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Roberto y los cambios de tema

Últimamente sus pacientes ya llevaban con Roberto el tiempo suficiente como para que ninguno resultase una sorpresa para él. La monotonía parecía haberse asentado hasta dejarle aburrido durante el último mes. No es que diese las gracias por recibir pacientes nuevos, puesto que eso indicaba una persona que sufría por algo. Sin embargo, sí reconocía que la novedad le daba algo de vida a sus monótonos días de sesiones.

Por ese motivo, hoy iba a ser diferente. El día anterior le había llamado un antiguo amigo de la facultad para pedirle ayuda con su hija. Le había planteado el caso que tenía entre manos y su imposibilidad para tratarla siendo su padre, por lo que había pensado inmediatamente en Roberto para tratar a Fanny. Si bien era cierto que debía mantener en secreto ante la chica que conocía tanto a su padre, como su caso con antelación a la visita. Si quería que se abriese a él, se relajase y pudiese ayudarla a avanzar tendría que evitar que se pusiese tensa ante el conocimiento de la relación de amistad entre su padre y su psicólogo. No solía gustarle a los jóvenes la posibilidad de que sus intimidades llegasen a oídos de sus progenitores.

Había conseguido hacerle un hueco a Fanny gracias a una anulación de última hora de uno de sus pacientes habituales. Y, cuando la chica entró en su consulta, se dio cuenta de lo joven que era y de lo tímida e inocente que se veía.

— Siéntate, Estefanía —ofreció mientras cogía su block de notas y hacía con que apuntaba cosas mientras ella se sentaba y perdía algo de la tensión con la que había entrado en la sala. Cuando la vio cómoda, mirando por la ventana distraída, comenzó a hablarle soltando el block en la mesa— Bien, Estefanía. Ya estoy contigo, discúlpame. Estaba terminando de tomar unas notas sobre mi paciente anterior. Cuéntame porqué estás aquí.

— Me llamo Fanny. No Estefanía —contestó frunciendo el ceño, molesta por su equivocación. Bueno, realmente no se había confundido. Pero no podía llamar a un paciente que no conocía con el apodo familiar al que ella estaba acostumbrada. Habría sido revelador para ella.

— Discúlpame, Fanny. No volveré a cometer ese error. Lo cambiaré también en tu ficha para que no se me olvide —respondió sonriendo y amplió la sonrisa cuando la vio asentir y relajar ligeramente los hombros—. Bien, Fanny. Entiendo que has decidido venir a verme ante cierto problema que te aqueja o cierta situación en tu vida que quizá no sepas manejar. Puede que un sentimiento conflictivo con tu carácter o una pérdida. Puedes contarme con confianza dónde radica el problema para que podamos ir hasta la raíz y arrancarlo de cuajo.

— No creo que vaya a ser tan fácil como usted pretende — dijo jugando entre los dedos con un hilo de su jersey y moviéndose sobre la silla, de pronto incómoda. Sí le sorprendió que no le tutease desde el comienzo, sino que le llamase de usted. Veía que su amigo la había educado bien y le había enseñado a tener respeto por los demás. No era fácil de conseguir en los tiempos que corrían.

— Si la gente no tuviese este tipo de problemas no existirían los psicólogos y, si fuesen problemas tan fáciles de resolver que con una sesión estuviese todo arreglado, yo no tendría trabajo. Sin embargo, me gusta pensar que os ayudo bien porque, al final, lo importante es que dejéis de necesitarme. Y tengo muchos ex pacientes que ya no me necesitan. Te lo aseguro — la tranquilizó de nuevo. Tenía que hacerle entender que no era la única en el mundo que tenía un problema y necesitaba ayuda. Más en su caso, tenía que dejarle eso claro.

— De acuerdo —comenzó ella, suspirando antes de explicar su situación— Resulta que hace poco me han diagnosticado vaginismo. Yo no sabía que eso existía, pero parece ser que sí porque yo lo tengo.

