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Capítulo 2: Fetiches raros.

Corbin Edevane

Aún no me podía creer todo ésto.

Increíblemente vine a para a este pueblucho que no aparecía ni en los mapas, el lugar perfecto para satisfacer mis ansias sin que nadie metiera sus narices. Podía hacer y deshacer todo lo que quisiera, que no iba a ocurrir absolutamente nada.

Matar para mí se convirtió en algo tan común como respirar. Desde niño tuve esos instintos salvajes, siempre me llamó la atención esas pelis de asesinos en series, donde esas personas utilizaban toda clase de artimañas y armas para burlar a las autoridades, disfrutaba ver eso tanto como lo harían ellos, pero todo se intensificó cuando asesiné a mi primera novia a mis dieciséis años. La pobre chica murió estrangulada. ¿Qué les puedo decir? Son cosas que pasan. Se metió donde no debía y terminó muy mal.

Nadie sabe mi nombre ni de donde vengo, nunca he dado datos de mi vida que me puedan poner en peligro y tengo varias identidades falsas, precisamente para no tener que matar a más personas de las necesarias. Porque, aunque no lo crean, soy un asesino decente y con principios.

Pero basta de hablar mí, hablemos de esto que tengo ante mis ojos que está mucho más entretenido. Una chica, la tenía semidesnuda y amarrada a una de las camas de un pequeño hotel, bastante alejado del centro del pueblo y metido prácticamente en los confines del mundo. Me parece totalmente ridículo que las mujeres como esta chica, que no tendrá ni veinticinco años, consideren el peligro como algo llamativo, cualquier persona normal no lo haría. Pero aquí está.

Totalmente a mi merced y suplicando pasar una noche conmigo.

¿Quién soy yo para negarme a semejante pedido? Ni que fuera un santo.

Estaba sentado en uno de los asientos libres que se encontraba al lado de la cama, observando a la chica con mi mirada penetrante y mis codos apoyados en mis rodillas para dejar descansar mi barbilla en mis manos. Una sonrisa ladina apareció en mi rostro.

Era una chica muy bonita, es una lástima que sea tan superficial.

Esa sonrisa se borró en un abrir y cerrar de ojos. Me levanté del asiento y me dirigí a buscar una botella de whisky.

Tenía planes para esta noche.

Comencé a preparar un trago y le añadí un poco del veneno que llevaba en el bolsillo de mi chaqueta, uno que en solo cuestión de segundos te podía matar. Ya no quería tener sexo con ella, me causaba aburrimiento, solo quería hacerla desaparecer. Tomé el vaso con mis manos enguantadas y fui en busca de la chica de la cual no me sabía ni el maldito nombre, no era de mi interés.

Me subí encima de ella para besarla con un falso deseo que por supuesto se creyó, y de un momento a otro le arrojé todo el contenido del vaso en su boca, provocando que se ahogara momentáneamente.

Tomé un pañuelo de mi bolsillo y limpié cualquier resto de saliba que pudiera haber quedado en las comisuras de sus labios y me levanté de la cama. Ella aún no paraba de toser cuando unos movimientos bruscos comenzaron a agitar todo su cuerpo y una espuma blanca y espesa comenzó a salir de ella.

Esa sonrisa volvió a aparecer en mi rostro, Tomé mi móvil y le saqué una foto y le di la espalda, lo menos que se merecía era morir en paz, soy hasta buena persona después de todo.

Con ese mismo pañuelo limpié mis labios y lo metí en el bolsillo de mi pantalón. Salí del mugriento edificio para llegar a mi coche y marcharme a casa, hoy había sido un día productivo y un hombre de trabajo merece descansar.

Una media hora después por fin me encontraba en mi zona de confort, recién duchado, junto a un café caliente y pegando la foto que tomé de la chica en mi diario, mañana seguramente saldría en las noticias y eso me provocó placer. Estaba muy orgulloso de todo lo que tenía en este viejo libro. Todos tenemos nuestros fetiches raros, algunos son acosadores, otros ven porno a toda hora y algunos quizás se dediquen a hacer otro tipo de fechorías, pues el mío era asesinar personas. ¿Qué tiene de malo?

Esa noche dormí como un auténtico bebé, mañana sería otro día.

《•••》

Al día siguiente me levanté como siempre hacía y mi día automáticamente cambió a peores; cuando fui a preprar mi desayuno me percaté que se había acabado la despensa y no tenía nada para desayunar. El mal humor me surgió desde dentro con una fuerza descomunal, pero no me quedaba de otra que salir de mi cueva a comprar las cosas. Que remedio.

Ojalá y tuviera una novia que hiciera todo esto por mí. Me ahorraría muchos problemas.

¡Pero si las has matado a todas!

Me quedé en silencio, tenía razón.

Es que siempre quieren meter las narices donde no deben, ¿Acaso no pueden entender que las personas tienen su privacidad?

No es eso, lo que pasa es que no has encontrado a una igual de loca que tú.

