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viii. La clase de Adivinación


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CAPÍTULO OCHO 

La clase de Adivinación

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DIANNE  Y EL RESTO DE SUS compañeros de Slytherin se dirigían a la torre norte para su clase de Adivinación, luego de haber tomado el desayuno del Gran Comedor y haber escuchado a Draco montándose películas sobre cómo había podido ser el desmayo de Harry Potter frente a los dementores. Lo cierto era que los dos años que llevaban en Hogwarts no les había bastado para conocer todo el castillo, y ni siquiera habían estado nunca en el interior de la torre norte.

—¿Es que no hay un maldito atajo? —se quejó Blaise, jadeando, mientras ascendían la séptima larga escalera y salían a un rellano que veían por primera vez, y donde lo único que había era un cuadro grande que representaban únicamente un campo de hierba—. Este castillo es peor que un laberinto.

—No seas dramático, Blaise—lo regañó Dianne, aunque se le escapó una sonrisa burlona.

—Me parece que es por aquí—dijo Daphne, echando un vistazo al corredor desierto que había la derecha.

—Imposible—replicó Draco, irritado —. Eso es el sur.

<<Estos dos...>>, pensó Dianne.

Dianne contuvo un bufido mientras guiaba sus pies hacia el lado izquierdo. Ascendieron escalones, casi preguntándose quien demonios había decidido poner la clase en el quinto pino de la escuela. Seguramente no tendría que estar corriendo de un lado para otro como ellos. Subieron los escalones que quedaban y salieron a un rellano diminuto en el que aguardaban más compañeros.

No había ninguna puerta en el rellano. Minutos después, Dianne escuchó voces conocidas.

—Sybill Trelawney, profesora de Adivinación—leyó Harry—. ¿Cómo vamos a subir ahí?

Como si fuera en respuesta a la pregunta, la trampilla que había en el techo con la placa de bronce se abrió de repente, y una escalera plateada descendió hasta los pies de Harry. Todos se quedaron en silencio.

—Tú primero—lo codeó Ron, y Harry subió por la escalera delante de los demás.

Fueron a dar a un aula de aspecto bastante extraño. No se parecía en nada a un aula, de hecho. Era algo a medio camino entre un ático y un viejo salón de té. Al menos veinte mesas circulares, redondas y pequeñas, se apretujaban dentro del aula, todas rodeadas de sillones tapizados con tela de colores y de cojines pequeños y redondos. Todo estaba iluminado con una luz tenue y de color rojo. Había cortinas en todas las ventanas y las numerosas lámpara estaban tapadas con pañoletas, también de color rojo. Hacía un calor algo agobiante, y el fuego que ardía en la chimenea, bajo una repisa abarrotada por completo de cosas, calentaba una gran tetera de cobre y emanaba una especie de perfume denso. Las estanterías en las circulares paredes estaban llenas de plumas polvorientas, cabos de vela, muchas barajas de aspecto viejo, infinidad de bolas de cristal y una gran cantidad de tazas de té.

—¿Dónde está la profesora? —preguntó Ron, confundido.

De repente, de las sombras, salió una voz suave:

—Bienvenidos—dijo la voz suave—. Es un placer veros por fin en el mundo físico.

La profesora Trelawney se acercó a la chimenea y todos vieron que era sumamente delgada. Sus grandes gafas aumentaban varias veces el tamaño de sus ojos, y llevaba puesto un chal de gasa con lentejuelas. De su cuello largo y delgado colgaban innumerables collares de cuentas, y tenía las manos llenas de anillos y los brazos de pulseras.

—Sentaos, niños míos, sentaos—dijo, y todos se encaramaron torpemente a los sillones o se hundieron en los cojines. Dianne, Daphne y Theo se sentaron en la misma mesa redonda—Bienvenidos a la clase de Adivinación—se había sentado en un sillón con orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Seguramente es la primera vez que me veis, y es porque noto que descender muy a menudo al bullicio del colegio principal nubla mi ojo interior.

