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vii. Cambios agradables


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CAPÍTULO SIETE
Cambios agradables

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DIANNE REGRESÓ AL compartimento y se sentó entre Daphne y Theo, como si no hubiera pasado absolutamente nada. Hyperion se acomodó en su regazo, luego de haber alisado la falda escolar con sus patas, para dormitar el resto del viaje. Nadie comentó la mejoría en las facciones de la rubia, y ella realmente lo agradecía. Después de todo, Remus se merecía la presentación que sabía que el profesor Dumbledore haría.

Finalmente, el tren se detuvo en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren. Las lechuzas, entre ellas Dark, ululaban. Los gatos maullaban con estridencia, a diferencia de Hyperion, el cual seguía con los ojos cerrados, solo que ahora en brazos de Dianne. Se escuchaba algún que otro sapo croar. En el pequeño andén hacía un frío que pelaba y la lluvia era como una especie de ducha de hielo, por lo que la rubia apretó el cuerpo caliente de su gato contra su pecho, tratando de mantenerse algo caliente.

—¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz que les era familiar—. ¡Los de primer curso! ¡Por aquí!

Dianne, Daphne y Theo se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén. Estaba haciéndole señas a los nuevos estudiantes, los cuales estaban algo asustados por su presencia, y se adelantaban para iniciar el tradicional recorrido por el Lago Negro.

Los tres serpientes lo saludaron con un gesto de mano, conscientes de que no era el momento ni el lugar para tratar de hablar con el semigigante. Siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual. Allí los aguardaban al menos cien diligencias, todas tiradas, —o eso suponían—, por caballos invisibles. Cuando subieron a una y cerraron la puertezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.

La diligencia olía un poco a moho y a paja, para disgusto de los amigos. Draco tenía su nariz contraída en una mueca de asco, mientras Daphne parecía a punto de vaciar su estómago en cualquier momento. Dianne,, por su parte, escondió la nariz en el mullido pelaje de Hyperion, pues este olía a una mezcla de hierba y a frutas silvestres. Probablemente su gato era el único que prácticamente exigía ser bañado.

El coche avanzó lentamente hacia una suntuosas verjas de hierro, las cuales eran flanqueadas por columnas de piedra, coronadas por extrañas estatuillas de cerdos alados. Los ojos verdes de Dianne dieron con dos dementores encapuchados y de tamaño descomunal, que montaban guardia a cada lado del camino. Estuvo a punto de contener el aliento de forma exagerada, pero se contuvo con gran habilidad. Se reclinó en el asiento lleno de bultos y se concentró en el cuerpo caliente de Hyperion hasta que hubieron atravesado la verja.

El carruaje cogió velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo. Dianne contuvo una sonrisa al ver a Astoria inclinándose por la ventanilla para ver como las pequeñas torres se acercaban. Daphne agarró a su hermana pequeña por la túnica, como si temiera que se fuera a caer por la ventana, —aunque sabían perfectamente que no sería el primer alumno en caerse, ni mucho menos el último—.  Finalmente, el carruaje se detuvo. Dianne se quedó unos segundos pensando en las musarañas, —o eso quería creer ella—, hasta que escuchó su nombre. Draco y Theo le tendían cada uno una mano, por lo que ambos la ayudaron a bajar sin molestar al gato en sus brazos, el cual había abierto los ojos y observaba su alrededor con interés.

Se dirigieron hacia el castillo, y vio de reojo como Daphne pinchaba a su hermano mayor en la espalda para que caminara más deprisa. Estuvo tentada de sonreír, y aún más al ver las miradas pícaras que Theo y Blaise intercambiaron al notarlo. Una fortuna que el platinado mayor estuviera discutiendo con la mayor de las pelirrojas, o seguramente les habría lanzado un hechizo. Se unieron a la multitud apiñada en la parte superior. Caminaron a través de las gigantescas puertas de roble, y en el interior del vestíbulo, que estaba iluminado con antorchas y acogía una magnífica escalera de mármol que conducía a los pisos superiores.