Ya daba igual por lo que fuera, el caso es que tenía que salir a por las cosas así que, de nada sirve discutir conmigo mismo.

De muy mala gana tomé las llaves de mi departamento y del coche, me estaba muriendo de hambre literalmente. En unos 5 minutos ya estaba en el supermercado, después de conducir a toda velocidad, claro está y me aseguré de pasar por todas las secciones de comida para que no se me quedara nada y poder comprar lo suficiente como para no tener que regresar a este lugar por lo menos en un mes. Lo detestaba, detestaba el gentío, las voces, los rostros, detestaba al mundo general por ser una real mierda. En el universo somos un miserable punto y desgraciadamente, ni tan siquiera eso lo saben aprovechar los humanos.

Pero no soy quién para estar discutiendo por el poco espacio o por la cantidad de gilipollas que existe en este mundo, se me da mejor eliminarlos.

Con el desagrado plasmado en mi rostro me acerco para pagar mi cuenta, ya quería llegar a casa a prepararme algo de comer, de lo contrario iba a acabar con cada persona que se me cruzara por delante debido a mi mal humor. Pero, como si el destino estuviera en mi contra, o más bien en la suya, la chica de la caja se negaba a dejarme marchar.

Maldije una y mil veces el haber venido a parar a este pueblo del infierno debido a todos los baches que se me presentaban en el camino, en este sitio no había ni tan siquiera domicilio, no me extrañaba que en alguna esquina me saliera Pedro Pica Piedras arrojándole algo a un mamut. Ya me había acostumbrado a mi vida en Londres y desgraciadamente tuve que dejarlo ir todo por un estúpido error. Hace más de dos años que doy vueltas por todos lados sin saber hacia dónde voy exactamente, encontrándome con todo tipo de inmundicias y reconociendo una vez más que después de todo, ser alguien que se dedica a eliminar la escoria no puede ser un ser tan malo, ¿O sí?

¿En serio te estás preguntando eso? Estás como una puta cabra chaval.

Bueno, como sea.

El caso es que no quería quedarme ni un segundo más soportando las coqueterías de esta mujer, me asqueaba y aumentaba aún más mi pésimo humor, si es que eso era posible.

__La cuenta, por favor__ era lo único que estaba dispuesto a decir, la observé con odio y ella pareció percibirlo porque en cuestiones de segundos su expresión de alegría cambió para transformarse en miedo. Mi rostro era totalmente inexpresivo, mis ojos verdes se tornaban oscuros y amenazantes, y debido a la presión que ejercía sobre mi mandíbula y los músculos de mi rostro mis venas salían a la luz, dándome un aspecto escalofriante y frío, un aspecto que muchos habían visto por última vez, una especie de ángel de la muerte que se llevaba sus vidas entre las manos.

Ella solo asintió casi con lágrimas en su rostro, sus manos temblaban mientras tomaba la tarjeta que le había lanzado sobre el cristal y ni tan siquiera se molestó en abrir la boca para decir una palabra más. Pasó la tarjeta para darme el comprobante de pago junto con ella, pero su rostro no pudo despegarse del cristal.

Mucho mejor.

Mi hostilidad contagió todo el ambiente y ni tan siquiera revisaron lo que llevaba en las bolsas como siempre hacían, solo me dejaron marchar. Mis labios se curvaron dando paso a una media sonrisa un poco torcida en lo que caminaba hacia mi coche; que las personas te tuvieran miedo es una de las cosas más satisfactorias que puedes llegar a sentir, tienes el control de todo y puedes hacer y deshacer a tu antojo, simplemente nadie va a tener el valor de reclamarte o exigirte nada y eso, era lo mejor que podía existir en todo el puto mundo.

Tuve que soportar el sol cegándome todo el camino de regreso, pero por fin, después de unos veinte minutos me encontraba disfrutando de mi café y de un buen desayuno. A decir verdad, era un excelente cocinero, mi abuela me había enseñado desde pequeño, esa es una de las muchas cosas que le tengo que agradecer mientras dure mi existencia en este lugar.

A veces me gustaba sentarme en mi estudio y leer algún libro, o suplente ver fotos que me hicieran recordar cualquier cosa que haya vivido, algo que no me hiciera sentir tan solo; pero eso a la corta o a la larga solo hacían sangrar mucho más mis heridas. Observaba la chimenea desde mi posición, ese fuego me representaba, algo tan abrazador y mortal que no dejaba que nada ni nadie se acercara, él estaba mucho mejor solo y yo también. Por eso tomé todas las fotos sueltas, el álbum de fotografías que me había regalado mi abuela y pidiéndole perdón una y mil veces los arrojé al fuego y vi cómo se hacían polvo.

Me sentí mucho mejor, después de todo era un maldito monstruo y los monstruos no tenían recuerdos felices, solo dejaban dolor y destrucción a su paso y yo había seguido muy bien ese ejemplo. Volví a tomar mi lugar y con una carcajada terminé de sacar de mí toda esa amargura que me traía recordar, algo que no quería volver a repetir.

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