Querido diario:

Los llantos de Jorge hacían que mi madre estuviera atada a él todo el día.

Mientras que mis ruegos parecían no ser escuchados.

No pienso que mi madre no me quisiera. Tal vez sí. Me odiaba.

Me odiaba, querido diario. ¿Cómo pudo haber estado alejada de mí todos aquellos años? ¿Cómo pudo ser capaz de abandonarme a mi suerte?

Todavía no tengo las respuestas.

Y ya es hora de que descubra la verdad, ¿no crees?

Para poder así saciar mis ganas y sed de justicia.

Para poder ser libre y volar como un pájaro.

Para poder dejar de escuchar el traqueteo de la máquina de coser de mi madre.

Para olvidar aquellas promesas incumplidas que nunca se hicieron realidad.

Para poder recordar hasta el último día que pasé junto a ella.

Porque creas que no, querido diario, yo nunca la abandoné. No fui un Jorge. No fui como Él. No fui como sus locos pensamientos pasajeros. Yo siempre me mantuve a su lado. Incluso ahora velo por ella.

Y ella no se mantuvo a mi lado.

Ella solo tenía ojos para Jorge.

Porque Jorge era su pupila.

Y también era sus ojos verdes. Era todo para ella.

Y yo, simplemente era una espina, clavada en lo más profundo de su corazón.

Y poco a poco, esa espina parecía estar perdiéndose en los adentros de su alma.

Para ser así olvidado para siempre.

Y en el olvido de mi corazón me encuentro.

Y ahora lo recuerdo. Él tampoco era tan malo.

Por lo menos, la hizo abrir los ojos.

La hizo ver quién era en realidad.

Sus actos no fueron buenos, ni sus palabras.

No sé en que estoy pensando, diario de mamá.

Creo estar volviéndome como ese psicópata al que una vez llamé papá.

Creo estar a punto de cometer un crimen contra mi vida.

Creo estar a punto de cerrar un capítulo en mi historia.

Pero antes de todo, me gustaría relatarte mis días con ella, antes de que el luto se acabe y su cuerpo sea pasto de las llamas.

Buenas noches.