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xxii. De vuelta en la mansión


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CAPÍTULO VEINTIDÓS
De vuelta en la mansión

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ANNE, TIENES UN ASPECTO realmente horrible.

Daphne golpeó a Theo en la nuca en cuanto el chico hizo aquel comentario, regañándolo por su falta de tacto, pero para su sorpresa, la rubia no dijo nada. Simplemente los miró, sin emoción alguna en su pálido rostro.

Dianne no había podido pegar el ojo hasta que llegó el amanecer; en otras palabras, no había dormido. Al despertarse, se había encontrado con el dormitorio desierto, aunque le dio exactamente igual. Se había vestido con movimientos algo mecánicos y bajado la escalera de caracol hacia la sala común. Allí no había mucha gente, para su propio alivio interno. Theo y Daphne parecían leer algo bastante concentrados; Astoria escribía sus deberes en un pergamino; Blaise miraba como la leña ardía y Draco estaba leyendo una revista de Quiddicht.

—Estaba a punto de ir a buscarte, porque nos tenemos que ir...—la voz de Draco murió lentamente al reparar en el estado de su hermana. Parpadeó varias veces, pensando que era una ilusión de su mente. Pero no lo era—. ¿Qué te ha pasado?

—Nada...—se limitó a decir Dianne, mientras caminaba hacia la chimenea, donde estaba Hyperion estaba tumbado.

—¿Cómo que nada? Hermana, tienes un aspecto realmente horrible, deplorable. ¿Qué ha pasado para que estés...?

—¡He dicho que nada! —bramó la rubia, sobresaltando a todos con su grito. Se lamió los labios antes de repetir, ahora en todo más bajo—: Nada, no me pasa nada.

Todos los pares de ojos estaban sobre ella, y podían notar que estaba mintiendo de forma bastante intensa. Las enormes bolsas debajo de sus ojos delataban que se había pasado la noche en vela, sin ser capaz de pegar ojo. Era evidente que algo la había estado atormentando durante horas.

Dianne casi agradecía irse a la mansión, puesto que el encontrarse con el Trío de Oro solo le daban ganas de vomitar. Ahora, más que nunca, no tenía ganas de enfrentarse a la mirada mar de Harry. Por mucho que hubiera avanzado tantísimo su relación... no podía soportar aquel giro. No podía y no quería.

Se despidió de sus amigos con un simple movimiento de mano, quienes todavía parecían preocupados por ella, y siguió a su hermano hacia la estación de Hogsmeade. Unos pocos estudiantes, como ellos mismos, volvían a casa por Navidad. Caminando a su lado, Hyperion bufaba por lo bajo, como si no le hiciera gracia tener que dejar Hogwarts. Y eso le arrancó una minúscula sonrisa a Dianne, puesto que a ella, en parte, tampoco le hacía gracia. Pasar tiempo con la víbora que tenía como padre nunca entraba en sus planes.

A su lado, Draco la vigilaba por el rabillo del ojo mientras esperaban el tren. Había notado a su hermana algo decaída, y se preguntaba si tenía que ver con algo de Sirius. Normalmente, la fortaleza de su hermanita flaqueaba cuando alguien insultaba a cualquiera de su familia que ella pensaba que valía la pena. En cierto modo, esperaba que fuera por eso, y no que tuviera algo que ver con cierto azabache de ojos claros, porque entonces no prometía responder bien.

—¿No quieres hablar? —cuestionó Draco, una vez estuvieron dentro del compartimento del expreso.

Dianne apreció la preocupación de su hermano, pero simplemente negó.

—No te lo tomes a mal, hermano, pero solo quiero dormir—respondió, mientras se frotaba un ojo con el dorso de la mano, luciendo extrañamente adorable a ojos de su mellizo—. No he dormido demasiado bien, como puedes comprobar.

Draco asintió, tomando a su hermana de un brazo. Tiró suavemente de ella, ignorando la mirada confundida que recibió, hasta que quedó con la cabeza en su regazo. De forma casi inmediata, las manos del platinado mayor fueron al pelo de su hermana pequeña, comenzando a dar suaves caricias en el cuero cabelludo. Observó, lentamente, como una minúscula sonrisa se formaba en los labios de su hermana.

—Duerme, hermanita—le susurró Draco, mientras Hyperion subía al asiento y se acomodaba cerca de la rubia para darle algo más de calor —, yo velaré por tus sueños.

Dianne dejó que el cansancio que tenía encima la consumiera, además de que las caricias que su hermano le daba en el pelo acababan por darle sueño. Por primera vez en semanas, durmió sin tener ninguna pesadilla ni cualquier otro detalle que la hiciera despertarse de golpe. Simplemente durmió, sumida en aquella tranquila oscuridad, mientras todavía notaba el cariño que su hermano le daba para que fuera capaz de descansar algo.

