronó por completo. Por fin me di cuenta que no todas las mujeres como Vanessa piensan con las tetas (como yo generalizaba). No, la Srita. Casiragui me dio un golpe con guante blanco en el orgullo, y pude darme cuenta que su corazón era aún más enorme que sus pechos falsos. Prueba de eso fue la forma dura y valiente en el que me enfrentó, sin importarle el "qué dirán", puesto que en una universidad como la nuestra, todos los royal éramos tratados como dioses. Vanessa protegió a Amanda desde que se percató de mis intenciones, y de esa manera, entendí que mis opciones se redujeron a cero nuevamente.



-No puedo creer que seas tan tarado como para no darte cuenta que Amanda es ciega- sentenció Marshall, mientras se frotaba un poco la nariz con las mangas exageradamente largas de su extraña gabardina blanca con exceso de cinturones, observando con desgano el vaso de wisky que le esperaba. Hablarle a mis amigos de lo que había pasado y de Amanda era vital para que no fuera corriendo a suicidarme en mi habitación del plantel. Por su parte, William se ocupó de las estorbosas mangas del moreno, enrrollándolas y reprendiéndolo al mismo tiempo, como siempre.



-Marshall, de verdad no sé cómo los profesores te permiten meterte a clases con esta facha, ¿Qué demonios significa esta prenda que parece más una camisa de fuerza que una gabardina?-.


-Mi tesis habla sobre ponerte en el lugar de tu paciente- respondió Ferguson con gran seguridad- no puedo saber que pueden sentir mis pacientes si no experimento parte de lo que viven. Esta semana se trata sobre los enfermos en los hospitales psiquiátricos, es una lástima no poder atarme ambos brazos...-


-Yo podría atarte y después tirarte al río, tal vez así también puedas agregarle a tu tesis un anexo que hable sobre escapismo y las secuelas de un cerebro sometido a la falta de oxígeno- murmuró entre dientes el rubio, para luego golpear levemente la nuca de Marshall, quien emitió un pequeño quejido y continuó su charla conmigo- y entonces, Lord Inteligencia, ¿algo más que tenga que agregar? Porque ya me queda claro que metiste la pata hasta el fondo y con broche de oro-.



-No supe que más decirle a Vanessa....yo...ahora tengo diez toneladas más de dudas...ahora...Amanda parece tan inalcanzable...yo...yo no conozco semejante cantidad de dolor....- le respondí de forma sombría. Y no mentía. Yo, que siempre lo tuve todo, que hice y deshice a mi placer, jamás padecí el hambre ni supe lo que era pagar una cuenta. Si de algo me sentía orgulloso, era de mi apariencia personal y sobre todo, de mis ojos, mismos que me llenaron la cama con mujeres hermosas de todo tipo. ¿Pero qué significaba mi poder masculino ante una dama que no podía verme? Alguien que jamás se sentiría atraída por mi sonrisa galante, ni por mi estatura. Amanda no podía interesarse en los mejores ases de mi baraja, porque todos dependían de algo superficial ¿y entonces que quedaba para ella?. Me escurrí literalmente en el asiento hasta lograr colocar la frente contra la mesa. A nuestro alrededor, los meseros distinguidos del bar VIP donde bebíamos esa noche nos ignoraban pues la mayoría de nuestras bebidas estaban a tope, y pude sentir la mano de Leo palparme la espalda, de forma conciliadora.


Estaba dispuesto a darme por vencido, a dejar en paz a Amanda y desear que fuera feliz por siempre, de cualquier forma posible, cuando miré de reojo y vi que Des por fin llegaba. Aún en la actualidad sigo lamentando que Des no fuera una dama, porque ha sido el único hombre capaz de hacerme dudar de mi sexualidad, como esa noche. Apenas entró, con ese paso delicado y elegante, había miradas colocadas en él. Des siempre caminaba con la frente en alto, penduleando con suavidad sus largos brazos y con pasos bien marcados que hacían resonar sus tacones contra el suelo pulido. No era calzado femenino, pero la forma de su cuerpo daba esa impresión. El pantalón negro tan entallado provocaba que mi mente viajara un poco, imaginando el sin fin de posibilidades que esas caderas le ofrecían a Leo, y la camisa color vino, de lino fino y satinado, le daba un toque sensual. Llevaba una gargantilla con una esmeralda, misma que antes era pendiente de Leo, recuerdo de sus años rebeldes.