<< ¿Qué?>>.

Nadie dijo nada ante aquella extraordinaria declaración. Con movimientos delicados, la profesora Trelawney se puso bien el chal y continuó hablando:

—Así que habéis decidido estudiar Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas. Debo advertiros desde el principio de que si no poseéis la Vista, no podré enseñaros prácticamente nada. Los libros tampoco os ayudarán mucho en este terreno...—los tres Slytherin se dieron una mirada, algo asustados—. Hay numerosos magos y brujas que, aun teniendo una gran habilidad en lo que se refiere a transformaciones, olores y desapariciones súbitas, son incapaces de penetrar en los velados misterios del futuro—continuó la profesora, recorriendo las caras nerviosas de todos con sus ojos enormes y brillantes—. Es un don reservado a unos pocos agraciados... Dime, muchacho—dijo de repente a Neville, quien casi se cayó del cojín—, ¿se encuentra bien tu abuela?

—Creo que sí—dijo Neville, tembloroso.

—Yo en tu lugar no estaría tan seguro, querido—dijo la profesora. El fuego de la chimenea se reflejaba en sus largos pendientes de color esmeralda—. Durante este curso estudiaremos los métodos básicos de adivinación. Dedicaremos el primer trimestre a la lectura de las hojas de té. En el segundo nos ocuparemos de quiromancia. A propósito, querida mía, —le soltó de pronto a Dianne—, ten cuidado con cierto azabache.

<<¿Qué ha dicho el qué?>>.

Dianne abrió los ojos más de la cuenta y por inercia lanzó una mirada a Harry. Este parecía haberse ahogado con su propia saliva, mientras Hermione y Ron contenían sus sonrisas divertidas lo mejor que podían. Daphne tosió para esconder una risa y Theo se tapó la boca con disimulo, ocultando su propia risita, al igual que Blaise. Dianne sintió la intensa mirada de Draco en su espalda, pero lo ignoró, tratando de parecer todo lo casual que pudo.

—Durante el último trimestre—continuó la profesora Trelawney, como si no hubiera pasado nada—, pasaremos a la bola de cristal si la interpretación de las llamas nos deja tiempo. Por desgracia, un desagradable brote de gripe interrumpirás las clases en febrero, y yo misma perderé la voz. Y en torno a Semana Santa, uno de vosotros nos abandonará para siempre—Un silencio muy tenso siguió a este comentario, pero la profesora no pareció notarlo. De nuevo, Dianne lanzó una mirada a Harry, quien ya la estaba mirando, y lo vio tragar saliva. —Querida—añadió dirigiéndose a Lavender Brown, quien era la que estaba más cerca de ella, y quien se hundió contra el respaldo del sillón—, ¿me podrías pasar la tetera grande de plata?

Lavender dio un suspiro de alivio, se levantó, cogió una enorme tetera de la estantería y la puso sobre la mesa, ante la profesora.

—Gracias, querida. A propósito, eso que temes sucederá el viernes 16 de octubre—Lavender tembló —. Ahora, quiero que cojáis una taza de la estantería. Vendréis a mí y os la llenaré. Luego, os sentaréis y beberéis hasta que solo queden los posos. Removed los posos agitando la taza tres veces con la mano izquierda y luego poned la taza boca abajo en el plato. Esperad a que haya caído la última gota de té y pasad la taza a vuestro compañero, para que la lea. Interpretaréis los dibujos dejados por los posos utilizando las páginas 5 y 6 de Disipar las nieblas del futuro. Yo pasaré a ayudaros y a daros instrucciones. ¡Ah!, querido—asió a Neville por el brazos cuando el muchacho iba a levantarse—, cuando rompas la primera taza, ¿serás tan amable de coger una de las azules? Las de color rosa me gustan mucho.