En su inconsciencia, el mundo de los sueños, la mente de Dianne reservó un espacio de tiempo para pensar en lo ocurrido en las Tres Escobas, y fuera del bar. Tenía la mente dividida entre que hacer. Las palabras de Harry y su expresión dolida no dejaban de pasar por delante de sus ojos, haciendo que quisiera echarse a llorar como un bebé. Siempre que las recordaba, se le formaba un nudo en la garganta, se le comprimía el pecho y deseaba desparecer de la faz de la tierra.

¿Cómo podía ella negar que todo aquello no era una invención para el supuesto plan de Sirius? Su familia no tenía buena reputación y era plenamente consciente de ello. Entonces, ¿cómo podía demostrarle a Harry que ella jamás lo vendería como si fuera una res al matadero? ¿Qué tenía que hacer para que él la creyese? ¿Para que confiase en que ella no era como los demás Black? Que ella no era... mala.

Dianne no sabía la respuesta, y quizás eso era lo que más le dolía. ¿De qué le valía ser tan inteligente si no podía dar con una solución para aquel problema de dimensiones tan enormes? ¿Acaso su destino era romperse en mil pedazos, por el simple hecho de estar maldita? Sí, seguramente era eso. Las personas malditas no tenían derecho a ser feliz.

Pero Dianne tenía algo muy claro. Daba igual que estuviera dormida o despierta, aquel pensamiento estaba flotando en su mente como si estuviera siendo arrullado por una nana. No quería perder a Harry por nada del mundo, no cuando él había visto en ella lo que nadie más era capaz. No cuando él la hacía pensar en positivo, más que en toda su vida junta. 

Quizás aquel bache era lo que necesitaban para afianzarla más. Era una prueba del destino para que ambos se volvieran más fuertes, para que confiaran el uno en el otro con más intensidad. O, al menos, eso era lo que ella pensaba.

—Hermanita, despierta. Ya hemos llegado—la arrulló la voz de Draco, sacándola de su espiral de pensamientos y recuerdos en la semiconsciencia que suponía el mundo de los sueños.

Dianne apretó los párpados antes de abrir los ojos. La claridad del expreso la hizo entrecerrar los ojos con algo de malestar, luego de haber estado con ellos cerrados. Pestañeó varias veces, haciendo que la imagen que veía se volviera más nítida. Su hermano, con el pelo colgándole a los lados de la cara, la observaba con una pequeña sonrisa dibujada en sus pálidas facciones.

—¿Ya hemos llegado? —cuestionó Dianne, con voz somnolienta.

—Casi, quedan cinco minutos, a lo sumo—respondió Draco, luego de echar un rápido vistazo por la ventana.

—¿Me has dejado dormir todo el camino? —volvió a preguntar Dianne, ahora sonando más despierta, y también algo sorprendida —. ¡Draco! ¡Has tenido que aburrirte mucho! —se levantó con cuidado, pues había notado el peso de Hyperion en su estómago—. Deberías haberme despertado—lo regañó, poniendo mala cara.

Draco sacudió la cabeza de forma negativa.

—Estabas agotada, hermana—replicó, mientras se llevaba una mano al cuello y lo masajeaba—. Necesitabas dormir y no me apetecía despertarte. Parecías tan tranquila, ya sabes, nada que ver con cuando estás despierta.

—Muy gracioso—refunfuñó ella, mientras Draco rodeaba sus hombros con un brazo y la pegaba a él—. De todas maneras, debes de haberte aburrido mucho.

—No, no creas. —El platinado mayor le restó importancia, encogiéndose de hombros—. Me ha dado tiempo a dormir un poco, también. Luego he estado escuchando como hablaban en sueños.

Dianne casi palideció.

¿Qué hablaba en sueños?

—¿Y... qué he dicho?

—No te entendí demasiado—admitió Draco, riendo levemente ante el claro horror de su hermana—. Pero durante la última hora, no has dejado de repetir la misma frase una y otra vez. Me dije que, cuando despertaras, te preguntaría que significa. —Se aclaró la garganta, para luego recitar—: Seguiremos contando estrellas hasta el próximo amanecer.

Dianne sonrió, aliviada.

Al menos no era algo sobre lo que pasó en las Tres Escobas, pensó, realmente aliviada.

—Según me dijo el tío, es la forma en la que los Black se despiden unos de otros—le explicó a su hermano, mientras acariciaba el suave y mullido pelaje de Hyperion, quien ronroneaba a gusto—. La inventaron tía Andy, mamá, él y tío Reg con ocho años, más o menos. Me dijo que, como somos la siguiente generación de Black, deberíamos saberlo también. Ya sabes tú, Dora y yo.

—Es algo triste que solo seamos tres—suspiró Draco, mientras sus ojos grisáceos brillaban con algo cercano a la melancolía—, y que ni siquiera nos llevemos del todo bien.

Draco...

—Tía Andy siempre me pregunta por ti—le susurró Dianne, logrando que su hermano abriera los ojos más de la cuenta. Parecía realmente sorprendido—. Realmente se preocupa por ti, aunque no lo creas.