Luego de que contemplé semejante belleza, volví a mi realidad miserable, y no dudé en vaciar dentro de mi boca el caballito de whisky.


-No lo dejen beber más, bien saben cómo se pone si se emborracha- reclamó Aeva de inmediato, arrebatándome mi vasito y entregándoselo a un mesero mientras cambiaba mi orden - por favor agua mineral y mucho limón y sal, solo eso para este tonto-. Incluso el mesero parecía burlarse de mi desgracia cuando se retiró a surtir el pedido, pero ahora mi atención estaba capturada por la evidente molestia en el rostro del recién llegado, por lo que tuve que incorporarme para saber las malas nuevas. Des ocupó su lugar privilegiado, las piernas de Leo, y no dudó en besarlo sutilmente, susurrándole una promesa al oído. No pudimos escucharla, pero el sonrojo en el rostro de Spindler y su sonrisa cargada de antojo, lo decía todo. Aun así, Aeva cambió su expresión al verme de nuevo, y de pronto azotó la mano sobre la mesa, asustándonos al resto. Dejó ante mí un papel, donde estaba anotado con tinta rosa un teléfono y un e-mail. Des se cruzó de brazos mientras Leo le sostenía por la cintura y por fin escupió lo que traía atorado en el pecho.



-Vas a comprarme el almuerzo durante 30 días seguidos. Serán baguettes, comida china y sushi, puntualmente a las 3 de la tarde, para mí y para Leo. Ese es mi precio por traerte tan valioso tesoro-


-¿Ah?-


-Evidentemente es el teléfono y facebook personal de Amanda, Lord Inteligencia- interrumpió Marshall con evidente fastidio, y no lo culpo, yo también me fastidiaría de mí pues en esa época era un despistado sin remedio. Por supuesto la quijada se me desencajó, me levanté de golpe y rodee la mesa para sostener a Des por ambos brazos, sacudiéndolo tan fuerte que incluso Leo se movió con todo y silla.


-¡¿Cómo?! ¡¿Cuándo?!!!!-


-¡Me arrugas la camisa!-reclamó de inmediato Aeva, y ahora fue una mano de Spindler la que me apretó un puño, obligándome a soltarlo. No me atrevería a retar a Leo, mucho menos a molestarlo (no sabiendo que alcanzó la cinta negra en karate y terminó en segundo lugar en una competencia nacional) así que me calmé y volví a mi sitio, pidiendo disculpas de inmediato. Des se sobó un poco los brazos y nuevamente se acomodó contra el pecho de Leo, para contarme como lo había logrado.


-Tuve que aceptar el pasarle mis mejores recetas y enseñarle como hacerlas a Vanessa... ¡mi receta secreta en manos de esa mujer! - Dijo exasperado, y con la expresión completa de una dama indignada en todo el rostro, mientras Leo lo secundaba, frotándole la espalda para ayudarle en su resignación - ¿cómo van a ser secretas si se las tengo que ceder a una mujer que tiene las tetas más falsas que las calificaciones de Leo??-


-¡DES!- reaccionó Spindler de inmediato, pero todos sabíamos que falseaba sus notas para poder dedicarle más tiempo al jardín y a los programas ambientales en los que se perdía durante días. Al menos el ayudaba a sembrar más árboles, pero yo, mi mejor talento era convertir oxígeno en dióxido de carbono (si no estaba ebrio).


