Capítulo 11: La horca.
Lunes 30 de septiembre:
Llevo ya un mes en prisión, pero el tiempo aquí dentro pasa tan lento que parece que llevo décadas. Mis hijos no quieren saber nada de mí y solo porque acabé con la vida de esa diabla a la que llamaban mamá. El juez aún no da un veredicto claro sobre mi caso y la angustia de no saber cómo voy a morir me tiene sin pegar ojo.
Las cosas no han cambiado mucho, me siento como en casa. Solo hay una diferencia; ahora soy yo quien debe morder almohada mientras mi compañero de celda me viola cada noche.
Es imposible sacar de mi mente como me toma del pelo y gime mientras me destroza el ano con su enorme y gordo pene el muy hijo de puta. Pero juré por Dios que ayer fue la última noche que abusaba de mí. Ya logré hacerme una navaja con el cepillo de dientes. Esta noche será epica para los.
Por primera vez en mi vida ducharme es una tortura, tengo que aguantar que ese cabrón me toque el culo y la polla como si yo fuera de su propiedad, que asco de tío.
Ya la noche calló, son aproximadamente las 11:00 pm hora en la que diariamente este bastardo me destroza el orto. Ya lo siento en su cama masturbándose mientras me mira el culo.
Me levanto de mi cama y poco a poco me dirijo hacia el, me arrodillado entre sus piernas y como hago como si fuera a meterme su polla en la boca. Mientras el muy confiado y ciego de placer recuesta su cabeza hacia atrás yo saco la navaja de mi bolsillo y se la clavo en la ingle.
El tío se para rápidamente gritando de dolor y es cuando aprovecho para apuñalarlo nuevamente pero está vez en el cuello y así una y otra vez hasta que fueron 7 los agujeros en su cuerpo. Pero aún me faltaba el más importante.
Sin dudarlo mucho lo pongo a cuatro patas y mientras bajo su pantalón le voy metiendo mi polla fuertemente para que sienta como duele. No paro de follármelo con mucha ira y su gritos cada vez eran más altos entre el dolor de las heridas sangrantes y la gran cojida de orto que le estaba dando. Esto hizo que los guardias lo escucharan y activarán la alarma del penal.
Estaban un poco lejos, así que me dió tiempo suficiente para eyacular dentro de su ano y acabar con su vida clavando la navaja en su corazón. Los pasos de los guardias corriendo cada vez se escuchaban más cerca. No tenía otra opción estaba conciente de lo que había hecho y no me arrepentía.
Mientras destendía mi cama mojé mis dedos en su sangre y escribí un lindo mensaje en la pared de la celda:
<<La soledad no es mala, solo que tenemos la compañía muy sobrevalorada>>
Segundos después decidí acabar con mi propia vida colgándome del cuello con las sábanas.
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