Querido diario:

Mis piernas temblaban, necesitaba una silla urgentemente. Él me había atado contra su pecho, hiriéndome. Notaba su presión, notaba cómo mi garganta iba perdiendo aire.

“¿Por… por qué me haces esto?”

“Jorge se ha ido por tu culpa y por la de ella. Sois horribles. Era mi creación más perfecta, y se ha marchado”.

“Siempre quedo yo, ¿no crees? También me usaste. Me hiciste alejarme de mamá todo y más, ¿no crees que es suficiente?”

“Quiero veros sufrir. Si no estáis conmigo, seréis odiados. Si me seguís, entonces os querré”.

“Te repito que estás loco, y tu codicia hace que pierdas el sentido”.

“¿Quieres perder tu también el sentido? ¿¡Quieres!?”

Fue entonces cuando pude escuchar la puerta, y la voz de mamá pidiendo clemencia.

“No le hagas daño al niño. Si tienes que hacer sufrir a alguien, házmelo a mí, pero deja a Jorge tranquilo”.

“¡Estúpida! Este niño no es Jorge”

“No me mientas, sé perfectamente quién es mi hijo y quién no”.

“Estás loca de nacimiento, no puedes saber nada. Tuviste gemelos, ¿o tampoco eso lo recuerdas?”.

“No, solo fue uno… un niño que lloraba… mientras otro me sonreía”.

“Eres tonta”.

En ese momento me soltó, y fue a por mi madre de nuevo. Sentía su respiración, sentía su corazón latir a una fuerza más intensa que de costumbre.

Él la hacía daño, y yo sufría por ella.

Solo entonces hice un acto cobarde. Fui gateando hacia la salida, directo a por mi silla. Mis piernas famélicas deseaban el cobijo. No pensé más que en mí en ese momento.

Mamá chillaba. Yo lloraba. Jorge, seguramente reía.

Buenas noches.