-Así te amo cariño, aunque seas un burrito- comentó entre arrumacos Des, para luego continuar. Respiró profundo luego de que el enojo se le iba apagando, y yo aún tenía la boca abierta- Sé que la chica es tu nueva obsesión, pero no significa que apoye tus pretensiones. Si tu intención es un revolcón de un rato, ten por seguro que seré el primero en traicionarte y decírselo. Dicho esto, toma, apunta- comentó mientras sacaba una libreta de su bolsillo y una vez que William me prestó un bolígrafo, comencé a escribir- Amanda Borbón aprendió a estudiar sin su vista porque es una alumna prodigio. Tiene las notas más altas de los 4 salones de arte, manda a grabar todo su material de estudio en una imprenta que está cerca del campus, donde un anciano amablemente le regala los formatos especiales para que pueda "leerlos", a cambio de que la Srita. Borbón le regale un cuadro cada seis meses. Es muy autosuficiente, así que no esperará que le abras la puerta o le compres el café. Es muy desconfiada, ya que su ex prometido la abandonó luego de que perdiera la vista y a sus padres, y también tiene problemas de autoestima. Su color favorito es el rosa, le gustan las cosas "lindas", nació el 14 de febrero y no cree en el amor. Su mejor aspecto moral es ser muy amable, y su peor defecto es ser bastante cerrada en cuestiones personales. Le gustan los cupcakes con crema chantilly, los días de lluvia y las aves.-


Aeva necesitaba un respiro, y yo necesitaba volver a nacer. Me di cuenta de que no coincidía en NADA de lo que Amanda adoraba. Mi personalidad se basaba en el exceso de confianza en mí mismo, me adoraba por completo y no estudiaba un carajo. El color negro predominaba en mi vida, y odiaba días como San Valentín. Las cosas lindas no eran parte de mi repertorio, mucho menos los animales, y entonces la ansiedad comenzó a ahogarme, obligándome a volver el rostro sobre la mesas y sentir deseos de llorar. Jamás me sentí tan derrotado en mi vida. Estaba acostumbrado a ser alabado de todas las maneras posibles, de creer que yo representaba un grado de perfección que pocos lograban alcanzar. Imaginar que una chica tan "simple" como la Srita. Borbón me complicaba la existencia de esta manera, resultaba vergonzoso.


La época navideña llegó junto con el invierno unos de meses después de la charla con mis amigos. A pesar de que tenía acceso a la privacidad de Amanda, me faltó valor para llamarla o contactarla, y al final terminé dejando la anotación a Des, "hasta que estuviera listo para Amanda". Aeva parecía complacido en el momento que recibió aquel papelito, lo suficiente como para darme un abrazo y permitirme partir a continuar mi camino sin rumbo, aquel donde el sendero que conducía a la srita. Borbón era desconocido.


El semestre terminó y pronto me vi envuelto en la aburrida monotonía de la temporada. Mientras caminaba por la ciudad, por todos lados podía ver al viejo de barba blanca y risa imposible, tambaleándose en miles de formas. Letreros, espectaculares editados por diseñadores que no eran capaces de superarse al usar al mismo personaje icónico cada año. En la entrada de los restaurantes, en los jardines de las casas residenciales, por todas partes veía al maldito gordo vestido de rojo que jamás llegó a mi hogar. Guirnaldas, pinos encendidos en una explosión de focos y decoraciones sobre cargadas que resultaban exasperantes.


¿Qué significaba para mí la Navidad? Volver a ver a mis parientes, tener que sonreír posada tras posada junto a mis padres (aún más hipócritas que yo) y fingir que mis buenos deseos para el año nuevo eran auténticos. Mucho alcohol y comida fina, un nuevo traje para mi amplio repertorio y tal vez otro reloj de oro. Regalos por montones, que normalmente eran lociones, condones o corbatas. No era distinto de mi cumpleaños, por lo que no me provocaba emoción el saber que se acercaba la Nochebuena. Lo único que realmente le daba más color a mis días, era la presencia de mis amigos, y aun así sabía que existían secretos entre todos que nos volvían un poco mentirosos y traicioneros. Pero ellos eran mucho más felices que yo, con vidas complicadas pero siempre con un par de brazos para ser recibidos al final del día. Y los envidiaba profunda y venenosamente por eso. Siendo incapaz de soportar una Navidad más junto a nadie, era tiempo de tomar cartas en el asunto.


