
xxiv. El lado dulce de Draco
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CAPÍTULO VEINTICUATRO
El lado dulce de Draco
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LUEGO DE HABER LLORADO literalmente hasta quedarse dormida, Dianne no había salido de su habitación; en otras palabras, no había abandonado aquellas cuatro paredes desde la cena del día anterior. Se negaba a salir, decidida a sumergirse profundamente en su desgracia, y no había comido nada; aunque tampoco era como si tuviera mucho apetito. El solo hecho de pensar en ingerir algo le producía unas náuseas insoportables, y provocaba que el nudo que sentía en el pecho se hiciera todavía más grande.
No había querido hablar con su hermano del tema, a pesar de que Draco lo había intentado varias veces a través de la puerta. Ella realmente había apreciado todos y cada uno de los intentos de su mellizo, pero no estaba de humor para hablar con nadie. No quería pagar su mal humor con Draco, que era lo que pasaría si el chico entraba en su habitación mientras su frustración todavía estaba fresca.
Tampoco había querido hablar con su madre. Narcissa lo había intentado varias veces, pero había recibido la misma respuesta que su hijo mayor: el frío y doloroso silencio por parte de Dianne, quien ni siquiera se había levantado para abrirle la puerta. Ella solo quería estar metida en la cama, hecha un ovillo, y abrazada al peluche de lobo que sus tíos, — los Tonks—, le habían regalado por su séptimo cumpleños. Ni siquiera los cariños de Hyperion o las piruetas de Dark lograban hacerla sentir mejor.
Estoy hecha un cuadro, pensaba Dianne, mientras se limitaba a hacer el mismo trabajo que una planta durante la noche; en otras palabras, transformar el oxígeno en dióxido de carbono. Seguramente nunca me he visto tan patética como ahora mismo. Ni siquiera con cinco años, cuando me caí de la escoba y me quedé enganchada en la copa de un árbol
Lo único que Dianne quería era despertarse y ver ciertos ojos azul mar mirándola. Que él le asegurara que todo había sido una pesadilla, y que todo estaba perfectamente bien. Que nada de lo que había vivido había sido real, sino un simple producto de su imaginación. Pero, evidentemente, eso no pasaba, y Dianne no conseguía sentirse mejor. Le dolía la cabeza de tanto llorar en silencio, aunque ya sentía que no podría producir lágrimas en una buena temporada. Había acabado el cupo.
También había ignorado las cartas que le llegaban a su habitación. Reconocía las lechuzas entrando por las ventanas, cuyos cristales no se había molestado en reparar ni recoger, pero no se movía de su sitio. La lechuza de los Nott, la de los Greengrass y la de los Zabini intentaron hacer que se moviera para responder a las cartas, pero volvieron a sus casas con las garras vacías. Realmente no quería leer nada de sus amigos, ni tenía fuerzas para escribirles algo fingiendo felicidad. Había hablado con los Scamander, solamente con ellos, para decirles que le había surgido un problema y no podría ir a su casa.
Padre me ha quitado hasta la oportunidad de ir a conocer a mi ídolo, pensó Dianne, con rabia. ¿Es que no se cansa de amargarme la existencia?
Echó un rápido vistazo a las cartas amontonadas, esperando ser contestadas en algún momento. Consideró levantarse y escribir, pero pronto descartó la idea.
No tengo ganas de hablar con nadie. Ni siquiera ellos... Lo siento...
En el fondo sabía que ni Daphne ni Blaise tenían culpa de nada, y que por tanto no debería ignorarlos de aquella manera, pero le era inevitable. También sabía que era probable que ellos se hubieran puesto en contacto entre ellos, y estuvieran al corriente de todo. Seguramente Blaise ahora sabía que todos sus amigos tenían matrimonios de conveniencia desde hacía años, y que ahora Daphne o Astoria sabían que sus vidas iban a estar enteramente condenadas. Pero, se preguntaba si ellas se lo tomarían tan mal como lo había hecho ella.
Porque a ella realmente le enfermaba la perspectiva de que alguien hubiera decidido con quién debía casarse o con quién no.
Que estamos, ¿en la prehistoria? El primer ministro debería haber vetado esos acuerdos hace años....
