Querido diario:

Las ilusiones y esperanzas que tenía para el día de hoy se han desvanecido. Robert ha tenido que marcharse, muy lejos.

Su hermana había muerto, y tenía que ir al entierro.

Todavía recuerdo el día que enterré a Jorge. No dejé que nadie viniese a verlo, porque era la única que podía estar con él. Su tumba todavía yace en el cementerio, aunque a veces escucho su voz entre los pasillos.

La angustia me invade, y entonces lo recuerdo: él ya no está aquí. Ha sido solo un sueño.

Aunque no me importaría estar en su lugar y haber muerto yo.

Por lo menos Jorge seguiría vivo.

Y alguien podría fijarse en sus ojos verdes.

Porque los ojos verdes de Jorge transmitían serenidad, paz. Su mirada perdida e inocente despejaba un mundo de humanos.

Y era por eso que con él siempre me sentí libre. Me sentí como una niña, y empecé a vivir mi infancia.

Mi infancia, querido diario. Una infancia amarga y triste como los granos de café, querido.

Porque hasta de pequeña he sufrido.

Solo Ella sabe mi historia, y yo parece que la he olvidado en aquella habitación de hospital.

Porque solo sé mirar hacia mis adentros, mientras los demás mueren por mi culpa.

¿Sabes lo que es ser la niña marginada del recreo?

¿Sabes lo que es llegar a clase y estar sola, sentada en una esquina de la clase?

Ver sus miradas reacias. Ver su inexpresión al mirar a sus ojos y clamar piedad.

Llegar a casa con las marcas de sus golpes y fingir que fueron caídas.

Y encima, tener que llevarse bien con ellos y mirarles con buena cara.

Pienso cada vez más que mi vida es una mierda.

Y sí, querido diario, es la primera vez que insulto de esta forma hacia algo, pero no puedo contener más mis ganas de llorar.

Llevo sin llorar muchos días, pero las ganas parecen romper mi cuerpo en pedazos.

Sentirse como un cristal golpeado por una pelota gigante.

¿Y sabes quién me salvó de esta situación, querido diario?

Él. Pensando que me ayudaría, fingió parecer buena persona y salvarme de todos ellos.

Me salvó de todo el mundo y no me dejó salir jamás.

No podía tener amigas. No podía salir sola de casa. No podía hacer vida normal si no iba con él.

Era presa de su poder, y no me estaba dando cuenta.

Las primeras palizas me empezaron a abrir los ojos; pero ya era demasiado tarde para todo.

Jorge. Lo echo de menos cada día más.

¿Sabes que he dejado de tomar las pastillas definitivamente? Soy idiota por eso, y lo sé.

Pero las pastillas no me ayudan tampoco a ser feliz.

Solo lo hace Robert. Y ahora no está conmigo.

Y Rosa, y tampoco está aquí para socorrerme.

Pero yo tampoco estoy con ellos para ayudarles.

Porque soy inútil como persona, como amiga y como madre.

Porque los ojos de Jorge me han hecho presa del terror.