Como es natural, en cuento Neville hubo alcanzado la balda de las tazas, se escuchó el tintineo de la porcelana rota. La profesora se dirigió a él con una escoba y un recogedor, y le dijo:

—Una de las azules, querido, si eres tan amable. Gracias...

Llenaron las tazas de té, volvieron a su mesa y se tomaron rápidamente da ardiente infusión. Removieron los posos como les había indicado y después secaron las tazas. Las intercambiaron, y ninguno de los tres sabía que pensar.

—Bien—murmuró Daphne, luego de abrir el libro—. ¿Qué ves en la mía, T?

—Una masa marrón y empapada—respondió Theo con sinceridad, haciendo que Dianne contuviera una risita.

—¡Ensanchad la mente, queridos, y que vuestros ojos vean más allá de lo terrenal! —exclamó la profesora.

—Bueno, hay una especie de cruz, algo fea si quieres mi opinión—murmuró Theo, luego de haberle echo algo de burla a la profesora, hojeando el libro—. Eso significa que vas a pasar penalidades y sufrimientos. Esto... parece un sol. Espera, ¿qué? Mucha felicidad, dice... entonces, vas a sufrir, pero vas a ser muy feliz.

—Si te interesa mi humilde opinión—dijo Dianne, conteniendo la risa—, tendrían que revisarte ese ojo interior tuyo.

Theo le dio una muy mala mirada, pero Dianne se limitó a sacarle la lengua.

—¿Qué dice la de Theo, Anne? —cuestionó Daphne, intentando que los dos se centraran de una vez.

—Am...Hay una chimenea, lo que quiere decir que algún secreto pronto saldrá a la luz—sonrió de forma ladeada hacia el de rizos, el cual tragó saliva de forma bastante sonora—. Esto es ... parece una montaña... uhu, parece que va a haber grandes obstáculos en tu vida, T. Y esto es... un sol. Así que vas a tener gran felicidad—se quedó pensativa, procesando la información e intentando no reírse de lo estúpido que sonaban algunas cosas—. Así que, vas a revelar un gran secreto, vas a tener grandes obstáculos en tu vida, pero vas a ser muy feliz.

<<Todo tiene mucho sentido, claro que sí>>.

—Buen trabajo, querida mía, ha sido una lectura soberbia—la felicitó la profesora Trelawney, haciendo que diera un brinco en el sitio—. ¿Qué dice la de nuestra querida señorita Malfoy, querida mía? —cuestionó a Daphne.

—No estoy muy segura, profesora—admitió la pelirroja, algo avergonzada—. Parecen varias formas distintas, todas pegadas y formando una enorme... que parece...—dudó durante unos segundos, observando la forma que había en aquella masa marrón empapada—...parece un dragón, profesora.

Los tres observaron como la profesora abría los ojos como platos, mientras su labio inferior temblaba. Le quitó la taza de las manos a Daphne con algo de brusquedad, y comenzó a balbucear cientos de cosas por lo bajo, bajo la confusión de las serpientes.

—¡Oh! ¡Oh! ¡Oh, mi niña, mi pobre niña! —gimoteó, mientras le daba a Dianne una mirada triste, sin reparar en la expresión sorprendida de la misma—. Oh, por todos los astros, es espantoso que con tu edad tengas estos posos. ¡Espantoso! ¡Ay, mi pobre chiquilla! ¿Quieres saberlo, querida mía?

Dianne sintió el pecho de su hermano contra su espalda y alzó la cabeza al instante. Draco tenía la mandíbula apretada, como si fuera a golpear a la profesora en cualquier momento.