Deseó que el sombrero la hubiera puesto en Gryffindor, para poder estar con el Trío de Oro en la sala común. Seguramente Hermione sabría mil formas de evitar que aquello pasase. Ronald, bueno, él se limitaría a mirarla como si estuviera completamente chalada, como si le hubiera dicho que había tomado el té con un unicornio en una cafetería. Y Harry...
Él la habría rodeado con sus brazos, y le habría asegurado que harían algo. Habrían arreglado el malentendido de las Tres Escobas por el simple hecho de que un matrimonio concertado era algo que no se podía ignorar, ninguno de los dos. Habría sido su refugio personal. Se podría haber refugiado en su calor, en aquel aroma que Harry tenía, y él le habría acariciado la espalda como siempre hacía.
Estúpido sombrero, maldijo mentalmente, mientras Hyperion trataba de hacerla sentir mejor, frotándose contra su abdomen con suavidad. Dijo que me puso en Slytherin por mi bien, pero en verdad solo estaba contribuyendo a mi condena.
Se movió un poco, la cabeza exactamente, cuando la puerta fue arrancada de sus bisagras y se estampó contra el marco de la ventana. Observó aquello como si no fuera con ella, para luego dirigir la mirada a la persona que entraba en su habitación. Miró como si en verdad no viera nada, como si fuera una mera espectadora de una película.
¿Era necesaria tanta violencia para abrir una puerta?
Draco tenía los ojos rojos e hinchados, como si se hubiera pasado bastante tiempo llorando, pero también más abiertos de lo normal; realmente estaba sorprendido con el panorama. Observó con sorpresa el estado de la habitación de su hermana pequeña, puesto que parecía que había pasado un tornado por allí, quizás un tsunami sin agua. Él sacó la varita de su bolsillo y arregló la puerta, así como las ventanas. También recogió los cristales del suelo con una escoba, temiendo que alguien se cortara con ellos. Y luego, miró a su hermana, quien estaba metida en la cama y que lo observaba como si nada de aquello fuera con ella.
Dianne le mantuvo la mirada.
Vale, eso es que mi habitación está peor de lo que pensaba.
—Tienes que dejar eso, hermana—dijo Draco, con la voz ronca. Había una pincelada en ella que reflejaba que realmente se había pasado un tiempo llorando—. No puedes seguir así.
—Aparentemente, ahora todo el mundo me dice lo que puedo o no puedo hacer. —replicó Dianne, con voz rasposa, pues llevaba muchas horas sin decir nada. Y a eso se le había sumado el grito que había soltado, irritando su pobre garganta.
—Esta no eres tú, hermana—replicó Draco, mientras se acercaba a ella a grandes zancadas. Estaba preocupado por ella, realmente lo estaba—. Tú eres mucho más fuerte que esto. Siempre levantas la cabeza y devuelves el golpe mil veces más fuerte.
O eso hacía antes.
—Supongo que en verdad soy débil...
—¡Tú no eres débil! —rugió Draco, cortando su escusa y tomándola por sorpresa—. Eres la persona más fuerte que conozco, así que no digas más estupideces. No quieras jugar a eso conmigo, hermana, porque no funciona. No te has rendido.
Dianne bajó la mirada.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Porque tú nunca te rindes—señaló el mayor, logrando que los ojos verdes grisáceos de su hermana volvieran a mirarlo—. Y no te vas a rendir ahora. Te aseguro que esto no se va a quedar así. No, no. Desde luego que no. Así que levántate, y vuelve a atacar.
Dianne observó a su hermano sin saber muy bien que decir. Nunca había visto a su hermano de aquel modo y, por una vez, no sabía que hacer al respecto. Era como si su cerebro hubiera olvidado como reaccionar, como si sus neuronas todavía no fueran capaces de volver a hacer sinapsis con regularidad.
—Demuéstrale que no puede jugar contigo—señaló Draco, mirándola serio, al ver la duda reflejada en su mirada—. Demuéstrale quien eres, Dianne. Demuéstrale... que eres una Black, y que nada ni nadie puede decirle a uno lo que puede o no puede hacer. Que no siguen las normas, y que tú no vas a seguir esta.
Soy una Black....
