Querido diario de café:

Cuatro semanas pasaron y fueron largas, el invierno estaba en su apogeo y cualquier persona que pasaba por la cuadra entraba al lugar: una locura total. Mi piernas estaban adoloridas de ir de acá para allá. A penas llegaba a mi casa dormía como un oso invernando por ello no tuve momentos para escribir. 

¿Qué pasó con la parejita? siempre igual, pero hoy vuelvo para contar un suceso que me descolocó.

Ella llegó sola y su rostro era una sombra negra de lo que había sido su brillo en días anteriores, supuse que le había sucedido algo y encontró este conocido lugar para despejarse, sin embargo, pidió para dos.

Al final, él llegó, quince minutos después. Como buena moza me acerqué a cambiar el café frío por uno humeante. 

No era otra de sus amorosas salidas, se notaba que pasaba algo. Sentí la tensión y podría haber cortado con una tijera.

Mientras me daba vuelta para atender a otra mesa escuché cómo le susurraba una disculpa, al parecer no fue bien recibida porque de un segundo a otro, en voz baja, comenzaron a discutir.

Él se veía azorado y ella angustiada.

La chica se levantó y se fue llorando.

Y él, se quedó sentado, mirando la ventana con nostalgia y ¿con culpa?

Dejó su café a medias y se fue con la cabeza gacha.