Draco sonrió levemente, asintiendo de forma distraída. Aquello hizo que ella se preguntara que podría estar pensando exactamente como para sonreír de aquella manera.

Cuando quisieron darse cuenta, estaban bajando del expreso de Hogwarts en el andén 9 ¾ de la estación King Cross de Londres. La ventaja era que no tenían que esquivar a tantas personas yendo y viniendo en comparación con el inicio del curso, cuando era necesario tener estudios avanzados para no llevarse a nadie por delante. Para mejorar su humor, su padre no había ido a buscarlos, sino que había mandado a uno de los elfos domésticos de la familia. Ninguno de los dos hermanos hizo ningún comentario, mientras lo seguían hacia la línea de polvos lux más cercana.

Genial, polvos lux, pensó Draco, con malas pulgas. Lo que me faltaba ahora es mancharme el traje...

A Draco no le gusta este método, pensó Dianne, mientras lo miraba de reojo. Pero es mejor que ir con padre en el carro....

Aparecieron en la chimenea del gran salón de la mansión, y Dianne se sacudió la túnica con algo de malestar. A su lado, Draco parecía algo indignado por tener que usar aquella red, pero no dijo nada. Además, este había notado la mejoría en las facciones de su hermana, como si aquella siesta le hubiera sentado genial. Eso lo alegraba, por supuesto. Siempre iba a estar preocupado por la felicidad de su hermana pequeña. Era totalmente incontrolable para él y su instinto de hermano mayor.

Dos minutos después, el sonido de unos tacones llenó el silencio que se había formado. La figura de Narcissa apareció por la enorme puerta del salón, vistiendo uno de sus vestidos negros favoritas. Sus labios se movieron, formando una alegre sonrisa, en cuanto su mirada dio con sus hijos. Se acercó rápidamente a ellos, y se sorprendió cuando la menor de los hermanos se lanzó a abrazarla con fuerza. Intercambió una mirada con su hijo mayor, quien se encogió de hombros, como si no tuviera ni idea.

Narcissa abrazó la figura de Dianne, besando suavemente su coronilla y murmurando un <<Bienvenida a casa, cariño>>, que logró enternecer a la niña. Dianne abrazó a su madre, disfrutando del calor corporal que la rodeaba, como si fuera una niñita pequeña que necesitaba a su mamá luego de caerse en el patio del recreo. Rompieron el abrazo unos cuantos segundos después, para luego repetir la misma acción con el hermano mayor, quien era mucho menos partidario de aquellas muestras de afecto. Pese a eso, Draco y Dianne siempre necesitaban un abrazo de su madre, o eso era lo que ambos hermanos siempre pensaban.

—Me estaba preocupando por que no llegarais—comentó Narcissa, observando a ambos, todavía sin borrar su alegre sonrisa de su rostro. Siempre estaba encantada de tener a sus pequeños de vuelta en casa—. Vuestras cosas llegaron cinco minutos antes, incluso la jaula de Dark.

—Ya sabes lo que pasa con la red de polvos lux, mamá—le recordó Dianne, con suavidad, ignorando la vigilancia de su hermano sobre ella. Aunque apreciaba su preocupación por su estado, se esforzó por aparentar que todo estaba bien—. A veces es rápida, y otras es un poco más lenta.

Draco asintió con la cabeza, como apoyando la afirmación de su hermana.

—Supongo que vuestro padre os ha dicho que este año no tendremos baile de Navidad—comentó Narcissa, colocando sus brazos en jarra.

—Sí, y es extraño—opinó Draco, frunciendo el ceño con aire desconfiado. Aquello no le transmitía buenas vibraciones —. ¿A qué se debe ese cambio de planes en una tradición tan antigua?

—Ojalá lo supiera, cariño, ojalá lo supiera...—suspiró la adulta, negando con la cabeza. Su sonrisa alegre decayó, volviéndose una triste al ver como la preocupación invadía a sus hijos—. A mí me extrañó tanto como a vosotros, pero fue cosa de vuestro padre. Dijo que prefería tener una cena con alguien importante, en vez de un baile lleno de gente, la cual la mitad viene por compromiso.

—¿A quien se refiere con alguien importante? —cuestionó Dianne, desconfiando profundamente de aquellas palabras.

Viniendo de su padre, se esperaba cualquier cosa.

—Tampoco lo sé—respondió Narcissa, en el fondo irritada consigo misma por no haber sido capaz de sonsacarle nada a su marido—. Sólo me ha dicho que todos debemos vestirnos de forma elegante, para causar una buena impresión. Ya sabéis que, a veces, vuestro padre no es muy comunicativo que digamos...

—¿A veces? —cuestionaron los hermanos a la vez.

Draco y Dianne intercambiaron una mirada.