Aquello hizo que una bombilla se encendiera en la cabeza de Dianne, brillando con fuerza. Su hermano tenía razón, realmente la tenía. Estaba reaccionando justamente como la víbora rubia esperaba que lo hiciera, y ella jamás hacía aquello, jamás lo contentaba de cualquier forma. Ella siempre le llevaba la contraria, en todo lo que fuera. Y esta vez no iba a ser distinto.
Se levantó de la cama, intentando estar decidida, pero se tambaleó, por haber estado tanto tiempo tumbada y no haber comido. Draco la sostuvo por los brazos, impidiendo que se cayera al suelo, mientras la miraba preocupado. Pero la mirada de Dianne había vuelto a ser la que era. Estaba cargada de decisión.
—Tienes razón, no puedo darle el gusto de verme así—murmuró, mientras recuperaba la postura, todavía con el agarre de su hermano en los brazos—. Tengo que asegurarme de que el abuelo Orión esté orgulloso de mí.
—Estoy seguro de que ya lo está.
—Pues todavía más—dictaminó Dianne, con seriedad, mientras Draco la observaba—. Esa víbora no sabe con quien se está metiendo. Nadie le da ordenes a un Black y sale impune.
Draco sonrió al ver que su hermana parecía estar volviendo a ser ella. Era consciente de que podía estar actuando, pero pese a eso, se alegró. Prefería mil veces ver a su hermana seria que como un alma en pena.
—Esa es mi hermana—murmuró Draco, orgulloso. Luego, chasqueó la lengua con aire irritado—. Lástima que no esté, me gustaría ver su cara al ver esta determinación tuya.
Dianne lo miró con cara rara. —¿Qué?
—Mamá lo mandó a casa de los Nott—le informó Draco, mientras atraía una fuente de comida hacia su hermana—. Le dijo que no quería volver a verlo en la mansión hasta que no recapacitara con lo que había hecho. Así que, se fue con ellos. —Se encogió de hombros, como si no le importara nada. Luego, miró a su hermana con gesto serio—: Come o te meteré el tenedor a la fuerza.
Es todo amor mi querido hermanito.
Dianne contuvo un resoplido, pero hizo caso a la petición de su hermano. No solo por la mirada preocupada que Draco tenía, sino porque su estómago había comenzado a quejarse con insistencia, y no iba a negarse a aquella comida que parecía realmente deliciosa. Y no se equivocó, pues nada más dar el primer bocado estuvo tentada de gemir. Quizás era porque llevaba muchas horas sin comer nada, pero aquello sabía realmente bien.
Comió el silencio, bajo la atenta mirada de Draco, disfrutando de aquellos manjares con lentitud. Después de todo, tenía todo el tiempo del mundo para comer. Además, la compañía de su hermano era agradable, ya que por lo menos no estaban discutiendo ni nada. También estaba el detalle de que la mueca de su hermano claramente decía que a él tampoco le había gustado aquella noticia. Seguramente incluso menos que a ella.
—Theo me dijo que ayer no quisiste hablar con él—comentó Draco cuando se acabó la comida del plato—. Que lo trataste raro.
—Ajá.
—Dianne, sabes que él no tiene culpa.
—Sí, pero no reaccionó cuando lo dijeron. Ni siquiera tú lo hiciste. —Dianne tomó una gran bocanada de aire. —No quería hablar con él, porque con solo mirarlo recordaba una y otra vez las palabras de padre y del señor Nott. Honestamente, me siguen enfermando, así que imagínate en ese momento.
Draco no supo qué decirle, así que optó por guardar silencio.
—Además, Theo se puso raro—señaló Dianne, frunciendo el ceño—. No yo.
—¿A qué te refieres?—cuestionó Draco, confundido.
—No lo sé explicar demasiado bien—admitió ella, soltando un suspiro—. Pero fue como... si se le encendiera un interruptor en la cabeza y de pronto le pareciera maravillosa la idea de tener un matrimonio concertado. Quiero decir, cuando le dije que no me iba a casar con él, hasta parecía ofendido y todo.
—Ahora que lo dices....—murmuró Draco, quien parecía no entender algo en concreto—. Ayer Theo se fue con mueca enfadada. Sé que murmuró algo con su padre, y que ninguno de los dos parecía demasiado feliz.
