Capitulo 3
La oferta era sin duda tentadora. Lejos de sentir temor por aquel extraño individuo, surgió en mí un deseo enorme de ambición y poder; la fortuna se me reveló en una especie de espejismo que cruzó mi mente con la velocidad de un rayo.
La sola idea de imaginar el sin fin de cosas que podría hacer en compañía de mi esposa me hizo contemplar la macabra oferta de aquel sujeto, sin embargo, la cordura sentó base en mí y me hizo ver el error que estaba por cometer.
—Lo siento amigo, no soy un asesino —respondí con firmeza.
Estuve a punto de caer de espaldas cuando al dar la vuelta me topé de frente con aquel inquietante hombre.
—¿Acaso nadie te enseñó modales? —habló con voz amenazante—. No debes darle nunca la espalda a quien te habla, por favor no lo hagas de nuevo. He venido para ayudarte y no merezco este trato de tu parte.
—No te conozco y no he pedido tu ayuda —refuté nervioso.
—Mi tiempo es valioso muchacho y muy limitado aquí, así que no me hagas gastarlo en vano —aseveró—. Necesito que mates a un hombre y si te niegas de nuevo, tendré que actuar de otra manera ¿comprendes?
Un aura oscura pareció rodear a aquel sujeto y una sensación de miedo abrumadora me invadió de repente, jamás en mi vida me había sentido tan asustado como ahora.
De su amplia gabardina negra extrajo un trozo de papel; el material parecía ser como una especie de pergamino quemado por las orillas, en este se leía una dirección y el retrato a blanco y negro de un hombre aparentemente joven.
—Este es tu objetivo —indicó aquel hombre—, solo debes ir allí y acabar con su vida. Entonces, ¿tenemos un trato?
—De acuerdo —respondí resignado—. Haré lo que me pides.
Todo era paz y tranquilidad aquella noche cuando por fin llegué al domicilio indicado en el papel; las enormes calles vacías parecían desbordar sobre mí, toda esa nostalgia que inconscientemente me abrumaba a solo minutos del crímen que estaba a punto de cometer. Permanecí un par de minutos allí, parado frente a la enorme reja de aquella residencia que se alzaba imponente y destacaba por encima de las demás, gracias a su estilo moderno y vanguardista; blanca, resplandeciente y con tonos en negro metalico, acompañada por el sordo clamor del tráfico de la ciudad que se alzaba en lontananza, avancé hasta el cerco de barrotes de acero y observé los autos en el garaje, las blancas sillas de jardín junto a la mesa de cristal y de pronto… un objeto simple pero lleno de amor me impidió cometer aquel acto tan atroz.
Debajo de una de las mesas de jardín, se encontraba una colorida pelota y un triciclo de colores tan llamativos, que me hicieron replantear lo que estaba por hacer. «¿Quién rayos soy para privar de la vida a un padre de familia? ¿Quién me da el derecho de arrebatarle la felicidad a una familia, cuando yo mismo lucho por construir la mía?»
Pensando en esto, opté por desistir de mi cometido y volver a mi domicilio, incluso supuse que quizás, si venía mañana, este hombre podría ofrecerme empleo y así evitar convertirme en asesino.
Observé por última vez la casa completa con la intención de grabarme los rasgos de la propiedad y no olvidarme de la ubicación. Giré para regresar a casa con mi esposa y descubrí que aquel hombre estaba parado al otro lado de la calle mirándome con atención.
—Te quise ayudar y me abofeteaste la cara —lo escuché decir cerca de mí.
—No soy asesino —afirmé con seguridad—, así que deja de molestarme.
Esperaba una respuesta violenta a mi desafiante actitud, pero extrañamente y para mi gran sorpresa, la silueta de aquel hombre se desvaneció ante mis ojos y sentí un alivio enorme cuando por fin llegué a mi casa sin haber cedido ante la tentación.
Fue entonces cuando los escalofriantes y desesperados gritos de mi esposa llegaron hasta mis oídos. Entré tan rápido como pude en la casa y la desesperación me asaltó cuando ví a Abigíl tirada en el suelo retorciéndose del dolor.
Tenía las manos en el vientre y lloraba debido a la intolerable sensación; la tomé en mis brazos e inmediatamente la llevé a la clínica más cercana del seguro social.