A la derecha, estaba la puerta que daba el Gran Comedor. Siguieron a la multitud, pero Dianne apenas vislumbró el techo encantado, el cual estaba negro y nublado aquella noche, cuando se percató de que su hermano estaba cuchicheando con sus perros falderos y Pansy Parkinson, soltando risitas insufribles. Le dieron muchísimas ganas de partirle la crisma a todos, pero contuvo su mal humor.

—Señorita Malfoy.

Dianne se dio la vuelta al escuchar que la llamaban. 

La profesora McGonagall, quien daba la clase de Transformaciones y era la jefa de la casa de los leones, se abría paso a través de la multitud. Su expresión parecía relajada y su inconfundible moño descansaba en su nuca, ningún mechón parecía atreverse a salir del peinado. Sus penetrantes ojos se enmarcaban detrás de sus gafas cuadradas.

—Todavía no he hecho ninguna maldad, profesora—habló Dianne, mientras le ofrecía a la mujer una sonrisa divertida.

—Confío en que no hagas ninguna este año—comentó Minerva, conteniendo una sonrisa cuando la niña soltó algo parecido a "no le prometo nada, profesora"—. Veo que tienes una nueva mascota...

—Sí—movió sus brazos, llamando la atención del felino. Este posó sus ojos azules en la profesora y maulló, como si la estuviera saludando—. Él es Hyperion, profesora.

Minerva observó al gato de forma minuciosa y sus comisuras se elevaron mínimamente. Palmeó suavemente la cabeza del animal, causando otro maullido complacido y un ronroneo. Dianne apretó los labios para no reírse, preguntándose si tenía que ver que el buen recibimiento de su gato tuviera algo que ver con la que profesora fuera una animaga (y un gato fuera su forma).

—Es realmente soberbio—aduló Minerva, mientras se incorporaba—. Sin duda, has hecho una buena elección.

—¿Usted cree? Siempre me han gustado los siameses...

—Oh, se lo decía al gato, señorita Malfoy—murmuró Minerva, dándole un sutil guiño antes de caminar en otra dirección.

Aquello dejó a Dianne un tanto confundida.

<< ¿A qué se refiere?>>, se preguntó, mientras observaba como la profesora se alejaba.

La mano de Theo en su brazo la hizo caminar a la par del rizado, quien posó uno de sus brazos sobre sus hombros para no perderla entre el gentío. Dianne dejó a Hyperion en el suelo, para que el animal explorara el castillo a su aire. Se dirigieron a la mesa de Slytherin, donde algunos alumnos de los últimos cursos ya estaban sentados. Dianne saludó de vuelta a Adrian Pucey cuando este los saludó, fijándose levemente en los cambios del chico; parecía haberse moldeado más en el verano, mostrando que los diecisiete años no le sentaban nada mal. Aunque claramente no fuera su tipo.

—Dianne, Dianne—llamó Daphne a la rubia, sacudiéndola levemente.

<<Por Merlín Santo, ni un respiro puedo tener...>>

—¿Qué? ¿Qué pasa, Daph?

La pelirroja le hizo un leve gesto, señalando hacia las puertas del Gran Comedor. Dianne siguió con la mirada aquella dirección y se mordió el labio inferior casi sin darse cuenta de lo que hacía en cuanto vio a lo que su amiga se refería.

En aquel preciso momento, Harry Potter entraba en la sala, con el ceño levemente fruncido, como si estuviera pensando en algo concreto. Parecía más alto que el curso anterior, y la túnica se ceñía levemente a sus brazos cuando los movía para caminar. Su pelo azabache también había crecido, y algunos mechones salían disparados hacia todas las direcciones. Aquel nuevo peinado parecía darle un aspecto más salvaje, como si los quince años le hubieran supuesto el momento de querer deslumbrar a toda la población femenina.

Los ojos azules de Harry dejaron de estar al frente, luego de haber encontrado a Ron, y pasearon por el Gran Comedor como un acto reflejo. En cuanto dio con Dianne, las comisuras de sus labios se elevaron levemente, ofreciéndole a la chica rubia una efímera sonrisa. Un gesto que no tenía pensado hacer, por estar en público, pero que le fue totalmente inevitable. Desde el curso anterior, la heredera de los Malfoy y los Black no había desaparecido de la mente del joven Potter, ni siquiera aunque lo hubiera intentado con todas sus fuerzas. Y ahora, que estaban de nuevo en Hogwarts, sabía que sus días iban a mejorar bastante, en comparación con su vida junto a sus horribles tíos.

