Día 17 - Febrero
Querido diario:
Las hojas empezaron a caer, movidas por el viento de los recuerdos.
Una tras una, las distintas horas hacían que fueran cayendo débilmente de la planta.
“Hijo. Me quedan unas horas, tal vez unos minutos. Quiero que sepas que los mejores momentos han sido a tu lado. Que aunque tus besos me hayan hecho daño, siempre estarás en mi corazón. Y que los recuerdos son cosas del pasado. Y por eso, tú eres mi presente. Y mi futuro”.
“Mamá. Aún así, todavía no te has percatado de la realidad. Pero no te lo echaré en cara. Te perdono estos errores de llamarme Jorge. De confundirme con sus recuerdos. De pensar que mis besos de Judas te hicieron daño”.
“¿No eres Jorge? ¿Entonces tenía razón cuando me habló de un hermano gemelo?
“Esa vez fue una de las pocas que tendrías que haberlo escuchado. Decía la verdad, nacimos a la vez”.
“¿Entonces he estado ofuscada todo este tiempo?”
“Puede ser, mamá. Pero no hablemos de eso. Mira el amanecer. Los rayos de luz están entrando en la habitación, y parece que quieren darte los buenos días”.
“¿Le…León?”
“¿Mamá? Te has acordado…”
“Dame un beso de buenas noches. A donde voy el sol no está ahora mismo”.
“Tal vez sí. El sol de la esperanza siempre estará en tu corazón”.
“Buenas noches, León”.
“Buenas noches, mamá”.
La última hoja de la rosa cayó, dejando entrever un robusto tallo que empezaba poco a poco a fallecer.
Mis lágrimas hacían esbozos en las sábanas del Hospital, mis piernas eran libres ahora, alejadas de la silla. Solo quería llorar a su lado, recordar aquellos momentos que hasta ahora eran inevitables.
“Buenas noches, mamá”.
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