«Resiste mi amor, pronto te atenderán», le decía bajito, tratando de convencerme yo mismo.
Entré al área de urgencias con Abigaíl en mis brazos y uno de sus lamentos resonó en toda la sala de espera.
—¡Por favor, ayuda! —grité desesperado—, atiendan a mi esposa por favor.
No me importó la mirada atónita de los presentes, me importaba la salud de mi esposa y deseaba que la atendieran de inmediato.
—El médico de turno no se encuentra —anunció la enfermera desde la ventanilla—. Debe formarse y esperar a que el doctor llegue, los atenderá conforme a la gravedad de la urgencia.
—Por favor señorita, ¿cómo miden eso si no la han revisado todavía? —ayúdenme por favor.
—Señor, tiene que esperar su turno —respondió la mujer que no paraba de mascar chicle, ajena e indiferente a mi urgencia—. Aquí a un lado hay un tabulador con el cual se mide la gravedad de la urgencia, por favor identifique la suya y espere su turno —agregó sin siquiera despegar la mirada de su celular.
Miré a mi alrededor y entonces fui consciente de mi entorno; dos hombres con múltiples lesiones y un joven que yacía tirado en el piso casi agonizante me miraban con incredulidad.
A un lado de la ventanilla estaba un letrero grande con los colores rojo, verde y amarillo, el cual representaba el grado de urgencia y allí mismo incluía las especificaciones para cada uno.
ROJO: Asistencia inmediata, heridas de bala, fractura de cráneo…
AMARILLO: Quemaduras, dolor de… leía rápido buscando la molestia de mi Abi...
VERDE: Dolor muscular, abdominal…
Supe entonces que no nos atenderían de inmediato, así que opté por acudir a un hospital particular.
En cuanto llegamos la atención no se hizo esperar; pusieron a mi esposa en una silla de ruedas y la ingresaron para realizarle los estudios necesarios. Sabía que el costo por los servicios sería elevado pero no me importaba quedarme sin un centavo, si tan solo podía volver a ver la sonrisa de Abigaíl.
Cerca de las 02:30 am. La expresión en el rostro del médico acercándose me advirtió que las cosas no eran favorables.
—¿Es usted un familiar directo de la paciente?
—Soy su esposo doctor, ¿cómo está mi ella?
—La señora Abigaíl sufre de un cuadro de pancreatitis aguda —mencionó con un ligero tono de preocupación—. Es necesario intervenir de manera quirúrgica urgente y necesito que me firme los documentos para proceder con la operación lo antes posible.
—Por supuesto doctor, haga lo que sea necesario pero salvela.
—Sin dudarlo señor, sin embargo, necesitamos que cubra una parte del costo de la operación, dada la complejidad del estado de su esposa.
Sentí el frío sudor deslizarse por mi frente y las manos sudorosas al imaginar el costo de la clínica. Tragué saliva cuando el médico entró a su oficina; la televisión, el estéreo, mi celular, la estufa, la lavadora… algo me darían por todo eso porque, seguramente los tres mil pesos que me dieron por “renunciar” no me serían de mucha utilidad.
Me sentí caer en un enorme abismo oscuro y sin fondo cuando el médico me mostró la suma de todos los gastos; cincuenta mil pesos se presentaban ante mí, cómo un monstruo, agresivo y poderoso capaz de destruir lo poco que hasta ahora había logrado con tanto esfuerzo.
Dejé hasta el último peso que tenía en los bolsillos para que iniciaran la intervención y prometí regresar con el resto del dinero de la operación. Salí a esas horas del hospital y recorrí las oscuras calles con una sola palabra en mi mente «DINERO, DINERO». Miré con envidia las casas a mi alrededor; me parecieron tan cómodas y apacibles que inmediatamente imaginé a las personas en su interior, durmiendo con tranquilidad y descansando a plenitud mientras yo me encontraba aquí. Desesperado y rogando al cielo por una oportunidad para ver a mi esposa sonreír. Esa mueca de dolor en su rostro cuando la encontré en el piso se había quedado grabada en mi mente, al grado de convertirse en mi principal motivador.
Estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de asegurar la salud de Abigaíl, no me importaba venderle mi alma al mismo diablo si era necesario… «¡Eso es!» Recordé la casa a la que aquel hombre me había enviado y un enorme brillo de esperanza iluminó todo mi ser; un hombre con solvencia y padre de familia entendería perfecto mi situación y sin dudarlo me ayudaría.
No me importó correr de nuevo hasta la dirección a la que había acudido antes, me sentía como poseído. La emoción y la esperanza de pagar la operación de mi esposa parecían apoderarse de mí, impidiéndome sentir cansancio o agotamiento.
Una vez allí toqué el timbre sin pensarlo, dos o tres veces seguidas, no lo recuerdo bien. Miré de nuevo al interior de la casa y pude ver con más detalle los autos en la cochera. Un increíble Ford Mustang color plateado aparecía en primer plano.
Sacudí la cabeza para no distraerme y volví a tocar el timbre otras tres veces, cuatro con la que hice después de una ligera pausa.
—¡¿Quién rayos viene a molestar a estas horas?! —escuché a un hombre hablar por encima de mí.
Retrocedí un par de pasos y descubrí a un hombre de mediana edad asomado desde el balcón con una escopeta apuntando directamente hacía mí.
Entendí perfectamente su postura, siendo las cuatro de la madrugada y con un extraño llamando insistentemente a mi puerta, creo que también le apuntaría con una escopeta.
—Lamento mucho venir a molestarlo señor, yo…
—¡¿Qué quieres?! Habla rápido muchacho —exigió aquel hombre.
—Quiero pedir su ayuda señor.
—¿Mi ayuda?
—Así es, sé que usted no me conoce, pero mi esposa está en un hospital muy grave y quisiera que usted me ayudara a pagar la operación.
—¡Ja…! ¿Acaso crees que soy una especie de madre de la caridad?
—No señor, entiendo que no pero…
—¿Acaso hay un letrero afuera que diga: “Casa de beneficencia pública”?
—Yo sé que no señor y en verdad me apena mucho…
—¡Pues ahorrate tu pena y no me molestes!
Después de aquellas palabras, el hombre volvió al interior de su casa mientras yo permanecía allí, parado al igual que un perro esperando un poco de caridad de alguien que no me conocía y a quien no le importaba nada.
Analicé de nuevo la situación y entendí que en mi desesperación por conseguir ayuda, no utilicé las palabras más adecuadas. ¿Ayudar a un perfecto extraño sólo porque se aparece a mitad de la madrugada y me lo pide así sin más? ¡Hasta yo me negaría!
Volví a tocar el timbre y el hombre no tardó en salir de nuevo, esta vez sujetando el arma por el cañón.
—¿Acaso no fui claro o es que no hablas bien el español?
—Señor, de verdad me urge su ayuda y no pretendo que sea grátis, yo puedo trabajar para usted hasta saldar mi deuda.
—¿Y qué se supone que gano yo al ayudarte, eh?
No supe cómo responder a eso. Traté de pensar en algún trato que resultara atractivo para él, pero ninguna idea llegó a mi cabeza.
—Bueno yo, yo podría…
—No tengo interés en ayudarte y será mejor que no molestes más, o la próxima vez no seré tan amable, ¿te quedó claro?
La ansiedad se apoderó de mí y comencé a pensar en mil cosas que podría hacer para conseguir el dinero necesario; robar una tienda, asaltar un banco, secuestrar a alguien… sabía que ninguna de esas opciones terminaría bien.
Caminé por todo lo largo de la calle sola y vacía, pensando en cuál de todas las opciones sería la mejor, hasta que…
—¿Qué tal cumplir con el trato que te propuse? —escuché una voz detrás mío.
—¿Cómo rayos me encontraste? —me giré de inmediato y descubrí al hombre, parado al otro lado de la calle.
—No creo que sea correcta la forma en que te trató —señaló acercándose despacio—. Siempre me culpan cuando algo malo ocurre. Cuando una serie de eventos desastrosos tienen lugar y causa estragos, es común oírlos decir: el diablo anda desatado.
—Esa es solo una expresión —refuté con cautela.
—¿Qué hay de su Dios? Él mismo permite que ustedes, su creación más hermosa cometan actos atroces y sin embargo, nunca he escuchado a un humano decir: Dios tuvo la culpa al dejar que pasara. Dios lo permitió. ¡Nadie lo hace!
