Querido diario:

El sofá ha sido mi cómplice en el día de hoy. Ha podido ver todo lo que he hecho, porque no he sido capaz de levantarme.

Incapaz de jugar ante la vida. Incapaz de reír, incapaz de cumplir una promesa.

Incapaz de cuidar de Jorge.

Incapaz de cuidarme a mí misma.

Incapaz de saber vivir.

Unos niños han llamado a mi puerta. Querían felicitarme por las fiestas; y desearme feliz año. Simplemente, los he visto desde fuera: sus chillidos de alegría y sus sonrisas rebosaban confianza, paz.

Mi cara enfermiza solo representa dolor.

Porque quedan 3 semanas para los resultados finales.

Unos análisis previos, y todo estará jugado entonces.

Y sabremos por fin, si tengo leucemia.

A decir verdad, quiero ir con Jorge. Si muero, por lo menos estaré con él.

No estaré sola.

Si Jorge no rehúye de mí, por todo el mal que le hice.

Porque en el fondo, Jorge me odia.

Y porque no pude cumplir sus deseos.

Porque soy una inútil y una tonta.

El vaso de agua está intacto, al igual que las pastillas de la depresión. Van dos días, y parece que voy mejorando.

Mejorando a peor. Los llantos se magnifican cada vez más.

Y pronto me inundaré en mi propio mar de lágrimas.

Aunque no opondré resistencia.

Porque merezco morir ahogada.

Así pagaré por el mal que he hecho al mundo.

Pequeño diario, sé que no comprendes todo esto que te estoy contando, y seguramente, si alguien lee esto tampoco entienda mis intenciones.

Pero has de saber que todavía tienes mucho por aprender en esta vida.

Aunque a decir verdad, la vida es efímera.

Tan efímera como Jorge.

Porque Jorge nació y se volvió efímero.

Todavía recuerdo su primera palabra:

Lágrima.

Porque sí, ese día estaba llorando. Él me dio la primera paliza. Sus ojos diminutos no comprendían la situación del momento. Solo comprendían que mamá tenía lágrimas en los ojos, y estaba lloviendo por ellos.

Los ojos de los niños son muy ingenuos.

Sin embargo, Jorge era especial.

No vio mis lágrimas, las escuchó.

Porque no veía nada.

Buenas noches, querido diario.