— Bien. No es algo que no se pueda solucionar con tiempo y paciencia. Continua —dijo, contento de que ella hubiese ido al grano por fin.

— ¿Cómo que continúe? ¿Con qué? Ya te he dicho el diagnostico. ¿Qué más quieres que te diga? — preguntó Fanny entre confusa y enfadada— Mi padre se ha empeñado en que venga porque es psicólogo, pero esto es un tema médico, no psicológico, y ya estoy en manos de una especialista.

— Este es un tema que puede ser un tanto traumático y hay que tratarlo desde todos los puntos de vista, no solo el médico. ¿Es posible que te haga sentir diferente de las demás? ¿Qué te sientas mal porque ellas, cuando hablan, demuestran que no tienen ese problema y quizá te hagan sentir mal por ello? —comenzó a indagar Roberto. Normalmente, los jóvenes podían ser muy crueles con casi todos los temas mínimamente delicados.

— ¡Claro que me siento diferente! Ya tengo dieciocho años, mis amigas se han acostado con algún chico mientras que yo, cuando por fin me lanzo, resulta que no puedo. Y él lo ha ido contando como si yo fuese un bicho raro. ¡Esto solo me podía pasar a mí! —exclamó ella exasperada. Ahí estaba, la estaban haciendo sentir diferente por algo que no era culpa suya y que, con el tiempo, se podría subsanar. No la estaban ayudando.

— No eres la única que ha tenido este problema. Ha habido incluso mujeres muy famosas en la historia que lo han padecido.

— No te creo... — comentó dudosa— No lo había oído antes de tenerlo yo misma.

— Fíjate que lo tuvo la Reina Isabel I de Inglaterra. ¡Una de las mayores reinas de la historia tuvo vaginismo! Y es un tema muy conocido y eso no la impidió ser una de las mejores dirigentes que tuvo ese país —le explicó Roberto con calma, queriendo hacerle entender que había más gente, que ninguna mujer estaba exenta de tenerlo y que la parte sexual no era lo que hacía brillar a una mujer.

— Bueno, al menos me gusta pensar que ella lo superó y tuvo hijos y nietos... como el Príncipe Harry. Que guapo es... Lástima que se haya casado y ya no sea príncipe. El otro hermano es más feo y más mayor —contó con entusiasmo Fanny dejando al psicólogo confuso. Estaba hablando sobre Isabel II y él se había referido a la anterior Isabel.

— Me refería a la Reina Isabel I. Tú estás hablando sobre la Reina Isabel II de Inglaterra. La que yo digo murió hace varios siglos — explicó él con calma esperando que hubiese sido un error y ella recordase la Isabel a la que se estaba refiriendo. No esperaba ver la cara de desconcierto de ella.

— ¿Ha habido otra Reina Isabel anterior a la actual? — preguntó ella sorprendida, confirmando que, efectivamente, no sabía a quién se refería él.

— Normalmente antes de una Isabel II, tiene que haber una Isabel I. Es cuestión de orden. Es como aquí. Tenemos al Rey Felipe VI, eso quiere decir que ha habido antes en España otros cinco reyes que se han llamado Felipe —explicó con toda la formalidad que pudo e intentando no dejarla como tonta, aunque le sorprendió verla asentir seriamente ante la lógica de sus palabras, dejándole incrédulo ante tanta falta de cultura obvia. Podía entender que no conociese a Isabel I, pero no ser consciente de la lógica numérica...

— Claro, claro. Es totalmente lógico. No conocía a esa Isabel I, pero tienes razón. Lógicamente debió existir —contestó seria. De todas formas, no iba a entrar en ese tema, no iba a hacerle notar su falta de conocimientos básicos o su falta de lógica. Ir al problema básico era lo importante. Ayudarla a aceptarlo y seguir con su vida sin que le afectase para que su recuperación fuese mejor y más rápida— En ese caso, no la conozco. Por lo que dices fue una reina importante.