—Es que, nosotros decidimos qué hacer, él prometió no intervenir en nuestras decisiones, es por eso que permite tantas cosas.
—Como sea, ésta vez me declaro culpable —sentenció aquel hombre parándose junto a mí.
—¿Culpable de qué?
—¡Maldición! ¿Acaso hablé en otro idioma todo este tiempo? —manoteó al aire exasperado—. ¡De pedir algo para mí! Soy culpable de buscar a toda costa recuperar lo que se me debe. ¡Lo que uno de tus preciados hijos me ofreció a cambio de dinero y poder! —exclamó mirando al cielo.
—¿En serio eres quien dices ser?
—¿Acaso un simple mortal como ustedes puede hacer esto? —cuestionó apareciendo de pronto justo detrás de mí—. Solo tienes que matarlo, no es nada complicado —insistió él—, ¿quieres ocupar su lugar? ¿Tener el poder y la riqueza que él posee?
¡Mátalo…! Aprovecha ese libre albedrío del que gozan ustedes y úsalo a tu favor.
—¿A mi favor? Eres tú quien necesita este favor.
—Tú… eres realmente patético —señaló iracundo—. ¡Te lo dije hace un momento pero tal parece que no estás escuchando! ¡¡Soy culpable, culpable de pedir tu ayuda para cobrar el alma de ese maldito idiota que me jugó sucio y me impidió recoger su alma, tal como lo habíamos acordado!! ¿Vas a matarlo o tendré que buscar a alguien más con los huevos necesarios para matar a ese cabrón?
En ese momento la imágen de Abigaíl pareció materializarse frente a mí y la ví llorar de dolor. La imaginé en la sala de operaciones a manos de los doctores, quizá luchando por su vida…
—Lo haré —afirmé entonces sin titubear.
—¡Esos son huevos chingado!
En medio de esa oscuridad que reinaba a la altura de su rostro, logré distinguir un brillo intenso y entonces puso en mis manos una Colt Python, brillosa y pesada; era un hermoso revólver, ideal para lo que planeaba hacer.
—¿Qué garantía tengo de que cumplirás tu palabra?
Del suelo emergieron feroces llamaradas de fuego que iluminaron la calle entera y el frío intenso cedió ante el calor inmenso que surgió de pronto.
—No acostumbro faltar a mi palabra. Gracias a eso es que tu y yo estamos teniendo esta conversación, así que escoge mejor tus palabras cuando hables conmigo.
Mátalo y toma su lugar, ese lugar que tanto anhelas.
Luego de esto dió media vuelta y comenzó a caminar, alejándose por todo lo largo de la avenida silbando una melodía que no logré reconocer.
Con el arma en mis manos no dudé en regresar y hacer lo que antes me había rehusado a aceptar; volví a aquel lugar y toqué de nueva cuenta el timbre y la reacción del sujeto al verme no se hizo esperar.
—¡Increíble…! No tienes remedio muchacho, pero ahora lo resuelvo —exclamó en cuanto me vió e inmediatamente volvió al interior de la casa.
Sentí los latidos fuertes de mi corazón y un sudor frío recorrer mis manos, volví a tocar el timbre justo cuando el hombre salía al patio por la puerta principal, sentí mi respiración agitada y apreté el mango del arma que ocultaba tras de mi espalda, para evitar que se deslizara.
Mi atención se enfocó en su rostro que denotaba enojo, lo miré con atención al acercarse a la reja; parecía tan confiado y dispuesto a darme una lección para que no volviera a molestar, que nunca se percató del momento en el que le apunté con el arma, solo hasta cuando estuvo frente a la reja y sin oportunidad de ocultarse o huir.
Todo mi ser se estremeció al instante por tres fuertes detonaciones y el intenso olor a pólvora que inundó de inmediato mi sentido del olfato, ví al hombre caer herido, llevándose las manos al pecho y el abdomen con una expresión de espanto que pareció sacudirme aún más que las detonaciones.
La culpa me abrumó y el miedo a ser descubierto me invadió, pero cuando quise correr, mi cuerpo no respondió. Todo mi ser se paralizó y mis piernas temblaron por alguna extraña razón.
La vista se me nubló y lo último que pude sentir, fue el duro impacto de mi cuerpo contra el suelo…
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