¿Querido… diario?

Nunca suelo utilizar expresiones tan… bonitas para comunicarme con alguien.

Solo lo vi detrás, lo prometo.

Tenía ganas de escribirte. Suena irónico, ¿verdad?

Tenía ganas de contarte algo que me sucedió hace unos años.

Yo era feliz, y todo eso.

Eso, lo que todo el mundo desea tener, una felicidad exponencial, infinita, eterna.

Mi vida solo se basa en tropiezos y engaños; fraude y discriminación.

Alguien tenía que interponerse en mi camino de felicidad, ¿no?

Tuvo que ocurrir.

Mi desdicha llegó desde el día en que conocí a aquella persona que me traería la infelicidad al mundo:

Lo hacían llamar Red.

Red, como el color de los ojos de la luna.

Sufro mucho al pensar en lo que me hizo aquel chaval.

Sufro mucho al pensar en todo lo que podía haber evitado con un simple silencio.

Pero no pude evitar callarme.

A veces, es mejor callar que hablar, o eso dicen.

Pero en mi caso, la arrogancia me hizo confesarle mis verdaderos sentimientos hacia aquel espécimen de la sociedad.

“Rata, escoria”. Fueron mis palabras.

Podéis imaginaros el resto de la historia, ¿no?

Todavía sigo curándome las heridas que vuelven a salir en los lugares donde me pegó.

Me atizó violentamente.

Mi cuerpo amoratado pedía ayuda descontrolada, mientras que las risas y el bullicio parecían tapar lo que en verdad estaba allí.

Un cuerpo en el suelo, y un claro vencedor.

Yo también lloro, pero no de pena.

Lloro de dolor.

Lloro de desconsuelo.

Lloro de impotencia.

Lloro sin llorar, llorando lágrimas de alcohol.

¿Buenas…noches? Tal vez no sean las mejores.