Para ser totalmente honestos, Harry tuvo que tragar saliva de forma disimulada al verla. A pesar de estar la mesa en medio, no necesitaba demasiado para poder observar los cambios que los quince habían hecho en la chica. Eran muy sutiles, pero Harry los vio tan claramente como la corbata que llevaba en el cuello. Y eran suficientes como para las palmas le comenzaran a sudar y sintiera un extraño y desconocido tirón en su bajo vientre.

<<¿Qué demonios me pasa?>>, se preguntó Harry, sin apartar sus ojos azules de la chica.

Dianne dejó de mirar a Harry luego de devolverle aquella sutil sonrisa, no por gusto, sino porque su hermano se sentó enfrente suya. Si Draco se enteraba de aquello, se pondría hecho una furia, y a Dianne no le interesaban los chillidos de su hermano mayor.

—Parece que los quince le han sentado bien, ¿eh? —cuchicheó Daphne, soltando una risita. La mayor de las pelirrojas estaba deseando entrar en Hogwarts solo para ver como se desenvolvía su pareja ficticia con los cambios de la pubertad—. ¿No lo crees?

<<¿Qué?>>, la rubia juró haber escuchado mal.

Dianne giró la cabeza lentamente, y le lanzó a la pelirroja una mirada con los ojos entrecerrados. Ignoró, lo mejor que pudo, la quemazón en una parte baja de su anatomía luego de haber repasado los cambios en Harry, así como la forma en la que le hirvió la sangre al escuchar las palabras de su amiga.

<<¿Qué demonios me pasa?>>, se preguntó Dianne, sin entender sus propias reacciones.

—¿Qué? —soltó entre dientes.

Daphne volvió a reírse, divertida. Pero a Dianne no le estaba haciendo demasiada gracia la situación.

—Oh, por Merlín, no me mires así. Harry no es para nada mi estilo, Anne, relájate—le aseguró Daphne, tratando de tranquilizarla, y lo cierto era que no mentía. Podía admitir que Harry Potter era guapo, pero no le atraía nada de nada. Ella tenía otros gustos, y por eso lanzó una sutil y efímera mirada allí donde estaba su crush, antes de volver a hablar—. Deberías ver tu cara, pareces a punto de clavarme un tenedor en un ojo.

—No juegues con mi paciencia, Daph—murmuró Dianne, en un siseo, pero su rostro estaba formado por una mueca amable. Parte de su mente, y no sabía muy bien el por qué, estaba aliviada de escuchar aquello—, todavía estoy a tiempo de hacerlo.

—Te juro, por lo que más quiero en el mundo, que no me gusta Harry. Además, los azabaches no son lo mío—Daphne se mordió el labio de forma inconsciente, bajo la palpable confusión de su amiga. Parpadeó confundida, como si no se hubiera dado cuenta de que estaba hablando en voz alta—. Además, sería totalmente estúpido querer meterse en medio. Quiero decir... Harry solo tiene ojos para ti, aunque esté algo miope...

Dianne puso mala cara ante el chiste de su amiga.

—Cállate—gruñó en un hilo de voz, comprobando que su hermano estaba a lo suyo.

—Bien, no es el lugar de hablar de esto—asintió Daphne, sin contener su sonrisita—. Pero no te escaparás de una conversación larga sobre el tema.

Dianne le dio una mirada exasperada, pero los ojos claros de Daphne parecían decididos. Aquello fue lo que la heredera Black necesitó para saber que, efectivamente, no se escaparía al interrogatorio de su amiga por nada del mundo.

El profesor Dumbledore se levantó para hablar luego de la ceremonia de selección de casas. Sonrió con franqueza a todos los alumnos, haciendo que se sintieran tranquilos luego del incidente de los dementores en el expreso.

—¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su blanca barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete os deje aturdidos—se aclaró la garganta y continuó—: Como todos sabéis después del registro que ha tenido lugar en el expreso, actualmente tenemos en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia—se hizo una pausa—. Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio—continuó. —, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles—añadió como quien no quiere la cosa, y tanto Dianne como Daphne contuvieron una risa—. No está en la naturaleza atender y comprender ruegos o escusas. Por lo tanto, os advierto a todos y cada uno de vosotros que no debéis darles ningún motivo para que os hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Premios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.