— La tienes que conocer, seguro. Ha salido en muchas películas y series —aventuró Roberto. Aún en shock porque a la chica no le sonase de nada con la cantidad de veces que había aparecido en la pequeña y gran pantalla ya fuese porque la trama giraba en torno a ella, porque aparecía en algún punto en series de época o por mera alusión.

— ¿De qué época es esa mujer?

— Del siglo XVI. Murió en mil seiscientos tres. Fue la hija de Enrique VIII. Seguro que recuerdas a aquel Rey inglés que mandaba cortar el cuello a sus mujeres, como a Ana Bolena —contextualizó Roberto con calma. La mayoría de la gente veía series en su tiempo libre y esa época era muy recurrida en casi todas las series históricas extranjeras.

— Vi una serie hace no mucho: Los Tudor. Salía ese Enrique y sus mujeres. Y también salía Henry Cavill, que hacía de su mejor amigo. Que guapo es... La verdad es que no me gusta la trama histórica, me aburre mucho. Empecé a verla por mi Henry. Me enamoré de él en Superman y me encantó, así que fui viendo todas las series y pelis que había hecho. Y recuerdo que estuve viendo las dos primeras temporadas de Los Tudor porque salía él y, cuando dejó de salir, ya pasé de seguir viéndola —explicó Fanny entusiasmada de nuevo con otro chico. Divina juventud y sus revolucionadas hormonas... Al menos debía agradecer que su amor por ese actor le haya hecho ver una serie de época que le de pie a continuar con la conversación.

— Bueno, pues la hija que Enrique tuvo con Ana Bolena, la primera a la que le cortó la cabeza, si lo recuerdas de la serie, fue la Reina Isabel I de Inglaterra —dijo contento de que ya hubiesen contextualizado, por fin, a la persona a la que él se refería y así ya poder continuar con la conversación. Normalmente todo el mundo la conocía y toda esta explicación, más las extrañas vueltas para llegar a ella, se las solía ahorrar.

— Vaya, ya me has contado el final... Menos mal que no tenía intención de seguir viéndola sino te la habrías cargado con ese spoiler —contestó ella resignada a la falta de tacto que parecía estar mostrando él. Ahora era Roberto el que se sorprendía al ver que no era del todo capaz de reconducir la conversación hacia dónde él quería y que era ella la que le estaba dando la vuelta a todo lo que le decía y evitaba, de esa manera, hablar sobre su verdadero problema.

— Es historia, hay muchas películas que podrían hacerte el mismo spoiler que acabo de hacerte yo. O incluso un libro de Historia. Pero el caso es que ella fue una gran Reina, mundialmente conocida y que, a día de hoy, se sigue hablando de ella aún. Y ahí la tienes, tenía vaginismo, como tú. Es un problema que no implica que no llegues a cumplir todas tus metas en la vida e, incluso, entres en la Historia, como ella. No es un problema actual, sino que ya se daba en el pasado y, además, lo puede tener cualquiera, como fue la mismísima Reina de Inglaterra —continuó Roberto dejándole claro porqué había puesto a Isabel sobre la mesa.

— De acuerdo, fue importante y todo eso. Pero, ¿cuántos hijos tuvo?

— Ninguno —contestó sincero el psicólogo.

— Ósea, que su problema no se curó y no le permitió tener hijos. ¿Porqué ha creído usted que esa mujer podría ser un buen ejemplo para mí? —preguntó altiva la chica.

— Porque, a pesar de ese problema, fue una mujer grande, una gran Reina y una figura histórica relevante. El sexo no lo es todo, al igual que lo hijos —intentó explicar con calma—. Mira lo que llegó a lograr sin esa parte de su vida. Tú podrás tenerlo todo porque, actualmente, ese problema se conoce, se trata y se solventa. Trataba de ilustrar lo que quería explicarte al comienzo: que no es cosa tuya, que puede pasarle a cualquier mujer sin importar si es, incluso, de la realeza. Y que, aunque no te curases, como le pasó a Isabel, puedes llegar a ser lo que quieras.

