Los días de rehabilitación fueron duros, y el apoyo que me ha brindado mi esposa ha sido excepcional, pero ni toda la terapia, ni todo el amor incondicional han logrado calmar el miedo que me agobia todas las noches.

Desde hace unasemana, cada noche sin falta he sufrido de pesadillas en las que veo a personashuir de un maleante, como huye la presa del cazador. Algunas veces es una mujerque inútilmente intenta escapar corriendo para protegerse a salvo, pero terminasiendo acorralada en algún callejón oscuro; otras veces es un hombre que acabade salir de algún cajero automático queriendo aparentar no haber sacado unabuena suma de dinero. También suelen aparecer escenas en las que un hombre ouna mujer sube a su auto de reciente modelo sin darse cuenta que los han estadoobservando, buscando una oportunidad para arrebatárselos. Lo único que nocambia es como terminan todos ellos; tanto los hombres como las mujeresterminan tirados en el suelo, sangrantes, escasos de vida, víctimas de unaherida de bala o de una hoja filosa. No hay testigos, más que los astros en elfirmamento. El cazador, habiendo terminado su labor, se escabulle para evitarser descubierto, pero antes de que pueda terminar de alejarse de la escena delcrimen, aparece una ventana, un espejo, un vidrio roto que refleja el rostrodel malhechor, que se acerca para observarse mejor. Al aclararse las faccionespuedo notar que no es otro más que yo mismo con una mirada fría, dura, llena deodio; y dentro de mi pecho un corazón oscuro cuyos latidos puedo escuchar ycuya energía maligna puedo notar que se hacen más intensos conforme más me dejollevar por el deseo de matar.