Dianne desvió la mirada hacia el plato que tenía sobre los muslos. Lo que menos necesitaba ahora era pelearse con Theo. Ya tenía suficiente con Harry.
—Daphne y Blaise me escribieron—informó Draco, luego de unos segundos en silencio—. Aparentemente ya están enterados de todo y se preocuparon porque no les respondieras a las cartas—añadió, echando un vistazo a la montaña de sobres que estaba encima del escritorio.
Dianne suspiró, sintiéndose algo mal. Había estado ignorando las cartas de Daphne, cuando ni siquiera sabía nada del asunto. No la culparía si estuviera enfadada con ella, porque si fuera al revés, estaría segura de que echaría humo si no le contestaran.
Y lo mismo pasaba con Blaise.
—Daphne no está enfadada contigo—le dijo Draco, como si le hubiera leído la mente—. Solo está preocupada. Al igual que Blaise.
—No creo que sea algo que se deba hablar por cartas—dijo finalmente, luego de meditar en silencio—. Solo Merlín sabe quien podría interceptar a las lechuzas y enterarse de cosas que no le incumben.
Draco asintió.
—Supongo que tienes razón. Pero, de todos modos, no hagas lo que a veces haces.
—¿A qué te refieres? —cuestionó confundida.
—A alejarte—respondió Draco, con tono evidente—. Recuerdo cuando éramos pequeños y nos llevaron a una especie de reunión de familias con hijos. Te negabas a conocer a nadie. —Lentamente, esbozó una sonrisa—. Hasta que una niña rubia, algo más pálida que nosotros, consiguió hacerse amiga tuya. Pero... dejamos de ir a esas reuniones y perdimos el contacto con aquella familia. Así que te enfadaste con todo el mundo y te recluiste en tu habitación durante horas.
Dianne pestañeó varias veces, sorprendida. Era cierto que solía tener memoria para sus recuerdos de infancia, en especial para aquellos que eran medianamente felices. Pero aquello de lo que su hermano hablaba, no lo recordaba. Aunque eso no quitaba que se le hiciera familiar, en especial su respuesta.
Una niña rubia, repitió en su mente, no me suena demasiado. Podría ser, literalmente, cualquier niña del mundo mágico.
—No lo hagas con Daphne y Astoria—le pidió Draco, sacándola de sus pensamientos y haciendo que lo mirase con algo de sorpresa—. Nunca te había visto tan feliz como cuando estás con ellas. A veces hasta parece que eres una adolescente normal.
—Vaya—murmuró Dianne. Estaba realmente sorprendida de la sinceridad de su hermano, puesto que pocas veces se mostraba de aquella manera.
Draco se echó a reír al ver la mueca de su hermana, consciente de que tal vez había hablado más de lo normal.
—Bien, creo que es suficiente sinceridad por hoy—señaló una vez hubo calmado su risa—. No quiero que te desmayes o algo parecido—bromeó, con tono juguetón.
—Idiota—lo insultó Dianne.
Una sonrisa se formó en las facciones de Draco.
—¡Ahí está mi hermanita! —tarareó, mientras la envolvía en un abrazo y le hacía cosquillas—. Echaba de menos tus muecas de asco y voz chillona.
—¿Acaso eres masoquista o algo parecido? —cuestionó Dianne entre risas, retorciéndose como un gusano para librarse de su hermano. Algo que no pasó, pues su mellizo estaba realmente entretenido con aquella tortura suya—. ¡Draco! ¡Ya basta!
Se removió con tanto ímpetu para intentar librarse del agarre de su hermano que se les acabó la cama, por lo que acabaron en el suelo, con un estruendo que hizo que Hyperion diera un brinco en el sitio del susto. Sin embargo, ambos hermanos se empezaron a reír a carcajadas, sin importarles el golpe que acababan de llevarse o lo estúpida que podía haber sido su caída. Medio sentados en el suelo, con las piernas todavía en la cama, los dos prácticamente lloraban de la risa, puesto que les era imposible dejar de reír. Sus carcajadas salían con tanto ímpetu que tenían las cabezas ligeramente echadas hacia atrás, mientras se agarraban el abdomen.