—¿Es tu hermana, querido? —cuestionó la profesora—. Déjame ver tu taza, mi niño—tembló levemente al ver la taza de Draco, a la par que dejaba escapar una mezcla entre chillido y siseo que asustó a la clase—. Oh, por amor a... uf... ¡solos sois niños! —gimoteó, mientras los hermanos se daban una mirada confusa —. Ay, mis queridos niños, veo mucho sufrimiento en vuestras vidas.... Ay, ay, mis pobres chiquillos...—hizo una especie de puchero, mientras los dos se tensaban por pura inercia—. Mucho sufrimiento, mucha pena, mucho dolor... alguna pérdida bastante dolorosa... pero... ¡Ah! Oh, vaya... pero, al final, llegará el sol para brillar.

<< ¿AH?>>.

—¿Qué? —soltó Draco, confundido.

—Ve a sentarte, hermano—le pidió Dianne en un hilo de voz, sintiendo la intensidad de  cierta mirada sobre ella—. Profesora, ¿por qué mis posos tienen la forma de un dragón? No hay ningún dragón en la lista del libro que nos indicó tener...

—Oh, bueno... esto...—la profesora se removió incómoda bajo la atenta mirada de la niña—. Seguramente sea una coincidencia, querida, pero puedo consultarlo más tarde. Seguramente el profesor Dumbledore sepa algo...

La profesora dejó de hablar al escuchar la carcajada que Harry soltó, debido a que Ron no era capaz de identificar al animal en sus posos. Dianne desvió su clara mirada hacia aquella dirección, observando como el azabache parecía estar haciendo grandes esfuerzos para no llorar de la risa, mientras Hermione apretaba los labios en una línea algo temblorosa.

—Déjame ver eso, querido—le dijo la profesora a Ron, en tono recriminatorio. Miró fijamente la taza—. El halcón... tienes un enemigo mortal, querido.

—Eso lo sabe todo el mundo—dijo Hermione, y la profesora la miró—. Todo el mundo sabe lo de Harry y Quien Usted Sabe.

La profesora prefirió no contestar. Volvió a bajar sus grandes ojos a la taza de Harry y continuo girándola.

—La porra..., un ataque. Vaya, vaya... esta tampoco es una taza muy alegre...

—Creí que era un sombrero hongo—reconoció Ron con vergüenza.

Theo tosió de forma extraña.

—La calavera... peligro en tu camino...

Toda la clase escuchaba con atención, sin moverse. La profesora dio una última vuelta a la taza, se quedó boquiabierta y gritó.

Oyeron romperse otra taza; Neville había vuelto a hacer añicos la suya. La profesora se dejó caer en un sillón vacío, con la mano en el corazón y los ojos cerrados.

—Mi querido chico... mi pobre niño.... No... es mejor no decir.... No.... No me pregunte.... Ay, ay... vaya tazas tenemos este año...

—¿Qué es profesora? —cuestionó Dean Thomas. Todos se habían puesto de pie y rodearon la mesa de Ron, acercándose al sillón para poder ver la taza de Harry.

—Querido mío—abrió completamente sus grandes ojos—, tienes al Grim.

—¿Que tengo el  qué? —preguntó Harry, confundido.

Salvo Dean Thomas y Lavender Brown, casi todos se llevaron la mano a la boca, horrorizados. Daphne tenía los ojos abiertos como platos y Dianne sintió un hormigueo extraño en las manos. Como si quisiera apartar a todo el mundo y... abrazar a Harry...

—¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora, quien parecía algo extrañada—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi querido chico, se trata de un augurio, el peor de todos... el augurio de la muerte.

Todos miraron a Harry, quien seguía pareciendo confundido. Todos, salvo Hermione, que se había levantado y se había acercado al respaldo del sillón de la profesora.

—No creo que se parezca a un Grim—dijo Hermione rotundamente.

La profesora Trelawney examinó a Hermione con creciente desagrado.

—Perdona que te lo diga, querida, pero percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias del futuro.

Seamus Finnigan movió la cabeza de un lado para otro.

—Parece un Grim si miras así—decía con los ojos casi cerrados—, pero así parece un burro—añadió inclinándose hacia la izquierda.