En algunas ocasiones, hablaban a la vez casi sin darse cuenta. No lo hacían a propósito, sino que simplemente ocurría. Era como si sus cerebros entraran en la misma onda al mismo tiempo, y en ese momento, estuvieran pensando lo mismo. Sin embargo, disfrutaban de las muecas de los demás cuando hablaban al mismo tiempo y con tonos parecidos.

—Por cierto, cariño—habló Narcissa en dirección a Dianne, logrando que sus ojos verdes grisáceos se fijaran en ella de nuevo—, llegó un regalo por adelantado para ti. No tengo ni idea de lo que es, simplemente les dije a los elfos que lo subieran a tu habitación.

—¿Un regalo por adelantado? —preguntó ella, con curiosidad.

—Tengo la impresión de que es más de una cosa, por la forma en la que está envuelta, pero no me hagas demasiado caso—le comentó Narcissa, ocultando una pequeña sonrisita—. Puedes abrirlo ahora o esperar a Navidad, como tú quieras.

Dianne asintió, preguntándose que podría ser y quien podría habérselo enviado.

¿No habrá sido...?, pensó, para luego negarlo. No, es imposible.

—Por cierto, mamá—intervino Draco, con tono casual, aunque vigilaba por el rabillo del ojo a su hermana—, ¿sabemos algo nuevo del caso del Ministerio de Magia?

Claramente estaba hablando del caso de Hagrid y Buckbeak, y por ese mismo motivo, Dianne le mandó una mirada de advertencia. En verdad, estaba nerviosa. Ni uno ni otro tenía la culpa, puesto que esta había sido solamente de su hermano.

—Han aceptado la garantía de que el profesor no tuvo la culpa—les informó Narcissa, adoptando una pose más seria que antes—. Pero el hipogrifo... bueno, digamos que el caso ha sido transferido a la Comisión de Criaturas Peligrosas. Tendrán una vista sobre el 20 de abril, según tengo entendido.

Ambos hermanos abrieron la boca de par en par, sorprendidos. Aunque cada uno lo hacía por un motivo diferente.

—¿Nosotros estaremos en la vista? —cuestionó Dianne, luego de apretar los labios en una tensa línea.

—No, solo vuestro padre.

Dianne frunció el ceño con molestia.

—Es injusto, realmente injusto. Ni Hagrid ni Buckbeak tienen ninguna clase de peligro. Es más, creo que Buckbeak es uno de los hipogrifos más tranquilos que he observado en mi vida—soltó, casi sin respirar ni pestañear. Dianne apuntó a su hermano con un dedo cuando este hizo amago de hablar —. Ni se te ocurra, Draco Lucius, porque te juro que te golpeo en toda la cara. Sabes que si hubieras mantenido tu bocaza cerrada, nada habría pasado. ¡Te advertí antes de que empezara el curso! Pero claro, como siempre, haces lo que te da la real gana.

—Pero...

—Cállate, Draco, haz el favor—lo interrumpió Dianne, algo irritada. Quizás demasiado, para el gusto de su hermano mayor—. Nada de lo que vayas a decir va a cambiar algo. El Ministerio está en marcha, y creo que todos sabemos lo que acabará sucediendo...

Narcissa había estado observando la escena en silencio. Estiró una mano y le tendió un papel a Dianne, quien lo observó con una ceja arqueada, en una pregunta muda.

—Es la dirección de los Scamander—le aclaró la adulta—. Fudge me miró como si estuviera completamente loca cuando se lo pedí, pero sabía perfectamente que ibas a reaccionar así.

Dianne observó aquella dirección con los ojos brillando con emoción.

—¿Crees que me responderán? —preguntó, sonando emocionada.

—Bueno, tu tío abuelo Orión tuvo el placer de conocer a Newton—admitió Narcissa, riendo levemente ante la forma en la que su hija la estaba mirando—. Estoy segura de que te responderá. Además, dudo que no sepa del caso.

Dianne atrapó el papel, observándolo como si fuera a enmarcarlo y colgarlo en una pared. Draco se tragó una risa, puesto que temía que cualquier sonido que saliera de él le costase un golpe de su hermana.

—Iré a escribirle ahora mismo—informó Dianne, con sus niveles de energía subiendo como la espuma.

Casi sin darles tiempo a sus familiares a responder, salió disparada por la puerta del salón, siendo seguida por Hyperion. Sin importarle que pudiera cruzarse con la víbora rubia que tenía como padre, subió las escaleras de dos en dos, incapaz de controlar su emoción por hablar con Newton Scamander, su ídolo desde hacía años. Recorrió el pasillo en apenas unos segundos y se metió en su habitación. Lanzó un par de hechizos, mientras Hyperion se subía a la cama y Dark los observaba con la cabeza ladeada.

Dianne se sentó en su escritorio, para luego rebuscar entre los cajones algún trozo de pergamino. Casi chilló cuando encontró uno, mordiéndose el labio para no parecer estúpida. Cogió pluma y tintero, mientras pensaba detenidamente en qué palabras escribir exactamente en la carta. No iba dirigida a cualquier persona, sino a alguien realmente importante en lo referente a Criaturas Mágicas. Debía causar buena impresión, en contraposición con la posible reacción que sus apellidos podrían causar.

