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Alan detestaba la música, no quería que sus oídos se lastimaran más.
Alan no quería verse en un espejo, sabía que su aspecto era deporable.
Alan sufría, con la desaparición de su amiga, Amelia.
Alan estaba furioso, porque ella lo había dejado solo.
Alan sentía todo y nada a la vez.
Así estaba desde semanas atrás. Por ella.
Luego de aquél mensaje en el que le había dicho Adiós... Él nunca pensó que fuera en sentido tan literal.
¡Puff! Se había esfumado. Amelia ya no se encontraba. Ya no iba a la escuela. Ya no contestaba sus llamadas, ya... nada.
Alan estaba preocupado y creía que de alguna manera, eso era su culpa.
Por haberle respondido a su declaración de forma tan... brusca. Pero era algo inesperado lo que Amelia le confesó, y sentía que su amistad se le salía de las manos.
Porque eso era lo que ella significaba para Alan, una amiga.
Le dolía no poder corresponderle, pero simplemente en su corazón no habitaba ninguna mujer.
Alan, en otras palabras, era gay.
Ese, era el secreto mejor guardado que cargaba.
Nadie lo sabía, ni siquiera ella. Y nadie debería saberlo. Nunca.
Porque el mundo no lo aceptaría, menos su madre. Mujer puritana que se conducía por la biblia.
Si se enteraba. Lo echaría y lo llamaría "poseído por satán".
En resúmen, su situación no era fácil. Y empeoró con el asunto de Amelia.
Los días siguientes había preguntado en la dirección. No le daban respuesta y era estresante. Hasta que luego de dos semanas, le informaron que la habían dado de baja. Ya no estudiaba allí.
Alan corrió hasta su casa por décima vez y tocó hasta que los nudillos le dolieron. Sin embargo, nadie abrió.
-Oye, muchacho -le llamó la señora Smith. Una anciana que vivía a un lado con un montón de gatos.
Él la miró alzando sus cejas negras y la señora Smith sonrió mostrando sus dientes, unos manchados por lapiz labial rojo y de haber estado en otra situación, Alan se habría reído.
-Ya no busques. La familia Thompson se mudó hace tres semanas -anunció haciendo que dejara de respirar por un segundo.
-¿No sabe a dónde? A mí no me dijeron nada -se lamentó.
-Si no lo hicieron es porque no querían que supieras. Yo tampoco sé, pero la chica Athalía me dijo que...
-Amelia, se llama Amelia -interrumpió de golpe.
-Esa misma. -Sonrió otra vez mientras tomaba a uno de sua gatos y acariciaba su pelaje blanco.
-¿Y... ? -insitió él al ver que no decía nada.
-¿Y qué? -preguntó confundida.
-¿Qué le dijo Amelia?
-¿Cuál Amelia?
-La chica que vivía aquí -explicó tratando de mantener la calma. Pues ya le había dicho su amiga que esa anciana tenía un muy grave problema con la memoria.
-Ah, claro que una chica vivía ahí. Una joven muy bonita por cierto. Tu novia, ¿verdad?
-Mi amiga. Mi mejor amiga -corrigió.
-¿Y qué haces aquí? ¿No deberías estar con ella?
-Su familia se mudó y no sé a dónde.
-Oh, que mal. -Siguió acariciando sin decir una palabra y Alan resopló.
-Me dijo que ella le había dejado algo mío -empezó a decir-. Agradecería que me lo diera por favor.
-¡Oh bien! Si eso era lo que querías, ¿por qué no me lo dijiste? -inquirió bajando al gato y Alan estuvo a punto de gritar pero se contuvo.
-Lo tendré en cuenta para la próxima -prometió y la señora Smith sonrió.
-Aguarda aquí. -Se metió al interior y él obedeció sin rechistar.
Fue un largo rato, pero no se movió y cuando la anciana regresó, él se acercó.
-Toma. -Le tendió un cuaderno color azul cielo con un corazón rosa en medio, y que tenía el nombre de su amiga. El diario de Amelia. Uno que le había pedido lo dejase leer cuando ella se ponía a escribir en medio de una de sus charlas y lo ignoraba. Sin embargo, Amelia siempre se había negado... hasta ahora.
No lo entendía.
-¿Le dijo algo cuando se lo dio?
-No, solo que te lo entregara.
Alan lo miró fijamente en sus manos, pero después asintió.
-Gracias -suspiró.
-De nada muchacho. Deberías estar más atento a ella... -dijo antes de meterse a su vivienda.
-Lo sé -susurró antes de emprender marcha a su hogar.
*~~~*~~~*
En cuanto se encontró en la comodidad de su cama y con la respiración tranquila. Se decidió a abrirlo por primera vez desde que había llegado a sus manos.
Pero lo cerró de golpe. No estaba preparado.
¿Preparado para qué? Si no sabes lo que dice.
Alan resopló y miró su movil, con la esperanza de tener señales de su amiga.
No las había. Ella seguía ausente.
Abrió de nuevo la libreta con nuevo valor y se dispuso a leer:
Alan:
Para cuando estés leyendo esto, yo ya me habré ido.
Tal vez te preguntes qué diablos pasa, tal vez no. Pero, seguro que mi desaparición tan repentina, sí trajo para ti algunas dudas.
No te diré en dónde estoy, ni porqué me fui hasta que acabes de leer todo lo que he escrito.
Y cuando lo hagas, la última página estará para reberlarte todo el enigma que probablemente esté ocasionándote una locura monumental.
Confío en que sabrás aguantar la curiosidad y no te saltarás al final hasta leerlo todo.
O al menos, hazlo por mí. Porque es muy importante que sigas mis pasos.
Atte.
Tu fiel e infinitamente amiga, Amelia Thompson.
Alan estaba sorprendido y ansioso por husmear aquella página a la que deseaba llegar.
Pero, cumpliría el deseo de Amelia.
Y descubriría su escondite, para irla a buscar.
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