— Sí, claro. ¡Puedo meterme a monja y llegar a ser Madre Superiora! —exclamó, de nuevo molesta— Quiero más para mí que una vida monacal. Me gustan los hombres. No soy como esa Reina.

— A ella también le gustaban los hombres. Se le reconocen algunos amantes, a pesar de que nunca se casó ni tuvo hijos debido a su problema —explicó Roberto intentando tranquilizarla, sin ser consciente, realmente, de que se estaba metiendo en un gran berenjenal.

— Pero si tenía vaginismo como es posible que tuviese amantes... ¿Me lo puedes explicar? —preguntó sonriendo Fanny, creyendo que le había pillado en un renuncio.

— Hay más formas de tener relaciones, aunque no quiero entrar en eso —se limitó a responder con naturalidad, pero sin querer entrar en esos temas con una jovencita.

— Ya veo. Le dieron tras, tras, por detrás... —dijo ella pícaramente y, de pronto, con un ataque de risa imparable.

Y continuó riéndose por un par de minutos hasta el punto en que casi se cae de la silla. Roberto tenía claro que ese arrebato era debido a la tensión acumulada antes y durante la sesión. No quería hablar con él y no paraba de dar vueltas a cualquier tema con tal de no hablar de aquel del realmente debían hablar. También tenía claro que el ataque de risa era debido a la situación y a que verdaderamente viese risible la situación de la Reina Isabel con sus amantes. Su cuerpo desfogaba así los nervios.

Tenía que conseguir reconducir la conversación puesto que ya llevaban media sesión consumida, tenía otro paciente después, y aún no había conseguido tener una conversación seria con ella. Solo la había visto divagar sacando tema de conversación de cada punto que él mencionaba, aunque solo fuese para ilustrar su ejemplo. No tenía del todo claro de si la chica no sabía nada sobre la Reina Isabel o si, sabiendo quien era, la estaba usando para hablar sobre ella y no sobre su propio problema. Lo que estaba claro era que no se estaba abriendo y así no podía ayudarla.

Al contrario de lo que Estefanía, Fanny, pensaba, en la mayoría de los casos el vaginismo era un problema de origen psicológico y no médico. Por ese motivo, su padre se había puesto en contacto con él. Aún siendo médico no podría conseguir que su hija dejase de verle como su progenitor y le contase los sucesos que podrían ser la causa de un trauma infantil que desencadenase un problema médico de aquella índole en la pubertad. Por ese motivo Roberto le había dado prioridad y le había dado el primer hueco que había tenido disponible. No por el hecho de que viniese de parte de su antiguo amigo, sino porque ese tipo de problemas, en demasiadas ocasiones, derivada de abusos sexuales en la infancia. Podría ser simplemente un problema de inflamación interna o hipersensibilidad de la zona, pero tanto su padre como él, querían eliminar de la lista otros posibles y malsanos motivos.

Por ese motivo debía reconducir la conversación, pero ella no parecía por la labor. Esperaba que, después de este intervalo de risas tranquilizadoras, se hubiese deshecho de esa tensión y pudiese contestar sus preguntas sin irse por las ramas.

— ¿Ya te has calmado? —preguntó cuando ella pareció parar de reír.

— Sí, disculpa. Es que me ha hecho gracia pensar en que esa mujer hacía esas cosas. Era muy adelantada a su época, esta claro —contestó Fanny aún con la sonrisa en la boca.

— Lo fue, sí. Me gustaría saber si el día que descubriste que tenías este problema estabas con tus amigas o si estabas en alguna fiesta. Cuéntame un poco sobre lo ocurrido —pidió esperando que ella, por fin, contestase a sus preguntas ahora que el tema de la Reina había quedado ya finalizado.