Decidí que lo pasaría solo en mi departamento universitario, sin avisarle a nadie. Mi plan era perfecto: Un pavo completo, solicitado en el mejor restaurante de la ciudad, y aparte compraría todo el vino posible, cerraría la recámara y tiraría la llave por la ventana (para no salir a hacer destrozos) y solamente de esa manera sería feliz. También dibujaría un pino con crayolas de colores, lo pegaría en la pared y con tachuelas lo adornaría con una serie de luces. Así mismo, me ocuparía de que, al pie de mi pino, se llenara de todos los regalos que me compraría durante diez días antes de Nochebuena. De esa forma, tendría lo de siempre: regalos por montones, una buena comida y bebida...y la soledad que jamás me soltaba. No sería necesario que me luciera ante nadie. No tendría el cansancio de bailar con desconocidas, de encantar a personas adineradas ni de repetir una y otra vez que ser un royal era lo mejor. Tampoco tendría que escuchar de nuevo que pronto sería tiempo de extender mi linaje y dejar herederos, puesto que mis esperanzas se habían ahogado la noche que Vanessa me rompió el corazón con sus verdades.


Cuando me detuve frente a un aparador, las lágrimas se me escaparon por fin. Ante mí, un vestido hermoso en color rosa pálido estaba al frente. Tenía un baño de piedras sobre la delicada capa que le cubría los brazos y toda la espalda al maniquí, y en la muñeca derecha llevaba una pulsera con una rosa de fantasía sobre el dorso. Sus vuelos llegaban hasta el suelo, pero era tan bombacho que parecía enorme. Y no pude evitar imaginar a mi musa Borbón vistiéndolo, caminando de la mano mientras yo vestía el smoking que estaba junto al vestido, una pieza blanca y fina en conjunto completo, y que curiosamente tenía un moño con un corazón al cuello.


Si, era muy infeliz, pues en ese instante me di cuenta de que todo alrededor de mí, me hacía pensar en esa pequeña mujercita que se abría paso ante un mundo que fácilmente podría tragársela si se descuidaba. Y yo que lo tenía todo, me sentía vacío sólo porque no podía tenerla a ella. Pensaba que seguramente la pequeña joven de piel de chocolate pasaría su Navidad junto a los familiares que le quedaban, o en un asilo de ancianos, abrazándolos y llenándose de regalos (por que una persona tan hermosa seguro se llena de regalos por montones). Y pensarla de esa manera provocó que me inclinara hasta quedar en cuclillas, llevándome ambas manos al rostro pues no podía para las lágrimas, ya que yo no sería capaz de recibir nada de nadie que fuera sincero en mi vida... porque probablemente no existía, al menos no en mi familia.


De pronto sentía una mano muy pequeña y cálida en mi espalda, y cuando miré de reojo, me topé con un duende. Si, un duende literalmente, una botarga que me dio la impresión de que era un niño, pero cuando escuché la voz ahogada procedente del interior, pude adivinar que se trataba de una chica, probablemente una adolescente. En ese instante estaba tan sensible, que no dudé en sentarme en el suelo y recargarme contra la pierna de la botarga, mientras esa mano gentil forrada en terciopelo rojo descansaba sobre mis cabellos.