Aquel fue el panorama que Narcissa se encontró en cuanto entró en la habitación, algo preocupada por el estruendo que había escuchado. Perpleja, observó cómo sus hijos, que el día anterior le habían chillado a su marido mientras casi lloraban, ahora se reían con tanto ímpetu que les caían las lágrimas. Era un gran cambio, o al menos eso pensaba ella, pero verlos de aquella manera hizo que su mueca de preocupación cambiase a una pequeña sonrisa. Ninguno de los dos se había percatado de su presencia, por lo que se fue disimuladamente, sin hacer ruido, temiendo romper aquella agradable atmósfera.
Minutos después y con un dolor de barriga importante, los hermanos dejaron de reírse. Se secaron las lágrimas con el dorso de la mano, mientras respiraban de forma errática. Hacía tiempo que no se reían de aquella manera. Probablemente no recordaban ningún otro momento en el que se hubieran reído hasta llorar de la risa, hasta que les faltara el aliento como era el caso.
No era algo habitual para ellos el reírse.
—Guau, creo que puedo marcar en una lista imaginaria que me he reído hasta llorar—murmuró Draco, mientras dibujaba una especie de tic en el aire—. Check.
Su hermana lo observó raro. —¿Qué dices, Draco?
—Nada, déjame—sacudió la cabeza, soltando una risa nasal—. Creo que me he quedado sin oxígeno en el cerebro y ya ni sé lo que digo.
—Ah, ¿pero tú tienes cerebro? —se burló Dianne, sonriendo de lado. Luego, añadió con voz chillona—: ¡No tenía ni idea! ¡Es un gran descubrimiento! ¡Deberíamos llamar a todo el mundo y decírselo!
Draco puso mala cara, mientras su hermana seguía burlándose de él. Luego de observarla unos segundos, se tiró sobre ella, haciendo que rodaran por el suelo. Dark e Hyperion los observaban desde sus sitios como si hubieran perdido la cabeza, mientras ellos se peleaban como si fueran jugadores de lucha libre (o algo así habían escuchado en el mundo muggle).
Luego de rodar por el suelo y de pelearse un rato, ambos quedaron acostados, mirando hacia el techo. No era lo más interesante del mundo, pero eran demasiado vagos como para levantarse y tumbarse en la cama. Hyperion bajó del colchón y se tumbó en medio de ambos, cerrando los ojos como si fuera a dormir.
—Draco... he estado pensando...
—¿Qué?
Draco se sentó en cuanto Dianne no contestó. Se fijó en que ella tenía el ceño fruncido, como si estuviera concentrada en sus pensamientos. Estaba seria, sin rastro de diversión en sus facciones.
—Tengo una especie de plan—suspiró Dianne, cerrando los ojos unos instantes, tratando de concentrarse en lo que circulaba por su mente—. No es que sea demasiado inteligente, pero es como... último recurso por si no se puede hacer nada contra todo el problema. No pienso casarme a los dieciocho y menos con alguien a quien no...—calló, sin saber que añadir.
—Tenemos tres años—le recordó Draco con suavidad, a la par que trataba de ahuyentar la vocecita pesimista que quería susurrarle en el oído—. Intenta ser algo positiva.
—Ya, pero aún así no está de mal tener un plan de emergencia—señaló ella, mientras abría los ojos para mirarlo.
—¿Y cuál es? —preguntó Draco con curiosidad.
Dianne también se sentó, con su espalda apoyada en la parte baja de su espalda. Cruzó las piernas, como un indio, haciendo que Hyperion se tumbara en el medio.
—Me iré—soltó Dianne, sin pestañear. Tuvo que pasar saliva, pues aquellas dos palabras le habían consumido más aire de lo que era necesario, como si se tratase de un largo discurso que se había dicho con mucha rapidez y sin pausas. Y es que, sabía que si hacía alguna pausa, se vendría abajo—. Me iré de la mansión, a algún lugar en el que padre no pueda encontrarme.
—¿Te escaparás? —cuestionó Draco, sorprendido.
Dianne asintió con la cabeza.
