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Capítulo 4: La pera.

Martes 25 de mayo:

Ya se me hacía imposible dar ni una sola consulta, pero Maité es una paciente especial, es una de las que más tiempo lleva conmigo.
Está acostada en el mueble con esa voz angelical y esa carita de Diosa; quién diría que tiene instinto asesino; pues ya somos dos.
Ella también era muy fan de los aparatos de tortura, así que la invité a admirar mi hermosa colección. Ella al entrar a la habitación quedó deslumbrada, sus ojos brillaban como si estuviera dentro del mismísimo museo del Louvre. Uno a uno fue pasando por todas las piezas, hasta que se detuvo en la vidriera dónde guardo a mi bebé: la pera, su mirada de encanto al verla reflejaba su pasión por esta pieza; casi entre diente me dijo:

-¿Puedo tocarla?

Luego de mi afirmativa respuesta la tomó desesperadamente en sus manos y no paraba de sonreír, así como alocadamente. Nunca había encontrado una mujer que compartiera mis mismas aficiones por estos pedacitos de historia. Ella era diferente; y lo sabía.
Lentamente se fue acercando hacía mí, como con cara de perversión. Cada vez que ella daba un paso, yo retrocedía otro y así hasta que me hizo caer sentado en el sofá. Con mucha sensualidad se agachó entre mis piernas y poco a poco fué subiendo su cabeza pegada a mi cuerpo hasta llegar a mi oído y luego de pasar su lengua por el mismo me dijo con voz baja:

-¿Quieres jugar?

Mi respuesta a primera hora fue que no. Por primera vez me sentía intimidado por una dama. Ella se paró y se dirigió hacia hacia la mesa tomó una botella de vino y se sirvió una copa, olía el aroma del vino como si de un perfume caro se tratara. Acto seguido puso una música muy sensual se dió un sorbo de vino y al dejar la copa encima de la mesa fue caminando nuevamente en dirección hacia mí. Una vez parada frente a mí tomó un cojín y lo colocó en el suelo, justo entre mis piernas, fue arrodillándose mientras me desabotonaba el pantalón. Cuando al fin estaba en el suelo tomo mi polla y se la tragó completa. Comenzó a chuparlo con muchas ganas y este se fue poniendo cada vez más erecto. Ella se sacó mi pene de la boca y luego de pasarse la lengua por los labios me volvió a decir pero está vez con una voz más caliente:

-¿Quieres jugar?

Está vez si no lo pensé dos veces y le dije un sí rotundo, poniéndome de pie y tomándola por el cuello mientras la besaba con ganas. La desnudé completamente, la puse en cuatro y la até de manos y pies. Tomé con una mano un látigo y con la otra la pera, introduje mi polla en su muy mojado coño y comencé a penetrarla, ella lo estaba disfrutando muchísimo. Tomé y le metí la pera en la boca para que la llenará de saliva y luego se enterré en su ano y mientras la iba abriendo, su ano se iba dilatando; ella no paraba de gemir y yo no paraba de azotarla con el látigo. Poco a poco mientras la dilatación era mayor esos gemidos de placer se fueron convirtiendo en gritos de dolor, tomé y le amarré el látigo en el cuello y comencé a asfixiarla cada vez más. Saqué mi navaja del bolsillo y comencé a cortarle en la espalda como haciendo un dibujo, sus gritos no paraban; así como yo tampoco paraba de abrir la pera, su ano estaba totalmente desgarrado y la sangre brotaba a chorros,tanto que corría por sus piernas. Terminé corriéndome en encima de sus nalgas dónde se mezcló mi semen con su sangre y luego de guardarme la polla en los pantalones, tomé la navaja y la clavé en su cuello, haciéndola morir isofacto.

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