Capítulo 2
La sensación en su estómago le hizo recordar que debía desayunar. Usualmente lo hacía con su esposo, cuando este regresaba de ejercitarse, pero ahora todo se había salido de la rutina. Abigaíl entendía que a partir de ese momento nada volvería a ser igual; la serie de emociones a las que se vio sometida desde temprano la habían afectado bastante y solo deseaba recostarse, sin embargo, se vio obligada a resistir un poco más para saciar el hambre que la atacaba.
Con un vaso de leche y un sándwich en las manos, Abigaíl dirigió sus pasos a la sala en busca de la comodidad que le brindaba el sofá recién comprado con acabado aterciopelado.
Descubrió que había dejado el televisor encendido en la mañana cuando salió. Sólo entonces fue consciente de lo mucho que le afectó la noticia y cayó presa de un cuadro hipnótico en el que recordó lo caótico del momento; con la mirada perdida y el sándwich a media mordida, Abigaíl agitó la cabeza en negativa para sacudir las ideas y suposiciones que de nueva cuenta comenzaban a amontonarse una tras otra en su mente, recordó la libreta negra que su esposo había dejado para ella y la buscó con la mirada.
La encontró en la parte más alejada de la mesa, justo donde la vio por primera vez. Tardó unos minutos en reunir el valor para acercarse y abrirla en su primera página.
DIARIO DE
LUIS A. GONZÁLEZ
24/Diciembre/2010
Estando a pocos minutos de terminar mi jornada laboral, el supervisor nos pidió que nos reuniéramos en el pasillo principal para un aviso urgente por parte del director general.
Algo sabíamos sobre la situación de la empresa y mucho se rumoreaba sobre un recorte masivo de personal, sin embargo, nada concreto había... hasta hoy.
Acompañado por el equipo de recursos humanos, nóminas y el representante legal de la empresa, el gerente nos solicitó pasar de uno en uno a la mesa de plástico que colocaron de manera improvisada para firmar nuestra liquidación.
Mi mejor amigo Uriel, casi saltó de alegría al escuchar la noticia, hace unos días recuerdo que me había platicado sobre sus planes de renunciar a la empresa y esto, lógicamente le caía como anillo al dedo. Por otro lado, la idea de comenzar otra vez en un nuevo empleo no me hacía muy felíz.
Mi mente comenzó a divagar mientras veía a los compañeros avanzar en la fila para pasar a firmar y pronto, mis pensamientos hicieron que entrara en un estado de piloto automático; avanzando un paso a la vez conforme se movía el de adelante.
Un empujón de Uriel me sacó de ese trance en el que me encontraba para indicarme que era mi turno de pasar. Caminé hasta la mesa donde el grupo de personas parecían esperar ansiosas a que firmara.
—¿Número treinta y cuatro cuarenta y tres?
Habló la licenciada de recursos humanos. Di un paso adelante y pregunté dónde debía firmar. El gerente me acercó una hoja y me señaló la parte inferior de la misma para colocar mi firma. Miré de soslayo el encabezado del documento y leí: "Renuncia voluntaria" Permanecí quieto por un momento y retiré el bolígrafo del papel, esto provocó que el personal administrativo preguntara casi al unísono, si pasaba algo.
Les dije con voz ansiosa que yo no estaba renunciando y que realmente yo quería seguir trabajando en la empresa. Casi les supliqué para que desistieran de mi despido pero no tuve éxito.
Fingieron entender que comprendían mi situación y fingieron sentirse mal por la decisión que acababan de tomar. El gerente parecía verse afligido en verdad y comenzaba a creer que así era, hasta que interrumpió de pronto la vieja licenciada de recursos humanos el discurso del gerente afirmando que no estaba en posición de discutir las decisiones que la empresa ya había tomado.
Me dejó claro que estaba obligada a recordarme la hoja en blanco que había firmado el día de mi contratación y preguntó si me acordaba de eso. Asentí con la cabeza y el ceño fruncido, entendiendo lo que eso significaba; muchas veces antes supe de casos similares dónde los empleados eran despedidos sin previo aviso y no recibían la liquidación que marca la ley, debido a que al igual que yo, formaron una hoja en blanco como condicionante de la contratación.
Se nos explicaba vagamente que tal documento se usaría para los fines que la empresa requiriera y en su mayoría, se aplicaba para presentar ante un juez conciliador, en caso de ser necesario, una renuncia voluntaria firmada por puño y letra del empleado en cuestión.
Sentí un ardor recorrer todo mi cuerpo, el rostro caliente, el cuerpo tenso y no tardé en descubrir que había apretado la mandíbula con fuerza.
Por mi mente ví pasar las complicaciones que se amontonarían sobre mí, una tras otra.