Unos minutos después, el silencio de su habitación se vio roto por el rasgueo de la pluma contra la superficie del pergamino. Con cada palabra que escribía, su sonrisa se volvía un poco más grande. Comenzó a mover la pierna derecha de forma nerviosa, casi sin darse cuenta, mientras se esforzaba en hacer su letra impecable. No era que tuviera mala caligrafía, pero quería que se entendiera bien el mensaje y que quedara elegante. Se tomó más tiempo del necesario en dibujar cada letra y símbolo con cuidado. Una vez finalizado, tomó el pergamino por ambos lados y lo observó, su sonrisa amenazando con ampliarse más.

Lo dobló con cuidado y lo metió en un bonito sobre. Selló la carta y escribió las direcciones correspondientes en cada lado del sobre. Casi podía escucharse el corazón latiendo con fuerza, fruto de la emoción, cuando se levantó de la silla. Se giró hacia Dark, quien llevaba todo el tiempo observándola con la cabeza ladeada hacia un lado, como si tuviera curiosidad por saber que era lo que estaba haciendo. Silbó y eso causó que la lechuza volara hacia ella.

—Escucha, Dark, vas a hacer un viaje muy importante, quizás el más importante que hayas hecho nunca—informó a su ave, mientras acariciaba suavemente su cabeza parda—
. Pase lo que pase, debes asegurarte de que esta carta llegue a su destino. Es para nada más y nada menos que Newton Scamander. —Le pareció que ambos animales abrían los ojos más de la cuenta, pero se dijo que eran imaginaciones suyas—. Los Scamander tienen muchas criaturas increíbles en los jardines de su hogar, así que ten mucho cuidado, ¿vale? No quiero que nada malo te pase.

Dark pio varias veces, asintiendo con la cabeza, como si hubiera captado cada palabra que su dueña le había dicho. Agarró con el pico la carta que Dianne le tendía, para luego frotar su cabeza contra una de las mejillas de la niña. Luego, estiró las alas y elevó el vuelo, saliendo por una de las ventanas abiertas de la habitación.

Dianne soltó un largo suspiro, mientras se sentaba en la cama. Hyperion se subió a su regazo, maullando y frotando su grisácea cabeza contra el pecho de su dueña. Esta lo acarició, causando que el felino comenzara a ronronear de forma suave, logrando una pequeña sonrisa en las facciones de la niña.

—Espero que los Scamander puedan hacer algo—murmuró, como si su gato pudiera entender de lo que hablaba—. Ellos son muy respetados entre la comunidad mágica, y estoy segura de que podrían convencer a Fudge de que Buckebeak no es una amenaza para nadie.

Hyperion maulló, como si le estuviera respondiendo, mientras seguía frotándose contra ella.

—Sí—murmuró Dianne, como si fuera una hipotética conversación con su mascota—. Yo también espero que esto acabe bien...

Y en verdad no mentía, pues era lo que realmente deseaba con bastantes fuerzas. Porque en verdad esperaba poder salvar la vida de una criatura inocente.





















































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Las vacaciones de Navidad fueron mucho más llevaderas de lo que Dianne habría podido pensar en un principio. No había ni rastro de Lucius por ninguna parte en toda la mansión, algo que sin duda ayudaba a mejorar bastante su humor. Y, luego de lo que había pasado en tan poco tiempo, realmente lo necesitaba.

La mayoría de su tiempo lo invertía en estar con su madre, ayudándola en lo que fuera que necesitara. Realmente le gustaba cuidar a las plantas del invernadero, mientras Narcissa le contaba trucos para ser mucho mejor en pociones, por que sí, ella había sido de las mejores de su año en dicha asignatura. En verdad, cualquier actividad con su madre era realmente enriquecedora, pues en ese momento ambas se olvidaban de sus papeles y se limitaban a ser una madre y su hija pasando tiempo juntas.

Cuando quisieron darse cuenta, había llegado el día de Navidad, y los tres se preguntaban con quien tendría aquella cena. Que Lucius no hubiera estado en todos aquellos días, significaba que no habían podido hacerle preguntas para conseguir algo de información. Ese detalle los tenía algo inquietos, pues se esperaban cualquier cosa. De hecho, una parte de sus cabezas llegaban a pensar que Lucius era capaz de haber invitado al Ministro de Magia, solo para lamerle las botas al Ministerio. Y, seguramente, para persuadirlo de que el caso del hipogrifo solo se resolviera de una forma.

Hablando del caso de Buckbeak, Dianne había conseguido una primera respuesta de los Scamander. Por poco se había puesto a gritar de la emoción cuando Dark regresó con aquel sobre en el pico. Estuvo a punto de sufrir varios colapsos por la emoción, y pese a eso, había sido capaz de abrir el pergamino y leer la carta. La pulcra letra de Newton Scamander, dirigida a su persona, había hecho que le dieran vueltas la cabeza como si estuviera encima de un dragón. Además, recordaba cada palabra de aquella carta perfectamente.

