Día 16 - Febrero
Querido diario:
Fue entonces, en aquel hospital cuando te encontré.
No sabía que mi madre había empezado a escribir en un diario, y mucho menos que estaba contando sus días en él.
Un regalo del hospital, creo recordar.
Pasaron los días, y mamá parecía no recuperarse del todo.
Los médicos la daban por perdida.
Los médicos y sus estúpidos remedios, sus estúpidas fórmulas, sus estúpidos estudios interminables, sus metafóricas recetas.
Odiaba sus medicinas. Odiaba las veces que me hacían desplazar las piernas.
Porque aunque pudiera moverme poco a poco, estaba harto de ellos.
Yo también fui cobarde, y me fui.
Y ahora, el destino había hecho que volviera.
Todos los días subía desde la primera planta hasta la tercera.
Mamá me recibía con ojos cálidos, mientras se comía la tostada.
“Jorge, ya te estás haciendo un hombrecito”.
“Mamá, ya soy mayor para que me digas esas cosas”.
“Ay, nunca cambiarás. Y pensar que tus ojos verdes iluminan el mundo…”
A veces me quedaba con ella a leer, a jugar. Reíamos hablando de situaciones de la vida que podrían haber pasado.
“¿Te imaginas que hubiera llevado un vestido rosa en vez de mi blusa el día de mi boda?”
“Ay, mamá. Qué cosas tienes”.
Fueron momentos de felicidad.
Incluso hasta el día de su muerte, ella seguía sonriendo.
La había iluminado un ángel.
Pero por desgracia, parecía ser demasiado tarde.
Las flores de la habitación empezaban a marchitarse. Y no fue hasta que se cayó la primera hoja cuando me empecé a percatar de la realidad.
Buenas noches.
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