—Sí, me escaparé—afirmó con convicción—. Quiero que sepas que no te lo digo para que digas que me acompañes o algo por el estilo, porque lo cierto es que no quiero que vengas conmigo. —Pasó saliva antes de seguir—. Si nos vamos los dos, nos encontrarían mucho antes, ¿lo entiendes? Además, eso destrozaría a mamá.
—Hermana...
—Y no olvidemos la parte más obvia de todas—Dianne resopló, con algo de ironía—. Ya sabes... la de que tú eres su favorito.
Draco frunció el ceño.
—Dianne, yo no soy el favorito de nadie.
—Te equivocas, hermanito —rechistó ella, sacudiendo la cabeza, divertida con lo inocente que era a veces su hermano—. Eres el favorito de padre, y no te atrevas a negarlo porque es realmente evidente. Solo tienes que analizar todas sus acciones hacia ti y todas sus acciones hacia mí. Dime, hermano,—Su mirada se ensombreció de forma muy leve, pero lo suficiente como para que su mellizo lo notase al instante—, ¿Cuántos Crucio te lanzó?
Draco se quedó con la boca abierta, al igual que los ojos. Su hermana lo había pillado por completo. Lo había dejado en la casilla perfecta para el Jaque Mate. Solo debía hacer un triste movimiento, uno minúsculo, y la partida estaba terminada.
La respuesta era simple...
—Ninguno—musitó Draco, mientras la realidad lo golpeaba.
—Ahí tienes—canturreó Dianne, mientras estiraba las piernas, colocando a Hyperion en su regazo. El simple hecho de que su hermano se diera cuenta hacía que su realidad doliera menos. Era decir, nunca había necesitado un padre, y siempre había estado bien con ello. No iba a ser diferente—. Tú eres su favorito, porque eres el primogénito y además, el heredero. Ya sabes, el primer varón. Tú eres el que heredará toda la fortuna de la familia. Y por eso te mantiene tan bien.
Draco boqueó, cual pez en el agua, sin saber que decir. Realmente no se había puesto a analizar todo aquello, porque siempre estaba pendiente de su hermana. Siempre estaba pendiente de si se enfrentaba a su padre, que este no se lanzara sobre ella como un poseso.
—Pero a mí también me hizo un acuerdo—señaló Draco lo evidente, con voz débil—, no tiene demasiado sentido si soy su favorito...
—Hermano, ¿no crees que sería demasiado evidente si solo me lo hubiera hecho a mí? —cuestionó Dianne, de forma algo retórica. No dejó que su hermano respondiera, sino que siguió hablando—. Además, padre es de la vieja escuela de los sangre pura. Por supuesto que iba a hacer algo así, aunque fueras tú solo. Es la línea de los Malfoy.
De todos los ancianos puristas, de hecho.
Dianne observó como su hermano apretaba los labios en una línea. Seguramente estaba comenzando a darse cuenta de aspectos que ella llevaba observando desde que tenía uso de razón. Esa era una clara diferencia entre ambos: Dianne era observadora por naturaleza, mientras que a Draco le daba igual todo lo que lo rodeaba.
Aunque algo le decía que, a partir de ese momento, Draco iba a estar más pendiente de su alrededor. Era su corazonada.
—Y juega con cierta ventaja—añadió Dianne ante el silencio de su mellizo, logrando que los ojos grises de su hermano la mirasen, mostrándole que la escuchaba a pesar de estar en silencio—. Tú eres mucho más fácil de dominar que yo. Tú nunca le llevas la contraria, y cuando lo haces, es muy esporádicamente. Sabe que, si quiere, te tiene enroscado en sus dedos, como los hilos de una marioneta. —Frunció el ceño, disgustada. Realmente no le gustaba nada la forma con la que la víbora rubia trataba a su hermano—¿No lo ves, Draco? Hace contigo lo que le da la gana, y no parará si no haces algo.
—¿Y qué quieres que haga? —cuestionó Draco, con voz triste —. Yo no soy como tú, Dianne. No soy tan valiente como lo eres tú...