Estimada Dianne,

Es un verdadero placer conocerte, aunque sea mediante pergamino y tinta sigue siendo un honor. Me alagan las palabras que me has dedicado en tu carta, y me alegra mucho que mis libros te hayan gustado tanto como has asegurado. En lo referido a eso, estaré encantado de mandarte una copia firmada de mi último libro, pues no todos los días uno se entera de que sigue teniendo admiradores entre los jóvenes magos.

Con respecto al caso del hipogrifo de Hogwarts, te confirmo que algo había llegado a mis oídos. Te confieso que, al principio, pensé que quien me lo había contado me estaba tomando el pelo por completo. Creo que sabes tan bien como yo, Dianne, que es muy fácil tratar con un hipogrifo cuando sabes como pueden reaccionar. Me sorprende que haya jóvenes que no sepan que no debe faltar al respecto a una criatura, por muy extraña o excéntrica que pueda llegar a parecer. Me sorprende que, además, haya venido por parte de alguien tan cercano a ti. Y sí, también ha llegado a mis oídos la forma en al que defendiste al bonito ejemplar. Como tú dices, es realmente bonito. Te agradezco que me hayas mandado una fotografía de él.

Te aseguro, mi querida Dianne, que haré todo lo que esté en mi mano para ayudar en el caso. Tengo mucha experiencia con hipogrifos, y sé que son criaturas de lo más nobles. Tanto mi mujer como yo iremos a la vista y defenderemos a la criatura con todo lo que tenemos. Espero que esto te deje más tranquila, puesto que estoy seguro de que sabes que yo nunca me rindo cuando se trata de una criatura mágica.

Espero que la próxima vez que me ponga en contacto contigo, sea para decirte las buenas nuevas sobre el hipogrifo. De la misma forma, te invito a que vengas a mi humilde hogar a conocer a todas mis criaturas cuando tú desees. Estoy segura de que todas estarán encantadas de conocer a una joven maga tan prometedora como tú. Confieso que te he investigado cuando recibí tu carta, y estoy gratamente sorprendido con todo lo que eres capaz de hacer.

Sigue siendo especial como sé que eres, Dianne. Y nunca olvides que, al final, las peores criaturas de todas, somos los humanos.

Sinceramente a tu disposición,

Newton Scamander.


Dianne recordaba cada palabra de aquella carta por razones muy evidentes. Las frases que Newt Scamander le había dedicado la habían llenado de una felicidad que nunca había experimentado. Aquel hombre tan increíble, la había llamado especial, y eso la había hecho verdaderamente feliz. Por increíble que pareciera, aquellos halagos la habían animado a seguir con sus metas. No iba a dejar que su apellido o su padre la condicionaran.

La invitación a visitar el hogar de los Scamander la había pillado por sorpresa. Se había quedado de piedra, leyendo la frase tantas veces que le pareció que le explotaba el cerebro. ¡Newt Scamander la había invitado a su casa! ¡A conocer a todas sus criaturas! ¿Podía haber algo más increíble que aquello? Evidentemente no, y estaba realmente ansiosa. No sabía si sería correcto ir en aquellas fechas, pero ardía en deseos de ir y ver todas las hermosas criaturas que tendrían.

Dianne no podía dejar de leer la carta cada vez que estaba en su habitación. Una parte de su mente no podía procesar que realmente había tenido un intercambio de cartas con aquel hombre tan increíble. No solo eso, había conseguido su apoyo para el caso de Buckbeak. Estaba segura de que el Trío de Oro y Hagrid se iban a volver locos cuando se lo contara. Aunque no sabía cómo hablar del tema sin parecer una lunática hablando de su héroe. Porque eso era lo que el señor Scamander significaba para Dianne, era su héroe. Por la simple razón de que él siempre buscaba la belleza en todo aquello que veía, y defendía hasta lo indefendible.

—¿Esa es la respuesta de Newt? —cuestionó Narcissa, en la puerta de la habitación.

Dianne alzó la mirada del pergamino que había leído incontables veces, y le dedicó una radiante sonrisa a su madre. Sabía que aquella era la respuesta que ella necesitaba para confirmarlo.

Narcissa entró en la habitación, cerrando la puerta detrás de su espalda, y cruzó la estancia. Se sentó al lado de su hija en la cama, quien le tendió el pergamino. Mientras su madre leía, Dianne la observó, con algo de impaciencia. Se mordió el labio inferior con los incisivos, mientras veía como los ojos de su madre se movía por la pulcra letra del hombre.

—Confiaba en que Newt te respondiera esto—admitió Narcissa, a la par que alzaba la mirada para clavarla en su hija—. Orión siempre dijo que era un hombre realmente excepcional, aunque poca gente pudiera llegar a apreciarlo. Ahora la cuestión es, —sonrió levemente—, ¿Cuándo quieres ir a su casa?