-No deberías llorar en vísperas de Navidad amigo- dijo de pronto -es tiempo de ser feliz y de disfrutar, no de sufrir...-


-Nunca ha existido la Navidad en mi vida, duendecillo... y ahora menos, que mi corazón está roto por no ser capaz de ofrecer algo noble...mi pasado es un camino de espinas y siento que si un día se entera, le daré asco...sentía repulsión, aun cuando mi corazón ruega por una sonrisa suya...-


-Debe ser una chica increíble, si es capaz de hacerte llorar de esta manera - comentó el duende, juraría que la había sorprendido. Y aunque me sentía estúpido, al saber que no me conocía, me pareció buena oportunidad para sincerarme.


-La más hermosa de todas, he de admitir...y es tan inalcanzable...yo soy una sombra y ella un lucero que me opaca con su candor...mientras yo soy lluvia, ella es sol...si ella fuera la luna, yo sólo sería un pequeño asteroide incapaz de cambiar su órbita por más que la golpeara con mi frio amor...-


- ¿Te estas escuchando?- preguntó mientras frotaba un poco mi mejilla- Es una chica realmente afortunada, por tener a un hombre como tú que la adora de esta forma tan especial... Pon ese deseo en una carta a Santa Claus, si no tienes un árbol de navidad, llévala al árbol del centro de la ciudad...dicen que todos los deseos se cumplen en esta época, siempre y cuando sean sinceros y estén como prioridad en tu corazón....pero recuerda algo - y de pronto se inclinó, con tanta dificultad, que pensé que se caería- para recibir, tienes que dar...no sólo para ella, sino para todos a tu alrededor. El amor requiere sacrificio, entrega y mucha paciencia. Así que no te rindas- dijo muy animada, y de pronto me entregó una paleta en forma de bastoncillo. No me había percatado que llevaba una canasta en el otro brazo, donde un pequeño letrero indicaba que era una persona que trabajaba para pedir donaciones en favor de una asociación de niños sin hogar, sitio que se encontraba muy cerca de donde charlábamos.


Me sentí extrañamente revitalizado con esas palabras. Más fuerte, pero a la vez, más serio en lo que debía hacer. Sonreí ampliamente y no dudé en abrazarla, aunque fuera sobre el traje, y pude sentir esos brazos pequeños apretarse un poco a mis costados.



-Gracias duendecillo, definitivamente no voy a rendirme...haré de esa mujer mi esposa, lo prometo - comenté decidido, y enseguida saqué mi billetera, para colocar todo el efectivo que llevaba encima. Noté que no pareció inmutarse (a pesar de que era una cantidad considerable) pero no dudó en agradecerme saltando un poco y haciendo sonar el enorme cascabel de su gran gorro.


- ¡Gracias a ti por ayudarnos! ¡Que tengas una Feliz Navidad!- exclamó para continuar su camino, y aunque aún no era Noche Buena, sentí que para mí era el primer regalo recibido. Pero las sorpresas seguirían lloviendo por montones para mí a partir de ese punto. Escuché claramente cuando un niño, del otro lado de la acera gritó "¡Por aquí! ¡Hora de irnos!" obligándome a voltear. Pude ver como el duendecillo cruzó la calle corriendo de forma graciosa (después de todo, no estaba transitada en ese momento) y en cuanto llegó con el niño, otros más bajaron de una camioneta familiar, para ayudarle al duende a quitarse el traje. Hacía mucho frío, así que sólo saldría la cabeza después de muchos tirones. No pude evitar reír ante la escena, pues era evidente que la pieza se estaba atorando mucho, pero cuando por fin cedió, me quedé más helado que la nieve bajo mis pies.


Mis ojos no se despegaron de la camioneta. Tuve que esperar con gran ansiedad a que cada pasajero se acomodara, y mientras la unidad se bamboleaba entre risas y jugueteos, yo me saqué los guantes para morderme las uñas, mientras el sudor se tornaba frío en mi frente, esperando lo peor. En cuanto la camioneta arranco, el corazón se me aceleró de golpe pero cuando pasó junto a mí, confirmé mi más justificado terror: en el interior, rodeada de ese calor de hogar que por todas partes encontraba, estaba ella. Si...el duende....era Amanda.

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