— Estábamos en una fiesta, en pleno centro de Madrid. Ya sabe, la zona de las discotecas. El hermano de una de mis compañeras trabaja en una de ellas que hay que pagar entrada y nos invitó a pasar gratis. Estábamos eufóricas, la verdad. ¿Sabe cuál es esa zona? Verá, puede ir en metro desde aquí si coge la línea... —comenzó ella. Roberto, viendo que iba a divagar de nuevo con la localización de la discoteca decidió cortarla. No quería que le sacase del tema otra vez.

— Sí, tranquila. Sé dónde es. Continua —dijo, cortando su próxima disertación sobre el local y su ubicación.

— De acuerdo. Esta usted al día de todo si conoce esa zona. Mi padre no creo que supiese dónde está. ¿Suele salir por ahí? —preguntó ella, continuando con sus intenciones disuasorias con él.

— No salgo por ahí, pero conozco lo suficiente esta ciudad como para saber qué hay que cada zona. Pero, por favor, prosigue — pidió él de nuevo, sonriendo con calma.

— Bueno, pues entramos y todo era increíble. La gente, la ropa, el local en general. No sé cuanto tiempo estuvimos, pero se me pasó volando. La música era un pasada. Reguetón del bueno, todas las canciones nuevas con algunos de los clásicos. ¿Sabe a lo que me refiero? No me refiero a música clásica. Sino al reguetón clásico. No sé si me entiende —continuó ella, mirándole intensamente a ver si el nuevo rumbo de la conversación colaba y él entraba por el aro y divagaba con ella. Sin embargo, decidió seguirle el juego esta vez ya que ese tipo de música tenía unas letras y una carga sexual que podía usar para retomar el tema inicial sin que ella lo notase. Daría un golpe de efecto.

— Te entiendo perfectamente. Reguetón actual con alguna canción, también de reguetón, de hace algunos años que, a día de hoy, ya se consideran clásicos porque todo el mundo los conoce, a pesar de ser antiguos —respondió él mientras ella asentía ante su explicación. No era viejo, aunque ella parecía pensar que sí. No irían a los mismos sitios, pero él también salía con su mujer a tomar algo con amigos e iban a lugares dónde ponían algo de reguetón de vez en cuando. No le gustaba, aunque estaba, irremediablemente al día, con una hija de una edad similar a la de Fanny—. Tienen canciones muy buenas que tienen un ritmo que se te mete en la cabeza y luego no te quitas el estribillo ni para dormir.

— ¡Eso es! —exclamó entusiasmada al ver que él continuaba con la conversación— A mis amigas y a mí nos encanta. No paramos de bailar con ellas y, como dices, se te meten en la cabeza y luego ando buscándolas en internet para saber el título y meterlas en la lista del Spotify.

— A mi me gusta mucho el ritmo que tienen, pero hay algunas que se pasan con la letra mogollón. No sé si me explico. Me da la sensación de que os tratan a las chicas como locas salidorras —dijo Roberto, imitando frases de su hijo mayor para referirse a esa música y, mientras lo decía, se dejaba caer relajadamente sobre la silla. Como tirado. Imitando a sus hijos cuando se sentaban en el sofá. Esperaba que, de esta forma, ella se sintiese más identificado con él y siguiese hablando sin ofenderse por sus palabras.

— Eso es verdad. Parecemos todas unas facilonas ninfómanas —le dio la razón asintiendo e incorporándose para ponerse recta en la silla. Parecía que ese tema sí le gustaba lo suficiente para perder ese aire indolente que la tenía tirada sobre la silla de su consulta.

— Pero no lo sois. Que yo tengo una hija de tu edad y no la veo como una guarra, ¿sabes? Que, el que le guste esa música no la convierte en una facilona —dijo, continuando con ese tono entre enfadado y despreocupado. Odiaba hablar con ese vocabulario tan soez, pero parecía que ella seguía atenta y asintiendo ante sus afirmaciones.