—¿De verdad puedo ir? —cuestionó Dianne, con los ojos abiertos más de la cuenta.

—Bueno, ellos te han invitado, así que se supone que sí—respondió Narcissa, mientras soltaba una tenue risa—. Creo que eres suficientemente mayor y responsable como para ir a la casa de los Scamander. Te conozco tan bien como para saber que estarías temblando de la emoción y no te atreverías ni a tocar una puerta.

Las mejillas de Dianne se pusieron algo rojas, puesto que la adulta tenía razón. Estaría tan nerviosa por conocerlos en persona que no sería capaz de tocar a la puerta para que le abrieran.

—Le escribiré a los Scamander para preguntarles si podrías ir antes de volver a Hogwarts—comentó Narcissa, sacando a la niña de sus pensamientos—. ¿Qué opinas, Dark? ¿Harás eso por tu dueña?

La lechuza pio alegremente, asintiendo con la cabeza repetidas veces.

—¿Enserio, mamá?

—Bueno, estoy segura de que la cena que tu padre ha planeado no será demasiado de nuestro agrado, y quiero que vuelvas a Hogwarts de buen humor—comentó Narcissa, mientras acariciaba con cariño una de las rosadas mejillas de su hija, todavía sonrojada—. Así que, iré a escribirles ahora mismo. Esta carta tendrá que llegar rápidamente si queremos que vayas antes de volver.

Dianne sonrió ampliamente, tanto que pensó que se le romperían los músculos de la cara. Abrazó a su madre con fuerza, mientras esta se reía levemente, a la par que le acariciaba la espalda. Rompieron el abrazo segundos después, y Narcissa se puso de pie.

—Por cierto, mamá—habló Dianne, luego de pensarlo durante unos segundos—, padre no ha dicho nada de que debemos llevar puesto.

—Oh, simplemente tenemos que estar elegantes—dijo Narcissa, mientras se encogía de hombros—. Puedes ponerte ese vestido negro que tienes en el fondo del armario. Ese que es tan bonito, ¿no te parece?

—¿El que era de tía Andy? —cuestionó Dianne, sorprendida.

Narcissa se limitó a guiñarle un ojo de forma cómplice para luego abandonar la habitación. Dark voló hasta Dianne, frotando la cabeza contra una de las mejillas de su dueña, como hacía cada vez que se iba. Luego, voló detrás de la matriarca, puesto que había entendido que debía llevar la carta a los Scamander aquella misma tarde.

—¿Has oído, Hyperion? —cuestionó con emoción, mientras tocaba la nariz del felino con la suya. haciendo que el animal ronroneara—. La casa de los Scamander, ¡La casa de los Scamander!

Hyperion maulló varias veces, moviendo la cola levemente, como si también estuviera contento.

Dianne soltó una aniñada risita, mientras se dejaba caer contra la cama. Rodó sobre el colchón varias veces, emocionada, sin poder contener su risita. La mirada azul de Hyperion la siguió todo el tiempo, como si la estuviera vigilando o algo por el estilo. Cuando dejó de moverse, el gato se levantó para simplemente dejarse caer a su lado.

—Parece que, entre toda la mugre de este año, habrá un poco de luz—murmuró Dianne, cerrando los ojos —. Es un verdadero alivio.

Hyperion maulló de nuevo, causándole una risita.

Dianne abrió los ojos para mirar al gato. El siamés la miraba fijamente, con sus enormes ojos azules clavados en ella. Estiró la mano y acarició suavemente la cabeza del felino, haciendo que este entrecerrara levemente sus ojos azules, ronroneando levemente.

—A veces me da la sensación de que vas a hablar—comentó Dianne, de forma distraída —. Pero es imposible que lo hagas, porque eres un gato, ¿no?

Hyperion soltó un breve maullido, mirándola.

Unos instantes después, la puerta de su habitación volvió a abrirse, solo que esta vez era otra persona distinta. Draco cerró la puerta detrás de su espalda y caminó por la habitación de su hermana, dándose cuenta de que Dark no estaba en su percha. Sin embargo, no hizo ningún comentario al respecto, puesto que sabía que aquel curso ya había sacado a su hermana suficientemente de quicio. Y estaba seguro de que seguiría haciéndolo, porque era así de imbécil.

—¿Qué ocurre, hermanito? —cuestionó Dianne, al darse cuenta de la mueca de su hermano—. ¿Te pasa algo?

Draco sacudió la cabeza, mientras se sentaba al lado de su hermana en la cama.

—No, solo he estado pensando en algo...— Draco frunció el ceño, pensativamente—. Es extraño que padre no nos haya dicho nada de la cena. Es decir, ni tenemos remota idea de quien va a venir a cenar a nuestra casa.