A Dianne le pareció escuchar como Adrian bufaba, como si estuviera dispuesto a golpear a cualquier serpiente que se le pasara por la cabeza tal estupidez. Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió ni un solo dedo ni dijo nada.

—Por hablar de algo más alegre—continuó, y a Dianne le dio la impresión de que le dedicaba un sutil guiño—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a dos nuevos profesores. En primer lugar, al profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras.

<<Y gracias a Merlín que ha aceptado>>, pensaron a la vez los mellizos Malfoy.

El siseo que soltó Dianne hizo que la mesa de Slytherin estallara en aplausos, pues hasta los de primer año temían su mal humor. Se escucharon más aplausos, seguidos de seguramente el desconcierto de por qué la mesa de las serpientes parecía tan entusiasmada con el nuevo profesor.

Remus hizo una especie de reverencia y desvió su mirada avellana a Dianne, mientras sus comisuras se elevaban de forma disimulada. La rubia le guiñó un ojo con sutileza, mientras el hombre se sentaba de nuevo. Dianne pateó la espinilla de su hermano, causándole un gemido de dolor, puesto que sabía que se había dado cuenta de la forma de vestir de Remus.

—Cierra el pico, Draco—le siseó.

—Mira a Snape—le susurró Daphne a Dianne en el oído—, creo que cada año que pasa está más amargado por no conseguir el puesto.

—No me extraña.

El profesor Snape miraba a Remus, con su rostro delgado y cretino crispado en una mueca horrorosa. Era mucho más que enfado, era odio. Snape odiaba a Lupin, y Dianne lo sabía, pues el propio Remus le había contado muchas cosas de cuando ambos estudiaban en Hogwarts. Por eso se anotó mentalmente el vigilar al profesor de Pociones, y asegurarse de que no le hiciera nada al hombre que consideraba parte de su familia.

—¡Potter! ¡Potter!

Ambas dirigieron su mirada a Draco, quien llamaba al azabache de forma insistente. Este se giró a mirarlo, al igual que Ron, mientras Hermione ponía los ojos en blanco. La nacida de muggles les dedicó una tensa sonrisa a las dos chicas, mientras los ojos de Harry se desviaban ligeramente hacia Dianne, para luego disimular y centrarse en el platinado.

Dianne no necesitaba mucho para saber que su hermano estaba sonriendo. Su tono de voz lo delataba.

—¿Es verdad que te desmayaste? —cuestionó Draco con diversión. A su lado, uno de sus perros fingió desmayarse y él contuvo una risita, bajo la indignación de los leones—. Quiero decir... ¿realmente te desmayaste?

—Lárgate, Malfoy—gruñó Ron, a la par que empujaba a Harry para que dejara de mirar a la mesa de las serpientes. Tarea difícil, pues el de ojos azules había vuelto a desviar la mirada hacia la rubia, ignorando las burlas del mayor.

Draco y compañía se carcajearon mientras se sentaban bien, ignorando las muecas exasperadas de los demás. Theo parecía a punto de meter la cabeza en el plato y dejar de ver el panorama, igual que Blaise. Astoria tenía la mirada clavada en algún punto de la mesa de Gryffindor y sus mejillas se encendieron con violencia. Daphne parecía reprender a Draco con la mirada, mientras que Dianne estaba contando lentamente hasta cien para no patear a su hermano con todas sus fuerzas.

—En cuanto al otro último nombramiento—prosiguió Dumbledore. —, siento deciros que el profesor Kettlebum, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedaban. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.

—Era obvio—rio Daphne, divertida.

—¿Qué otro profesor habría sido capaz de mandar que compráramos un libro que muerde? —cuestionó Theo entre risas, mientras una pequeña sonrisa se formaba en las facciones de Dianne.

—Estoy segura de que está de lo más entusiasmado—observó Dianne, viendo como el guardabosques sonreía de forma amplia.

—Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore, haciendo un gesto con los brazos —.¡Que comience el banquete!

Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida. Dianne observó con una ceja alzada como Theo y Blaise por poco se tiraban a servirse todo lo que estaba a su alcance y empezaban a comer, como si no lo hubieran hecho en semanas. Por su parte, Daphne y ella se sirvieron con normalidad, conteniendo risas al ver a sus amigos tan hambrientos.

Cuando los últimos bocados de las tartas de calabaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir.

Daphne y Dianne se levantaron a la vez y la pelirroja enlazó su brazo con el de la rubia. Antes de abandonar el Gran Comedor y de forma totalmente inconsciente (o eso se decía ella), la mirada de Dianne voló hasta dar con Harry. El ojiazul giró la cabeza y le dedicó una mirada, acompañada de una sonrisa, que sintió que le calaba hasta los huesos. Le devolvió el gesto, más sutil, para luego ser arrastrada por Daphne.

—Harry debería ser más discreto—le susurró la pelirroja, lo suficientemente bajo como para solo ella la escuchara—, o Draco va a partirle la cabeza cuando se dé cuenta.

—Déjalo—regañó Dianne.

—Oh, claro, a ti te gusta más ahora que parece que se ha vuelto más salvaje, ¿no? —la molestó Daphne, mientras una sonrisa bailaba en su rostro.

Dianne la calló con un siseo, a la par que comprobaba que nadie estaba intentando saber de qué hablaban. Pese a eso, Daphne soltó una risita divertida. A su modo de ver, su amiga se estaba volviendo cada vez más evidente, aunque lo fuera a negar. Y, en el fondo, se alegraba por ella.

Estar de nuevo en la sombría sala común les pareció más extraordinario de lo normal. Se despidieron de los chicos, —Draco le dio un abrazo y un beso en la frente a su hermana que consiguió arrancarle una sonrisa algo dulce—, para luego ir a sus respectivos dormitorios. Al entrar en el ya conocido dormitorio, Dianne no pudo evitar el sentir que estaba en casa.

—Estamos en casa—murmuró Daphne, mientras sonreía ampliamente, y Dianne no pudo evitar el asentir con la cabeza, pues pensaba exactamente igual.

Por fin, estaban en casa.






































¡HOLAAAAAAAAAAA! ¿Qué tal están? Espero que bien.

¡Ay! ¡Que ya están en Hogwarts! ¡Que se han visto! ¡Ay, ay, ay!

Igual no es el reencuentro que os esperabais, pero recordemos que tienen quince años y que Dianne es mucho más discreta de lo normal. Pero, pero... ninguno de ellos está ciego y se ha dado cuenta de los cambios en el otro. Epa, epa, eso es un avance.

La verdad es que en este libro se va a ver un gran avance en la relación de Dianne y Harry. A pesar de que no me gusta que las historias de romance vayan muy deprisa, siento que con la edad que tienen se le puede dar una marchita más. Además, recordemos el drama que se va a venir, solamente porque ella es sangre pura y el mestizo. Si es que... tenemos que aprovechar el momento antes de que todo se tuerza, alv.

Realmente espero que os vaya gustando todo lo que estoy cambiando de la saga original. Hay muchas cosas que no me acaban de convencer, y creo que Dianne es el personaje perfecto para cambiarlas. Ya se irán viendo, pero este es uno de mis libros favoritos, así que creo que se va a notar en los capítulos y la trama. Obviamente, el drama no falta, ni por mi parte ni por parte de J.K (sorry not sorry).

Bueno, hablando del capítulo en si... ¿Qué os ha parecido? ¡Espero que os haya gustado!

La verdad es que estoy muy contenta del recibimiento que está teniendo Dianne. El primer libro casi tiene cuatro mil leídas, y el segundo está en dos mil. Son pocas, comparadas con otras sagas, pero para mí significa mucho. Así que, gracias por apoyar a Dianne, y espero que si llego a publicar más libros de Harry Potter también le deis el mismo apoyo (los tengo, que conste en acta). Ah, y no os olvidéis del fic de Oliver Wood, porque intentaré publicar algún capítulo de vez en cuando, (el martes subí el prólogo, por si queréis ir a leerlo).

Nada más por mi parte pero... ¡Nos leemos en comentarios!

|Publicado|: 29/04/2022

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