Capítulo 3: No eres asunto mío.
Esa mañana tomé un baño relajante y decidí salir a despejar mi mal humor que todavía imperaba. Me gustaba pasar mi tiempo observando a las personas, estudiando todo lo que me rodeaba para estar preparado en caso de cualquier sorpresa. Tomé algunos cuadernos para dibujar, mi laptop y otros documentos que a lo mejor en un lugar un poco más tranquilo podría echarles un vistazo, no puedo tampoco abandonar mis obligaciones.
Agarré el volante de mi coche para dejar que me llevara hacia donde quisiera. Las calles de este pueblo siempre estaban atiborradas de gente, cosa que detestaba de sobremanera, personas que mentían y luego querían recibir honestidad, lobos disfrazados de ovejas.
Patético.
Todas las señoras iban bien arregladas, con sus tacones y sus bolsos a juego, otros chicos más jóvenes iban para el instituto, lo típico. Pero entre toda esa multitud hubo algo que me llamó especialmente la atención o, mejor dicho, alguien.
Era una chica, nada fuera de lo común, o quizás demasiado fuera de lo común para lo que estaba acostumbrado a ver en este lugar; iba por la acera que daba a una cafetería, propiedad de unos ancianos que ya conocía de vista pero que nunca me había llamado la atención visitar, hasta el nombre de ese lugar me daba ganas de vomitar, demasiado dulce para alguien como yo. Su mirada reflejaba algo con lo que me identifiqué en cuestiones de segundos, era tristeza; no estaba dispuesta a esconderla y eso era admirable, no disfrazar el cómo te sientes solo para quedar bien con alguien, algo extraño de ver en estos días. Eran ella y sus vaqueros gastados contra todo lo demás.
Fruncí el ceño cuando inconscientemente la seguí con la mirada y una sonrisa se formó en mis labios. Sacudí mi cabeza para librarme de aquella sensación extraña, definitivamente necesitaba liberarme, hoy no era mi día en ninguno de los sentidos.
Mi primera parada fue el parque, hacía un buen día para confeccionar algún boceto. El que fuera alguien despiadado y sin corazón no significaba que no me gustara el sol o el arte; a veces, solo a veces, me gustaba sentirme como alguien normal y corriente.
¡Ja!, un asesino con gustos artísticos, ahora sí podría decir que lo he visto todo.
Esa voz en mi cabeza, no estaba dispuesta a abandonarme y lo agradecía, después de todo era mi única compañía.
Me senté en uno de los bancos que quedaban a la sobra de un viejo árbol para ponerme a dibujar. Me gustaba mucho cerrar los ojos y comenzar a trazar en el papel del cuaderno líneas al azar y luego al abrirlos descubría de lo que se trataba. En ocasiones me gustaba el resultado y lo terminaba de perfeccionar luego en casa, otras iban a parar el trozo de papel a la basura por ser una porquería, pero así es todo en la vida, cosas lindas y otras pues, no tanto.
Eso exactamente fue lo que hice, ese ejercicio era todo lo que necesitaba para despejar mi mente y luego de unos minutos trazando con lápiz abrí los ojos para descubrir que era lo que habían querido decir mis pensamientos. Cuando observé el pequeño dibujo mis manos convirtieron el trozo de papel una bola y mi mal humor que pensé que había disipado volvió a la luz.
__¿Qué mierda es esto?__ sin darme cuenta había dibujado la figura de esa chica, no lo entendía, ni tan siquiera había pensado en ella, tenía mi mente totalmente en blanco, pero aun así, se atrevió a importunarme.
Me puse de pie y comencé a caminar de un lado para el otro, apretando la bola de papel en mi mano como si quisiera introducirla en mi piel para no volver a verla otra vez, cosa que era totalmente ilógica.
Necesitas calmarte.
Dime ¿Cómo lo hago?
Sencillo, detén tus pasos por un momento, respira y deja que se vaya todo eso que sientes, no eres el monstruo que crees.
Si lo soy, no puedo ni tan siquiera controlarme a mí mismo en algunas ocasiones y termino destrozándolo todo. Muchas veces quise que todo fuera distinto y lo intenté, intenté cambiar, pero es mi instinto, es la única forma en la que me siento seguro, no tener ningún punto débil.
Me tomé unos minutos para pensar en todo eso que había dicho al viento, aún con la bola de papel en mis manos que no sé por qué razón me negaba a dejar en el cesto de la basura que tenía a unos pasos de mí. Era un estúpido de talla mundial, lo reconozco, así como también era un idiota por dejar que me dominaran esas sensaciones, era algo peligroso que en una ocasión casi acaba con mi vida y juré una y mil veces que nunca más me lo iba a permitir. Pero, una cosa es decirlo y otra muy diferente poder conseguirlo, además, he sido siempre muy malo con las promesas.
