Querido Alan:

Odio en definitivo las matemáticas.

Lo sabes. Siempre me das clases porque eres un cerebrito en eso.

Pero un día no pudiste hacerlo, ¿lo recuerdas?

Aquella vez que te pedí que me ayudaras, me dijiste que tu madre había enfermado. Que tenías que cuidarla.

Estudié sola, o eso intenté, porque de nada sirve repasar algo que no entiendes.

Así que decidí salir a distraerme.
¿Sabes qué pasó? Ahí estabas.

Tecleando algo en tu teléfono mientras estabas sentado en una banca. Me iba a acercar pero me habías mentido con lo de tu madre, así que me escondí y esperé.

Sofía llegó después.

Fue cuando supe que tu madre no estaba tan enferma como dijiste.

Aun seguían en comunicación tú y la chica esa que... ya no me agradaba tanto.

Lo que no entendí es, ¿por qué en secreto? ¿No era tu mejor amiga a la que le contabas todo?
Pues ya veía que no.

Me sentí fatal y de alguna manera traicionada. Pero lo peor estaba por venir.

La besaste.

O más bien, te besó.

La apartaste enseguida y lloró.

"¡Dios! Que dramática. Hay algo que se llama orgullo y si un chico te aparta, nunca llores frente a él."

Eso fue al menos lo que me dijo Nancy esa noche por chat, ya que hasta la fecha seguimos teniendo contacto.

Sin embargo, discrepaba con sus pensamientos.

Supongo que el orgullo se perdía cuando era la persona. Esa persona correcta.

Lo cruel venía cuando el amor no era mutuo. Eso... era letal.

Y lo comprobé mirando a Sofía mientras tratabas de consolarla.

De algún modo la entendía. Mentira.

No la entendí, hasta que me pasó a mí.

Tuya:

Amelia.