—¡Cuando hayáis terminado de decidir si voy a morir o no...! —dijo Harry, sorprendiéndose a sí mismo.

Se había interrumpido al notar una cálida mano deslizándose sobre la suya, entrelazando sus dedos de forma disimulada. Harry no necesitó girar la cabeza para saber de quién era, pues su corazón se aceleró como si hubieran apretado alguna clase de botón. Pese a eso lo hizo, viendo la mueca de Dianne a duras penas.

Estaba con la cabeza inclinada hacia delante, con algunos mechones de pelo delante de la cara. Apretaba los labios en una línea, como si estuviera preocupada por algo. Entonces, Harry recordó haber escuchado algo de la taza de ella, y ahora la suya... le dio un cálido apretón en la mano que ella había tomado, logrando que moviera la cabeza. Lo miró y le dedicó une tensa (y casi inexistente) sonrisa, mientras le devolvía el apretón.

—Creo que hemos concluido por hoy —dijo la profesora Trelawney, con su voz más leve, haciendo que ambos rompieran el contacto visual—. Sí... por favor; recoged vuestras cosas...

Dianne soltó la mano de Harry, sintiendo una sensación extraña en varias partes de su cuerpo. Sentía una especie de cosquilleo en la barriga, como si se hubiera tragado una manada de murciélagos. Le hormigueaban los dedos, como si su cuerpo quisiera volver a tomar la mano de Harry, y jamás soltarlo. Sentía una especie de nudo en la garganta, uno que la estaba incomodando demasiado. Y además, había un creciente calor en lo bajo de su vientre, que no acababa de entender del todo y que solo notaba cuando Harry estaba en la misma sala y la miraba.

Lo que no sabía era que Harry estaba sintiendo lo mismo en aquel momento. Y aquellas sensaciones lo tenían algo desconcertado, pero también atontado. De no ser por todo el rollo del Grim y el augurio de muerte, seguramente estaría sonriendo como un auténtico idiota. 

Harry quería tomar la mano de Dianne, no soltarla bajo ningún concepto o contexto, y observarla. Observarla durante el tiempo que fuera necesario, observarla hasta que se le cayeran los ojos de las cuencas, pues estaba seguro de que nunca tendría suficiente, nunca podría mirarla tanto como para llegar a cansarse. También quería rodear su cuerpo con sus brazos, pegarla a él tanto que sus almas se fundieran. Pero también quería hacer otras cosas...bastante distintas y explícitas...  otros pensamientos que lo inquietaban no dejaban de circular por su mente a toda velocidad, que lo ponían nervioso... que hacían que sintiera un tirón en el bajo vientre y que le daban la sensación de que los pantalones le apretaban de golpe.

Harry no se reconocía con esos pensamientos, y sin embargo, los tenía. Los tenía desde el momento en el que, en ese tercer año, sus ojos color mar habían dado con Dianne en el Gran Comedor. Y había empeorado en cuanto la había observado caminar por el pasillo, con aquella túnica adaptándose perfectamente a ella, como lo haría un anillo al dedo, como guante a una mano. Estaba seguro de que se iba a volver loco de remate, y sus hormonas parecían bombas de palenque, explotando con violencia y sin importarle en qué momento fuera.

Y solo era con ella. 

Solo lo había notado con ella, y eso que había estado haciendo un pequeño experimento por los pasillos. Pero solo le pasaba con Dianne.

Era algo que lo fascinaba y lo asustaba a partes iguales.

—Hasta que nos veamos de nuevo—dijo débilmente la profesora Trelawney, sacando a Harry de sus pensamientos. Y lo agradeció, puesto que se estaban empezando a tornar demasiado pecaminosos, en especial cuando le echó una ojeada y la vio agacharse para agarrar algo—, que la buena suerte os acompañe. Ah, querido...—señaló a Neville —, llegarás tarde a la próxima clase, así que tendrás que trabajar un poco más para recuperar el tiempo perdida.