Dianne había notado como su hermano había recalcado el "nuestra", y aquello casi la hizo sonreír. Porque sí, por mucho que la gente se empeñara en llamarle "Mansión Malfoy", no era cierto. Aquella mansión era de los Black, y Lucius simplemente podía vivir allí por estar casado con Narcissa. Solo los herederos de los Black, aquellos que tenían la sangre de dicha familia corriendo por sus venas, tenían el permiso de vivir allí sin que las defensas de la casa los atacaran.

—Ya sabes como es—murmuró Dianne, observando a su hermano —. No le gusta dar demasiada información... Creía que quince años te habían servido para entenderlo.

—Ya, bueno, pero no estaría de más que nos dijera algo del tema. —refunfuñó el chico, luego de chasquear la lengua—. Luego seguro que nos manda miradas serias para que nos comportemos frente al invitado. Pero, ¡oh! ¡sorpresa!, creo que a veces uno no puede controlar sus expresiones si no se esperaba que determinada persona esté sentada comiendo en su casa.

—Como sea Fudge, me provoco el vómito—señaló Dianne, poniendo mala cara—. Sé como hacerlo, y me da igual que luego me chille. No es como si supiera hablarme de otra forma.

—Hermana...

—Ya te he dicho que cada vez me hace menos daño, hermanito, deja de poner esa cara—lo interrumpió ella, con voz cansada—. Puede ponerse como le de la gana, y usar el hechizo que mejor le parezca, uno al final acaba acostumbrándose al dolor.

Draco suspiró, pero no objetó nada. Sabía que su hermana parecía realmente segura de lo que decía y que, por tanto, no habría nada que él pudiera decirle que la sacara de aquella senda que había marcado.

—Por cierto, ¿sabes algo de qué deberíamos llevar a la cena? —cuestionó Draco, luego de unos segundos en silencio.

—Mamá me dijo que debíamos ir elegantes. Lejos de eso, ella tampoco sabía nada—respondió Dianne, tras haber soltado un suspiro—.¿Recuerdas el traje que llevabas cuando vinieron nuestras primas de Francia? —observó como su hermano asentía con la cabeza—. Podrías ponértelo. Me gusta ese traje.

Draco observó a su hermana con una pequeña sonrisa en los labios.

—Está bien—aceptó, para sorpresa de ambos—. Me lo pondré solo porque a ti te gusta.

Dianne le sonrió a su hermano de forma brillante, logrando que este sintiera su pecho cálido. Pocas veces podía ver a su hermanita sonriendo de aquella manera, y se decía que debía de intentar provocar aquellos gestos en ella mucho más de lo que lo hacía.

Después de todo, su hermana pequeña tenía el nombre de una estrella que brillaba con fuerza en el firmamento. Era realmente inevitable que ella también brillara, aun cuando las nubes querían opacar todo su brillo. Y es que, ninguna estrella pide permiso a nadie ni a nada para brillar.














































































¡Hola, hola! ¿Qué tal están? ¡Espero que bien!

Bueno, bueno, bueno, creo que después del drama del capítulo anterior, tanto Dianne como nosotros necesitábamos algo de calma, ¿no es cierto? Y eso he pretendido con este capítulo, un poco de calmita en este libro tan lleno de drama por todos los lados. Me salgo un poco del canon para que Dianne pueda tener sus propias escenas. Básicamente alejarme un poco de lo que pueda ser convencional.

Tengo que admitir que me gusta mucho escribir escenas de Dianne con su hermano y con Narcissa. En el canon, ambos personajes dejan mucho que desear, así que intento darles una pincelada mucho mejor. Para mí, Draco es un personaje gris, y quiero aprovechar eso para darle mi propio toque. Además, Narcissa merece sus momentos por ser la madre de Dianne. Y como realmente en el canon no tiene demasiado que hacer, pues ya me encargo yo. 

He decidido meter a los Scamander por el medio para darle más miga al asunto. Creo que es algo que se podría haber usado en la saga original, aunque luego no pudieran aparecer porque son mayores o están ocupados con sus criaturas. De todas maneras, todavía no tengo claro si van a aparecer físicamente, pues no encuentro ningunos actores que puedan parecerse a los de Animales fantásticos. (Acepto sugerencias).

Originalmente este libro no iba a tener muchos capítulos fuera del canon, pero como soy un poco indecisa, he cambiado de opinión en el último momento. Considero que Dianne necesita sus propios momentos lejos del Trío de Oro. Y aún más si tenemos en cuenta todo lo que ha pasado en el capítulo veintiuno. Ya veremos que pasará cuando vuelva a Hogwarts.

Bueno, ¿Qué os ha parecido?

¡Espero que os haya gustado!

Tengo una pregunta un poco extraña, pero bueno. Como en octubre va a salir uno nuevo disco de nuestra reina Taylor Swift me preguntaba... ¿Qué canción o canciones de ella os recuerdan a Dianne? ¡Os estaré leyendo jeje!

Nada más por mi parte pero, ¡nos leemos en comentarios!

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|Publicado|: 30/09/2022

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