23 de mayo de 2026
Mi alma ha quedado condenada en lo más profundo del infierno. La justicia que yo pueda recibir aquí, no se compara en nada al castigo divino que me espera en la otra vida. He cometido el peor pecado para Dios y para el mundo. El peor tabú que el hombre pueda llegar a cometer. He asesinado a un inocente.
Hoy, una vez más,sentí la necesidad de sofocar el fuego en mi interior, así que tomé un par devasos de licor y salí a la calle a caminar una hora y media hasta que me detuveenfrente de un bar al que suelen asistir personas pudientes. Eran casi las 3:00a.m. cuando por fin me decidí por un muchacho que aparentaba unos 20 años deedad que estaba lo bastante alcoholizado como para defenderse. Cuando por findio la vuelta en una esquina oscura lo amenacé por la espalda y le pedí que meentregara sus pertenencias. En uno de sus varios intentos por defenderse, logróatinarme un golpe a la cara, lo que provocó que mi ira aumentara aún más,permitiéndome hacerle un corte profundo en su cuello que comenzó a sangrarinstantáneamente. Al percatarme de que más personas se acercaban al lugar,decidí darme prisa en tomar sus objetos de valor. No obstante, grande fue misorpresa que al darle vuelta al cuerpo ya sin vida de aquel joven, descubrí queno se trataba de cualquier muchacho; ¡había asesinado a mi propio hijo!, perono había podido reconocerlo porque había cambiado el tono de su cabello decastaño oscuro a un rubio claro; y sus ropas en vez de vestir camisa a cuadros,pantalón y zapatos de vestir, ahora llevaba puesto una camisa estampada,pantalón de mezclilla roto y tenis converse. ¡No podía ser verdad!, ¡aqueljoven rubio no podía ser mi hijo!, como queriendo asegurarme de que mis ojosestaban equivocados, busqué alguna identificación que comprobara su identidad.No estaba equivocado, su verdadero nombre era John Martínez, el nombre de mihijo. Sabiendo esto, me hubiera gustado permanecer más tiempo observando su bellorostro sin signos de vida y acariciando sus cabellos rubios, pero el grito deuna mujer asustada interrumpió mis pensamientos y me hizo salir de allí a todaprisa. Cuando estuve bastante lejos, frené mi loca carrera para tomar aliento.Al levantar la vista noté que estaba justo enfrente de un edificio de oficinascuyos cristales parecían un auténtico espejo. Vacilando, me acerqué a uno deellos para apreciar mejor los rasgos de mi rostro que tenía en ese momento.Eran exactamente iguales al rostro con el que había soñado todas las noches; elmismo tono duro en sus expresiones, la misma mirada fría en sus ojos, lasmismas cicatrices de quemaduras en el cuello y cara, el mismo odio acumulado enel corazón. No cabía duda de que mi antiguo yo había desaparecido por completode este mundo, como si un enorme huracán hubiera llegado y lo hubiera borradode la faz de la tierra. Ya no había vuelta atrás. Todo lo que había conocidohasta ahora se había ido para siempre; amigos, familia, hogar... todo. Elproceso de transformación que había sufrido desde aquel día del accidenteafuera de un bar, ahora estaba completo, y terminaba con la muerte de mi propiohijo en las afueras de un sitio igual.
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