Traté de pensar en cómo le daría la noticia a mi esposa. Llegué a pensar que la sangre escaparía de mi cuello, debido a las potentes pulsaciones que recorrían mis venas; en vano intenté protestar, alegando que era injusta la decisión que habían tomado porque no escucharon.
El contador recién egresado de la universidad me acercó el sobre con el dinero que la ley marcaba por renuncia y mi mirada se clavó automáticamente en sus ojos vidriosos que me miraban asustados a través los anteojos redondos. y tomé el sobre con suavidad; alguien deslizó la hoja sobre la mesa hasta quedar junto a mí, me guardé el sobre en la bolsa del pantalón y tomé la hoja en mis manos y la rompí en pedazos frente al arrugado rostro cargado de maquillaje de la licenciada, ante la mirada atónita de mis compañeros.
Salí de allí con la sangre hirviendo de coraje, pensando en millones de cosas que pude haber hecho y no hice. Me sentí un idiota por no actuar como debía, por dejar que las emociones me controlaran y actuar de manera impulsiva...
Se hacía noche ya y al igual que siempre, caminé hasta el paradero del autobús para volver a mi casa.
Mi mente no paraba de analizar la mejor manera de darle la noticia a Abigaíl y la sola idea de que se arrepintiera de haberme elegido entre tantos pretendientes con dinero me llenaba de angustia; juré ante el altar, jamás engañarla y no comenzaría ahora.
Pensaba en todo esto hasta que me percaté de que el callejón por dónde siempre caminaba para tomar el camión, parecía estar más solo que de costumbre; un frío abrazador que calaba hasta los huesos parecía haberse adueñado por completo del lugar. Por instinto, mi andar se volvió más pausado y cauteloso.
Supe que algo no estaba bien, cuando noté que ni los perros callejeros que usualmente hurgaban en la basura estaban presentes.
Súbitamente, de uno de los rincones más oscuros emergió un hombre de aspecto sombrío, la silueta más bien, de alguien con atuendo peculiar, muy similar al de un vaquero del antiguo oeste. Sentí su mirada clavada en mí y un miedo incontrolable me envolvió, al grado de querer huir de allí; me resistí a correr... limitándome a caminar más a prisa.
Por el rabillo del ojo pude verlo, me seguía desde el otro extremo de la calle sin hablarme, pero esa sensación de sentirme observado no desaparecía.
—¡Deja de segurime de una puta vez! —exclamé en un intento desesperado por disfrazar mi miedo en valor. —¿Qué putas quieres wey?
Lo miré de frente y entonces se giró hacia mí, con el sombrero ligeramente inclinado me fue imposible ver su rostro, una corriente gélida de aire agitó la gabardina negra que usaba aquel extraño sujeto, al parecer de piel.
—Es inútil que te esfuerces —comentó al instante, casi en un susurro que claramente pude escuchar cerca de mis oídos—. Sólo quiero un cigarrillo.
—Pues lo siento, yo no fumo.
Intenté seguir caminando pero de nuevo su voz me lo impidió; había al menos cuatro metros de distancia entre ambos y podía escuchar su voz susurrante tan nítida que casi podía apostar a que me hablaba junto al oído.
—Sé lo que te hicieron y no es correcto —señaló con cierto tono de rencor—, pero te falta carácter para ser asertivo.
Aquel extraño hombre se acercó un par de pasos y mi corazón se aceleró de manera incontrolable.
—No te asustes, solo quiero ayudarte, pero antes quiero que me ayudes —declaró aquel sujeto. Lo vi esbozar una leve sonrisa cuando estuvo más cerca de mí—, yo puedo darte riqueza que ni siquiera imaginas, puedo darte una cuantiosa fortuna para que nunca más tengas que preocuparte por minorías, todo lo que imagines, a cambio de un pequeño favor...
El teléfono sonó y Abigaíl se sobresaltó por la interrupción. Su mejor amiga Gabby había llamado para preguntar si podía visitarla; siempre se contaban todo desde la secundaria y Abigaíl aceptó sin vacilar, sintió de pronto la necesidad de hablar con alguien cercano y de confianza.
Cuando colgó el teléfono, por el rabillo del ojo creyó ver pasar una silueta que iba desde el pasillo del vestíbulo hacia el comedor, pero no le dio mayor importancia. Pensó que quizás lo había imaginado, tomó de nuevo la libreta en sus manos y continuó la lectura.
—Hay un hombre que... tiene algo que no le pertenece y si tú me ayudas, la recompensa sería cuantiosa, tanto que no la puedes imaginar.
—¿Qué se supone que debo hacer?
Una blanca y deslumbrante sonrisa maliciosa apareció bajo la pestaña de la tejana que me impedía ver todo el rostro de mi interlocutor, misma que me provocó un intenso escalofrío que sacudió mi cuerpo por completo.
—Es muy simple. Sólo debes matarlo y yo me encargaré de hacerte estúpidamente rico.
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