Llegué a mi coche a grandes zancadas y decidí dirigirme un lugar donde al menos estaba seguro que podría saciar mi intranquilidad y mi curiosidad, dos pájaros de un tiro. Después de todo hoy me había vestido de forma presentable, o al menos para mí sí.
A la cafetería “Bonbon”, al lugar donde la había visto entrar.
Aparqué mi coche un poco alejado del lugar, quería pasar desapercibido. Un tintineo cuando abrí la puerta me dio la bienvenida al local que olía a dulce recién horneado y a café, juro por todo lo que se pueda jurar que se me revolvió el maldito estómago, pero si quería conseguir saciar mis ansias tenía que resistir. El lugar estaba atiborrado de personas, habían de todas las edades, muy contentos de recibir sus órdenes y degustar esos dulces de origen francés.
Y sí, en efecto, la chica que había visto esta mañana estaba ahí, atendiendo las mesas y tratando de sonreír para que los demás no se contagiaran de su tristeza, o al menos eso quiero pensar. Logré divisar una mesa casi al fondo donde se encontraba una señora bastante mayor, era una de los dueños del local, supongo que el otro sería su esposo. La señora me atendió lo más rápido que pudo nada más poner mi trasero en esa silla, que en mi opinión no estaba para nada cómoda. Sobre la mesa había una pequeña carta adornada con muchas fotografías de los dulces y bebidas que ofrecían.
La observé con algo de repulsión.
Solo les falta poner un hada con brillos en cada esquina del papel.
Sonreí por ese comentario y sí, tenía toda la razón, era insufriblemente patético todo esto.
La señora me observaba con un brillo extraño en sus ojos, esperando a que pidiera lo que quisiera, se notaba que había dedicado su vida a esto y lo había hecho bien, pero no era razón suficiente como para no llevarse mi desprecio hacia todo lo que tuviera que ver con este tipo de cosas.
Después de un minuto tratando de decidirme en algo que no me provocara una hiperglucemia tan elevada, me decidí por una dona de chocolate y un café, después de todo, a todos les gusta el chocolate.
¡Pero si a tí no te gusta el chocolate!
¿Y eso qué? ¿No te das cuenta que lo pedí por pedirlo?
Ah, vale, vale.
La anciana del infierno sonriente copió mi pequeña orden en un papel, tenía que estar muy senil como para no recordar esa nimiedad, pero contando a su favor de que seguramente tendría más de 90 años lo dejé pasar. Con ayuda de su bastón se dio la vuelta para llegar a la barra y en cuestión de dos minutos la veo aproximarse hacia mí con una pequeña bandeja en su mano izquierda, con riesgo de un cien por ciento a que tocara el piso antes de llegar hasta mi mesa. Yo solo la observaba con la burla reflejada en mi rostro.
¿Acaso no se da cuenta que no puede hacer esto sola anciana? Ríndete ya.
Pero al parecer, alguien distinto a mí se dio cuenta de ello, la chica castaña de ojos color miel y vaqueros gastados, cubierta con un delantal más ridículo que la misma vida la interceptó casi a la mitad del trayecto, tomando la bandeja entre sus manos.
__Por favor, déjame llevar las órdenes a mí, no podemos permitirnos otro accidente__ le dice la chica con cariño, permitiendo que su voz llenada mis oídos, era una voz fuerte, no tenía nada que ver con esas voces irritantes que te dan ganas de suicidarte, era una voz pasiva pero llena de batallas, no sabría exactamente como describirlo, pero se me hizo muy agradable.
La anciana la miró con tristeza y preocupación.
__Solo quiero ayudarte, mira como está el local y estás haciendo todo el trabajo tú sola__ en eso tenía razón, todo estaba demasiado cargado y la chica estaba sola, no había nadie más ayudándola. Lo siguiente que vi y escuché hicieron que la piedra que tengo en el pecho donde supuestamente debe ir un corazón se removiera en su lugar y me causara dolor. Recuerdos de mi pasado con mi abuela y mi familia regresaron a mí, provocando que desviara la mirada nuevamente hacia la gran cantidad de documentos que tenía en frente y debía revisar, con mi seño fruncido.
__Soy una chica fuerte ¿Recuerdas?, yo puedo contra cualquier cosa__ depositó un beso en la frente de la anciana y con lágrimas queriéndose formar en su rostro de acercó a mí despreocupada con mi pedido.
__Aquí tiene su orden señor, disculpe la tardanza y espero lo disfrute__ yo solo agradecí con un asentimiento de cabeza, sin prestarle demasiada atención para que esta se marchara aparentemente agradecida. Tenía tantas cosas que hacer que estoy seguro ni tan siquiera se preocupó por mi falta de educación.