— ¡Eso es! —volvió a exclamar apoyando ahora los codos sobre su mesa para acercase más a él, mostrando interés por el tema— Que los chicos van de listos y se lanzan a por nosotras con esa música. Aprovechan que estamos bailando entre nosotras para meterse de por medio como si quisiéramos eso por el simple hecho de estar bailando esas canciones. Que, a veces se pasan, en serio.

— Escucha, ¡como alguno te ponga la mano encima le parto la boca! —exclamó Roberto muy serio y dándose en la palma de la mano con el puño. Esperaba no estar pasándose, pero parecía que Fanny había tenido alguna ocasión en la que los chicos se habían acercado demasiado sin su consentimiento. Una cosa era intentar acercarte a una chica y hacer que te vea y otra muy distinta, era meterse en medio y tocarlas— Tú me dices y le busco, en serio.

— No, no, no. Tranquilo que a mi no me ha pasado. Yo los mantengo a raya— contestó ella riéndose, aunque el psicólogo intuyó que todo aquello podía venir por alguna amiga. Esa forma de expresarse le hizo pensarlo.

— Así me gusta. Que como alguno te toque yo voy. A ti o a alguna amiga tuya. Que tenéis la edad de mi hija y, si os lo hacen a vosotras, es como si se lo hiciesen a ella. ¡Les parto la boca, me oyes! —siguió poniendo tono de chico "chungo", o eso esperaba él. Vio cómo se le torcía la sonrisa cuando mencionó a sus amigas. Algo había ahí que él debía escarbar. Parecía que había encontrado la forma de comunicarse con ella, aunque fuese hablando como un niñato de instituto— ¿A quién ha sido?

— No, a nadie —contestó reculando de nuevo, de pronto temerosa como cuando entró en la consulta.

— Escucha, no voy a ir a verla ni a pegar nadie —le dijo cogiéndole la mano para tranquilizarla—. No hace falta que me cuentes lo que ocurrió porque no es algo tuyo, por lo que veo. Solo dime si fue grave y si ella está bien.

— Fue grave —contestó tomando aliento, triste—. Dice que está bien y hace cómo que está bien. Pero no ha vuelto a ser la misma. Y nos afectó mucho a todas.

— ¿Lo denunció a la policía o se lo dijo a alguien, aparte de a vosotras? —preguntó nuevamente serio, viendo que ella ya no parecía escapar del tema, sino que hablaba sobre ello.

— No quiso. Le dijimos que lo hiciera, pero no quiso —contestó, negando con la cabeza y con la mirada perdida.

— Bien, quiero que me cuentes cómo te afectó esa situación a ti.

— Mal. Me pasé meses con pesadillas —respondió, mordiéndose el labio, sin mirarle a la cara. Recordando esos sueños, ausente.

— Vamos a continuar con este tema, quiero que me cuentes esas pesadillas y cómo te ha afectado todo esto. Pero, antes, me gustaría que le dijeses a tu amiga que venga a verme. Le atenderé gratis. Quiero que, al menos, hable con alguien que pueda guiarla para que lo supere y, si así lo decide, que denuncie si procede, ¿de acuerdo? —le dijo Roberto, viendo cómo asentía Fanny.

Ya parecía haber llegado a la raíz del problema y, aunque agradecía que no le hubiese ocurrido nada a la hija de su amigo, sí le había pasado a otra chica. Pretendía, si la joven quería, ayudarla a hablar, a aceptar lo ocurrido y a seguir adelante, como haría con Estefanía. Ese era su trabajo: ayudar a la gente a superar sus problemas y traumas. No podía dejar a una chica sin tratar con un tema como ese entre manos.

Jamás pensó que aquel extraño dialogo con Estefanía fuese a derivar en algo así. Sin embargo, había servido para conocerla, para ver cómo debía hablar con ella para que le llegase el mensaje de que podía confiar en él. Ahora podría ayudar a ambas chicas.

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