—La valentía no se nace con ella, se trabaja—replicó Dianne, con voz dura, sobresaltando a su hermano. Su expresión también había cambiado a una seria, con una leve pincelada que le recordaba a la profesora de transformaciones cuando lo regañaba—. Tienes que aprender a forjarla lentamente, como si estuvieras sacándole brillo a una escoba para luego jugar al Quidditch. No naces siendo valiente, Draco, te construyes con todo aquello que vayas superando. Da igual que vayas lento o más rápido; después de todo, esto no es una carrera. —Se quedó mirándolo durante unos segundos, viendo el efecto de sus palabras en él—. Deberías usar todo ese tiempo libre que tienes y en vez de burlarte de los demás, podrías intentar decidir qué es lo que quieres. ¿Quieres seguir haciendo lo que Lucius te diga? ¿O quieres tener tu propia vida?
Draco observó a su hermana algo perplejo, mientras las dos últimas frases revoloteaban en su mente como una bandada de cuervos. Le había dado que pensar, desde luego que sí. Seguramente estaría días, semanas, quizás meses, pensando en una respuesta para ella.
—Tienes menos de tres años,—volvió a hablar Dianne, señalando el reloj de su pared con un gesto de cabeza—, y el reloj no deja de correr en tu contra, hermanito.
*Un minuto de silencio por Robbie Coltrane, que ha sido el mejor Hagrid que la franquicia pudo haber tenido nunca. D. E. P*
¡Hola, hola! ¿Qué tal están? ¡Espero que bien!
Yo estaba bien hasta hace diez minutos, cuando estaba tranquilamente viendo instagram y me apareció la noticia de que Robbie ha muerto. No es que fuera de mis personajes favoritos, pero creo que ha sido un gran Hagrid. No se me ocurre a ningún otro actor que lo pudiera haber hecho mejor que él. Así que por eso le he hecho un pequeño huequito en mi nota, porque Hagrid es un personaje al que le tengo mucho cariño, y su actor siempre me pareció alguien muy entrañable y carismático.
Bueno, dejando los lloros a un lado...
(Claro, como si este capítulo no tuviera posibles lloros)
Okey, tenía en mente dos formas de que Dianne aceptara todo esto. La primera era que pasara de la ira, al llanto (el anterior capítulo) y de eso a la indiferencia. La segunda opción es la que tiene el capítulo, el sentirse dolida y decepcionada. ¿Qué pasó con la primera opción? No me pareció acertada. Me daba la sensación de que no era humana, de que era más propia de una persona sin sentimientos y sin nada dentro. Dianne no es así; ella es humana y siente y padece. A diferencia de lo que se suele pensar de los Malfoy, yo intento hacerlos más humanos. Por esa razón he escogido mostrar a una Dianne más vulnerable (también romper el tópico de que la oc todo lo puede, porque nobody is perfect bae).
Necesitaba un momento de hermanos de Dianne y Draco, lo necesitaba como agua de mayo (perdón, es un dicho de mi país. Se suele usar en contextos del tipo que las lluvias en mayo son muy necesarias para las cosechas, y mayo es un mes ya caluroso. De nada por el apuntamiento). Realmente tengo un trauma con tener un mellizo, i mean, de pequeña quería tener uno, no me preguntéis por qué. Básicamente he reflejado eso en la escena de ellos dos.
Además, como he dicho antes, intento hacerlos más humanos. Por ese mismo motivo, Draco tiene que ser un apoyo. Si fuera un insensible, solamente nos mostraría que quiere ser como su padre, (agh, cada día que pasa le tengo más asco, dios mío). Pero, ¿Qué pasa? Que Draco no quiere ser así. Creo que lo está dejando ver bastante.
Y para qué mentir, a mí me gusta el Draco que estoy construyendo jeje.
Bueno, bueno, ¿Qué os ha parecido el capítulo?
¡Espero que os haya gustado!
Realmente hemos avanzado mucho en lo que sería el libro original, y ni siquiera hemos llegado al capítulo treinta xx. Pero ya os digo que todavía quedan escenas de mi propia cosecha antes de que llegue el clímax final y nos de a todos un infarto. No sé cuantos capítulos tendrá el libro, pero estoy yendo a un buen ritmo de escritura, así que estoy satisfecha jeje.
Nada más por mi parte pero, ¡nos leemos en comentarios!
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|Publicado|: 14/10/2022
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