—Anne—llamó Daphne, al verla pestañear varias veces—, ¿estás bien?

—¿Crees que está bien luego de todo lo que ha escuchado? —cuestionó Theo de forma retórica.

Dianne no les prestaba atención del todo, de hecho, ni siquiera sabía que estaban hablando con ella. Se había quedado mirando a Harry, como si pudiera escuchar lo que él pensaba. Aunque eso era totalmente imposible, ya que todavía no había aprendido esa parte de la magia.

Pasó saliva lentamente al notar que Harry no la estaba mirando como siempre había hecho. Aquella mirada, aquella expresión, era la primera vez que lo veía. Parecía perdido en su mente, como si estuviera pensando en algo muy concreto, pero lo vio rodar la lengua dentro de su boca y el aire se le atascó en los pulmones sin llegar a entenderlo. Además, los ojos mar de Harry parecían un poquito más oscuros por la forma en la que estaban brillando, y eso que estaban a distancia como para notarlo. No pudo seguir analizándolo, puesto que Harry tuvo que salir de sus pensamientos de forma abrupta en cuando notó la mano de Ron en su brazo.

Durante unos segundos, los ojos de Harry se encontraron con los verdes grisáceos de Dianne. Ella realmente  juró que no eran del azul mar de siempre, sino que parecían algo más oscuros de lo normal, como si unas nubes de tormenta se hubieran colocado sobre la calma superficie del océano. Tuvo que morderse el interior de la mejilla derecha cuando sintió una oleada de calor golpearla con algo de violencia, como si una ola del mar le hubiera dado de lleno, pero esta vez era de calor. Era como si se la hubiera mandado Harry, aunque le sonara estúpido, puesto que solo dejó de sentirla cuando él apartó la mirada.

Dianne pestañeó algo aturdida, y pensó en que su mente la había traicionado un poco. Aquellos detalles no podían ser de Harry Potter, del tierno niño. No, de ninguna manera. Mucho menos la forma en la que sus pantalones se ceñían...

<< ¡Dianne!>>, se reprendió a sí misma, percatándose de que Daphne y Theo habían dejado de discutir entre ellos. Ahora, la miraban.

—Estoy bien—murmuró, necesitando carraspear al notarse algo ahogada. Le faltaba el aire y no sabía la razón—. Necesito salir de aquí, me siento en un horno.

Y, antes de abandonar la clase, le dio la sensación de que la profesora Trelawney le daba una mirada significativa, pero decidió pensar que eran solo imaginaciones suyas.










































¡HOLAAAAAAAAAAAA! ¿Qué tal están? Espero que bien.

Creo, y solo creo, que me he puesto demasiado intensita en este capítulo *pretends to parecer culpable* En verdad, este capítulo muestra como va a ser todo el libro. Después de todo, Dianne y Harry son adolescentes, con algo mágico de por medio como supimos en los libros anteriores, así que considero que es normal que se pongan intensitos. De todas formas, ya os adelanto que para mí siguen siendo demasiado chiquitos como para que pase nada más. Solo va a haber tensión, nada más. Yo aviso, y quien avisa no es traidor.

Pero bueno, parece que Trelawney sabe algo uhu. Ha visto cosas JUAJAJ. Vale, no. Pero creo que es bastante sospechoso todo lo que ha dicho, ¿no? O puede que solo me lo parezca a mí, dah.

Bueno, ¿Qué os ha parecido el capítulo? ¡Espero que os haya gustado!

No sé que pasa con Wattpad, pero realmente espero que el apoyo no decaiga o me voy a poner seria. No quiero hacerlo, pero si no veo feedback voy a empezar a poner límite de votos y capítulos para tener el siguiente capítulo publicado. Avisados quedáis :3

Nada más por mi parte pero... ¡Nos leemos en comentarios!

|Publicado|: 06/05/2022

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