Un olor realmente agradable inundó mis fosas nasales, ganándose mi total desconcierto, no podía creer que eso viniera de un trozo de pan horneado con chocolate por encima. Pero, aún así, me negué a probarlo, solo lo hice con el café y quedé complacido.
Me puse a revisar y corregir todo lo que tenía en frente mientras en tiempo pasaba rápidamente. De vez en cuando la observaba mientras limpiaba las mesas que se iban vaciando dejando prácticamente vacío el lugar, quedando solo yo, sentado en mi silla, con lo que quedaba de mi café ya helado y la dona que aún no había probado y siendo sincero, no me iba a ir de este sitio sin haber terminado lo que vine a hacer.
Me gustaba ver como ella me trataba de observar desde el mostrador, para intentar adivinar qué era lo que estaba haciendo entre tantos papeles y qué me impedía partir.
Decidí seguirle el juego y desvié mi mirada fría directamente hacia ella, solo ahí pude detallar sus ojos cafés claros cubiertos con una gruesa capas de pestañas largas y oscuras y su pelo castaño, recogido en una coleta muy mal hecha, dejando pequeños mechones sueltos por doquier, algunas pecas casi imperceptibles repartidas por sus mejillas y sus labios sonrosados entreabiertos. Debido al peso de mi mirada casi se cae al suelo porque resbaló y tuve que hacer mi mayor esfuerzo por no reírme; era demasiado torpe, un desastre de persona y eso se notaba a kilómetros de distancia. Su figura era delgada y a decir verdad, podía ver claramente que no se preocupaba mucho por su apariencia.
Pero tenía que volver a mi realidad, necesitaba terminar con esto, ya la había visto, por lo tanto, ya era la hora de darle en el gusto y marcharme, solo tenía que terminar con esto y ya está, no quería nada más de ella. El repiqueteo de la campanilla de la puerta hizo que me volviera a desconcentrar, dando paso a un chico insoportablemente irritante, que al parecer era su amigo y se atrevió a llamarme fantasma o algo así.
Gilipollas.
El chico se levantó se su sitio para buscar algo en la cocina mientras ella me observaba como si estuviera adormecida, eso no me gustaba para nada. No me gustaba llamar la atención ni ser observado de esa forma tan constante. Mi atención se desvió directamente hacia la pantalla de mi laptop para continuar con mi trabajo después de observarla a ella, al parecer estaba muy pendiente de esos dos y nunca me di cuenta; pero, ¡Venga ya!, ese tío era una maldita cotorra y no me lograba concentrar.
Mi carácter volátil se prendió nuevamente y mientras hablaban de cosas triviales que no me interesaban en lo más mínimo, tomé mis cosas y salí del local sin hacer el más mínimo ruido.
Llegué a mi coche y tiré todas las cosas que traía en el asiento trasero de muy mala gana, me tomé unos minutos para poder respirar y tratar de calmarme, me sentía demasiado irritado y no sabía exactamente por qué.
La vi salir junto a ese chico mientras se dirigían hacia otro lugar, charlando y riendo de las estupideces que él decía. Yo estaba listo para irme a casa, pero cuando puse mis dedos sobre la manilla de la puerta sentí algo muy extraño.
Síguela, envuélvete en ese papel de acosador sigiloso, sé que mueres por hacerlo.
Cerré fuertemente los ojos porque no lo quería admitir, pero tenía toda la razón, mi curiosidad no se había saciado del todo, así que eso fue lo que hice. Ya estaba casi oscureciendo cuando emprendí mi marcha a una distancia prudencial de ellos.
No me puedo creer que esté haciendo esto.
Unos quince minutos después el chico la deja frente a un bar de mala muerte que había en el pueblo. De lejos la observaba con curiosidad, alguien como ella no me parecía ser una chica de bar, pero a veces las apariencias engañan. Miraba el cartel lumínico del local mientras sus manos se volvían puños. No quería entrar ahí, estaba seguro de ello, pero de alguna forma estaba obligada a hacerlo. ¿La razón? No me interesa.
Si claro. Repite eso muchas veces a ver si así te lo crees.
Puse mis ojos en blanco, no estaba seguro si seguirla o regresar por donde mismo había venido, me encontraba en una encrucijada sin ninguna razón. La mirada de la chica desconocida se posó en sus zapatos y liberando un suspiro entró a ese maldito lugar.
Yo pasé ambas manos por mi rostro tratando de liberarme de aquellas sensaciones y por fin, después de una batalla interna decidí darme la vuelta y regresar siguiendo mis propios pasos, ella era alguien si importancia para mí y tenía que concentrarme en las cosas realmente importantes.
No eres alguien relevante para mí y lo que suceda contigo, no me importa en lo más mínimo.
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