Querido diario de las generaciones:

He podido leer todo lo que pusieron en ti.

Y me da miedo.

No sabía nada de lo que sucedió con la abuela de León.

No sabía nada de la vida infantil de León.

No sabía nada de mi pequeño.

Ni sabía que Jorge nació de aquella manera.

Ahora tengo miedo por saber tantas cosas.

Y a la vez me siento triste.

Porque parece que mis problemas no son tanto, ¿verdad?

Solo lloro por no estar con él.

Absurdo, ¿cierto?

Porque mis problemas se curan.

Pero lo que pasó la abuela de León, no.

Ni lo que pasó León tampoco.

Ni las angustias de estar viviendo rodeada del mayor enemigo de tu vida.

En el fondo, lo mío se puede arreglar fácilmente.

Puede haber dos soluciones.

Una de ellas, luchar ante mi gran enfermedad llamada depresión.

Vivir con la cabeza alta... y sonreír.

La otra, morir siendo una cobarde.

Dejar que los monstruos ganen esta batalla por mí.

¿Qué hacer?

Por el momento, solo puedo estar al lado de León, sonriendo sus soniditos y llorando sus malos sueños.

Porque ahora me necesita.

Me necesita igual que le necesito yo a él.

A él, y a León.

A los dos León de mi familia.

Me despido de ti, hasta mañana que hablemos.